Decirlo así, gritarlo así, escribirlo así, con signos de admiración y a modo de titular, podría ser lo máximo, para la retórica periodística, en un artículo homenajeándolo, a 26 años del día en que el reportero gráfico argentino de la revista Noticias fue asesinado en el balneario Pinamar. Pero no es lo que pretendo, ni por asomo es lo que anhelo, sino más bien, lo que busco, con ese ya trillado ¡No te olvides de Cabezas! es precisamente eso, que no lo dejemos barrer por la escoba del olvido y lo tengamos presente, en el cada día de nuestra labor, en redacciones y en las calles donde a diario hacemos nuestro trabajo. José Luis, en su trinchera de registrar imágenes, con su muerte -con su martirio, además, porque lo fue, por más que algunos no lo tomen así- contribuyó valerosamente a que todos nosotros, nos visibilicemos en este oficio, como despertadores de conciencias, a través de una muy buena pluma, o como en el caso suyo a través de una elocuente imagen de denuncia. Una imagen -autoría expresa de un reportero gráfico íntegro- que fue mucho más que mil palabras, de ahí que su horrendo precio (por aportar a la verdad) fue su sangre, ergo, su vida, lisa y llanamente. Solo por eso, ¡No te olvides de Cabezas! son más que cinco palabras encerradas en signos de admiración.

El crimen de Cabezas, por aquellos días, nos horrorizó, y al horror se sumó el repudio, y cuando ese repudio se tornó un grito ensordecedor, reclamando justicia, sobrevinieron las novedades por las aguas claras que se arrojaron sobre el hecho de mayor gravedad del momento histórico por el que atravesaba la Argentina. Novedades que salieron a la luz recién tres años después, el 2 de febrero de 2000, cuando la justicia halló culpables del crimen a nueve personas -entre ellos cuatro integrantes de la policía bonaerense- , siendo además condenado, nada menos que Gregorio Ríos, quien era el jefe de la custodia del empresario Alfredo Yabrán, sindicado como el responsable intelectual del homicidio, quien por si fuera poco, en mayo de 1998, antes del juicio se suicidó de un disparo de arma de fuego, cuando las autoridades rodearon la residencia en la que se encontraba, y a la que habían ido a detenerlo.

La fecha del asesinato de José Luis Cabezas ha sido signada en el almanaque -hasta nuestros días, en Argentina- como el Día Nacional del Reportero Gráfico, merecidamente. Un día, no solo para recordarlo a él, sino para recordar a los reporteros gráficos del mundo entero; recordar, que siguen siendo objetivo inequívoco de la violencia que se desata alrededor del poder la mafia, de los autoritarismos económicos en democracias ficticias y de todos aquellos que, desde el poder, entienden que informar a través de las imágenes, del periodismo escrito, radial o televisivo, o de las tecnologías de hoy en día, es ir contra sus intereses y sus mezquindades. Y, en consecuencia, esos entrometidos fotógrafos (o esos entrometidos periodistas) son puestos a un costado, violencia de por medio, porque, joden. Así de claro y así de bruto.

Ejercer hoy el periodismo -en todas sus formas-, y no hay que olvidarlo, es una profesión de alto riesgo, aquí y allá.

Entonces, abrazados al homenaje y a la memoria, no olvidarnos de Cabezas, es en sí mismo un axioma de nuestro oficio; un resorte; un requisito que sale del alma de una profesión; de un compromiso.

Un compromiso con la vida misma. Un compromiso que va mucho más allá de un día nacional y de una exclamación trillada.

Y, por si fuera poco, un desafío a nuestra conciencia, para no dejarnos caer en la tentación de la demagogia y de la hipocresía, cada vez que exclamamos ¡No te olvides de Cabezas!

Foto: Radiofónica

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