En el 2019, después de decenas de películas y documentales sobre la banda del “Uno Blanco” impregnados de superficialidad, sensacionalismo y narrativas hagiográficas, un grupo de jóvenes del Liceo Laura Bassi de Bolonia, con la ayuda del profesor Roberto Guglielmi y el director Enza Negroni, presenta el docu-film "Uno Blanco. Apuntando al Estado", que contiene una impactante novedad: ¡examina los hechos!

Los jóvenes no tienen prejuicios y reflexionan libremente sobre 82 delitos cometidos entre 1987 y 1994, 22 muertos y cientos de heridos. Según el relato oficial, habrían sido obra de una empresa criminal de tipo familiar, a saber, los tres hermanos Savi, de los cuales dos eran policías y uno camionero, con otros tres policías que habrían hecho algún aporte ocasional. Los chicos del Laura Bassi descubren, sin embargo, que los relatos de los Savi, a los fiscales, en los que se basan las verdades oficiales, están llenos de mentiras, dudas y olvidos. Y, sobre todo, descubren una estereofonía preocupante en las historias falsas de Fabio y Roberto Savi, sintomática de acuerdos previos a la detención (no se dicen las mismas mentiras si no se está de acuerdo de antemano).

Los jóvenes también dan una explicación a una narrativa claramente artificial, con una canción suya que habla de "Razón de Estado", "Tratativa", "Consorcio Subversión" y "Falange Armada".

Una lección para magistrados, abogados, periodistas, historiadores, documentalistas, intrigantes y charlatanes de tiempo libre.

Lección inútil.

Hace unos días se emitió en un canal de una red privada un documental en dos episodios sobre la banda del “Uno Blanco”. Como si nada hubiera pasado, se vuelve a plantear la tesis de la empresa criminal de tipo familiar.

Los hechos se enumeran mecánicamente junto con el sombrío olor a sangre en el que están dramáticamente empapados, pero nunca hay ninguna pregunta. Un solo ejemplo. Un periodista se encuentra hablando del homicidio de Zecchi (6 de octubre de 1990), pero se olvida de mencionar que en ese caso los investigadores tienen en su poder el ADN del asesino y no corresponde ni al de Fabio, ni al de Roberto Savi, quienes, según se dijo, eran los únicos responsables del crimen. Y también se olvida de mencionar que, poco antes, los mismos dos bandidos habían llevado a cabo otro robo, del que Fabio y Roberto prácticamente no saben nada.

En una ocasión, casi involuntariamente, surgen las discrepancias entre la historia y la realidad. Massimiliano Mirri, hijo de Graziano, gerente de una gasolinera en Cesena que fue asesinado el 19 de junio de 1991, exclama furioso que la historia de Fabio Savi es falsa; explica que no es cierto que su madre estuviera sentada en un banco con su padre en el momento de la masacre. Parecería un error reciente, pero ¿cómo se explica que Roberto Savi también cometa el mismo error cuando habla de una mujer cercana al empleado de la gasolinera asesinado?

Los hermanos Savi mintieron estereofónicamente sobre todos (repetimos: sobre todos) los episodios sangrientos de la primera fase (banda de la Coop 1987-1989) y de la segunda fase (período abiertamente terrorista 1990 - 29 de agosto de 1991) del Uno blanco. El tema no parece interesar a los autores.

El documental incluso omite mencionar que Roberto y Fabio Savi, en junio de 1995, cambiaron de versión y explicaron que, en un principio, habrían prestado sus armas a ladrones profesionales que venían de afuera (este es el período de los asaltos a los camiones porta valores de COOP), luego a una agencia de detectives que realizó robos simulados (es el período de delitos abiertamente terroristas). Al mismo tiempo, el tercer hermano, Alberto, recita a sus compañeros de celda los nombres de miembros de la Camorra, gánsteres, mafiosos, arregladores y agentes secretos, refiriéndose a circunstancias que se han encontrado exactamente. Agrega que su tarea habría sido lograr la absolución de los imputados de otros juicios y, de hecho, el cambio en las trayectorias declarativas se produce luego de la última absolución.

Quizás valga la pena prestar un poco de atención. La nueva versión explicaría las infinitas discordancias entre los relatos de los Savi y el desarrollo real de los hechos. Resolvería el absurdo de una banda que, en los mismos días, asalta a los empleados de cabinas de peajes desarmados que huyen a la primera dificultad (solo hay un ostentoso cuchillo en el lado ofendido) y, contemporáneamente, ataca camiones porta valores defendidos por guardias super armados. Finalmente, daría respuesta a la total indiferencia por el botín en los crímenes de la fase abiertamente terrorista.

Los tres hermanos, con estas nuevas declaraciones, no pretenden suavizar su trato sancionador; confirman, de hecho, su responsabilidad directa en los 3 asesinatos cometidos en la tercera fase del Uno Blanco (el de los robos bancarios del 21 de noviembre de 1991 al 21 de octubre de 1994); además, alquilar armas para cometer un asesinato no es menos grave que cometerlo personalmente. Son simplemente mensajes enviados al exterior que dejaron escapar verdades modestas y parciales amenazando a sus amos con abrir la bolsa. Por otro lado, el asesinato de 3 hermanos en diferentes cárceles, a raíz de tantos otros episodios similares que han marcado la historia italiana, hubiera sido excesivo para pasar desapercibido, ¡incluso en nuestro país!

¿Cómo es posible que 27 años después de los hechos se sigan ignorando todas las críticas de la reconstrucción hecha por el aparato oficial?

