A ocho meses del asesinato del fiscal antimafia paraguayo Marcelo Pecci en Colombia, las crudas imágenes del hecho de sangre más estremecedor de los últimos tiempos, promovido por la lógica mafiosa extendida como un pulpo devorador de vidas en Latinoamérica, salieron a la luz pública para refrendar ante nuestros ojos, dramáticamente, no solo la saña y la precisión con la que trabajan los sicarios, a la hora de cumplir órdenes de muerte, contra hombres justos, sino además, para evidenciar sin medias tintas, que estos asesinatos son la más inequívoca demostración -a nivel mundial- de que el narcotráfico, es hoy por hoy, uno de los negocios criminales más sanguinarios, porque en su cotidianidad maléfica, no tiene límites. Pero, además, su principal cometido ideológico no es ni más ni menos que abrirse paso, instalarse, dominar, y ganar, atentando contra la vida humana, con todos los recursos en su haber, y sin temblarles el pulso a quienes accionan los gatillos, o dan los órdenes para que la muerte haga su entrada triunfal, sobre las víctimas delineadas oportunamente, en ocasiones, dentro de un marco de cinismo y de frialdad indescriptibles.

Toda la comunidad internacional, en las últimas horas, ha quedado perpleja, e impactada, con las imágenes que ahora mismo son portada de diarios y noticieros de televisión. Imágenes que muestran minuto a minuto todas las secuencias del atentado. Imágenes que se divulgaron en una primera instancia en Colombia, a través de la revista Semana (medio que de hecho recibió el material visual, de fuentes policiales y fiscales colombianas) para demostrar públicamente cómo se consumó el magnicidio, y consignar, que todas estas secuencias (de videos de circuito cerrado, de las instalaciones turísticas donde estaba el fiscal y su esposa, de luna de miel) fueron piedra angular para las investigaciones, y en concreto para identificar y detener a los involucrados, en esa trágica jornada del 10 de mayo del pasado año 2022.

La claridad de las imágenes, da al lector, una idea -en extremo contundente- de cómo se movilizaron los sicarios en las etapas previas a cometerse el atentado mortal. Prácticamente, el fiscal Pecci y su esposa, fueron monitoreados in situ por sus asesinos, en las mismas instalaciones del hotel caribeño, desde unas dos horas antes del momento mismo en que uno de los sicarios se aproximó a su víctima y literalmente, con un arma automática de alto poder de fuego, y con puntería profesional, accionó el gatillo para que finalmente tres proyectiles dieran por finalizada su tarea de sangre y plomo.

Exactamente a las 09:44 horas de la mañana todos quienes estaban en ese sector de la playa escucharon los disparos y vieron, con los ojos desorbitados y con espanto, cómo un hombre que estaba acompañado de una mujer, se desplomaba en la arena en medio de un charco de sangre, ya sin vida. Minutos después, todos quienes no podían aún recuperarse por lo ocurrido, fueron anoticiados que ese hombre era un fiscal antinarco paraguayo, y la mujer, su esposa, que llevaba un hijo en sus entrañas. El minuto después del ataque, y de la fuga del asesino y de sus cómplices, fue aterrador; fue de dolor y de indignación. Se acababa de cometer uno de los asesinatos mafiosos más impactantes y más mediáticos de los últimos años, en suelo colombiano, siendo la víctima un ciudadano paraguayo, que era operador fiscal en su país de origen, que estaba de vacaciones, y que de hecho nunca sospechó que el narcotráfico lo habría de emboscar para literalmente apagar su vida, truncando así todas las investigaciones que él venía realizando en los últimos meses.

Pero repasemos las secuencias que se han dado a conocer al mundo.

A la hora 07.19 se ve a Pecci y a su esposa, en el restaurante del hotel, desayunando. Primero es ella la que llega al lugar y a los pocos minutos el fiscal. Segundos después, se observa también a los sicarios que hacen parte de la apoyatura para darle muerte: se ve a Marisol Londoño y su hijo Cristian Camilo Monsalve siguiendo a la pareja, seguramente para marcar los movimientos del fiscal, principalmente. Casi una hora después (hora 08.03) Pecci y su esposa se retiran del restaurante y ponen proa a la playa, a un sector de sillas para tomar sol. Entonces Londoño y Monsalve se dirigen al lobby del hotel y uno de ellos hace una llamada con su celular (los investigadores establecieron que esa persona -Cristian Monsalve- estaba comunicándose con otros implicados que se encontraban a distancia, en una motonave); toda esta secuencia acontece dentro del amplio predio del hotel del balneario Barú. Posteriormente, Pecci y su esposa, están en medio del área de sillas playeras. Las imágenes permiten apreciar al fiscal cuando se quita la remera, ubica las toallas y se acomoda en la silla. Son aproximadamente las 08.10 de la mañana. Treinta minutos después se observa a una de las personas que estaba siguiendo a la pareja, ubicándose próximo a las piscinas, con la idea de visualizar al fiscal. Minutos antes de las 9 de la mañana Pecci se levanta y se aleja de su esposa Claudia, se pone las gafas y camina a paso lento a un kiosco cercano. El sicario Cristian Monsalve lo sigue discretamente y pasa junto a la esposa del fiscal, la que no se percata del seguimiento. Luego, cuando Pecci regresa junto a su esposa, se cruza con el otro implicado: Marisol. Ella ve que el fiscal se detiene unos minutos a mitad de camino. Lo ve indeciso y ella, de hecho, queda desconcertada. Pero al segundo, todo se normaliza: Pecci se ubica en la silla y Marisol sigue su camino. Ambos quedan ahí, tomando sol. Sobre las 09.02, entonces, Marisol y Cristian se acercan al final de la playa y hacen una llamada por celular. Posteriormente, hay una imagen en la que se ve a Marisol levantando sus brazos y moviendo sus manos. Una actitud en apariencia normal, pero que en realidad era la señal para consumarse el mortal ataque. Nuevamente, Marisol y Cristian, regresan a donde está el fiscal y su esposa; Cristian pasa junto a Pecci y hace una llamada final. Son exactamente la hora 09.43: en el horizonte se ve venir una moto náutica con dos hombres. Pecci, repentinamente se levanta de la silla playera y da un par de pasos para arrojar un residuo en un recipiente de basura. Se agacha y en el momento que toma su camiseta es tiroteado, prácticamente a quemarropa, en cuestión de segundos. El sicario no ha errado, los proyectiles -tres en total- dan en el blanco y Pecci cae en la arena bañado en sangre. El asesino huye, Claudia se acerca a su esposa, lo protege. Pero ya es tarde.

