Muchachas de abril: El Estado uruguayo, obligado, reconoció el terrorismo de Estado, y mucho másEterna fue la espera. La ansiedad vibraba en el aire. Un sinnúmero de experiencias, luchas y resistencias confluyeron al Palacio Legislativo, de Montevideo, dónde el rey, obligado, organizó un cortejo en el que aceptaría las culpas de sus antecesores, y las propias, de una cadena ininterrumpida de terror, impunidad e indiferencia, que algunos hasta el día de hoy pueden negar gracias a la omertá de los tibios y de los traidores. El pasado jueves, 15 de junio de 2023, quedará en la memoria del pueblo uruguayo. Aquel día, el gobierno de Luis Lacalle Pou, -el hijo de una dinastía-, debía, en representación del Estado de la República Oriental del Uruguay, aceptar las responsabilidades de sus antecesores, y las propias, en la masacre de Silvia Reyes, Diana Maidanik y Laura Raggio -conocidas como las ‘Muchachas de abril’-, así como también en los casos de desaparición forzada de Luis Eduardo González y Óscar Tassino. Estos crímenes de lesa humanidad, cometidos bajo la lógica del terrorismo de Estado, continúan hasta el presente. Y en este sentido, todos los gobernantes desde aquella fecha hasta hoy, son responsables de no colaborar activamente con los procesos de verdad y justicia. Este acto de mea culpa presentado por el rey y su corte, no nace por una voluntad política madura, coherente y por sobre todas las cosas heroica, digna del libertador de un pueblo. Por el contrario, nace de la obligación que impone un organismo internacional, como lo es la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). En un contexto político degradado y degradante, donde senadores son acusados de pedofilia y de encubrir el crimen que dejó a un muchacho paralitico, mientras otros funcionarios de gobierno, en simultaneo, montan redes de corrupción con oficinas en la Torre Ejecutiva, o le abren las puertas de las cárceles a narcotraficantes y mafiosos, o privatizan de manera secreta los recursos naturales, a tal punto de darle a la gente agua salada. Todo esto sin que haya una respuesta de contralor, seria y responsable. En este contexto, era de esperarse que el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, no tuviera la altura de otros notables, que hace 50 años en ese mismo palacio arriesgaron sus vidas en virtud de la libertad. No todas las dinastías son nobles, no todos los gobernantes son aristócratas. En palabras simples, el niño presidente fue retado y enviado a ordenar su cuarto, pero encaprichado y temeroso, se echó a correr, dejando a cargo a la niñera para que pusiera la cara. Dirían algunas compañeras, “los sanos hijos del patriarcado”. Yo, para ciertas situaciones sigo prefiriendo los improperios clásicos. Pasos perdidos, huellas de desaparecidos En horario pico, en este ya invernal Montevideo el autobús avanza embotellado por avenida del Libertador, y más apretado queda cuando se enfrasca por el camino de las Leyes, que atraviesa un mar de gente que vuelve, como antaño, a rodear y ocupar aquel edificio de la democracia, convertido en su propio mausoleo hace casi cincuenta años. Reímos y nos frustramos ante la ansiedad que nos generaba ir sobre un vehículo que parecía no moverse, pero que más tarde o más temprano llegaría a destino, en lo que parecía una pequeña alegoría de lo que estábamos por vivir. Al trote cruzamos la calle, mirando a izquierda y derecha por igual -porque siempre puede venir uno a contramano-, y nos adentramos en ese mar de rostros y de ojos que volvió a apropiarse del espacio, del tiempo y de la historia. Llegamos hasta el vallado donde -con mucho respeto y un gran sentido de solidaridad-, las personas hacían cola para ingresar a un recinto que ya para ese entonces, estaba atiborrado. El pueblo quiere saber la verdad. La naturaleza de nuestro oficio nos empujó a ir hacia el