La narración, junto con la de muchos otros acontecimientos, se puede encontrar en la nueva edición, completamente revisada, de mi libro "Cento passi Ancora" de Editorial IOD
Siete de la mañana. Noche de insomnio buscando a Peppino. Dejamos la radio, subimos juntos a su destartalado 850, me dejó justo debajo de donde vivía, "chau, nos vemos a las 9", luego nada más que la sombra de un auto negro que dobló en la calle lateral detrás de Peppino. Vuelvo a casa por la mañana y espero noticias. La noticia llega puntualmente. Suena el timbre: desde los barrotes de la persiana los veo, Agostino y Vito, con su viejo quinientos, y Fanny que llega en ciclomotor, angustiada. Ni bien abro, Agostino dice, frío:
– Mataron a Peppino.
Es un puñal que se mete entre las costillas y va directo al corazón. Pero no hay tiempo para sentir dolor. Rápidamente me pongo una camisa y pantalón, y tengo tiempo de decirle a Silvana "ocúpate de los niños", y salgo en pantuflas:
– A la radio, sin perder tiempo.
La radio está a cien metros de mi casa. Empezamos a recoger todo lo que hay para llevarnos, la carpeta con las noticias, los casetes de "Onda Pazza", unas grabaciones de Radio "Onda Rossa", unos libros con un título peligroso que podría estimular una imaginación ferviente y me llevo las cintas, Fanny se lleva el resto para esconderlas en la casa de su madre y luego vamos a la escena del crimen. Calle muy estrecha, bordeada por dos muros de piedra rotos, en el barrio de Feudo Siino-Orsa, una calle lateral de la carretera que bordea la valla del aeropuerto. Peppino, que conducía muy mal y no tenía carné, nunca habría podido entrar en aquella calle estrecha sin chocar con su coche a las dos paredes. Una especie de cordón protector de carabineros, con sus medios, nos impide avanzar. Hay mucho que hacer en todas partes. Están reconstruyendo la vía, que fue derribada aproximadamente medio metro y tapando un agujero debajo del lastre. En los cables de electricidad, tendidos entre un poste y otro, se pueden ver trozos de carne colgando y algunas urracas que los picotean. El mariscal Cinisi se acerca y nos dice que nos presentemos en el cuartel. Llega Liborio, el funerario municipal y todos lo rodeamos. Está en shock:
– "Picciotti, chiddu chi vittiru l’occhi miei non vi lu pozzu cuntari. Era tuttu pizzuddicchia. Un pezzu di testa, tri ghirita, l’occhiali, i sannali. A na banna attruvai na coscia sana". [1]
– Te vimos acercarte al auto y recoger algo.
– Había tres llaves esparcidas por el suelo. Entonces el mariscal me dijo: "Necesitamos encontrar otra llave, busca ahí. Parecía que ya lo sabía. Y por ahí en medio de las piedras y cerca de una planta encontré una llave Yale".
No tiene sentido quedarse ahí mirando sin poder hacer nada. Me llevan a casa. Al bajar del coche veo que una furgoneta de la policía se detiene frente a Radio Aut. Me acerco. Hay dos de ellos. Están jugueteando con una llave Yale alrededor de la cerradura, que se abre.
– ¿Quién le dio esa llave? Le pregunto a uno de los dos.
– ¿Disculpe, ¿usted quién es?
– Soy un redactor de la radio.
– La llave es la de Impastato.
Inmediatamente reflexiono: Peppino tenía esta llave junto con otras y no había ninguna señal de reconocimiento en ella: ¿cómo podía saber la policía que lo que tenían en sus manos era la llave de la radio? Por casualidad pasa por allí Vincenzo P., miembro del PCI (Partido Comunista Italiano) que, unos años antes, frecuentaba el club Música y Cultura. Se detiene y se dirige a la policía:
– ¿Con qué permiso están entrando? ¿Tienen una orden de registro?
Los policías murmuran:
– Seguimos órdenes. ¿Quién es usted? Muéstreme los documentos.
Suben la escalera, tiran al aire los papeles restantes, suben a la terraza y bajan triunfales con una madeja de cable gris:
– Es igual que el que cuelga de los cables de la batería del coche, le susurra uno al otro. Una vez encontrada la prueba, se marchan satisfechos.
