Pero en esta ocasión no es propósito de esta nota referirme a las circunstancias en que ocurrió el deleznable crimen que segó la vida de un gran ser humano, sino destacar las acciones y  el testimonio de un personaje que al entregar la vida por amor a la Justicia en contra del crimen organizado sin dudas se merece estar entre  los pocos  héroes genuinos de este país tan acostumbrado a olvidar a sus mejores hombres por más luchadores que hayan sido y premiar a los estafadores, listos y delincuentes con tal de tener abultada la billetera para comprar la conciencia de la gente.      

       En el Paraguay  a lo largo de su historia han sido merecedores de figurar en la galería de sus héroes oficiales, inspirar nombres de ciudades, de avenidas, calles, clubes deportivos, instituciones educativas, etc.; la mayoría de las veces militares que han participado en contiendas bélicas, dictadores o séquitos de los mismos, intelectuales o personajes de dudoso aporte positivo a la sociedad,  algunos pocos artistas y casi ningún periodista.  

      La mayoría de estas personas han sido premiadas por sus supuestas virtudes guerreras,  por contribuir al progreso económico, educativo y garantizar el orden público en la República, sin embargo comúnmente no ha existido evidencias o indicios de la calidad humana de esta gente, y mucho menos se ha considerado héroes a los que han dado la vida en su lucha contra la criminalidad organizada o la mafia.

     Es decir, la calidad de héroe se ha circunscrito mayormente al limitado concepto que solamente pueden ser considerados héroes un gobernante, militar, político, intelectual o artista conocido por la mayoría de las personas o que hayan sido suficientemente mediáticos. Eran descartados de formar parte de este privilegiado círculo los humildes campesinos, obreros, estudiantes y periodistas por más merecedores que hayan sido por su aporte a la sociedad. Estos no eran considerados como héroes. Entre estos héroes anónimos, merecedor de ser considerado un verdadero héroe nacional está Salvador Medina Velásquez quién en vida, desde los micrófonos de una humilde radio comunitaria rural, había denunciado el tráfico de rollos, la deforestación, el tráfico de drogas, y otros delitos cometidos por bandas criminales, hasta asociaciones criminales, que estaban ligados al poder político y económico dominante en ese tiempo en la Ciudad y en todo el país. Con sus frecuentes denuncias había desenmascarado a personajes que eran grandes delincuentes a pesar de que varios de ellos eran militantes políticos de la región, ligados al partido colorado.

    Con su lucha Salvador Medina había intentado transmitir a la sociedad paraguaya- tan conservadora  y acostumbrada a convivir con la corrupción, la ilegalidad y el conformismo-  de que era posible construir un nuevo país desde la participación activa de la comunidad  en generar informaciones y denunciar los males que la afligen; que la mejor forma de combatir al crimen organizado era generar conciencia en las personas de que juntos, desde abajo, desde el pueblo, podría vencerse a la mafia.             
     En conversación telefónica mantenida con el periodista Pablo Medina, hermano de Salvador, nos dijo “Mi hermano había recibido permanente hostigamientos y amenazas de muerte los últimos seis meses antes de su muerte de parte de un grupo criminal que estaba ligado al narcotráfico, banda de poderosos asaltantes, incluso vinculado al poder político y económico del departamento de San Pedro en aquel entonces.”

  “El más grande legado que me dejó como hermano Salvador fue su valor y coraje en la lucha por combatir frontalmente la delincuencia, el tráfico de madera, el cultivo y tráfico de drogas.”

  “Ese valor lo adquirió por su misma convicción de ser una persona que lleva en su sangre la situación que vive el sector más marginado de la sociedad: el campesinado, él se consideraba un campesino”       
 “Él en su momento fue un colaborador cercano a una comunidad de base cristiana, era catequista. Él era un joven totalmente diferente, tenía una meta de cambiar la sociedad, apostaba a una lucha tenaz de transformar la sociedad identificada por sus antivalores, romper la hegemonía cultural pasiva y conformista de la comunidad de Capiibary.”

“Salvador Medina fue un Revolucionario cultural -a pesar de que era odiado por actores políticos de la comunidad e incluso fue traicionado por componentes de la propia Radio Comunitaria del cual era director- ya que  rompió una forma de ser de la gente apática, pasiva por una aptitud suya protagónica y comprometida.”

   Conmovido, recordando la muerte de su hermano y con elocuencia como si su asesinato hubiese acontecido ayer, manifestó  Pablo Medina: “Salvador vino a casa unos días antes de la navidad del año 2000 y me dijo: ‘Yo quiero hablar contigo, te quiero contar algo, necesito hablar contigo, ándate en casa para la navidad y vamos a hablar aprovechando esa fiesta’. Y ya en la navidad me dijo Salvador: “Yo quiero proponerte algo, yo quiero que vos seas el director artístico de la Radio Comunitaria Ñemity (Cultivar). Yo quiero apartar a un personaje de la radio, -refiriéndose a un miembro de la emisora que lo había traicionado- y que sería uno de los  sospechosos de haber participado en la conspiración para su asesinato.         

  “Me van a matar, me van a matar, esta gente me van a matar”, me dijo ese día  Salvador. El intuía eso. El sabía del peligro que corría con su trabajo en la radio. A pesar de las constantes amenazas de muerte que recibió jamás lo denunció porque no confiaba en la Justicia de la zona. El era una persona humilde, pacifista y pacifica. Si bien se identificaba con el partido liberal de la zona, era de tendencia socialista y nacionalista.”

     Lo que sorprendió a Pablo Medina es el olvido en que se lo tiene a su hermano en la Ciudad de Capiibary. En estos días, en el mes de Diciembre nos cuenta Pablo que había ido a  Capiibary porque un sobrino suyo había egresado del Colegio Nacional de Capiibary, el mismo Colegio de Salvador Medina. Se hizo una rememoración de la historia del colegio, sus fundadores, quienes fueron los primeros docentes, profesionales actuales que han egresado del mismo pero en ningún momento sus ex profesores se han acordado de Salvador. Existe una total orfandad hacia un ex alumno, que marcó un hito por su dedicación y lucha contra el crimen y a favor de la comunidad.

     Salvador Medina no solo era periodista radial, sino que desde muy joven había sido colaborador como redactor del periódico regional “El Vocero” de Capiibary cuyo director periodístico era Pablo Medina. Habiendo escrito crónicas y artículos sobre deforestación, tráfico de rollos y drogas, juventud, etc.  .      

    Evidentemente aún  estamos en deuda como  sociedad y país con Salvador,- a pesar que el entregó su vida en defensa  de la legalidad y de los más marginados-  porque  anhelaba que en el Paraguay exista Justicia en el sentido que todos tengan lo necesario y nadie lo superfluo-, no lo hemos  reconocido aun los ciudadanos y mucho menos lo han hecho los  Gobiernos  de turno como  héroe nacional del Paraguay por su contribución a la verdad y la justicia, y cuyas acciones en defensa de la vida, lo colocan como uno de los  precursores de una nueva civilización donde prevalezcan los altos valores de la justicia, la paz y el amor; hoy aún pareciera utópica, pero con certeza mañana será realidad gracias a la obra de un héroe como el amigo y hermano Salvador Medina Velásquez.