frente y, credenciales de por medio, logramos entrar, gracias sobre todo a aquellos que, por lo reducido del espacio dentro del recinto, quedarían afuera, pero que sabían que cada uno éramos todos. Durante los días previos, los organizadores debatieron mucho el lugar y la cantidad de personas que asistirían. Desde Familiares de Detenidos Desaparecidos se pretendía que fuera en un lugar abierto, que permitiera una convocatoria masiva, y que no dejara dudas ante los ojos de su monarca -y de quien quisiera ver-, cual es la voluntad del pueblo en lo que respecta al terrorismo de Estado. Porque puede pasar que los nadies no sepan expresarse en el lenguaje de los edictos, pero cuando salen a la calle, su mensaje es claro. Desde el gobierno, se resistieron a la idea de que sus funcionarios, de alta jerarquía quedaran a la merced del bochorno de tener que salir corriendo, vaya a saber uno como, de entre la multitud. Por eso se eligió el Salón de los Pasos Perdidos, la nave del Palacio Legislativo, hasta donde llegó el pueblo buscando las huellas de sus desaparecidos, y donde, si había tumulto, los representantes del rey disimuladamente ser perderían entre los pasos ajenos. Un discurso que rima con limón Majestuoso, solemne, imponente, el salón de los Pasos Perdidos se abría ante nosotros. Los fríos mármoles sobre las paredes y las columnas, contrastan con la cálida belleza de los frescos y vitrales, que sostienen las dos bóvedas y el cuadrado de lucernario, que nos separa de las estrellas, y nos dejaba, al mismo tiempo, atrapados en nuestra propia realidad. Los gritos de mil personas, entonando las estrofas del himno nacional retumbaban en el lugar, y nos devolvían del ensueño. Algunos rostros, sentidos y encendidos, con los puños en alto, contrastaban con los fríos rostros de piedra de otros tantos. “La señora vicepresidenta de la República y presidenta de la Asamblea General, escribana Beatriz Argimón”, según fue presentada por la vocera, abrió oficialmente el acto, en calidad de máxima figura del Estado uruguayo. Luego de agradecer, y hacer notar la presencia -también obligada por la Corte Interamericana-, de funcionarios de los tres poderes del Estado, donde brillaban por su ausencia las altas jerarquías, así como también la de las Fuerzas Armadas. Fríamente, y sin alma, Argimón leyó extractos de la sentencia de la CIDH en mención a los crímenes cometidos contra las cinco víctimas y sus familiares. No agregó ni un ápice de sí misma. No hubo orgullo, ni patriotismo; hubo simple obligatoriedad, ni siquiera moral. Más tibio fue el aplauso que volvió desde la platea, que fue, en un día de contrastes, diametralmente opuesto al enérgico aplauso de pie que recibió a la única oradora de esa noche, Karina Tassino. Aplausos que no fueron acompañados por los representantes de las Fuerzas Armadas, ni del ministro de Defensa Javier García, sentados en primera fila. Siempre tus ojos Karina Tassino fue elegida del seno del pueblo, para asegurarse de marcar aquellas faltas ominosas en las que por costumbre entran los funcionarios de gobierno. “Lamentamos la ausencia del presidente de la República Oriental del Uruguay, doctor Luis Lacalle Pou”, dijo con voz firme, que se entremezclaba con los aplausos -que eran indudablemente para ella y para los que por la fuerza no están-; y los silbidos (y alguna que otra palabrota que se escuchó entre el barullo) que eran indudablemente para los que, por conveniencia, miedo y cobardía, eligieron no estar. Porque para asumir las responsabilidades del Estado, no se ausentó solo el presidente, tampoco estuvieron los expresidentes vivos -cómplices en esta situación-, Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle y José Mujica, todos los supremos comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas. El mar de rostros, y de ojos, siguió cada una de las palabras