Domingo 28 Abril 2024

Wado de Pedro, un sobreviviente del terrorismo de Estado

Embarazada de ocho de meses corre desesperada por el departamento. Con su panza a cuestas choca con los muebles, mientras trastabilla con los juguetes desparramados en el lugar. A la carrera arranca al niño del piso, que instintivamente se molesta. No parecía un juego, ni era la hora del baño, pero hacía allí iban. Ella, nerviosa y agitada, intenta transmitir una calma que no tiene, y con caricias y besos apurados, lo acomodó dentro de la bañera. “Shhhh, shhhh, tranquilo Pichu”, le dice. Al otro lado de la puerta, los gritos, interrumpidos por los disparos, dan cuenta de la violencia que se avecina. Por un momento todo se calma. Agazapados, escuchan los pasos, los murmullos y el martilleo de las armas que vienen por el pasillo. El niño alcanza a balbucear algunas palabras de corrido, serían las últimas que pronunciara por un tiempo.

Pichu quedó tartamudo cuando tenía casi dos años, como consecuencia directa del trauma sufrido aquel 11 de octubre de 1978, cuando el terrorismo de Estado invadió la casa en la que vivía. Aquel día, acostado en una fría bañadera, sintió por última vez el calor del cuerpo de su madre, que se desangraba como consecuencia de las metrallas. Su padre, un año antes había sido asesinado y desaparecido por el régimen. En las últimas horas de aquella noche una patota volvió al edificio donde había sido el tiroteo. Aún se olía la pólvora, el miedo, el sudor y la sangre. Los soldados, vestidos de civil, golpearon la puerta de los vecinos, donde horas antes habían dejado a Pichu, ya para ese entonces huérfano. Dijeron ser familiares y, sin más, se lo llevaron. Por más de un año permaneció desaparecido. Apropiado sin nombre, sin identidad y en silencio.

Hoy, casi 45 años después, aquella infancia arrebata por el sadismo de la condición humana, se perfila como una de las figuras, relativamente jóvenes, más significativas de la política. En esta democracia transicional, un hijo de desaparecidos quiere ser presidente de todas y todos los argentinos.

Hijo de Montoneros

Eduardo Enrique de Pedro, popularmente conocido como Wado (aunque su madre de niño le decía Pichu), nació el 11 de noviembre de 1976 en la localidad de Mercedes, en provincia de Buenos Aires. Su padre, Enrique Osvaldo de Pedro, era parte de la conducción de la Juventud Universitaria Peronista, con incidencia en las facultades de Medicina, Filosofía y Letras, Ingeniería y Derecho. En estos espacios conoció a Lucila Révora, quien también tenía una comprometida militancia. Ambos se integraron a Montoneros, en la Columna Norte y participaron activamente en numerosos operativos. A mediados del 75, todavía en “democracia”, pero ya en la clandestinidad, ella queda embarazada. Tiempo después, el 21 de abril de 1977, Quique, cuando tenía tan solo 26 años, fue interceptado de camino a una cita por un grupo de tareas que lo fulminó en plena vía pública, en la zona de Parque Chacabuco, en Capital Federal. Su cuerpo aún permanece desaparecido.

Para fines de 1978, Lucila tenía una relación con Carlos Guillermo Fassano, de quien estaba embaraza de ocho meses. Los tres, junto con el pequeño Wado, actuaban la rutina de una joven pareja, que vivía en un pequeño departamento -el número 2, ubicado en calle Belén 335-, en el barrio de Floresta, en Capital Federal. Aquel 11 de octubre, pasadas las 14 horas, mientras un helicóptero sobrevolaba la zona, los militares y policías se desplegaron por el barrio. Apostaron francotiradores en los techos y se aseguraron de no dejar lugar de salida. Tenían información de inteligencia, que habían obtenido de María del Carmen Judith Artero, a quien habían secuestrado y torturado brutalmente durante toda la mañana en el Centro Clandestino de Detención que funcionaba en El Olimpo, buscando, entre otras cosas, los 150 mil dólares que ella había conseguido de la venta de un departamento de su madre. La patota estaba ebria de codicia.

