“No es la historia, es una historia”Finalmente, tras varias semanas de acumular críticas, la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) presentó oficialmente en sociedad el libro “La verdad los hará libres: la Iglesia Católica en la espiral de violencia en la Argentina. 1966-1983” **, el primero de los tres tomos que componen la trilogía escrita a partir de los archivos recientemente desclasificados por la institución vaticana, sobre documentación interna creada y recopilada durante los años de máxima violencia política en el país. Período que engloba el llamado Proceso de Reorganización Nacional, o coloquialmente hablando la dictadura cívica, empresarial y eclesiástica. Como hemos informado en artículos anteriores*, el documento recibió amplias críticas desde distintos sectores defensores de los derechos humanos. Y es que esta “revelación” del Vaticano, escrita a través de la Universidad Católica Argentina, hasta el momento no ha aportado información significativa que contribuya a los procesos de Memoria, Verdad y Justicia. Por el contrario, solo ha confirmado lo que desde años se sabe, y es que la Iglesia Católica, desde sus jerarquías, fue cómplice del terrorismo de Estado. Esta es una verdad que no figura en las páginas escritas por Carlos Galli, Luis Liberti, Juan Durán y Federico Tavelli. “Esta no es la historia, es una historia”, dijo durante la presentación el sacerdote Durán. Una afirmación que más allá de buscar abrir la cancha, como quien dice, para sumar voluntades, viene a bajarle un poco las pretensiones que se desprenden de un título que viene a intentar bajar una verdad. Una verdad tantas veces negada por la propia institución, que esperó a que la impunidad biológica se impusiera sobre la historia para comenzar a aceptar su parte “frente a tamaño error”, como definió recientemente, los crimines de lesa humanidad el presidente de la CEA, Oscar Ojea, según publicaciones de Página/12. A este punto es importante tener en consideración dos situaciones. La primera es que la Iglesia Católica es una institución altamente jerarquizada –el Papa es literalmente un monarca-, donde el acopio de información es abismal, y contra todo secreto confesional, todo se reporta, se escribe y se archiva. Ejemplo de esto son las investigaciones que realizó en su momento el periódico The Boston Globe, a través de su equipo de investigación, conocido como Spotlight, sobre los abusos sexuales dentro de la iglesia. La segunda consideración, es que, en Argentina, el culto católico es la religión oficial del país, y la institución ocupa un lugar destacado dentro del Estado. No solo en lo que respecta a las capellanías militares, sino también en los centros de formación, en los sistemas sanitarios, que pese a ser “privados” tienen un muy importante financiamiento estatal. Muchos curas susurran deseos en los oídos de altos funcionarios de gobierno. “La mística transmitida a los capellanes –los curas que cumplen funciones dentro del ámbito castrense-, es que los soldados son instrumentos de Dios para la salvación de su pueblo y los sacerdotes deben hacerlos conscientes de eso, ofreciendo criterios sobrenaturales para el accionar militar”. Esta triste máxima figura es uno de los capítulos del primer tomo. Una lectura que debe hacerse siempre contemplando al árbol sin olvidar el bosque –parafraseando al director de esta revista-. Los capellanes ofrecían la comunión crística no en campos de batalla (lo cual siempre es un horror), sino en Centros Clandestino de Detención, donde de forma ilegal y completamente contranatura, una generación completa buscaba no solo ser exterminada, sino desaparecida de la historia. “De una parte está la sociedad católica argentina con su avanzada militar que es también hondamente católica; del otro lado están los hijos de los laicistas devenidos marxistas, acompañados por los cristianos progresistas, que avanzan sobre el orden católico de la patria”. Esta cita, que pertenece al Vicario Castrense, ya fallecido –y que, por sus creencias, sin lugar a dudas estará en el infierno-, es una de los tantos conceptos que los autores del informe del Episcopado recogen para intentar expresar la marcada tendencia ideológica que acompañaba a los miembros de la jerarquía eclesiástica de aquellos días. Una ideología, que, enmarcada en los hechos violentos, segregacionistas, homófobos, xenófobos y racistas de aquellos días, no puede considerarse de otra forma que no sea fascismo puro. En estas páginas en reiteradas ocasiones hemos depositado esperanzas en algunos miembros de la Iglesia –como los curas tercermundistas como Paco Olveira, argentino o Don Ciotti, italiano, pero no solo-, quienes pueden servir como faros para corregir desde dentro un espacio que debería servir enfáticamente a la verdad, no solo teosófica, sino también social y política. Son estos hombres, y también mujeres, a quienes desde este humilde espacio les brindamos nuestro apoyo. Foto: Aciprensa . Artículos relacionados |