Domingo 19 Mayo 2024
Por Jean Georges Almendras-20 de mayo de 2021

Inevitablemente habremos de negarnos una vez más (otro año más) como personas libres, y llegaremos al extremo de autocensurarnos en el nombre del Covid 19, y no nos manifestaremos pública y presencialmente, este 20 de mayo (en la denominada Marcha del Silencio de la Avenida 18 de julio, de Montevideo, Uruguay), por los desaparecidos en los días de dictadura. Pero no es esa nuestra intención, especialmente entre nosotros, que estamos sedientos de justicia (y lo aclaro, para que los mal intencionados de siempre, no interpreten que estamos sedientos de venganza, como lo dicen y lo enfatizan quienes entienden, que la lucha de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, es una lucha sin argumentos y sin pruebas). Y tanto no es esa nuestra intención, que seguiré insistiendo, como lo hice en escritos alusivos de años anteriores, en sugerir a los ciudadanos que tienen sobre sus espaldas esa lucha, que creo que ya es hora de considerar adoptar otros caminos para el reclamo. Y no centrarnos exclusivamente en una fecha, porque hincar el diente en la asignatura pendiente que el Estado uruguayo tiene con esas familias, no alcanza con un día, porque más bien, involucra a cada uno de los días de todas estas más de dos décadas transcurridas, de marchas a pie por el centro de la capital uruguaya. Pero sin perjuicio de esa mi insistente propuesta, debo admitir, que, en tiempos de vida normal, la presencia multitudinaria silenciosa, significaba una bofetada a la casta militar y al poder político que le hizo y le hace el juego para que las respuestas sobre los desaparecidos uruguayos, sigan guardadas en el cajón de la impunidad (y de la insensibilidad de los políticos, y los militares).

Hoy, la pandemia, nos restringe; nos impide, si acaso un día al año, tomar nuestra principal avenida y marcar presencia, aùn con el estrepitoso silencio, en favor del verdadero sentido de la Marcha. Pero hoy, también, la pandemia se hace còmplice de la cultura de la impunidad imperante en el Uruguay, en un momento en el que el tema de los desaparecidos de la dictadura uruguaya, no pasa inadvertido, dentro de un contexto mundial. Primero, porque esas heridas herencia del Plan Cóndor no han sido curadas aún, y segundo porque los autoritarismos y las dictaduras de aquellos años, ahora mismo están más que presentes en América Latina, particularmente en países como Colombia y Chile, sin dejar en el tintero el genocidio del pueblo palestino en manos del Estado de Israel, desbordado de criminalidad indiscutible.

El sufrimiento de las familias de los desaparecidos, y de sus madres, tiene un sello propio, entre nosotros, porque hace parte de la vida cotidiana, por la sencilla razón de que esas heridas que no han sido curadas, están cruelmente abiertas, en el sentido, de que cada uno de los familiares de las víctimas de la dictadura, están expuestos a la crueldad de toparse con los victimarios, a la vuelta de la esquina, o en una plaza, o en la rambla, o en una feria vecinal, o en un paseo público, o en las calles. Esas calles en las que circulan libremente, con la patente de la impunidad, torturadores, violadores y secuestradores de personas. Esas calles por las que transitan, no solo ellos, los represores, sino además sus encubridores, encorbatados o uniformados.

Una sociedad uruguaya que ya se acostumbró a la impunidad, es una sociedad que está: a un paso de institucionalizarla; a un paso de no tener memoria, mejor dicho, a un paso de pisotearla con zapatos, que se parecen a botas; a un paso de hacerse trampa al solitario, cada vez que desde los anaqueles más desconcertantes y de los lugares más extraños, aparecen de la nada documentos y cuadernos con informaciones de la dictadura, en las que no hay ni por asomo, ni datos, ni señas, ni nombres de los desaparecedores de militantes, ni tampoco puntos exactos donde encontrarlos, enterrados bajo cuarteles o predios castrenses; a un paso de contribuir a que la justicia se torne en injusticia, cada vez que un represor es enviado a su domicilio para cumplir con su condena; a un paso de institucionalizar los miedos y a transformarlos en virtudes y en estilos de vida, solo porque hay quienes afirman y reafirman, como valor absoluto (y en ocasiones como un mantra), que, para crecer como sociedad, y para progresar políticamente y para hacer del país un ejemplo de democracia republicana, hay que dar vuelta la página y mirar hacia adelante, urgentemente.

Las prioridades gubernamentales en materia de DDHH, han tenido sus días de gloria -pero en sentido inverso (al deseo de llevar represores y encubridores a los juzgados)- en los pasados tres períodos de gobierno de la coalición de izquierda, siendo sus gobernantes más emblemáticos del entorpecimiento en la tarea de preservar la memoria, buscar la verdad y hacer justicia, figuras como José Mujica y Tabaré Vázquez, por más que se diga por ahí, que algo hicieron por los desaparecidos.

No hicieron nada, seamos sinceros. No movieron todas las estanterías de los edificios militares ni revolvieron tierras ni sótanos. No hallaron más de cinco cadáveres. No cumplieron ni promesas, ni arengas. Borraron con el codo lo que escribieron con sus manos. Borraron con las indiferencias lo que escribieron con sus hipocresías y sus demagogias. Y lo que es peor, engañaron a todos. Manipularon masas, con promesas de hallazgos de restos humanos, dando órdenes y contra órdenes, ignorando resultados de tribunales militares y apoyando lineamientos al servicio de las impunidades dibujadas, desde edificios legislativos y hasta de sedes judiciales, y hasta cambiaron magistrados e hicieron que los tres poderes del Estado, no fueran independientes, y que la Suprema Corte de Justicia, fuera en definitiva la Suprema Corte de la injusticia.

Las evidencias de la falta de voluntad política de dar respuestas a las Madres y Familiares, por parte de los presidentes del Frente Amplio, y de los partidos tradicionales, como Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle y Jorge Batlle, han superado a los aciertos, y creo que, por el tenor de los hechos ocurridos en dictadura, no podemos admitirnos conformismos ni debilidades.

Hablando de desaparecidos, una evidencia resume dramáticamente la poca voluntad del sistema político uruguayo: que hoy se vive la edición número 26 de la Marcha del Silencio.

Nunca debimos haber llegado a este punto; nunca debimos haberlo permitido (porque lo permitimos); nunca debimos haber sido débiles con nuestros gobernantes (porque lo fuimos); nunca debimos haber sido insensibles e indiferentes con nuestros muertos y torturados (porque lo fuimos). Y nunca debimos traicionarlos así, a nuestros desaparecidos (porque lo hicimos).

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*Foto de portada: www.lared21.com