El operativo duró poco más de una hora y media. Durante ese tiempo, la joven pareja resistió, pero estaban acorralados, no había lugar a donde ir. Los soldados venían decididos a matar y a saquear. Cuando finalmente lograron entrar al departamento, remataron a Carlos. Su cuerpo habría sido trasladado a El Olimpo. Hasta hoy, permanece desaparecido. Las versiones sobre el destino final de Lucila, difieren. Hay quienes dicen que fue ejecutada en el lugar y llevada muerta a El Olimpo. Otros, afirman que llegó viva, que fue brutalmente torturada, asesinada e incinerada. También se considera la posibilidad de que haya sobrevivido a las heridas de bala, y que haya llegado a finalizar su embarazo. En este sentido, Abuelas de Plaza de Mayo tiene un legajo abierto por el caso, así mismo no hay indicios claros sobre esto. Lo que sí es seguro, es que continúa desaparecida.

“Yo no me voy -había escrito tiempo antes Lucila en una carta, a su hermana Silvia-. No me voy porque le debo mucho a nuestros muertos. Quique, Mingo, Jaimito, Carlitos Agosti, y miles de compañeros caídos, cada minuto mío es de ellos, y de los que vendrán, y de los que hoy pasan hambre (…). Mi objetivo es que el Pichu viva en un sistema socialista, sin alienación, yo estoy aquí por él y por todos los demás Pichus de la tierra”.

En casa, pero en silencio

Durante más de un año Wado de Pedro, Pichu, permaneció secuestrado, en calidad de desaparecido. Fue restituido el 13 de enero de 1979, gracias a las gestiones de un conocido de la familia, que tenía llegada al genocida condenado Carlos Guillermo Suarez Mason, quien era, por aquellos años, el comandante del Primer Cuerpo del Ejército, amo y señor de los Centros Clandestinos de Detención, Automotores Orletti, el Pozo de Banfield, la Cacha y El Olimpo, donde era conocido como ‘el carnicero’. Suarez Mason era además uno de los miembros de la logia masónica PDue, que operaba bajo la lógica fascista de Licio Gelli. Estos grupos de tareas, además de ser profundamente sádicos, eran mercenarios, viles ladrones y extorsionadores.

El niño, fue entregado por intermedio de un cura a sus tíos, que lo criaron y a quienes les decía papá y mamá. El cariño y la enorme dedicación que le brindaron ayudo a cicatrizar algunas heridas, y el mutismo dio paso a un marcado tartamudeo -difluencia, diría él-, que no le impidió nunca realizar las preguntas necesarias para entender ciertas verdades de aquellos años.

Hijos

En 1995, Wado de Pedro, entonces con quince años, dejo atrás la vida en un tambo, y se mudó a la ciudad de Buenos Aires. Poco tiempo después, leyó una solicitada (un anuncio) en un diario donde se convocaba a una reunión de hijos e hijas de desaparecidos. El impacto fue muy fuerte, tanto que ese día le cambió nuevamente la vida. En aquella primera reunión, Wado escuchó las palabras que no podía pronunciar con su boca, pero que su corazón rebalsaba. La militancia en HIJOS pudo más que los intentos por estudiar Administración de Empresas y Psicología, y sin más se volcó de lleno a calles a gritarle a aquella democracia transicional que aún había mucho por contar. El primer escrache que organizó HIJOS fue en contra del médico Jorge Magnaco, quien era el encargado de los partos en la ESMA, y el primer responsable del circuito de secuestros y apropiación de niños. Una de las facetas más aberrantes de la dictadura. Simbólico fue el escrache contra el excapitán de fragata Alfredo Astiz -el ángel de la muerte que entregó a los 12 de la Santa Cruz, entre otros muchos delitos-. Fue en febrero del 2000, en plena audiencia judicial. Una veintena de jóvenes, miembro de HIJOS, entre ellos el propio Wado, ingresaron al tribunal, y en medio de la sesión se pusieron de pie al grito de “¡asesino!”. Aquel mediodía los jóvenes entonaron una promesa, “como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar, olé olé, olé olá”. La sala temblaba, las palabras eran más punzantes que las balas.

