Hace dos días se recordó al padre Pino Puglisi, hoy beato, asesinado a balazos el día de su cumpleaños, cuando regresaba a su casa. Un hombre de fe, revolucionario, capaz de unir a toda una comunidad a su alrededor, que se convirtió en mártir, que antepuso la causa por la que luchó a su propia vida.
Fue asesinado en Brancaccio, un barrio de Palermo donde, se sabe, reina desde hace décadas la familia Graviano.
Se llevaron a cabo varios juicios por el asesinato del sacerdote misionero. Y gracias a la contribución de sus propios asesinos, que luego se convirtieron en colaboradores de justicia, fue posible condenar a los autores intelectuales y a los ejecutores materiales.
Pero ese delito excelente de un hombre de Iglesia esconde, quizás, otro misterio, porque tuvo lugar en un momento histórico preciso, en el que Cosa Nostra estaba en plena temporada de masacres.
De hecho, 1993 fue el año de las bombas en el continente, en el que se puso en juego ese diálogo con el Estado que se había iniciado en años anteriores, con las masacres de Capaci y Via d'Amelio.
Y no es nada descabellada la hipótesis de que la muerte del sacerdote de Brancaccio haya podido ser un mensaje dirigido al Vaticano y, en particular, al Papa Juan Pablo II.
Pero procedamos con orden.
Para comprender es necesario dar un paso atrás en la historia y observar cuáles eran las peligrosas relaciones entre la Iglesia y la mafia.
Un vínculo fuerte que iba más allá de la simple connivencia o el silencio y que vio su lado más oscuro en las relaciones entre el IOR y los llamados sistemas criminales.
Pensemos en los veinte años de la poco discutida gestión, de 1971 a 1989, del cardenal estadounidense Paul Casimir Marcinkus, también conocido como el "banquero de Dios", muy cercano a Juan Pablo II.
A principios de los años 1980, su nombre estuvo vinculado a escándalos como el de la logia P2 y el colapso del Banco Ambrosiano en 1982, en una serie de cruces que tuvieron como protagonistas a personajes como el "venerable maestro" Licio Gelli y Michele Sindona (asesinado en prisión con una taza de café con cianuro).
Este último, en relaciones con Giulio Andreotti y el Papa Pablo VI, blanqueaba dinero de la mafia en el Banco del Vaticano y en el Banco Ambrosiano.
El hilo conductor conecta estos hechos con lo ocurrido el 18 de junio de 1982, cuando el presidente del Banco Ambrosiano, Roberto Calvi, apareció ahorcado bajo el puente Black Friars de Londres.
En la sentencia absolutoria por el asesinato de Calvi, entre otros, estaba acusado el jefe de Cosa Nostra, Pippo Calò y, aunque se trata de una sentencia sin culpables, hay suficiente material para demostrar matemáticamente, gracias al preciso trabajo del magistrado Luca Tescaroli, que grandes sumas de dinero de origen delictivo pasaron por el IOR y salieron blanqueadas.
La sentencia del 7 de mayo de 2010 dice textualmente: "Cosa Nostra utilizó al Banco Ambrosiano y al IOR como conducto para operaciones masivas de blanqueo de dinero. La novedad que ha surgido es que al menos también fueron obra de Vito Ciancimino (exalcalde mafioso de Palermo, fallecido en 2002, ndr), así como de Giuseppe Calò".
En el 2008, la fiscalía de Roma abrió una segunda investigación que se cerró en el 2016. En el decreto de archivo, el juez dijo que era "una hipótesis histórica del asesinato difícil de superar". La solicitud de archivo también habla de los vínculos entre el Banco Ambrosiano y el IOR, y destaca que el dinero de la mafia fue blanqueado y, al mismo tiempo, financiado en secreto, en clave anticomunista, "como parte de una estrategia más amplia del Vaticano", tanto por los regímenes totalitarios sudamericanos como por el sindicato polaco Solidaridad en los primeros años del pontificado de Wojtyla.
Este "sistema anticomunista", que fue alimentado y apoyado durante años, dejó efectivamente de funcionar con la caída del Muro de Berlín.
