La verdad va saliendo a la luz pública, estrepitosamente. Y la verdad a la que me refiero, en esta oportunidad, se relaciona con lo que viene aconteciendo ahora mismo en Rosario, que es en una de las tres ciudades más importantes de la Argentina. La verdad es que allá, el poder criminal, de la mano del poder estatal provincial corrompido -por cierto hay excepciones- , fuerzas de seguridad incluidas, han dado forma con los años, a un descomunal desmadre de violencia, que hoy tiene aterrorizada a la población de ese punto del país. Una violencia, que a ojos vista, podría ser neutralizada, únicamente (según la óptica gubernamental) saturándose la ciudad -particularmente todos los barrios considerados zona roja- de fuerzas policiales (de diferentes reparticiones) y de militares, fuertemente armados. Es decir, llevando a cabo un exhibicionismo puramente represivo, que a priori daría vuelta la situación. Al menos así se supone que debería ocurrir, para ciertas mentalidades. Pero no es así, y aún más, no debería ser así, bajo ninguna manera, porque más tarde o mas temprano, nos daríamos cuenta que la demasiada represión del narcotráfico, corre riesgo de mutar y de transformarse en un aparato represor de las luchas sociales. Y esto es algo que debemos considerar.
Los eslogans gubernamentales (el más destacado “Guerra sin cuartel al narcotráfico”) acompañados de una muy aparatosa y publicitada demostración de fuerza, hacen que desde filas ciudadanas se las vea como la materialización de una varita mágica, que en segundos, apartará de sus ojos esa violencia imperante en esa hermosa ciudad que es Rosario.
Algunos sectores sociales, de algunos barrios, por cierto que lo entenderán dentro de esos parámetros: “Llegó a Rosario la caballería para ponernos a salvo a todos”, serán los dichos predominantes.
Pero otros sectores sociales, embanderados con la idea muy pragmática de que son múltiples los problemas sociales instalados desde hace años en la ciudad, desatendidos por completo, y que es legítimo y nada desacertado criticar (denunciar) al Estado provincial, por su descarada ausencia en los barrios donde el narco ha estado y está presente, entenderán lo contrario, y redoblarán esa postura, advirtiendo hoy por hoy, a la opinión pública, que la presencia policial y militar en demasía, más bien podría ser una forma de abrir las puertas a una suerte de militarización, dentro de un estado policíaco, donde la línea que divide la legalidad de la arbitrariedad, sería peligrosamente muy débil. Y eso significaría, que se estaría, irremediablemente, a las puertas mismas de un nuevo problema.
Un problema llamado desorden. Porque el hecho de no mirar este asunto objetivamente, nos pone en riesgo, de que los gobernantes de la Casa Rosada y del Estado provincial, se crean dueños de la verdad aquella, de que poner orden a puro uniforme es la mejor opción.
Las aguas en Rosario están muy , pero muy revueltas. Expresamente, están llegando a un nivel de tempestad tal, que no sería nada errado imaginar que los efectos podrían ser nefastos, para esa ciudad, y que el costo social, del desmadre criminal en curso, que contó siempre con la complicidad institucional, política y policial, sera de una magnitud tal, que delinear soluciones a corto plazo, será literalmente una odisea, o algo casi impensable.
Al narco terrorismo se sumará la mayor de las desesperanzas a la que puede estar sometida una ciudad: el letargo social, quizás el abuso policial -algo que ya es frecuente, desafortunadamente-, y especialmente la incertidumbre, para la convivencia diaria. ¿ Por qué? Porque ocurre algo que siempre ha ocurrido: no se va al fondo del problema. Se pretende, desde filas del poder, tapar el sol con el dedo. Y por si fuera poco, no es para nada descartable, que con el pretexto del narcotráfico , todas las fuerzas represivas allí apostadas, sumen a su labor, la represión de la lucha social.
