Sábado 27 Abril 2024

“Yo no canto por cantar ni por tener buena voz. Canto, porque la guitarra tiene sentido y razón”

No se ha distanciado de nosotros. No se ha evaporado, ni su nombre, ni su voz, ni su mensaje. Su presencia es irrefutable y se hace necesaria porque su historia es emblemática, como ha sido cada tramo de su vida. Una vida de militancia cotidiana. Una vida de compromiso con la vida misma, con el arte libre. Un talento nacido en tierras chilenas que fue objetivo del fascismo, desde el 11 de setiembre de 1973. Un talento que despertó el ensañamiento de sus captores, que fueron luego sus verdugos. Los verdugos de todo un pueblo que fue avasallado en ese setiembre cruel y nefasto, de hace 50 años.

Los 50 años de un tramo abominable de la historia chilena. Los 50 años de un atentado al arte combativo, porque Víctor era un emblema de lucha, en filas comunistas. En filas de una resistencia inigualable, en un difícil y muy complejo momento histórico del hermano país. En filas de una resistencia tenaz, a la hora del asalto a la Casa de la Moneda, a la hora de la muerte de Salvador Allende, otro emblema de resistencia, coraje y compromiso militante. 

Su martirio lo hizo inmortal; y su resistencia fue y sigue siendo una sublime enseñanza para la lucha de hoy; una lucha muy presente hoy. Sus victimarios no solo lo atentaron a él, sino que atentaron a todos las generaciones que le sobrevivieron en la lucha social. Y hoy, los jóvenes del mundo, que aún sin haberlo conocido, abrazan sus pasos, sus canciones, y su frontalidad. Esa frontalidad ensamblada con ese su muy intenso toque de sensibilidad, que lo caracterizaba, dejando traslucir en su andar diario y en sus canciones, la dulzura propia de los militantes codeándose -sin demagogias, ni muchos menos hipocresías- con los pueblos que sufren, que luchan por la libertad, y por las verdades que desde los sitiales del poder se manipulan, se desvirtúan, o literalmente se encubren. 

Un 16 de setiembre de hace 50 años, el cuerpo de Víctor Jara fue masacrado por los golpistas, por los sicarios de Augusto Pinochet y del gobierno de los Estados Unidos; no así sus ideas, no así su entereza de cantautor, no así su don de artista polifacético, no así su amor al prójimo, no así su humildad, no así su talento, no así su memoria.

La bestialidad represiva, cobardía mediante, fue alevosa a la hora de atormentarlo. Fue voraz. Fue criminal. Pero no pudieron, ni con su valentía, ni con su sensibilidad, porque en medio del dolor, y del sufrimiento más indescriptible -al momento de ser torturado, y de desfigurarle el rostro a golpes y de destrozarle las costillas y las manos a culatazos de fusil- Víctor Jara logró escribir en una libreta una canción militante, la última, que fue única, inigualable, y que pudo ser extraída con ayuda de compañeros, de ese infierno que era el estadio nacional de Chile, aquel setiembre amargo.

“Somos cinco mil aquí, 

en esta pequeña parte de la ciudad. 

Somos cinco mil. 

¿Cuántos somos en total en las ciudades y en todo el país? 

Somos aquí diez mil manos 

que siembran y hacen andar las fábricas. 

¡Cuánta humanidad 

con hambre, frío, pánico, dolor, 

presión moral, terror, locura! 

Seis de los nuestros se perdieron 

en el espacio de las estrellas. 

Un muerto, uno golpeado como jamás creí 

se podría golpear a un ser humano. 

Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores, 

uno saltando al vacío, otro golpeándose la cabeza contra el muro, 

pero todos con la mirada fija en la muerte. 

¡Qué espanto causa el rostro del fascismo! 

Llevan a cabo sus planes 

con precisión artera sin importarles nada. 

La sangre para ellos son medallas. 

La matanza es acto de heroísmo. 

¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío? 

¿Para esto tus siete días de asombro y de trabajo? 

En estas cuatro murallas sólo existe 

un número que no progresa, 

que lentamente querrá más la muerte. 

Pero de pronto me golpea la conciencia 

y veo esta marea sin latido 

y veo el pulso de las máquinas

y los militares mostrando su rostro de matrona lleno de dulzura

¿Y México, Cuba y el mundo? 

¡Que griten esta ignominia! Somos diez mil manos menos que no producen. 

¿Cuántos somos en toda la patria? 

La sangre del compañero presidente 

golpea más fuerte que bombas y metrallas. 

Así golpeará nuestro puño nuevamente. 

Canto, qué mal me sales

cuando tengo que cantar espanto. 

Espanto como el que vivo, 

como el que muero, espanto 

de verme entre tantos y tantos 

momentos de infinito

en que el silencio y el grito

son las metas de este canto. 

Lo que nunca vi, 

lo que he sentido y lo que siento 

hará brotar el momento…”.

Cuarenta y tres balas perforaron su anatomía. Cuarenta y tres balas arrebataron su vida. Cuarenta y tres balas destrozaron al artista más popular de Chile. Los verdugos aplaudieron, se regocijaron, en esos días; hoy, cincuenta años después, ya avanzados en años, sus verdugos conocen el rigor de la justicia que ha caído sobre ellos. Los asesinos -siete militares ya ancianos- están en prisión por orden judicial, pero uno de ellos se ha suicidado antes de ser arrestado, y otro aguarda ser extraditado desde los Estados Unidos.

Han pasado cincuenta años, pero no ha pasado ninguno. La voz de Víctor Jara se sigue escuchando. Su sonrisa se sigue viendo. Su rostro está siempre. Sus hijas Amanda y Tamara, y su esposa Joan, están siempre. 

Nosotros estamos siempre.

Foto: Resumen