El 20 de diciembre del 2001, cuando el país estaba en el tobogán de una de las peores crisis sociales, económicas y políticas de la historia, que se llamó menemismo, Wado escuchó que la policía estaba reprimiendo a Madres de Plaza de Mayo, que estaban haciendo la inexorable ronda de los jueves. El clima era catastrófico. Aquel día Wado volvió a vivir en carne propia la violencia desenfrenada del gen fascista que persiste dentro de las instituciones policiales y militares del terrorismo de Estado, y que esta vez se expresaban en plena “democracia”. Wado no solo fue golpeado por la policía, también fue sometido a descargas eléctricas con picanas -como las que por estos días compró el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y que anunció con una sádica felicidad-. Cuando los policías quieren meterlo ilegalmente en el patrullero, Wado grita su nombre con todas sus fuerzas. La policía se lo lleva, arrebatado, de la misma manera que aquel día se llevaron a su madre. Intenta resistir a los golpes y las descargas. El descontrol es tal que el patrullero choca contra un taxi. La escena se detiene, los vecinos se acercan, la animosidad con la policía es instantánea, y logran que, en vez de subirlo a otro patrullero, lo suban a una ambulancia y lo trasladen al Hospital Argerich. Allí, a pesar de la custodia y de las amenazas, el médico que lo atiende se la juega y da la voz de alerta al sindicato de judiciales, del cual Wado era miembro. Vive para contarlo, esta vez de corrido.

Identidades recuperadas

HIJOS fue el primer paso. Luego vendría Necesidades Básicas Insatisfechas, un pequeño comité de base fundado en la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, por un muy joven Mariano Recalde, con quien Wado compartirá una profunda amistad. En mayo del 2003, Néstor Kirchner, a fuerza de carisma, recupera la confianza del pueblo, y los hijos de la generación diezmada comienzan a creer en la posibilidad de asumir un gobierno democrático. Wado es uno de los pioneros de La Cámpora, la juventud kirchnerista, que durante los últimos 20 años fueron definiendo su identidad política.

Desde este espacio, Wado, realizara una carrera meteórica. Primero dentro el directorio de Aerolíneas Argentinas -cuando fue recuperada por el Estado, cargo al que llegó con Mariano Recalde-. Luego, en el 2011, llegaría a la Cámara de Diputados en representación de la provincia de Buenos Aires, y desde allí se sumaría al Consejo Superior de la Magistratura. En el 2015, por un breve periodo ocuparía la secretaria general de la Presidencia, pero a partir de diciembre volvería a Diputados para cumplir su segundo mandato.

En Argentina, el Documento Nacional de Identidad -el instrumento por el cual el Estado reconoce la individualidad de cada persona-, lleva la firma del ministro del Interior. Para los hijos, e hijas, de detenidos desaparecidos -que fueron secuestrados y apropiados durante la etapa militar de la dictadura cívica, empresarial y eclesiástica-, recuperar el nombre que sus padres biológicos habían elegido, es un ritual de resiliencia, una conquista a la tiranía. El 10 de diciembre de 2019, Eduardo Enrique de Pedro, juró ante el presidente de la Nación, y asumió el cargo de ministro del Interior. Desde entonces, cada Documento Nacional de Identidad que el Estado de la República Argentina otorga a sus ciudadanos lleva la firma, de puño y letra, de aquella verdad tantas veces negada, tantas veces ocultada, tantas veces desaparecida.

Ahora, aquellas identidades robadas, y hoy recuperadas, pretenden llegar a la presidencia de la mano de aquel niño tartamudo, que sobrevivió al terrorismo de Estado, para intentar escribir, gritar y soñar, una sociedad, con más o menos ismos, pero justa.

Foto: Damian Neustadt, Télam y Facebook