Los rosarinos optaron ellos mismos por aplicarse un Estado de sitio, porque viven con miedo. Ya no quieren circular ni en sus motos ni en sus bicis, ni en sus autos. Ya no quieren dejar sus comercios abiertos cuando cae el sol. Prefieren encerrarse en sus viviendas a la hora de la nocturnidad. Prefieren no mandar a sus hijos a las escuelas, a los liceos. Tienen miedo, mucho miedo, de que los tiroteos diarios entre grupos criminales por conflictos de territorialidad, con el saldo cotidiano de muerte y dolor, se desplacen a las zonas céntricas.
Los rosarinos viven la esquizofrenia de confiar en la policía, y al mismo tiempo, de desconfiar de ella, porque saben, desde hace mucho, que los uniformados no están del todo abrazados a la legalidad, y a la honestidad, porque no pocos -y de rangos altos también- están vinculados al aparato narco, al aparato de la corrupción. Los rosarinos también temen a la presencia militar, los recuerdos de la dictadura no están ausentes.
Los rosarinos de los barrios pobres, de los barrios de trabajadores, saben que están expuestos a la presión de los narcos, y que estos utilizan a sus jóvenes, y a sus adolescentes, para sus actividades por un puñado de plata, porque las necesidades económicas (y ahora mucho más) aprietan el estómago. Hay hambre, hay desesperación por sobrevivir.Saben que son rehenes de ellos, solo por el hecho de vivir en barrios dominados por la narco actividad, y bajo riesgo de violencias de todo tipo. Bajo riesgo de ser muertos por una bala perdida, como ya ha ocurrido. Bajo riesgo de ver a sus hijos crecer alejándose de los valores de vida, y en muchos casos de sucumbir -por necesidades de la vida- en las redes del crimen, por necesidad, en la mayoría de las veces, no por convicción.
El crimen organizado en Rosario, como en cualquier territorio de América Latina devora esperanzas, corroe vidas. Solapadamente destruye a la sociedad y a la democracia, cuando se trata de crimen instalado en filas del poder político, estatal o policial. Y descaradamente, cuando opera en las calles, a punta de pistolas empuñadas por sicarios, violencias callejeras, amenazas, prepotencias, e intimidaciones.
Ser narco, trabajar para los narcos, encubrir a los narcos, es hacer parte de una negocio, muy lucrativo, pero al mismo tiempo sangriento. Con olor a sangre y plomo. Con olor a campo santo.
Y Rosario, mejor dicho el estado provincial de Santa Fé, está en guerra con los narcos. Pero no es un asunto que haya salido a la luz, ahora. Es un tema de vínculos. Es un tema de territorios. Es un tema de jurisdicciones. Esos vínculos contaminados -entre elementos del Estado provincial y el narcotráfico- desde hace ya algunos años.
Esos vínculos que ahora se han visto sacudidos, porque una de las partes hizo una provocación explícita, a instancias de la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich. ¿Qué se hizo? Se difundió desde el gobierno provincial una foto en la que se ve a presos de una cárcel de Rosario, alineados en el piso al estilo de una de las prisiones de El Salvador (con el sello Bukele) todos esposados a la espalda, en ropa interior y con el torso desnudo, pero no tenían las cabezas rapadas.Esta imagen, con la cual se pavoneo el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro (es ya un secreto a voces en Rosario y fuera de allí) no solo enfureció al crimen organizado, sino que además lo dejó muy claro en el mensaje escrito que se encontró en uno de los lugares donde se dio muerte al azar a uno de los cuatro ciudadanos, días atrás. El propio MInistro de Seguridad de El Salvador, Gustavo Villatoro, llamó a su par Patricia Burllich de Argentina, indicándole que difundir esa foto había sido un grave error.
Un error que explícitamente visibiliza el grado de insensatez al que ha llegado la ideología represiva del gobierno argentino, de no medir efectos, precisamente, dentro de una ciudad que ya por sí misma, por el entramado existente entre Estado y criminalidad, es un caldero en llamas, al que solo faltaba este leño para que se desatara una virulenta violencia mafiosa, sobre inocentes.
