Lunes 29 Abril 2024

Se fue una máscara.

Que ahora también tendrá su pedestal.

Se fue Matteo Messina Denaro, tan veloz en su muerte como prolongada fue su evasión. Y se fue con la boca cerrada, sin abrir la bolsa negra de sus secretos, como un enfermo terminal que no ha tenido tiempo para un salto de conciencia humana. Sólo sorpresas notariales, para poner los papeles en orden. Lo cierto es que su máscara ya había sido ampliamente retocada.

Su retrato ya había sido hábilmente dispuesto para la eternidad, para ese panteón de estatuas de cera que desde hace más de siglo y medio cubren los rostros de aquellos líderes de Cosa Nostra que siempre han tiranizado a Italia entre cuentos de hadas y leyendas, sangre real y crímenes de odio, encubrimientos insospechados y misterios sólo aparentes, masacres desarrolladas en los laboratorios de un poder que nunca rechazó la ayuda de las mafias de turno.

Llevó algún tiempo dar forma a una estatua plausible para uso y consumo de la posteridad. Una posteridad que, como sus contemporáneos, no debería ser molestada demasiado.

Solo podemos decir que su captura, el 16 de enero de este año, puso en manos de los investigadores a un criminal difícil. Muy difícil de domesticar, engañar o presionar para lograr acuerdos con la fiscalía. Y nos atreveríamos a decir a prueba de arrepentimiento, porque podría arrepentirse el mafioso que en su delirio de omnipotencia le hizo la guerra al Estado, pero no el mafioso que actuó, quisiera o no, en nombre del Estado.

Matteo Messina Denaro.

Durante treinta años fue un pájaro del bosque.

Alma oculta de las masacres clase 92, 93 y 94.

Hijo de un gran padre criminal, Francesco, el "don" Ciccio de un Castelvetrano de otros tiempos; pero un Castelvetrano que sigue ahí, inmóvil, indiferente a la frenética sugestión del paso del tiempo, donde con silencio y falsas identidades sigue siendo un juego de niños proteger a los Padrinos.

Tampoco hay que olvidar que su padre, fallecido de muerte natural, fue encontrado por su familia vestido de punta en blanco a la sombra de los olivos, para que todos supieran que a "don" Ciccio sólo le había llegado la mano de Dios, y no la mano del Estado. Hijo, pero también ahijado, hay que decir en el caso de Matteo.

Ahijado, de hecho, de Totò Riina, que de niño lo abrazó con cariño, viendo en él -como sucedería más tarde- al heredero designado por el viejo "don" Ciccio.

Matteo tenía sangre noble de la mafia, claro que sí.

Y esa sangre lo honraba mucho. Con algún capricho humano, por supuesto, pero sin desviarse jamás de la senda que era su destino.

Falcone y Borsellino formaban parte de su palmarés. Al igual que las víctimas de sus escoltas. Como también las víctimas civiles de Florencia y Milán, en lugares santos tanto para la Iglesia como para la cultura. Como la repugnante eliminación del pequeño Giuseppe Di Matteo, culpable de ser hijo de un padre mafioso arrepentido.

Y habiendo tomado posesión, después de la muerte de Bernardo Provenzano, de los archivos secretos de la calle Bernini que poseía Totò Riina y que nunca fueron encontrados por los carabineros, los custodió diligentemente. Y quizás, en la misma caja guardaba al menos una copia de la agenda roja de Paolo Borsellino, una caja negra que todavía hoy asusta a muchos.

Con tal palmarés ¿por qué deberíamos sorprendernos que hubiera asumido la conducción por cuenta de Cosa Nostra y en nombre de esa tratativa criminalmente irrelevante -como quiso explicar para tranquilizarnos el Tribunal de Casación- entre el Estado y la mafia? En cuyo caso sería lógico su interés personal en el plan para asesinar, con TNT, al fiscal Antonino Di Matteo, principal acusador en aquel proceso.

Dijimos antes que se fue máscara.

Lo dijimos porque en los ocho meses que estuvo vivo y detenido, la historia general que le concierne hablaba de mujeres y de novias, de escondites y selfies con enfermeras, relojes y abrigos de ocho hilos, paquetes de condones y una vida relajada en Castelvetrano. Estos fueron los continuos ajustes, retoques y adecuaciones a su auténtica efigie criminal. Pecado.

Matteo Messina Denaro no era un anciano gigoló de la Riviera francesa.

Tuvimos la oportunidad de decir, en Otto e mezzo, el programa de Canal 7, la misma tarde de su captura, que la misma podría un excelente golpe realizado por los investigadores. Pero eso dependería, en gran medida, de las cosas que pueda o quiera contar. De lo contrario, nos habríamos encontrado ante una gran oportunidad perdida por parte del Estado.

Desafortunadamente, eso es lo que pasó. Que pase el próximo, la saga no termina aquí.

Foto: Antimafia Duemila