Sábado 4 Mayo 2024

Con motivo del 41° aniversario de la muerte del general Carlo Alberto dalla Chiesa, asesinado por la mafia en Palermo junto con su esposa Emanuela Setti Carraro y el agente Domenico Russo el 3 de setiembre de 1982, volvemos a proponer el inolvidable retrato de Saverio Lodato, contenido en su libro Cuarenta años de mafia (Editorial BUR Rizzoli). El periodista y escritor relata los duros momentos del descubrimiento de los cuerpos de la pareja en la calle Carini, las expresiones de los colegas, agentes y curiosos. Lodato recuerda también los rostros de piedra de la clase política de la época, que hipócritamente llegó a presentar sus últimos respetos al general en la iglesia de San Doménico, después de ignorar sus peticiones de ayuda cuando aún estaba vivo.

Luego relata uno de los pasajes más conmovedores de la homilía del cardenal Pappalardo, en el cual condena a Cosa Nostra y a la negligencia del entonces gobierno en la lucha contra la mafia. El pasaje del libro de Saverio Lodato dedicado a dalla Chiesa fue leído ayer en Milán, en Piazza Díaz, donde se celebró la iniciativa de Libera, "Aquí no ha muerto la esperanza de los palermitanos honestos", en memoria de la masacre de la calle Carini.

Aquella noche en via Carini

por Saverio Lodato

El comando fue muy rápido en llevar a cabo la masacre. El A112, conducido por Emanuela Setti Carraro, a cuyo lado viajaba el general Dalla Chiesa, era seguido de cerca por un Alfetta de servicio conducido por el agente Domenico Russo. Los dos coches procedían de la prefectura. La trampa mortal surgió en la calle Carini. Un 131 y un BMW empujaron al A112 contra una acera, a menos de un kilómetro de Villa Whitaker. Los proyectiles Kalashnikov alcanzaron al mismo tiempo a Emanuela, al prefecto y al conductor del auto de custodia. En la operación participaron una docena de asesinos. La masacre fue minuciosa. Emanuela y dalla Chiesa murieron instantáneamente. El agente Russo en el hospital, unos días después. Al día siguiente, un ciudadano escribió en el lugar de la emboscada: "Aquí murió la esperanza de los sicilianos honestos".

Dos días antes, el ministro de Finanzas, Rino Formica, había declarado públicamente que dalla Chiesa pronto entraría en posesión del enorme archivo de activos ilícitos preparado por la Guardia de Finanzas.

"Conocido personaje... conocido personaje... conocido personaje...". Las radios de los autos sonaron largamente aquella noche del 3 de septiembre en calle Carini. En los partes informativos no se mencionaba el nombre de dalla Chiesa. Tampoco se daban los nombres de Emanuela Setti Carraro ni del agente Domenico Russo, que agonizaba debido a los disparos de Kalashnikov. De hecho, inmediatamente quedó claro que la bestia mafiosa había logrado su objetivo y que iban a venir días todavía mucho más oscuros y difíciles.

Era un viernes. Yo estaba en la redacción de L'Ora en compañía de un colega que se ocupaba de la política regional. Estábamos haciendo las últimas llamadas de seguimiento antes de regresar a casa. De repente mi colega se puso blanco y sólo atinó a balbucear: "Dicen que mataron a dalla Chiesa". En la recepción, también conmocionado, había un policía que escuchaba repetir en su receptor: "Mataron a conocido personaje... mataron a conocido personaje...".

Recuerdo un camión de bomberos atravesado en la calle Carini para evitar la afluencia de conductores curiosos. Recuerdo una impresionante demostración de fuerzas. Nunca había visto tantas armas asomando por los cinturones de los pantalones. Recuerdo el grotesco carrusel de decenas y decenas de unidades de la Escuadra Móvil, durante toda la noche, en cada calle de Palermo, cuando ya había pasado lo peor. Y sirenas, sirenas, sirenas: parecía que todos los hombres, de todos los cuerpos policiales, atónitos ante la enésima demostración de poder enemigo, intentaban consolarse subiendo el volumen, como si no quisieran oír el eco aún ensordecedor de aquellos disparos que habían puesto de rodillas al Estado italiano. Recuerdo al cardenal Pappalardo, jefe de la Iglesia siciliana, llegando al lugar del crimen, a pie, solo, aturdido. Lo recuerdo abriéndose paso entre la multitud, consciente de un carisma que unos días después, durante el funeral en la iglesia de San Doménico, le daría fuerzas, mientras todos estaban débiles y desconcertados, para pronunciar la poderosa homilía sobre la ciudad de Sagunto, que era tomada mientras en Roma se seguía discutiendo. Recuerdo a las enfermeras de la Cruz Roja con batas blancas que llegaron para dar el último adiós a Emanuela. Recuerdo el aluvión de órdenes tajantes de muchos funcionarios que lamentablemente no significaron nada. Recuerdo la oscuridad total de esa noche, los faros de los autos que me hicieron pensar en la luz irreal de los municipios de Belice azotados por el terremoto la noche del sisma, en un lejano enero de 1968 que parecía enterrado en mi memoria. Y todavía recuerdo a extraños ancianos, jubilados pobres que se habían caído de la cama, vestidos como podían, algunos con pantuflas, otros con una chaqueta sobre la parte superior del pijama, con boinas y gorros de lana.