Si algunos integrantes del Estado provincial y de la Policía son de ché y tú con los elementos más referentes del crimen organizado, más tarde o más temprano, el crimen organizado se tomará libertades para venganzas y mensajes de plomo y sangre dirigidos a quienes son hostiles con quienes se manejan al margen de la Ley. Y después, no habrán ni reclamos ni pataletas.
Desde las filas estatales se anuciaron con bombos y platillos presencia policial y militar masiva en las calles de Rosario, y desde filas criminales, las amenazas se redoblaron. El tire y el afloje, inevitable, dadas las circunstancias.
Todo esto significó, que con la foto de la prisión con los reclusos alineados al estilo Bukele, hubo desde una de las partes, una ruptura de acuerdos entre las bandas de delincuentes y los hombres vinculados a ellos desde sitiales del poder provincial. Esos acuerdos que existían bajo la mesa. Que todavía existen, quiero decir, porque hasta ahora no hay evidencias de que todos esos grandes nubarrones de vínculos tóxicos hayan desaparecido, o estén en ese rumbo.
Lo cierto es que por ahora los rosarinos viven bajo presión del terror narco, aún con la caballería que le fue enviada allí desde la capital. Todo sigue como si nada, porque el mal es endémico. ¿Será insalvable?
Se dan anuncios cada día, para hacer publicidad de que algo se esta haciendo. A los anuncios de Seguridad, por ejemplo sobrevinieron los anuncios judiciales: primero, que tres jóvenes demorados por el crimen del empleado de la gasolinera recuperaron la libertad porque no se poseían elementos para iniciarles proceso; y segundo, que el Ministro de Justicia de la Nación Mariano Cúneo Libarona hubo dispuesto que entre en vigencia el nuevo Código Procesal Penal Federal en todo el ámbito de la Cámara Penal Federal de Rosario. Esto quiere decir la consolidación de una sistema penal acusatorio, con mayor relevancia en la investigación penal de la fiscalía, diferente al actual, en el que el poder de investigación recae en los jueces de primera instancia y optativamente éstos pueden delegar las investigaciones a las fiscalías.
Entretanto, los cementerios de Rosario siguen de puertas abiertas ¿Habrán más balas destinadas a ser disparadas sobre inocentes? Es la interrogante que se hacen los rosarinos cada día.
Entretanto con o sin balas, la vida en Rosario sigue su curso. Los rosarios deben seguir con su rutina. Con miedos o sin miedos.
Seamos claros.
Rosario no se desmorona exclusivamente por las enormes tenazas de los narcos. Se desmorona porque todo lo hecho desde filas del Estado provincial -desde hace ya un muy buen tiempo- no ha sido ni lo más coherente, ni lo más sensato. Se ha administrado con los pies y no con la cabeza. Se ha gobernado encajonando las emociones, la sensibilidad y la humanidad, y sobre todo la transparencia y la honestidad.
Recientemente el diputado de la Provincia de Santa Fe, Carlos del Frade (del Frente Social y Popular) en su programa radial ha sido contundente: “Por eso más que nunca mafias o democracia, y en forma paralela y simultánea, cuidarnos de lo que viene porque tal vez la solución que hoy está requiriendo el pueblo rosarino, frente a lo cual nosotros vamos a estar en absoluta minoría y seguramente seremos despreciados, nosotros creemos que la supuesta solución de la undécima llegada de las fuerzas federales más la llegada de las fuerzas armadas va a ser una pésima solución que va a traer mas dolores, mas penas en la ciudad de Rosario y eso es lo que nos va a hacer absolutamente marginales”
El sentido, el significado de sus palabras, se orienta o apunta a advertirnos -y nosotros nos sumamos a esa advertencia- de que más tarde o más temprano esa presencia multiplural de fuerzas de seguridad, militares de por medio, podría mutar, y ser peligrosa para la democracia, que ya estas alturas esta debilitada y mal parada.
Del Frade, en otro tramo de su extensa intervención radial, puntualizó que las Fuerzas de Seguridad que van a estar ( que ya están) en Rosario, para reprimir el narcotráfico, van a terminar reprimiendo la protesta social.
Nada disparatado, por otra parte. Nosotros también lo pensamos.
Foto: captura de video