Carta a ANTIMAFIADuemilaEstimada redacción de ANTIMAFIADuemila: Soy una ciudadana italiana que vive en la provincia de Padua, pero además de ser una ciudadana, soy una activista que apoya causas que estén a favor de la vida. En particular, llevo años apoyando en primer lugar a todo lo que identifico como la verdadera resistencia y lucha contra la mafia, ya que en los últimos años me he dado cuenta que hay muchas formas de hacer antimafia, hay antimafias blandas que no lastiman ni a los mosquitos, como la de las apariencias y otras fundadas hasta por exponentes de la mafia. La antimafia con la que me identifico es la que defiende y apoya a esos pocos magistrados justos y honestos que desde hace 30 años viven todos los días de su vida en los círculos del infierno. En el infierno de Dante, donde terminan las almas que, por la ley de la recompensa deben experimentar el mal causado a los demás, de hecho, el mismo Dante afirmó "¡quien es causa de su mal que llore por sí mismo!". Estos pocos magistrados, a diferencia de los que se ganan ese lugar por sí mismos, están viviendo el infierno en la Tierra solo por ser hombres justos, éticos, sedientos de justicia, animados por la convicción de que las instituciones deben ser las garantes de los derechos de todos los ciudadanos y que la ley debe ser igual para todos. Estos pocos magistrados se obstinan en pensar y poner en práctica en todo lo que tocan, que en este mundo necesitamos ejemplos de hombres positivos y de espaldas rectas, que puedan condicionar positivamente a las nuevas generaciones, para mejorarlas respecto a las anteriores. Estos magistrados han elegido vivir el mismo vía crucis de todos los mártires que pagaron con su vida la culpa de poner a un ideal por encima de todo, incluso de ellos mismos y de sus familias. Un ideal que encierra un bien para la comunidad, que representa la voz de aquellos que no la tienen y para hacer esto se debe ser libre, íntegro, poner la verdad por encima de todo y de todos, aunque esto signifique ir contra la corriente, porque los magistrados tienen el poder de sacar a la luz los inconfesables secretos que reescribirían gran parte de la historia de Italia y del mundo, a partir de 1947. El vía crucis de estos justos es un complejo mar marcado por episodios de deslegitimación, fango mediático, acusaciones difamatorias, como por ejemplo el ataque sufrido por el doctor Sebastiano Ardita, cuando se difundieron las denuncias de un calumniador como Piero Amara sobre la pertenencia a la logia masónica Hungría (mentira absoluta), por parte del juez Davigo. Una historia que acabó con la reciente condena del propio Davigo. Son todas situaciones muy desagradables creadas muy a menudo incluso por colegas de las instituciones, que ponen a estos magistrados en el lugar de tener que defenderse de acusaciones, demorando así un trabajo judicial que evidentemente es muy inconveniente para alguien. Me pregunto y le pregunto, querido director de esta revista, siendo su área de competencia, cómo es posible que el Dr. Di Matteo sea más reconocido por su calibre en el extranjero que en Italia. Y cómo es posible que los partidos políticos no hayan pugnado entre ellos para ofrecerle el cargo de ministro de Justicia. Les pregunto esto, con toda humildad, porque evidentemente algo se me escapa. Es decir, si el magistrado más preparado del mundo en el tema de la mafia no ha desempeñado todavía esa función, por una cuestión de lógica elemental debería ser el primero en ser llamado. A decir verdad, el Dr. Di Matteo había recibido una propuesta del Movimiento 5 Estrellas para postularse como ministro de Justicia, seguida de un inexplicable y veloz cambio de planes, evidentemente a instancias de alguien que creyó conveniente colocar en ese lugar a alguien mucho menos competente en temas de la mafia, como el ministro Bonafede, pero mucho más inofensivo. Me pregunto cómo es posible que la reforma Cartabia, en vez de ponerse del lado de la sana magistratura, haya sido una herramienta para penalizar a la justicia, me pregunto cómo es posible que nuestro presidente de la República Sergio Mattarella, a cuyo hermano mató la mafia, no asuma una posición más clara y fuerte frente a la mafia dado el cargo institucional que ocupa. Me pregunto por qué los mejores magistrados no ocupan los cargos más importantes y vitales, esos cargos que les darían el poder de cambiar este país