Lunes 29 Abril 2024

Muy densa y muy asesina es la atmósfera en la que se vive en la ciudad argentina de Rosario -en la provincia de Santa Fe- después de que en las últimas horas se asesinó a balazos a un pistero de una estación de servicio, dejando los sicarios un mensaje destinado a la sociedad rosarina, en el que advertían: "Esta guerra no es por territorio, es contra Pullaro y Cococcioni. Así como nosotros llegamos a 300 muertos estando unidos vamos a matar más inocentes por año". Anteriormente, dos taxistas fueron igualmente ajusticiados, y el conductor de un ómnibus de pasajeros también fue baleado, falleciendo lapso después, tras una agonía de tres días. Cuatro ciudadanos rosarinos muertos a balazos, en cuestión de pocos días, solo por ser ciudadanos honestos, trabajadores. La escalada de violencia -promovida y llevada a cabo por la narco criminalidad allí instalada- no resultó novedosa, sino más bien, se destacó e impactó por haber recrudecido de forma alarmante. Con inusitada virulencia. La ciudad de Rosario, lamentablemente, es prácticamente un reducto urbano en el que el terror narco es una realidad cotidiana, y de tal magnitud, que nosotros mismos (el año pasado) llegamos a decir desde estas páginas, que era “la Palermo de Argentina” comparándola con la ciudad siciliana en donde la mafia Cosa Nostra fue dueña y señora de la extrema violencia en sus calles, en los años 90.

Hoy por hoy, Rosario vive esa misma situación, literalmente devorada por los grupos criminales ligados al narcotráfico operante en sus barrios. Operante bajo diferentes modalidades, y con pocos jefes en disputa, y no pocas veces en connivencia con funcionarios de las fuerzas de seguridad y grupos de poder, dentro mismo de las instituciones, y funcionales al crimen, todo lo cual fue denunciado oportunamente por el diputado provincial Carlos Del Frade, él mismo amenazado de muerte por elementos del hampa, precisamente por ser recurrente en testimoniar públicamente tal realidad.

En consecuencia, desde filas de la administración Milei, estando a la cabeza la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich, en forma conjunta con el gobernador santafesino Maximiliano Pullero, se creó un Comité de Crisis, integrado además por jefes de las cinco fuerzas federales, para planificar la toma de medidas para neutralizar el avance de la violencia, con una muy fuerte presencia policial en las calles y con el apoyo logístico de efectivos de las Fuerzas Armadas (siempre dentro de los términos de la Ley de Seguridad Interior) bajo la consigna de que “no se dará ni un paso atrás para combatir la violencia”, según expresiones del mismo presidente de la Nación Javier Milei.

Hemos seguido atentamente, desde el año pasado, y desde la redacción de Antimafia Dos Mil todos los episodios violentos que se han ido suscitando en Rosario, y nuestro asombro fue en aumento gradualmente, percibiendo una ciudad literalmente fagocitada por la violencia criminal, al punto que la población ha sido siempre testigo (y víctima) de la delincuencia urbana, y de grupos de narcos -en disputa constante de territorios y en luchas de poder- asesinando peronas, policías, y amenazando a diestra y siniestra, a funcionarios honestos, periodistas y en concreto, generando con su accionar un ambiente de inseguridad y de terror, que con el tiempo fue acentuándose, bajo un marco de muerte y plomo.

En los últimos días todos los rosarinos fueron atónitos testigos de un verdadero baño de sangre. Las calles de Rosario fueron escenario inconfundible de una guerra en curso. Una guerra sin medias tintas que declaró la criminalidad al gobierno provincial, quizás como resultado de algunas acciones represivas relacionadas estrechamente con el combate al narcotráfico, o a grupos criminales de otro pelo, aún dentro de una ciudad en la que la honestidad de las fuerzas de seguridad no siempre ha gozado de buena salud.

Y una vez más, en días pasados, el sello de violencia -que ha caracterizado siempre a esa ciudad santafecina- se hizo presente cruentamente con un nivel de daño verdaderamente más grave que el habitual (y nos cuesta admitir que hayamos naturalizado esa violencia), dentro de ese contexto de respuesta criminal.

