Jueves 16 Mayo 2024

Un crimen de Estado junto al Obelisco de Buenos Aires; imágenes elocuentes

¿Arbitrariedad policial en un contexto represivo inequívoco? ¿Solo una situación accidental, por decirlo de alguna manera? Ya no importa mucho hacerse estas interrogantes, pero por su naturaleza misma, en cuanto las circunstancias en que murió el fotógrafo y periodista, y militante, Facundo Molares, de 48 años, en el obelisco de la ciudad de Buenos Aires, en la tarde del jueves 10 de agosto, ese hecho, ya de una es motivo de repudio generalizado, entre otras cosas porque fue visualizado a la opinión pública, prácticamente en directo, gracias a los oportunos registros gráficos con celulares, de periodistas independientes y militantes que se encontraban en el lugar. Un cuadro de paro cardíaco, de hecho, producido por la situación en la que se hallaba Molares, seguida de las habituales medidas de golpes y empujones que aplican los uniformados en esas represiones, apagó la vida de un hombre, que portaba un muy dinámico y profuso historial militante. Su muerte, una vez más, pone bajo lupa a las fuerzas de la Policía de la Ciudad, de Buenos Aires, capital argentina, en la previa a las elecciones nacionales del próximo día domingo 13 de agosto. Una previa en la que, por diferentes razones, la antesala electoral ya estaba crispada de antemano, pero con la muerte de Molares, se complejizó mucho más. A las enérgicas críticas por lo acontecido, desde diferentes tiendas, sobrevinieron, además -como es de rigor y era de esperar- las posturas gubernamentales o funcionales a ellas, y al sistema represor -que nunca está ausente en el país- que no hacen otra cosa hacer más que formar parte la teatralización habitual, cuando se trata de situaciones en las cuales las fuerzas de seguridad -o de “inseguridad”- marcan el terreno en movilizaciones populares. Solo que esta vez, además de apalearse a personas con los bastones reglamentarios se practicaron algunas detenciones, siendo una de ellas la del mismo Molares (como si hubiese sido hecho a propósito, así de literal). Un procedimiento que da que pensar, nítidamente, que las fuerzas policiales fueron más allá de querer despejar los alrededores del Obelisco o neutralizar una manifestación de tintes violentos. No hubo violencia popular porque eran manifestantes que no portaban ni armas, ni piedras, ni palos y solo buscaban expresarse como integrantes de organizaciones sociales, tales como MTR, Votamos Luchar y Rebelión Popular. Tal parece, por la forma en que se planteó la intervención policial, que el crimen de los manifestantes, que en ningún momento generaron incidentes de especie alguna, habría sido estar allí ejerciendo libremente su derecho a expresarse, amparados en la Constitución Nacional. La cuestión es que, tras esta muerte, ya a nivel del oficialismo deberían tomarse urgentes medidas de saneamiento dentro de las fuerzas de seguridad, ante prácticas tan aberrantes de quienes en definitiva deberían proteger a la ciudadanía y no llevarla a la muerte.

¿Y ahora? ¿Qué ocurrirá? Ya nadie podrá devolverle la vida a Molares, pero sí, en el después de su deceso, ya es inevitable vivir una etapa de idas y venidas judiciales, justificaciones políticas de la represión (que entendemos, no se ajustó a la legalidad, como un hecho por demás recurrente, por cierto, en la vecina orilla) y hasta desvaríos abrigando confusión, en vez de transparencia, especialmente entre aquellos que -desde los privilegiados sitiales del poder, o del ámbito político, policial o judicial- siempre gustan de sumergirse en los negacionismos de turno.

Hagamos un poco de historia: hace seis años, un 1ero de agosto de 2017, un episodio cuasi similar al de Molares, se vivió a orillas del río Chubut en la provincia del mismo nombre, durante una represión a los mapuches -que reclamaban, con un corte de una ruta, frente a la comunidad Pu Lof en Resistencia de Cushamen, la liberación de su líder político y espiritual, el Lonko Facundo Jones Huala- oportunidad en que un anarquista, Santiago Maldonado, en la soledad de ese lugar vivió una desaparición forzada seguida de muerte, hecho que hasta el día de hoy permanece impune. Aquel episodio que causó impacto regional y mundial, además de una vida, tuvo lugar en una zona apartada del extenso territorio argentino, pero el episodio de Facundo Molares, tuvo lugar a la vista de todos, en pleno centro de Buenos Aires, y a plena tarde, y bajo cientos de ojos, que luego fueron miles, tras viralizarse rápidamente las imágenes de lo que hubo ocurrido.