Me voy a casa. En la puerta encuentro a mi madre diciéndome:
– U sintisti? L’amicu tuo satau n’all’ariu mentri mitteva na bumma pi fari satari u primu trenu. Vuleva fari moriri a tanti cristiani chi si vo vuscanu u pani mPalermu. [2]
Y luego otra puñalada: ahora la noticia se ha extendido por la ciudad o, mejor dicho, por las dos ciudades, Cinisi y Terrasini, exactamente como los asesinos lo habían concebido y puesto en práctica: un atentado fallido. Y, para colmo, no es un tren cualquiera, sino el que lleva a trabajadores y estudiantes a Palermo: para destruir no sólo la memoria, sino toda la actividad política de Peppino, que a la causa de los trabajadores y de los estudiantes había dedicado su vida. Ahora se dice que quiso hacerlos estallar. Cómo podría haberlo hecho, dado que el tren habría pasado muchas horas después de la explosión, es un problema que no importa. Parece que el círculo se cierra sobre nosotros y que, en el aire nacional de indignación y antiterrorismo, todos nosotros, los compañeros de Peppino, nos hemos convertido en terroristas o cómplices de un terrorista. El país inmediatamente se apresura a aceptar la noticia, casi con un suspiro liberador: este Impastato era un loco, un subversivo, un vagabundo, alguien que no quería trabajar y que jugaba a ser revolucionario, alguien que quería cambiar el mundo y que se desquitaba con personas respetables que no le habían hecho ningún daño: en definitiva, era alguien que, comparado con el sistema que lo rodeaba, comparado con el aire tranquilo e hipócrita de la burguesía de la pequeña ciudad, representaba un cuerpo extraño, una presencia que no era ni homogénea ni deseada. Así que está bien: estalló y con ella todas sus fantasías: "La bomba no es sólo una herramienta, sino el propio comunismo como ideología que acaba destruyendo a quienes la profesan, la fuerza del mal ya a priori inherente a los contenidos de elección de romper, la condena de una experiencia no deseada e incómoda".
Mientras tanto, las investigaciones continúan. Cuatro furgonetas se presentan frente a la casa de Peppino: sin demasiadas ceremonias y sin ninguna delicadeza empujan a Felicia, la madre de Peppino, quien, aturdida, exige saber qué está pasando: inician una búsqueda minuciosa, llevándose cinco bolsas de material, especialmente libros. Algunos consideran extremadamente peligroso el libro de Erich Fromm Anatomía de la destructividad humana, otros se apoderan de Estado y revolución, de Lenin y de otro libro que circuló casi en secreto, En caso de golpe, publicado por Savelli, donde se encuentran minuciosamente explicadas e ilustradas todas las técnicas de defensa y ataque, incluida la preparación de un cóctel Molotov. Se realizaron registros en las casas de seis compañeros, con el exiguo botín de un cuchillo de cocina, incautado a Vito y, en casa de Giampiero, del número de Panorama, en los quioscos de esa semana, con la estrella de las Brigadas Rojas en la portada. También se llevó a cabo un registro en la casa de la tía de Peppino, donde dormía y donde encontró a un auxiliar recién contratado, un tal Carmelo Canale, posteriormente acusado de concurso en asociación mafiosa y absuelto, que prestaba servicio en el cuartel de Partinico, quien hurgando en un cajón encuentra una carta que da a la investigación un giro diferente y, en algunos aspectos, complementario al de la pista en el atentado: el suicidio.
Los agotadores interrogatorios comienzan en el cuartel de Cinisi. Giovanni Impastato está bajo presión durante unas seis horas: quieren saber si había conflictos entre nosotros, a quién frecuentaba Peppino y, sobre todo, quieren una explicación sobre unas fotos de la calle Fani, tomadas por él en un reciente viaje a Roma y encontradas durante la búsqueda: hallazgos que autorizan a los investigadores a plantear hipótesis sobre fantásticas connivencias con el secuestro de Moro. Hay algunos roces con el mayor de los Carabineros de Palermo, Subranni, que está obsesionado con la idea de encontrar una buena célula terrorista en Sicilia, en una tierra donde el terrorismo político nunca arraigó, porque el tráfico de armas y el control del territorio están estrictamente bajo la protección de la mafia. El capitán Emanuele Basile, de la compañía de Monreale, también parece tener poca fe en la hipótesis del ataque, ya que sólo entra de pasada en la investigación y es asesinado por la mafia unos años más tarde.