para mejor, haciendo limpieza y esclareciendo la verdad de las masacres del '92 y ‘93 de una vez por todas. Me pregunto por qué, casualmente, existe una relación inversamente proporcional en el desarrollo de las carreras de los magistrados que se dejan engullir por el actual sistema de las corrientes internas, con ascensos vertiginosos, en comparación con las de los pocos magistrados que optan por ser libres intelectualmente y para ellos ascender profesionalmente se convierte en una carrera con enormes obstáculos, casi insuperables. Como ciudadana italiana, estoy enojada por la sentencia que la Casación emitió el 27 de abril del 2023 en el caso de la Tratativa Estado-mafia, absolviendo definitivamente a los ex ROS Mario Mori, Giuseppe De Donno, Antonio Subranni y Marcello dell 'Utri, al exsenador de Forza Italia condenado por concurso externo en asociación mafiosa y a quien fue garante del acuerdo entre Silvio Berlusconi y Cosa Nostra. Me disgusta que, a pesar del testimonio del propio Mori, que confirmó que hubo una tratativa con Ciancimino y que lo volvería a hacer, el Estado italiano, en vez de tomar una posición clara y contundente frente a la mafia, se pone a favor y lo justifica normalizando el hecho de haber interactuado con la mafia, "pero sólo por el bien de la gente y para limitar los daños". Mi moral me obliga a disociarme públicamente de esta parte del Estado enferma del cáncer que, a partir del 27 de abril del 2023, se autoproclamó como Estado mafioso con la complicidad de una parte de la sociedad que se muestra indiferente a todo lo que cuatro funcionarios de cuello blanco deciden. Pues bien, todo esto no fue hecho en mi nombre ni en el de los ciudadanos que no se reconocen en este Estado mafioso. Me disocio de este Estado que beatifica a personajes sucios y viscosos como Silvio Berlusconi, ya que se ha demostrado que el partido fundado por él y Dell'Utri estaba al servicio de la mafia. No puedo aceptar como madre, dado el rol de educadora que tengo hacia mi hijo, que crezca pensando que este personaje fue un salvador de la patria, al punto de ser homenajeado con un funeral de Estado por las máximas instituciones del país. Solo un Estado mafioso es capaz de defender a un miembro de la mafia y, por lo tanto, no puede procesarse a sí mismo. Me ofende que este Estado humille mi inteligencia y mi capacidad de análisis lógico, creyendo que puedo pensar que los más grandes y peligrosos fugitivos de la mafia puedan haber estado más de 30 años prófugos en sus casas sin la ayuda de las instituciones y de los servicios secretos. Me pregunto por qué el pueblo italiano tiene un sentido de la justicia tan desconectado de sí mismo, encontrando tiempo para todo, pero nunca para esos pocos magistrados que arriesgan su vida también por ellos y por sus hijos, y que nadie se dé cuenta de la importancia vital de lo que representan y podrían representar si hubiera una toma de conciencia de la gente. Estos pocos justos que, como aquellos últimos japoneses, quieren seguir realizando su trabajo como una misión por el bien de la comunidad, a pesar de la indiferencia de si viven o mueren, a pesar de que el explosivo ya esté listo para ellos. Esa gente que es capaz sólo de lamentarse cuando las cosas no van bien, quizás porque les toca la piel, y que entonces reclama mejor sanidad, o mejor educación, quejándose de que los que están en el gobierno engordan como cerdos a costa de los ciudadanos que cada vez se desangran más. Pero yo me pregunto: ¿de quién es realmente la culpa más grande? ¿Es de quien comete actos indignos sin ser molestado? ¿O es de quién se lo permite y no hace nada para cambiar las cosas? Porque un pueblo que no se rebela contra un Estado que tiene los impuestos más altos y los salarios más bajos de Europa, un pueblo que acepta un Estado mafioso, que ha perdido su ética, su moralidad, y la capacidad de luchar y de transmitir a las nuevas generaciones lo que es correcto y lo que es inaceptable y, por lo tanto, que ha perdido la capacidad de defender incluso a sus hijos, de darles un futuro basado en bases sólidas, éticas, un pueblo que no muestra signos de interés ni preocupación por un veredicto como el de la Casación sobre la Tratativa Estado-mafia, es un pueblo mafioso. Somos un pueblo de 60 millones de individuos que no tienen la capacidad ni la voluntad de luchar por sus derechos, un pueblo que quiere