Primero, la delincuencia organizada -sicarios de por medio- optó por dejar un mensaje a la comunidad y al gobierno provincial, en definitiva, asesinando de un balazo en la cabeza a dos taxistas identificados como Diego Celentano y Héctor Figueroa, en dos puntos diferentes de la ciudad, dejando sus respectivos cadáveres en sus vehículos de trabajo. Este doble crimen determinó una serie de allanamientos y procedimientos. Lapso después se concretó otro ataque, esta vez contra un conductor de ómnibus, Marcos Ivan Daloia, de la línea de trolebuses K, que resultó herido grave de bala, falleciendo tiempo después en un hospital. Y finalmente, la seguidilla de ataque dejó otra víctima: un joven de 25 años, Bruno Bussanich, quien fue baleado en su lugar de trabajo, una estación de servicio ubicada en la avenida Mendoza al 7600. Fue herido de muerte a nivel del cráneo, y dos proyectiles más impactaron en su pecho. Dejando a sus espaldas el cuerpo inerte del trabajador, inequívoca demostración de fuerza, los asesinos subieron a un vehículo y huyeron, no sin antes, tras cumplir con su objetivo arrojar un papel escrito, suerte de mensaje dirigido a las autoridades, el gobernador Pullaro y el ministro de seguridad de Santa Fe, Pablo Cococconi: "Esta guerra no es por territorio, es contra Pullaro y Cococcioni. Así como nosotros llegamos a 300 muertos estando unidos vamos a matar más inocentes por año.Nosotros no queremos celulares, queremos nuestros derechos, ver a nuestros hijos y familia, y que se respeten. No queremos negociar nada, queremos nuestros derechos. Esto para todos los presos, pabellones y cárcel. Basta de seguir humillando con la familia. Pullaro y Cococcioni carguen con muertes inocentes. Zona norte, zona sur, zona oeste unidos".

Por cuanto dramático, por cuanto estremecedor, por cuanto mafioso. Un cóctel en curso que solo deja un saldo de muerte indescriptible, donde la población inocente es la que paga los platos rotos, con el rostro funerario, que una sociedad democrática no es merecedora. Pero, desde nuestra redacción, poco podemos abogar por una democracia que -en esa región del extenso territorio argentino- existe desde hace ya algunos años, notoriamente intoxicada por el crimen, cuando no por personajes mismos del poder, que bajo cuerda, hacen parte de esa sociedad criminal subterránea.

Esa sociedad criminal rosarina ( que hace parte de un bosque mafioso disperso en América Latina, descaradamente), y que es ya un cáncer, muy avanzado. Que daña. Que desangra. Que socava. Que erosiona. Y que hace estragos a diestra y siniestra, enlutado familias, sembrando el miedo. El miedo, con mayúsculas.

Y tanto, que mismo al momento de redactar estas líneas, un testimonio que me fue aportado desde Rosario, me daba cuenta dramáticamente, que en las calles de Rosario, el miedo se palpa, se siente, y que por ejemplo, en las escuelas prácticamente no se cumplirían, este lunes 11 de marzo, las actividades habituales, dado que los docentes decidieron el cese total de los cursos, como respuesta al terror urbano, y como crítica al gobierno provincial, llamando además a un paro regional.

Las calles de Rosario se ven vacías, y especialmente al caer el sol, porque la opción de estar en los domicilios, es la única razonable y sensata para estar a salvo.

Así de contundente. Vivir blindado, y con la “esperanza” de que las medidas de seguridad dispuestas desde la Casa Rosada y desde la gobernación de la provincia, dén su frutos, que incluso podrían incluir la declaración de “toque de queda”. Lo que no necesariamente sería la solución mágica, a un mal endémico. A un mal que ha tenido, desafortunadamente, al gobierno provincial como protagonista, particularmente por su ausencia. Es decir, por la ausencia de honestidad, de incorruptibilidad y de transparencia y sensatez, en la lucha contra el crimen

Con el correr de los días, veremos cómo se van dando los acontecimientos. Hoy, lo que se ve , no es más que una ciudad de la provincia de Santa Fé, que se desangra. Silenciosa, gris, temerosa.

Y nada de esto es metafórico.

Foto: elobservador.com.uy