Las investigaciones sobre las masacres de los años noventa, y posteriormente juicios como el de la Tratativa Estado-mafia o 'Ndrangheta Stragista, han puesto de relieve que en 1989 se inició un proceso que llevó al sistema criminal, del que forman parte las mafias, a buscar nuevos equilibrios y nuevos referentes políticos.
El asesinato del honorable Salvo Lima (líder de la corriente de Andreotti de la Democracia Cristiana en Sicilia), las masacres de Capaci y via D'Amelio, allanan el camino para un nuevo diálogo entre el Estado y la mafia.
Una tratativa que continua en 1993.
Mientras todo estaba en marcha, el 9 de mayo, Juan Pablo II, desde el Valle de los Templos de Agrigento, tronó contra Cosa Nostra: "Dios dijo una vez: no matéis. El hombre, cualquier hombre, cualquier aglomeración humana, cualquier mafia, no puede cambiar y pisotear este santísimo derecho de Dios. El pueblo siciliano es un pueblo tan apegado a la vida, que da vida. No siempre puede vivir bajo la presión de una civilización contraria, de una civilización de la muerte. Aquí necesitamos una civilización de la vida. En nombre de Cristo crucificado y resucitado, de ese Cristo que es Camino, Verdad y Vida, hago un llamamiento a los responsables: ¡convertíos! ¡Un día vendrá el juicio de Dios!".
Palabras duras y fuertes, dichas espontáneamente. Palabras que hirieron a la mafia hasta el punto de que apenas unos meses después la respuesta de Cosa Nostra no se hizo esperar.
Quizás no sea casualidad que, en julio, después de haber atacado museos y lugares de arte en Florencia y Milán, Cosa Nostra decidiera atacar Roma en los lugares de San Giovanni in Laterano ("corazón de la Roma cristiana", como decía el cardenal Camillo Ruini) y en San Giorgio al Velabro.
Y en setiembre, de hecho, el asesinato de don Pino Puglisi, que de alguna manera encarnaba en el campo ese nuevo espíritu de la Iglesia contra la mafia.
Delitos, por tanto, que fueron al mismo tiempo un "castigo" y una intimidación para toda la Iglesia.
Un colaborador de justicia del calibre de Francesco Marino Mannoia lo explicó, justo un mes después de las masacres en Roma: "En el pasado, la Iglesia era considerada sagrada, intocable. Pero ahora Cosa Nostra ataca también a la Iglesia porque habla contra la mafia. Es un mensaje claro para los sacerdotes: no interfieran".
Y Totò Riina, interceptado en prisión en 2013, lo había dejado aún más claro: "(...) ¡Arrepiéntanse! … ¡Pero de qué me arrepiento! ¡Que se arrepienta él! ¿Por qué está diciendo estas cosas? ¿Por qué vino a Agrigento? (...) Él dijo '¡arrepentíos! El juicio de Dios sobre el hombre vendrá' (...) ¡En lugar de ser el Papa, parecía un luchador antimafia! (...) el Papa debe ocuparse de sus propios asuntos, debe interesarse por el alma, el espíritu (...) y este se interesa por la mafia (...) No es un Papa, es un desgraciado, un matón, un sinvergüenza".
¿Quizás Riina se refería al hecho de que el Papa Wojtyla recibió una oscura financiación de la mafia para Solidaridad, a través del IOR y del Banco Ambrosiano?
¿Cómo podría permitirse entonces, desde la perspectiva del jefe, ir contra la mafia a la luz de las relaciones económicas existentes con el banco del Vaticano?
Por eso, desde esa perspectiva, las masacres y el asesinato de Puglisi pueden asumir la función de represalia contra los líderes supremos de la Iglesia católica que en ese momento intentaban distanciarse de lo sucedido en el pasado.
Y había mucho más en juego que los intereses de Cosa Nostra.
En algunos documentos de investigación, como el de la DIA (Dirección de Investigaciones Antimafia) del 4 de marzo de 1994, firmado por Pippo Micalizio, se consideraba "cierto" el origen mafioso de los atentados en Roma, Florencia y Milán, pero al mismo tiempo se destacaba que "todavía era fuerte la sensación de que la nueva etapa de masacres inaugurada por la mafia perseguía en realidad objetivos que iban más allá de los intereses exclusivos de Cosa Nostra".
