Nos trastabillamos con nuestros egoísmos, mejor dicho, con nuestros individualismos -ambos hermanos siameses- y nos dejamos envolver por la rutina de la indiferencia. Aquí en Montevideo, y allá en la Argentina, porque somos rioplatenses, seres que cruzamos el río con frecuencia y vemos las mismas imágenes. Las mismas vivencias de los desposeídos. Y como un ritual, sacro si se quiere, sucumbimos al más despiadado de los comportamientos, naturalizar todo lo que nos rodea. Y eso sugiere asimilar una realidad social que salta a la vista, que rompe los ojos: esos contrastes sociales que, a unos los cuestiona, y a otros ni se les mueve un pelo.
Esas diferencias sociales, esas injusticias sociales. Realidades de una sociedad de consumo, que en definitiva, si las miráramos fríamente, no merecerían más palabras ( porque allí estuvieron, están y si seguimos como seguimos, estarán) pero si nos atreviéramos a sortear las trampas del sistema estaríamos en riesgo de sensibilizarnos, y ese detalle circunstancial (y hasta efímero, por decirlo de alguna manera) nos significaría un problema, un cargo de conciencia. O en el peor de los casos, una muestra flagrante de debilidad.
Un cargo de conciencia, siempre y cuando, claro está, nos hayamos despojado de los vicios, de las desviaciones y de las obligaciones que te impone la vida moderna, la vida del capitalismo devorador y de lo más excelso del sistema, martillándonos el cerebro segundo a segundo, a través de las redes sociales y de las publicidades más alienantes, con toda suerte de maravillas y propuestas de un consumismo inagotable.
Esa debilidad a cuestas, la de sensibilizarnos ante las diferencias sociales, sería el acabose, para algunos, pero no así para otros.
Vemos, que un ser humano duerme arropado en un mal oliente y sucio acolchado, en una esquina bonaerense rodeado de pocos enseres, y tendido sobra una vereda “en capital”, como dicen los argentinos, y eso nos significa mucho. O para otros, no significa nada, pero absolutamente nada.
¿Duerme, o se aísla de nosotros, que no estamos como él está, desposeído, en situación de calle, desamparado, vulnerable, marginado,excluido?
Entregado al sueño lo mece la soledad. ¿La soledad? O quizás, no vive la soledad, aquella que nosotros suponemos. La soledad en función de nuestros ojos. De nuestros parámetros. Porque capaz, para los parámetros de esas almas sin techo ni casa, los que estamos en soledad, somos nosotros.
Nosotros, que creemos estar viviendo una comodidad plena. Nosotros, que vivimos la comodidad material, y punto, y que nos pensamos acompañados. Sí, claro, acompañados. Acompañados por un sistema, aparatoso, demoledor.
Pero, para estar así, la verdad, más vale estar solo, que bien acompañados.
Sinceramente, pero bien sinceramente, sin eufemismos, hablándoles a calzón quitado, a veces lo pienso, que más nos valdría estar en esas soledades de ciudad, que acompañados por un universo de hipocresías, abusos, opulencias, autoritarismos, y en ocasiones, muertes; las muertes que causan el hambre, las exclusiones, los racismos, las dictaduras, los negacionismos, los odios de género,los modelos económicos , las ideologías mafiosas y los sistemas políticos pútridos por ser en definitiva negocios lucrativos especulativos, distantes por miles de kilómetros, de la vocación de servicio, desatando corrupciones, violencias sangrientas y violencias sociales, como las de guante blanco (accionando malversaciones, estafas, fraudes, usuras, manipulaciones, por nombrar solo algunas) y como las que socavan soberanías -pregúntenle a Milei,con la generala del Comando Sur-, como las que cercenan esperanzas, de miles y miles de vidas crédulas a las promesas de innumerables campañas políticas turbias, pero tan turbias, que se tornan asesinas, y abrazadas a los sicariatos, de los políticos de turno, canturreando discursos retóricos de cinismo y de falsas promesas, puras demagogias. Diría yo, indescriptibles y obscenas demagogias.
Sinceramente, y en paralelo de pretender que se igualen las oportunidades, las soledades, no tanto de quienes duermen en las calles, sino las nuestras -porque nosotros, tenemos nuestras soledades propias- nos deberían alertar de que nos deslizamos todos peligrosamente, como humanidad, por los despeñaderos de la inconsciencia social, de la inconsciencia humana. Basta con repasar -con la mano en el corazón- todo lo que está pasando en el mundo.
Nosotros, que lo tenemos todo, no tenemos nada. Porque hemos perdido nuestra libertad interior. La libertad interior que nos hace creer que no estamos solos. Que nos hace creer, que la soledad de aquellos, no es más que eso: soledad, y desamparo. En lo material, seguramente. Pero en lo interior, no me parece. Digo más, no lo entiendo así. Digo más, nuestra soledad es más intensa, porque estamos abandonados al sistema. Solos, en este sistema que nos devora a cada segundo. Y que nos vende fantasía.
En el buen romance, creo que estamos más solos que aquellos que duermen a la intemperie, cobijados entre harapos, entre cartones y techos de polietileno. Más solos que aquellos que duermen, irónicamente, en el interior de los cajeros automáticos; reductos-emblemas del Dios dinero, o en los pórticos de instituciones bancarias o financieras, aquellas edificaciones que no solo alardean riqueza sino que menoscaban la dignidad humana, sutilmente a veces y descaradamente también, a la hora de ser acreedores y ejecutores de vidas y de esperanzas, cuando no, a la hora desangrar vidas cada treinta días, blandiendo intereses de usura criminal, por atrasos en los pagos, y como si tal cosa. Como lo más natural (y lo más justo) del mundo (porque no hay deberle al sistema, que hacerlo es un crimen).
Estamos, nosotros, en nuestros hogares, verdaderamente más solos, que ellos, en calles plazas y parques. Hemos perdido sensibilidad, conciencia, porque permitimos ,“legítimamente”, desde nuestro atalaya de confort, que esas personas vivan abrazados a la deriva. Porque están a la deriva. Expuestos a las inseguridades del sistema, de la maldad misma de los hombres en sus mismas condiciones, y de los odios de los servidores del orden y del desorden, que abundan, y sobran entre nosotros.
Soledades, son las nuestras. Porque nos ha abandonado la conciencia social. Nos ha abandonado la capacidad de discernir, con ética, y con moral. Nos ha abandonado la capacidad de tener conciencia de amar al prójimo, y de ser solidario. Y más grave aún, nos ha abandonado toda iniciativa de ser coherente con la vida, especialmente cuando nos toca (o nos toque, en el mañana) estar en puestos de poder, dejándonos devorar por las mezquindades del individualismo, que siempre, pero siempre, son funcionales a nuestros intereses.
Entonces, si de soledades y de personas en situación de calle se trata, mejor será no dejarnos devorar exclusivamente por la imagen -aunque tenga su lenguaje propio- sino más bien por lo que ella significa y qué mensaje nos trae bajo el brazo.
Y estoy seguro que ya solo eso, será un pesado adoquín para nuestra conciencia.
Foto: Antimafia Dos Mil