Salvando las distancias entre ambos hechos, hoy , que una represión -a la vista de todos- haya derivado en la muerte de una persona, significa un grave suceso, quizás de igual talla del que vivió desafortunadamente Santiago Maldonado, pero bajo circunstancias diversas.

Miles de ojos, ahora millones, vieron y siguen viendo, las secuencias de la represión en el Obelisco, y ya no hay nada que pueda distorsionar la verdad. O sea, ya no hay nada que pueda tapar el sol con un dedo. Pero igual no pocos ponen palos en la rueda de la Justicia, y procuran que esa arbitrariedad -con el saldo de una muerte- quede impune o se desvanezca con el tiempo, como si nada hubiese pasado. Como si hubiese sucedido debido a un tema de salud de Molares, siendo que, en contrario, sobrevino porque en la represión fue golpeado, arrojado al suelo y asfixiado, tras aplicarle una de las letales maniobras de inmovilización con la rodilla que hacen los policías cuando quieren inhibir toda reacción de la persona detenida.

Facundo Molares 2

Los testimonios que se fueron colectando para dar una información precisa son contundentes: “Facundo había terminado de hablar en la asamblea y se retiró a un costado para prender un cigarrillo. Nosotros continuamos con la asamblea cuando nos dimos cuenta que los policías se le tiraron encima y lo arrastraban” dijo una manifestante a la prensa.

“Molares estaba en el piso. Y otros militantes fueron igualmente empujados y tomados de los cabellos, también colocados boca abajo en el asfalto. Policías les colocaron la rodilla y el cuerpo encima de los detenidos. Y se armó un cordón policial alrededor. A Facundo lo estaban asfixiando” agregó la testigo, Delia Delgado

Por lo que se ve en las imágenes de los videos que circularon por las redes sociales, los policías hicieron el cordón separándolos de los manifestantes que enérgicamente reclamaban por la libertad de sus compañeros. Pero en medio de esa tensa situación, una fotógrafa de prensa se dio cuenta que Molares estaba literalmente morado y a los gritos explicó lo que estaba ocurriendo.

-¡Está morado, dalo vuelta ya, se descompensa, tiene un infarto!

Facundo se encontraba sin habla, no podía reaccionar. Y eso se ve en las imágenes. Transcurrieron los minutos. Los testigos, poco pudieron hacer. Muchos pidieron una ambulancia. Minutos parecían eternidades, especialmente para quien está sufriendo un infarto. Lapso después, todavía sin la presencia del personal médico de una ambulancia, una mujer policía y otro de sus colegas, practicaron sobre Molares masaje cardíaco. Pero no hubo respuesta favorable. Facundo Molares estaba boca arriba, sin movimiento alguno. Quizás ya fallecido. Al llegar la ambulancia lo retiraron de la zona al Hospital Ramos Mejía, y a los pocos minutos se comunicó oficialmente su deceso.

No hay ninguna duda de que las imágenes del Obelisco son demoledoras. Contundentes. Y los márgenes de la inocencia policial se hacen trizas, porque ante una movilización de esa naturaleza, airada quizás, pero no violenta, una suerte de diálogo hubiese alcanzado. Pero el diálogo policial tuvo sabor a palos y escudos, y violencia arbitraria. ¿Quizás el diálogo estuvo ausente porque en realidad el cometido represivo traía el plus de capturarlo a Molares y a otros manifestantes, perfectamente identificados, seguramente gracias a los buenos oficios de la Inteligencia policial, siempre dispuesta y disponible a esos menesteres en estas movilizaciones populares? Quizás.

Facundo Molares Schoenfeld, no era un activista y un fotoperiodista funcional al sistema. Era un militante social comprometido, con las causas sociales. Inspirado por la figura del Che Guevara viajó por toda Latinoamérica, llegando hasta Colombia, sumándose -en el 2003- a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), bajo el nombre revolucionario de Camilo Fierro. Fue Molares un duro crítico del acuerdo de paz de 2018. De regreso a la Argentina, desmovilizado de las FARC, fue activo integrante de la comunicación popular. Fue entonces que decidió viajar a Bolivia durante el golpe cívico militar en Bolivia, de Áñez, para dar cobertura periodística. En ese país, en una represión fue herido de bala. Durante su internación se le indujo un estado de coma, quedando con secuelas, a nivel cardiológico, y a nivel visual. Acusado de ser terrorista estuvo detenido un poco más de un año hasta que finalmente pudo ser repatriado a la Argentina, en el 2020. En noviembre de 2021 fue detenido en La Patagonia y se le inició juicio para ser extraditado a Colombia. Recién pudo ser liberado en mayo del año pasado, no bien se rechazó su traslado a Colombia. De ahí en más, continuó con su trabajo de periodista en la Argentina hasta la jornada del jueves, en que halló la muerte, dentro de un contexto de represión policial.