Cuartel de Cinisi:
– Lo Duca, Vito, por favor siéntese. ¿Cómo se llama?
Vito parece aturdido: – ¿Por qué, no lo sabe?
– No se haga el gracioso y responda a las preguntas. ¿Cuál es su nombre?
– Joder, recién me llamó Lo Duca, Vito y ahora me pregunta mi nombre. ¡Cosa de locos!
Vito no es un hombre de gran cultura, es albañil. Conoció a Peppino unos años antes, cuando éste se interesó por los problemas de los trabajadores de la construcción y quedó fascinado por sus ideas. Desde entonces ha sido su sombra, su compañero más constante. Cree en la fuerza de la revolución y en la lucha armada como su momento de desarrollo: no es de los que piensan que ha llegado el momento de disparar, pero cree que también debemos prepararnos para esa eventualidad. Las acciones de las Brigadas Rojas lo han dejado, nos han dejado perplejos, molestos, debido a nuestra creencia de que la revolución es una lucha de masas y no un gesto extemporáneo y poco realista de alguna vanguardia. Vito habla de la víspera, cuando lo siguió durante un tiempo el auto de un hombre que era un conocido frecuentador de la casa de Gaetano Badalamenti, habla de los registros infructuosos llevados a cabo durante toda la noche y reitera su creencia de que Peppino fue asesinado por los mafiosos de Cinisi. Parece que la policía está especialmente enfadada con él, que quieren acusarlo de ser el socio que colaboró con Peppino en la preparación del ataque.
– ¿Qué hacía ese cuchillo en tu casa?
Él los mira, estupefacto:
– ¿Y qué puede hacer un cuchillo de cocina en una cocina?
– Está bien, puede irse. Bartolo Andrea, toma asiento.
Andrea comienza inmediatamente:
– Lo están haciendo todo mal. No entiendo por qué se desquitan con nosotros y no van a interrogar a los mafiosos y a registrar sus casas. Ahí es donde deben buscar.
Teniente Subranni:
– ¿Los mafiosos? ¿Y qué tienen que ver los mafiosos con esto?
– Tienen que ver, tienen algo que ver, ellos fueron los que mataron a Peppino.
- ¿Quiénes son?
– Gaetano Badalamenti y su pandilla.
Interviene el mariscal Travali:
– ¿Cómo se atreve a acusar a un ciudadano honesto? ¿Y con qué pruebas?
- ¿Honesto? ¡Mariscal! Ustedes tienen que buscar las pruebas.
– Benedetto Cavata. ¿Eres el director de la radio?
– Sí, pero si lo sabe, ¿por qué me lo pregunta?
– Responda a mis preguntas: ¿conocía esta carta?
Le pone la carta de Peppino delante de las narices. Benedetto sólo tiene tiempo de leer unas líneas.
– ¿Sabía que Impastato estaba pensando en suicidarse?
– Pero ¿qué dice? Ellos lo mataron.
Travali y Subranni se miran con aire de complicidad:
– Parece que se han puesto de acuerdo.
– La Fata, Giampiero. ¿Por qué Impastato ocupó la radio hace dos meses?
– En protesta contra quienes habían organizado la manifestación por el tema nuclear.
- ¿Por qué? ¿Él no estaba de acuerdo?
– Estaba de acuerdo, pero no quería que en ese momento se desperdiciaran demasiadas fuerzas y se le quitara energía a la radio.
– ¿Quiénes son los "personalistas"?
– Los que dicen "lo personal es político".
- ¿Y eso qué quiere decir?
– Que es una persona y, como tal, hace política.
No entiende que se está burlando de él.