de Tassino. Su voz fue reflejo de todos aquellos que durante años fueron ignorados por la sucesión de gobiernos “democráticos”. “Hay crímenes que por su magnitud son irreparables”, dijo, y esto se veía en esos rostros, y en esos ojos, que lloraban de dolor y de rabia por igual. Tassino recorrió sentidamente las historias de los cinco casos, que, por razones del destino, lograron llegar hasta la CIDH, pero que no son distintas en sustancia, ni en sentimiento, de los cientos y miles de casos de detenidos desaparecidos del país, y de la región. “Siempre tus ojos”, dijo a punto de quebrarse Karina, al recordar a su padre. “Fuerza”, se escuchó gritar entre los aplausos. Seguía yo atentamente cada una de sus palabras, mientras andaba por los pasos perdidos intentando captar cada uno de los rostros, cada una de las reacciones, alimentando el recuerdo que llevarían estas líneas. “El dolor del sufrimiento personal, íntimo y familiar, trasciende a la sociedad, tan impactada esta la gente”, dijo Tassino que recorrió lentamente las emociones y los profundos sentimientos en torno al hallazgo de un nuevo cuerpo en el Batallón de Toledo. “No fue encontrado por un dato que aportaron quienes saben dónde están. ¡No! Tampoco fue por información que entregó el Estado. Lo encontraron por un trabajo de años, que hace el equipo de antropólogos, junto a la Institución de Derechos Humanos”. Sin importar quien haga los anuncios, ni quien quiera capitalizar políticamente los avances, el pueblo, la calle, tiene las cosas en claro, y eso quedó de manifiesto en los aplausos. “Ellos saben dónde están, pero no lo dicen. Prefieren seguir cometiendo el delito y abusando de nuestros cuerpos”, señaló la representante de Familiares. Y otra vez, como captando el lenguaje simbólico, el público respondió, “¡Cobardes!”. Tassino se refirió nuevamente a la sentencia de la Corte, y se detuvo particularmente en el pedido que esta le hace al Estado respecto a la consideración que debe tener en sus juicios sobre perspectiva de género, “porque determinadas violaciones las sufrieron las mujeres, por su condición de mujer. El terrorismo de Estado se ensañó con ellas”. De entre los aplausos de aprobación, la voz de una mujer se alzó con su cuerpo, y dijo, “acuérdense de las niñas también. Yo tenía solo 13 años cuando me violaron”. Y desde ahí en adelante, cada vez más el público se apropió definitivamente de aquella responsabilidad que el Estado escribe con la mano y borra con el codo. “Con las tripas decimos que más tarde o más temprano las vamos a encontrar a todas y a todos. Por memoria, verdad y justicia. ¡Nunca más!”, gritó a toda voz Tassino. Un grito que se hizo eco en cada una de las voces presentes. Un grito del que también nos hacemos parte. Un grito, que, en este tiempo, para los orientales es sinónimo de libertad, "¡Nunca más!". La verdad no se obliga Sobre el final, tarde, Argimón intentó, equivocadamente, capitalizar el acto de cara a sus intenciones, aún no manifiestas, de coronación. “Estimados ciudadanos, estimadas ciudadanas, queremos nuevamente exhortar, solicitar, pedir a toda aquella persona que tenga conocimiento sobre el posible paradero de restos humanos, por favor brinden información”, dijo casi ingenuamente. La catarata de insultos y silbidos no se hizo esperar. “Ustedes son los que saben”, le contestaron desde la tribuna a Argimón, que por un momento se quiso confundir con el pueblo, olvidando también su responsabilidad de Estado. El clima se puso tenso, e inmediatamente, la joven que hacía las veces de vocera y anfitriona, cortésmente invitó a los asistentes a dirigirse hacia las salidas. Un corte abrupto que terminó por confirmar la inmadurez de un gobierno, obligado a dar muestras de decencia. Un gobierno que, frente a los 50 años de resistencia de su pueblo, aún sigue en pañales. Fotos: Antimafia Dos Mil
|