Facundo Molares, hace no mucho tiempo, al ser entrevistado por un periodista de Página 12, sobre su nivel de compromiso con las causas revolucionarias, respondió firme y convencido algo que no podemos ignorar en mencionar, a propósito de su personalidad y de su opción de vida.

"En mi casa lo que aprendí fueron valores. Desde muy chico, mi papá y mi mamá me enseñaron valores que tienen que ver con la solidaridad, con el compromiso con el prójimo, con el patriotismo, esos son valores que tuve de muy niño. Después, el camino revolucionario, el pasaje a la acción, ya fue una opción mía".

Mientras se viven todavía los tiempos de aclaraciones, por parte de la Policía, sobre que ocurrió y lo que dejó de ocurrir, buscándose siempre poner a buen recaudo el procedimiento policial en represión, a nivel de organismos de DDHH, y de movimientos sociales, e incluso a nivel político en ciertos sectores, las voces de repudio por su muerte, superan todas las expectativas.

El titular de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla afirmó: “A 40 años de democracia tener que vivir esta jornada nos duele. La Policía de la Ciudad tendría que focalizar su objetivo en que no haya inseguridad y no en la persecución a militantes políticos”.

Y agregó: “Aunque estuvieran contando la calle deberían, desde el Gobierno, promover el diálogo. Nos tienen mal acostumbrados a estos accionares. Justificando Larreta, es una vergüenza. Un comunicado donde abraza a la familia, pero justifica el accionar de la policía”.

“Me cuesta el cinismo que tiene algunos personajes de la Ciudad de Buenos Aires. Esto es claramente habilitación política. Lo decimos claramente. Sabemos que tiene una reglamentación interna que es de las más modernas del país. Que se adecúa a las recomendaciones internacionales, entonces ¿qué pasa? Hay habilitación política a llevar adelante estas arbitrariedades. Ya vimos los videos de cómo la oposición está diciendo que esto se usa políticamente porque dicen que fue la muerte de una persona que se descompensó en la detención de un policía. Ese hombre no se desplomó, lo desplomaron” señaló Pietragalla.

El legislador Nicolas del Caño, candidato vicepresidencial por el Frente Izquierda de Trabajadores (FIT) denunció: “¡¡Fue un crimen de Estado!! Facundo Molares fue asesinado por la policía. Repugnante la campaña que hacen intentando instalar que murió por una descompensación y no por la represión. Justicia por Facundo. Son los mismos que criminalizan la protesta y quieren más represión”.

Los hechos, las evidencias son más que suficientes, para ir comprendiendo, que todo esto que ocurre cuando de represión se trata, en un país (que perfectamente puede ser cualquier otro de Latinoamérica) de vida democrática, no es más que una muy mala señal, la que estamos en la obligación, no solo de asumir, sino especialmente, fundamentalmente, de denunciar como ciudadanos y como periodistas.

Sepan, algo más que suficiente, que ya solo por reprimir lo que no debía ser reprimido, es cuando ya comienza a tallar la responsabilidad del Estado, de la Fuerza Policial. Los unos por ser la mano de obra, y los otros por ser los ideólogos, porque alguien dio la luz verde para descargar palos.

Así que nada de sacarse responsabilidades, porque es más que claro, imágenes mediante, que a Facundo Molares lo tumbaron al suelo, lo asfixiaron y después, solo después, le sobrevino el paro cardíaco. Porque una cosa trajo la otra. No alteremos el orden de los factores.

Evidentemente la fuerza pública abusó de su vulnerabilidad. Como se abusó de la vulnerabilidad del derecho a expresarse, reprimiendo, por solo ejercer poder de fuerza y arbitrariedad, lisa y llana. Y, además, porque esa represión -y como llevarla adelante- tuvo anuencia política. Luz verde de alguien, dentro de la casta política, y de la casta estatal. ¿Quién? Y si no fue así, el hecho es más grave aún, porque sería la prueba de que la Policía de la Ciudad, se manda sola. Por más que sea más tarde o más temprano, se vea obligada a ampararse o cobijarse bajo la sombra del manto de la política. Como siempre ocurrió, ocurre y ocurrirá.

¿Veremos ahora en qué quedan las investigaciones y los resultados? Veremos.

Foto de portada: captura de video

Foto 2: redes sociales