Soy leyenda. Quién sabe si el título de la película del 2007 protagonizada por Will Smith era un leitmotiv en la cabeza de Matteo Messina Denaro. Lo menos representativo de su ego era el llavero que llevaba en el bolsillo en el momento de su detención, un cordón de cuero impreso con la frase: "Tú eres el hombre, el mito, la leyenda". "Debemos adorarlo -dijeron sus cómplices más fieles al ser interceptados- porque de él proviene el bien". Ese "bien" que puso de acuerdo a Cosa Nostra y al Estado-mafia. No sorprende, por tanto, su decisión granítica de seguir siendo hasta el final la "leyenda" de la que él mismo se alimentaba. Una "leyenda" que no permite ningún arrepentimiento. Por lo tanto, no dio a conocer el nombre de los hombres del Estado que lo protegieron durante 30 años y que entablaron con él tratativas criminales sobre la sangre de magistrados, fuerzas del orden y ciudadanos indefensos, asesinados en una matanza sin fin. Hombres que ahora respiran aliviados: una boca menos que cerrar sin emitir sonido. Matteo Messina Denaro fallece aquejado de un tumor que su delirio de omnipotencia no pudo frenar. Un mal oscuro que ninguno de sus asociados -dentro y fuera de Cosa Nostra- ha podido frenar. El jefe de Cosa Nostra muere, dejando atrás su mundo.
Lo cierto es que en algunas escuchas telefónicas entre sus asociados los investigadores le oyeron decir: "Debemos adorar a Siccu. No sólo porque es un superior jerárquico, sino porque representa algo más". Sí, ese "algo más" que Messina Denaro expresó íntegramente: un vínculo -ciertamente no el primero ni el último- entre el Estado y la mafia, mundos aparentemente distantes pero que nunca estuvieron separados. En total desprecio a todos los servidores del Estado (el real) que sacrificaron sus vidas por un ideal de justicia.
La coincidencia de que su muerte se haya producido tres días después de la del expresidente de la República, Giorgio Napolitano, alto exponente de un mundo jurídico aparentemente hostil a la mafia, pero sobre todo hostil a la revelación de verdades incómodas sobre el pacto entre el Estado y la mafia, es decididamente curiosa.
Casi parece como si estos dos mundos chocaran, o se encontraran si se lo prefiere, incluso en el más allá. Según las antiguas tradiciones espirituales, quien causa dolor en esta tierra, una vez muerto, está destinado a sufrir durante largos períodos el sufrimiento que generó: percibido de otra forma, pero de manera extremadamente amplificada. Pueden creerlo o no, pero "con todos los que maté se puede llenar un cementerio", alardeó Messina Denaro. Y si es culpable de lo que hizo, no menos culpables son los que le armaron el brazo, los que no quisieron detenerlo a tiempo y los que hicieron acuerdos con él. Y este es exactamente el legado que el jefe de Castelvetrano se dispone a dejar con su muerte.
Matteo Messina Denaro no aprovechó la oportunidad para limpiar esos sepulcros blanqueados. Que, después de él, seguirán teniendo bajo control a nuestra frágil democracia mediante un mecanismo perverso que él conocía bien. Tuvo la oportunidad de indicar los nombres y las tramas. Pero no lo hizo. Al menos no "oficialmente". En cambio, prefirió seguir el camino trazado por su "leyenda". Que pronto se desvanecerá. Porque los hombres que utilizó, y a su vez lo utilizaron, seguirán haciéndolo. Y dentro de esos chantajes entrelazados el futuro de millones de personas -incluidos los de su hija y su nieto- no está seguro. Porque el mundo que dejó no es para nada seguro, ni siquiera si tu apellido es Messina Denaro.
Después de él, además de los jefes acérrimos en prisión que esperan señales del Estado, queda un ejército de hombres híbridos, entre Estado y mafia, ávidos de poder. Que, no demasiado metafóricamente, en caso de "necesidad" podrían volver a esparcir bombas en un país donde también viven sus familiares. Por todas partes reina cada vez más la incertidumbre de un futuro en riesgo. Y si su "leyenda" predijo que no tenía sentimientos, ni arrepentimientos, y mucho menos intenciones de colaboración, sabemos que la muerte puede cambiar las cartas sobre la mesa. Por tanto, no se ha dicho la última palabra.
Foto de portada: Antimafia Duemila
Foto 2: Giorgio Napolitano / Imagoeconomica