seguir siendo las patas de la mesa donde estos vendidos se dan un festín con nuestra piel. Un pueblo que no entiende que nosotros somos el Estado y que tenemos el poder de poner la mesa patas arriba, sin permiso de nadie; porque ese permiso es un poder que ya tenemos, solo que no nos damos cuenta porque mentalmente estamos enjaulados por un sistema que nos esclaviza cada vez más y, en lugar de combatirlo, lo defendemos. Mientras no haya un cambio en la forma de pensar, el pueblo italiano solo podrá decir "¡quien es causa de su mal que llore por sí mismo!". También quiero hacer otra consideración, que a mi juicio está ligada a la falta del sentido de la responsabilidad civil. Todos los días leemos en los periódicos o escuchamos en la televisión que "el apocalipsis atómico es posible", según las palabras pronunciadas por Dimitri Medvedev. ¿Cómo puede ser que, ante tales palabras y ante el escenario apocalíptico nuclear, la gente siga como si nada, dando señales de que vive en un mundo propio que no se corresponde con la realidad? No entiendo cómo es posible que los Estados no busquen un acuerdo de paz con Rusia, que es el Estado con el arsenal nuclear más numeroso, poderoso y desconocido, como los misiles supersónicos Sarmat, que tienen un altísimo potencial destructivo, capaz de aniquilar al mundo en dos horas. ¿Por qué no nos parece natural intentar frenar esta escalada en lugar de seguir fomentándola? La historia nos debería enseñar que Rusia nunca ha sido conquistada por nadie y que nunca lo permitirá. Entonces, sabiendo que los puntos de vista son diametralmente opuestos, el escenario es inquietante y terrible. Hasta ahora, en todas las manifestaciones contra la guerra a las que he asistido, mi asombro fue enorme, porque pensé que encontraría a miles y miles de personas gritando no a la guerra, pero los resultados siempre fueron decepcionantes. ¿Qué cosas tiene que hacer la gente que sean más importantes que luchar por sus vidas? Porque de eso estamos hablando, de salvar la propia vida, la de los hijos y la de los seres queridos y ya que estamos, también de salvar la vida de 8 mil millones de seres humanos. ¿Cómo es que esta humanidad no tiene la necesidad instintiva de luchar para salvarse? ¿Cómo es que esta humanidad ha perdido el instinto de conservación y ya no es capaz de luchar ni siquiera por sus propios hijos? Este es el mundo del revés, en el cual los mafiosos son ensalzados y beatificados, y los que arriesgan su vida para tener una sociedad más ética y justa son perseguidos por el poder y por la sociedad que, con su indiferencia, se vuelve cómplice, sin darse cuenta que, incluso hablando egoístamente, estar del lado de los magistrados honestos sería defenderse y protegerse a sí mismos. Mi esperanza está en los jóvenes, en una toma de conciencia diferente a la actual, que tenga la voluntad de luchar por una causa a favor de la comunidad, porque todos somos el Estado. Necesitamos una conciencia diferente, un cambio de prioridades en la vida, sacrificando incluso los pasatiempos si es necesario, en cuanto fueron creados para distraer a las personas de las cosas importantes, robándoles un valioso tiempo que podría usarse para que la sociedad cambie en forma radical y se convierta en algo mejor. No hay nada más grave que justificar lo injustificable, decir que ciertas cosas siempre han existido, que siempre han muerto niños, que siempre hubo guerras, que siempre hubo injusticias. Es cierto pero la responsabilidad es sólo de la sociedad que siempre aceptó lo que no se debe aceptar, que nunca ejerció el poder de unión, y nunca se dio cuenta de que pocos contra muchos no pueden hacer nada. Hay que salir de la jaula mental que ha creado el poder y romper las cadenas que nos hemos autoimpuesto, para recuperar la capacidad de lucha uniéndonos cada vez más, reconquistando la fuerza de la masa en detrimento del individualismo en el que vivimos, luchando en causas por el bien de la comunidad, por los que no tienen voz, por el mayor bien de todos los bienes que es la vida que nos ha sido dada. Chiara Linguanotto Estimada Chiara: Aprecio y comparto su sed de justicia y casi en su totalidad sus valoraciones respecto a la figura de Silvio Berlusconi y a los altos valores éticos que representan magistrados como el Doctor Nino Di Matteo. Gracias por esta carta. Un cordial saludo. Giorgio Bongiovanni Foto: Imagoeconomica |