El proceso continúa con Fanny, Giosuè, Pino, Giovanni R., Faro D. Las mismas preguntas, el mismo intento de extraer una respuesta de la que deducir cierta simpatía por el terrorismo, el mismo principio obsesivo de querer comprender la dinámica de las relaciones de nuestro grupo y encontrar cualquier desacuerdo. Faro aclara el misterio de los cables eléctricos con la punta pelada que sobresalían del auto y que son del mismo tipo que la madeja encontrada en la radio: trabaja en el SIP y había utilizado un trozo del cable telefónico suministrado para conectar las bocinas utilizadas para los actos y para conectar con el amplificador y este con la batería del coche de Peppino. El juez de instrucción Domenico Signorino dirige las investigaciones. [3]
Paso por casa de Peppino: hay gente que entra y que sale, algunas mujeres de la edad de Felicia se arremolinan a su alrededor, el último resto de los dolientes romanos y ella está allí, al fondo de la habitación, cerca de la cama, sentada e inmóvil, casi petrificada en su dolor, casi ausente. Me acerco a ella, la abrazo, y ella rompe a llorar:
– Ya no podrás venir a buscarlo aquí. Peppino se fue.
Y yo:
– Son alimañas. Pero no se saldrán con la suya.
Ella me mira y se asusta, pero con voz perentoria me susurra:
– No hagas ninguna estupidez, Salvo. No los conoces. Esas son bestias.
Posteriormente nos encontramos en la sede del PCI en Cinisi. En las paredes hay algunos carteles antiguos, uno de Berlinguer y otro con el símbolo del partido. Estamos casi todos allí, los dos Fanny, Vito, Giovanni R., Benedetto, Giampiero, Piero, Faro Sip, Faro Svetonio, Pino M., Pino Sciupone, Guido, Paolo A, Paolo C., Giacomino, Agostino y yo. También están los del PCI, Giuseppe Fanti, Masino, Vincenzo P., Pippo P., Franco y Romano M. Muchos de ellos fueron objeto de la despiadada sátira de Peppino, después de que el PCI entrara en el consejo municipal de Cinisi; muchos trabajaron con Peppino, repartieron folletos con él y participaron en las actividades del club “Música y Cultura”. La tristeza nos presiona implacablemente. Tengo la tarea de escribir el texto de un volante: lo intento, sin mi habilidad habitual de saber hacerlo: sufro demasiado. Al final leo:
"El camarada Giuseppe Impastato fue asesinado por la mafia de Cinisi porque denunció sus negocios turbios y sus connivencias con el mundo político local. Pedimos a todos los hombres honestos de Sicilia que se movilicen y exijan justicia por este infame crimen. Pedimos a la policía que investigue a Gaetano Badalamenti y su banda. Todos tenemos el compromiso moral de reaccionar ante la violencia que domina en este asqueroso país".
Me detengo, contengo las lágrimas, sigo leyendo: "donde no se puede hablar sin miedo a ser asesinado".
No podemos resistir la emoción. De repente llega alguien con un maletín, intercambia unas palabras con Pippo P., el secretario, y nos dice:
– Camaradas, si pueden esperarnos afuera, tenemos que hablar unos minutos entre nosotros.
Salimos, esperamos afuera como media hora, escuchamos gritos provenientes del interior, luego se abre la puerta y sale Franco M., con un trozo de papel en la mano:
– Camaradas, hemos acordado escribir, como sección del PCI, este comunicado:
"En relación con la muerte del joven Giuseppe Impastato, exponente de la lista Democracia Proletaria, el PCI expresa sus condolencias por esta tragedia que ha sacudido a todo el país. La historia aún presenta partes oscuras e inquietantes, que requieren investigaciones rigurosas y cuidadosas, sin dejar de lado ninguna pista, a partir de los episodios de intimidación ocurridos anteriormente contra el joven desaparecido. Ninguna hipótesis puede ser excluida, ninguna teoría puede ser descartada por los investigadores hasta el momento".
Empiezo a gritar:
– Déjame entender, cuando hablas del joven Giuseppe Impastato ¿te refieres a Peppino?
Grito más fuerte:
– ¿Pepino ya no es un compañero? ¿Se ha convertido en "el joven"?
Giovanni R. me sigue:
– Déjame entender, ¿qué significa "no se puede excluir ninguna hipótesis"? ¿Quizás la mafia no tuvo nada que ver y fue un atentado?
Vito cierra la discusión:
– Váyanse a la mierda, váyanse todos a la mierda. Malditos compañeros. Cobardes, bufones.
Nos vamos muy enojados.
Decido ir a la radio. Todo queda en el aire, tras la búsqueda realizada por la mañana. Allí está Guido, sentado en el viejo sillón en el que se recostaba Peppino.
– ¿Qué carajo hacen acá?
– Contesto llamadas telefónicas. Llegaron muchísimas.