Recuerdo enjambres de niños, silenciosos, asustados por la gravedad de un espectáculo que no entendían. Vuelvo a ver mirando desde los balcones, en el primer y segundo piso, a las mujeres del cercano mercado de Borgo, silenciosas como vigías que tal vez lo habían visto todo, que ciertamente lo habían oído todo. Quienes tal vez nunca habrían hablado, pero que ciertamente, aunque permanecieran impasibles, ya habían expresado en su interior una condena sin apelación para los autores de la masacre. Sí. Todavía recuerdo algo. Recuerdo que esa noche nadie quiso confirmar oficialmente que el nuevo cordero del sacrificio se llamaba dalla Chiesa. Recuerdo escenas de histeria, humanas, pero molestas al mismo tiempo. Las máscaras de cera de muchos funcionarios de la prefectura que no querían a dalla Chiesa en vida y que tenían miedo ahora que estaba muerto. Recuerdo a mis compañeros de esa noche, desarmados, repentinamente faltos de certezas, sin cuadernos, sin bolígrafos, que no tomaban notas porque grababan en su memoria cada detalle de ese impetuoso río de "noticias" que fluía ante nuestros ojos. Finalmente, llegué al A 112 blanco cuya foto iba a ser publicada al día siguiente en todos los periódicos del mundo.

No tengo nada que agregar. La agonía, el dolor, el rechazo de aquella noche en calle Carini se han convertido, afortunadamente, en patrimonio común de muchos. Y pensar que apenas unas semanas antes, al día siguiente de la entrevista con el diario L'Unità, alguien, al encontrarse conmigo en ese edificio, me había dicho: "¿Quién carajo se cree esa tal dalla Chiesa? ¿Nembo Kid? Nembo Kid había sido cancelado. Recuerdo también el 5 de septiembre, el día del funeral, el día del último adiós a Carlo Alberto dalla Chiesa y a Emanuela Setti Carraro.

Recuerdo que los rostros de piedra de los hombres de Estado se alineaban en primera fila, en la iglesia de San Doménico, mientras miles de personas se apretujaban para entrar y dar rienda suelta a su ira incontenible. Debajo de la nave central del Panteón estaban los dos ataúdes de caoba. A primera hora de la tarde -acababan de dar las cuatro- se arrojaron monedas de cien liras contra los autos azules de ministros y subsecretarios.

El reclamo involucró a todos los políticos presentes.

Rognoni y Spadolini fueron especialmente atacados por sus cargos como ministro del Interior y primer ministro, respectivamente. También estaban La Malfa y Craxi, Colombo y Formica, Berlinguer y Lama, Emma Bonino y Almirante. Nando, Rita y Simona dalla Chiesa. Que esa mañana, aunque destrozados por el dolor, habían encontrado fuerzas para rechazar la corona enviada por la Región de Sicilia. Sólo abrazaron al presidente Sandro Pertini, que aquel día lloraba como un niño.

En la iglesia de San Doménico, en el corazón del viejo Palermo, resonaban los silbidos, los insultos y las consignas pidiendo la pena de muerte. Hasta el cardenal Pappalardo ignoró a los representantes de las instituciones y sólo hizo notar la presencia de Pertini. Ese día pronunció una homilía que haría historia: "Me viene a la mente una frase muy conocida de la literatura latina. Salustio, me parece: Dum Romae consulitur... Saguntum expugnatur, mientras en Roma se discute qué hacer, la ciudad de Sagunto es conquistada. ¡Y esta vez no es Sagunto, sino Palermo! Nuestra pobre Palermo".

Las cámaras de la televisión estatal filmaron en directo toda la ceremonia fúnebre. Había una Italia que tenía los ojos rojos. Y una clase política de mirada pétrea. La misma que no entendía muy bien qué poderes buscaba este general piamontés, que no estaba contento de que el Estado lo hubiera elegido para ir a las trincheras. Pero también estaba esa parte de la clase política que, habiendo comprendido muy bien cuáles eran los deseos del nuevo prefecto de Palermo, había hecho todo lo posible para obstaculizarlos.

Extraído de "Cuarenta años de mafia" (Editorial BUR Rizzoli)
 
Foto: © Paolo Bassani