Por este motivo, las masacres no deben leerse "como ataques habituales de la mafia, aunque sean muy graves, sino más bien como actos de una auténtica política mafiosa, cuya trazabilidad hasta la mafia, entendida como una organización criminal llamada 'Cosa Nostra', debía realizarse progresivamente, a través de una serie de etapas intermedias que representaron otros tantos momentos de convergencia ideacional operativa".
Desde esta óptica es posible releer diversos hechos ocurridos en aquellos años.
Respecto a 1993, puede que no sea una coincidencia que la familia mafiosa de Brancaccio fuera la protagonista absoluta de estos crímenes.
Los hermanos Giuseppe y Filippo Graviano, en ese preciso momento histórico, fueron protagonistas no sólo de las masacres (continuando la línea de Totò Riina en total acuerdo con Leoluca Bagarella y Matteo Messina Denaro y con el acuerdo de Bernardo Provenzano) sino también de esa tratativa que buscaba nuevos representantes políticos, y que encontraría su cumplimiento en 1994 cuando, en el bar Doney de Roma, Spatuzza dijo que se había llegado a un acuerdo. Fue en aquella ocasión cuando mencionó los nombres de Silvio Berlusconi y Marcello Dell'Utri. Personas gracias a la cuales tendrían "el país en sus manos".
En aquellos días, el 23 de enero de 1993, se planeó un nuevo atentado, también en Roma, esta vez en el estadio Olímpico, con motivo del partido Roma-Udinese.
Sólo el mal funcionamiento del control remoto que debía activar el coche bomba evitó esa masacre final.
El 26 de enero fue histórica la transmisión televisiva en la que Silvio Berlusconi anunció su entrada al campo político y la creación del partido Forza Italia. Al día siguiente, los dos hermanos Graviano fueron detenidos y el golpe final ya no fue necesario.
Años después, en el 2020, respondiendo a las preguntas del fiscal adjunto Giuseppe Lombardo en el juicio 'Ndrangheta Stragista, Giuseppe Graviano afirmó haber tenido relaciones económicas con Berlusconi e incluso haberse reunido con el ex primer ministro tres veces mientras estuvo prófugo.
¿Verdad? ¿Mentiras? Todos estos aspectos están siendo examinados actualmente por el poder judicial que investiga a los autores intelectuales externos de las masacres de 1993.
Si decide colaborar con la justicia, Giuseppe Graviano podría revelar muchas verdades.
Quizás incluso sobre el "agujero negro" que se esconde detrás de esa represalia contra el Vaticano que tuvo lugar en aquella terrible temporada.
Entre asuntos que respetar y tratativas que llevar a cabo, las palabras dichas en el Valle de los Templos chocaron contra los oídos del sistema criminal.
Matar a un sacerdote suburbano y antes atacar algunas de las iglesias más importantes de Roma, después la Ciudad del Vaticano, fue un mensaje claro: la vida silenciosa y pacífica tenía que regresar.
Hablamos de hipótesis, por supuesto, pero es un hecho que después sólo el Papa Francisco tuvo el coraje de volver a atacar a los mafiosos, llegando incluso a excomulgarlos ("Los mafiosos no están en comunión con Dios, están excomulgados").
Una verdad cruda pero real.
Afortunadamente hoy las palabras van acompañadas de las acciones de aquellos misioneros, trabajadores y hombres de fe que nunca quisieron, ni quieren, hacer acuerdos con la mafia y los sistemas criminales.
Foto de portada: ambientación gráfica del Valle de los Templos en el que el 9 de mayo de 1993 el Papa Juan Pablo II tronó contra Cosa Nostra. A su lado el jefe Giuseppe Graviano / diseño gráfico de Paolo Bassani
Foto 2: la sede del IOR (Instituto para las Obras de Religión), así como el Banco Vaticano / Imagoeconomica
Foto 3: papa Juan Pablo II / Imagoeconomica
Foto 4: Totò Riina en la sala bùnker de la càrcel Ucciardone, Palermo / Shobha