Sin embargo, el momento en el que el documental alcanza picos surrealistas es cuando, con tonos hagiográficos, narra la forma en que se identifica a Fabio Savi y, a partir de ahí, a toda la pandilla. Veamos los hechos.

Los protagonistas son dos policías de la Comisaría de Rimini, el inspector Luciano Baglioni y el asistente Pietro Costanza, de cuya honestidad y abnegación nadie duda, así como el documental nunca debió haber dudado de semejante honestidad y abnegación por parte de cientos de policías. y carabineros de la propia Rimini, de Forlì y de Bolonia que, en esos años, dedicaron su vida a las investigaciones.

En ese momento, los hermanos Savi, y esta vez no hay duda de que ellos también fueron los autores materiales de los crímenes, robaron las instituciones de crédito al irrumpir en ellas en el momento de la apertura. En la mañana del 3 de noviembre de 1994, Baglioni y Costanza se estacionaron frente a un banco cerca de Rimini con la esperanza de interceptar a los bandidos.

Un Fiat Tipo blanco con una matrícula ilegible pasa por el banco al menos dos veces, disminuyendo la velocidad de manera sospechosa y llamativa. Ninguno de los Savi era dueño de ese auto, ni habían robado nunca un Fiat Tipo, pero los dos policías sospechan mucho de las ralentizaciones y deciden seguirlo. En ese punto, el automóvil se aleja hacia el interior de Rimini.

Desafortunadamente (o afortunadamente) pierden el control visual del coche antes de llegar a Torriana. El auto se desvanece en el aire, pero da la casualidad de que, en la Plaza de la Libertad, hay un Fiat Tipo blanco. Baglioni y Costanza no vieron a nadie salir del auto, pero notaron a un hombre subiendo las escaleras del número 29.

Nunca se supo quién era el desconocido que subía las escaleras; en cuanto al Fiat Tipo visto en la Plaza de la Libertad, pertenecía a un habitante de ese edificio que, probablemente, estaba terminando de desayunar a esa hora. Sin embargo, la suerte ayuda a Baglioni y Costanza porque, para no despertar sospechas, no verifican el número de matrícula, sino a los habitantes del edificio.

Que el lector intente ahora imaginar quién más vivía en ese edificio. Solo él: Fabio Savi.

La foto de uno de sus documentos de identidad (una tarjeta de pescador) se asemeja al sujeto retratado por la cámara de un banco asaltado el 21 de noviembre de 1991. Es una imagen que se destaca en todas las oficinas del Arma de Carabineros y de la Policía, y el parecido no se les escapa a Baglioni y Costanza.

Esta es la historia de cómo se identifica a Fabio Savi.

La Corte d'Assise de Rimini habla de una "concomitancia de circunstancias completamente fortuitas y ciertamente irrepetibles". El fiscal de ese juicio habla de circunstancias incluso asombrosas y agrega que hubiera sido mucho más fácil simular una fuente confidencial.

En realidad, la alternativa real a la hipótesis absurda de la concatenación de circunstancias asombrosas no es un chivatazo indecible, sino la naturaleza tentadora de los repetidos pasajes bajo la mirada de los dos policías de un auto similar al visto en la Plaza de la Libertad 29, Torriana.

Y si, como todo sugiere, es una operación tentadora, es necesario comprender sus presupuestos y su significado, porque son cosas que no pertenecen a la vida cotidiana del mundo criminal.

En octubre de 1994 y, más precisamente, en los últimos días de ese mes, en Rimini, se disolvió el grupo que investigaba los crímenes del Uno Blanco y la vigilancia de Baglioni y Costanza parecería ser una de las primeras (¿la primera?) realizado sin la colaboración de compañeros de otras fuerzas.

Además, en aquellos días, el último robo de la banda, ocurrido a las 8.00 horas del 21 de octubre de 1994, puso al Fiscal de Bolonia tras la pista del autor del robo del coche utilizado para el atraco. A las 11.30 de ese mismo día, de hecho, en las oficinas de la Brigada Móvil de Bolonia, se escuchó a un testigo que contó cómo habían llegado los ladrones a bordo de un Mercedes GT FO, con un "7" entre los números de placa. Era un trabajo largo, que inevitablemente llevaría a Fabio Savi, dueño de un Mercedes GT FO 710783.

La tentación que llevó a los dos bravos policías a la casa de Fabio Savi es el golpe final que pone el turbo a una extraordinaria operación de desvío investigativo; elimina el descubrimiento de los bandidos del trabajo de investigación coordinado por una oficina judicial; evita el molesto prurito que emana de la naturaleza turbia de los lazos confidenciales; entrega al imaginario colectivo la figura de dos servidores del orden arrojados solos a la calle, muy lejos de otros policías y carabineros que se sientan inútilmente detrás de sus escritorios.

Los hechos desaparecen y solo queda esa imagen para embellecer el sensacionalismo arrollador de una historia sin espacio ni tiempo, vestida con los uniformes de los policías asesinos, con algunas rubias vaporosas y con las fantasiosas bravuconadas de Fabio Savi.

Así sucede que la empresa criminal de tipo familiar rompe la continuidad del hilo de la expansión terrorista de una historia que ha cambiado el destino de nuestro país. Una historia que tiene nombre y apellido: Falange Armada, exactamente como cantan los alumnos de las escuelas Laura Bassi de Bolonia.

-------------------

*Foto de portada: www.antimafiaduemila.com / Masacre del Pilastro

*Foto 2: © Emanuele Di Stefano / Juez Giovanni Spinosa