Cuántas veces hemos escuchado la empalagosa historia de que cuando un magistrado se equivoca, debe pagar.

Que los errores de un juez, en la sentencia, deben ser monetizados, y debe rendir cuentas hasta con su salario.

Incluso se han celebrado referendos sobre esta tesis ridícula; que luego los italianos, al no ir a votar, hayan enviado al carajo a los promotores de este tipo de encuestas, es prueba tanto de su sabiduría como de la vulgaridad conceptual de quien pretendía interpelarlos.

Se preguntarán: ¿por qué esta aparente perorata fuera de tema, en un momento en que los grillos parlantes de la responsabilidad civil y penal de los magistrados invierten su habitual dosis de demagogia en temas muy distintos?

Porque si fuéramos proclives -y no lo somos- a hacer discursos de mesa de bar -hoy deberíamos preguntarnos: ¿la exministra Cartabia debería responder, con su sueldo, por los daños incalculables que está causando su reforma? ¿Ella no paga impuestos? Gubernamentalmente hablando ¿está por encima del bien y del mal? Si ya no hay jueces honestos en Berlín, en verdad estamos muy mal.

¿Cómo se nos ocurrió semejante idea?

Es muy simple.

Hemos leído ayer, en La Stampa, la referencia a un artículo de Francesco Grignetti que dice así: "Ladrones que no pueden ser arrestados, aunque sean sorprendidas en el acto, porque el dueño no está en la ciudad y no puede firmar la denuncia. Violadores que podrían salirse con la suya por ser ilocalizables. Carteristas en serie que acabarán fuera de prisión ya que las víctimas son turistas extranjeros, que han regresado a casa después de las vacaciones".

Y luego: "Incluso los secuestradores no podrán ser juzgados, si falta la denuncia del secuestrado. Al décimo día de aplicación de la reforma Cartabia, desde los Palacios de Justicia llegan muchas quejas y protestas. Toda la maquinaria judicial cruje bajo el peso de la noticia. Incluso hay problemas con los sistemas informáticos".

Es suficiente.

La ministra Cartabia ha creado un quilombo.

Y la expresión no tiene por qué molestar a los expertos de los salones de té, que en los últimos dos años no se dieron cuenta de nada. Sin embargo, firmaron editoriales, hablaron en horario de máxima audiencia y recibieron el aplauso divertido de sus editores.

Ellos eran los que debatían sobre Europa, la justicia y Cartabia.

Los que se callaron la boca ante la irrupción de los magistrados antimafia, en servicio efectivo o jubilados, que intentaron advertir el error, reclamando en el desierto desinteresado de los medios, gritando hasta el escándalo. De Grasso a Caselli, de Gratteri a Di Matteo y a Scarpinato.

Los formadores de opinión, sean hombres o mujeres -porque la justicia no es una cuestión de género- sólo sabían hacer la venia a Mario Draghi en las ruedas de prensa.

El gran titiritero, que nunca dijo una palabra sobre la reforma judicial de su ministra favorita, cuando aún se podía correr para ponerse a cubierto.

Pero, ¿de qué sirve enfurecerse y recriminarse hoy? Es bien sabido que a menudo el tiempo es un caballero o una dama.

Ahora los grandes titiriteros y los pequeños títeres han desaparecido, casi por arte de magia, detrás del escenario dominado por la gran prensa y la gran televisión.

Sin embargo, el artículo de La Stampa, del que ya hemos informado extensamente antes, deja claro que el glaciar de la indiferencia está empezando a crujir.

Leamos de nuevo a Francesco Grignetti: "Se temen reacciones porque la reforma ha desplazado algunos delitos de la persecución de oficio a la persecución de querella. Y no es una novedad indolora".

He aquí un ejemplo, entre muchos: "Si un mafioso amenaza a un ciudadano, o la víctima firma la denuncia, o ni siquiera se instruye la causa. El Estado lo deja solo con su conciencia".

Y ante este mecanismo perverso, las togas están en pie de guerra.

Según Giuseppe Santalucia, presidente de la ANM (Asociación Nacional de Magistrados): "Hay que prever una excepción para la agravante mafiosa".

Pero lo más importante, no es tanto que las togas estén alborotadas. E incluso los abogados, en las últimas horas. Lo que cuenta son los fuertes dolores de estómago del gobierno.

Concluimos con La Stampa: "Ahora el nuevo gobierno quiere tirar todo abajo. 'Considerando que Fratelli d'Italia no votó a favor y criticó duramente la reforma en el parlamento -dice el subsecretario de justicia, Andrea Delmastro- hoy descubrimos que los secuestradores ni siquiera serán investigados si falta la denuncia de la víctima, y es un escándalo, pero mañana descubriremos que la apelación desencadenará el impedimento, es decir, terminarán en la trituradora, en una masa de juicios. No inmediatamente, sino durante la legislatura, vamos a reescribir esta reforma desde cero".

Bien dicho. Si fuera cierto. Y ya sería un buen resultado que los otros partidos hicieran algún movimiento. El 5 Estrellas de Giuseppe Conte no oculta que considera indigesta, también por su parte, esta reforma.

¿Y el Partido Democrático?

Enrico Letta, Stefano Bonaccini y Elly Schlein, Paola De Michelis y Gianni Cuperlo ¿acaso cuentan con prepararse para las primarias del PD? "Adelante Pedro, con juicio", como dijo Manzoni ¿sin pronunciar una palabra sobre el tema?

Hay más: se rumorea que el PD se prepara a dar batalla para que Cartabia se convierta en vicepresidenta del nuevo CSM (Consejo Superior de la Magistratura) que pronto deberá asumir. ¿Significaría que Cartabia se está inclinando hacia la izquierda?

¿Qué se puede decir del PD?

Que perseverar sería diabólico.

Y en ese caso, veríamos primarias solitarias y finales...

Ellos también tendrán que hablar de mafia. Y de antimafia. Y de la mafia y el Estado. Y de la tratativa entre el Estado y la mafia.

De lo contrario, para seguir perdiendo votos, el viejo PD andaba muy bien.

Hemos llegado a la conclusión.

Nuestros pensamientos van al jefe de Estado, Sergio Mattarella, quien una vez más deberá correr para cubrirse.

La reforma Cartabia -como ya hemos dicho- ha creado un quilombo.

A nuestro jefe de Estado no le faltará capacidad para hacer una gran operación de limpieza y transparencia en un tema tan delicado como sensible. Incluso en Europa, de hecho, esta reforma nuestra empieza a resultar muy indigesta.

Y eso es el colmo.

Foto: Paolo Bassani

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