A la hora 9.45, como lo evidencian las imágenes, el fiscal yace sin vida en la arena, en medio de la conmoción de todos los presentes. El sicario ha cumplido con su labor, sin causar herida alguna a Claudia ni tampoco a las personas que se encontraban cercanas a ellos. El sicario corre a la moto náutica, arroja el arma y junto a su cómplice huye. Pero la evasión de ambos no fue prolongada. Marisol, Cristian y los tripulantes de la moto náutica -uno de ellos, quien gatillo el arma- son capturados en días posteriores. Ahora están condenados.

Y estas secuencias de los videos de circuito cerrado que las autoridades debieron rastrear y ordenar -paso a paso- permitieron no solo la captura de los involucrados de la playa Barú, sino además armar el rompecabezas de todo lo ocurrido, para luego presentarlo como prueba. Como prueba irrefutable.

Fueron condenados a 23 años de cárcel, por el atentado mortal contra Pecci las siguientes personas: Wendre Carrillo, Eiverson Zabaleta, Marisol Londoño, y Cristian Camili Monsalve; por su parte Francisco Luis Correa, presunto cerebro, no reconoció ante la Ley su responsabilidad en los hechos, por lo tanto, en estos momentos está en etapa de juicio. Por su parte, el venezolano Gabriel Salinas Mendoza, otro cerebro y coordinador del atentado, quien logró fugarse de Colombia e ingresar en su país natal, fue recientemente capturado, pero deberá ser juzgado allí, siendo que no podrá ser extraditado.

Hasta aquí, parecería que todo ha quedado saldado. Pensarlo así sería un error garrafal. Sería una inconciencia. Sería cubrir el crimen, con la desidia, con la indiferencia. Todavía hay mucho por hacer.

No solo resta saber, el nombre y el apellido, de quien, o de quienes son los ideólogos de este hecho criminal, que visibilizó crudamente la transnacionalidad mafiosa, sino, además, desmantelar, y desenmascarar a los verdaderos hacedores de esta forma de violencia, que como único cometido tiene, además de hacer a un costado a un operador de justicia, sembrar el terror, desestabilizar a la justicia (en este caso de Paraguay y de Colombia) y dar un mensaje criminal, al mundo entero, y a los operadores de justicia y fiscales, también del mundo entero.

En Colombia y en Paraguay, las autoridades tienen sospechas de que hay organizaciones criminales y hasta personajes del mundo narcotraficante internacional, que fueron ideólogos de este atentado contra Pecci, pero no hay aún definición en tal sentido. Pero sí se ha informado que se trabaja intensamente para llegar a la verdad sobre él o los mandantes del magnicidio. Obviamente, se hace un trabajo a diferentes niveles, y dentro de parámetros herméticos, porque por su naturaleza misma, individualizar a quienes dieron luz verde para segar la vida de Pecci, es sin duda, una tarea, por cuanto, urgente, por cuanto intrincada. ¿Intrincada? Sí, intrincada en grado máximo, porque estas decisiones responden a intereses que se mecen en cunas políticas, parlamentarias, banqueras, financieras, masónicas, e inherentes a los servicios de inteligencia más excelsos, con raíces múltiples, entrelazadas y harto complejas.

Hoy, América Latina vive aguijoneada diariamente por el narcotráfico internacional más poderoso del mundo, con asiento en Italia, la casa madre de un cáncer extendido impunemente, sin reparar en fronteras o en acuerdos internacionales para combatir la lógica mafiosa que hace parte de estos hechos que no nos son ajenos, ni a nosotros, ni a quienes a consciencia en Italia, y en Sudamérica, hacen parte de la antimafia, tanto sea en filas del periodismo, como en filas de la justicia y de la Fiscalía.

Son innumerables las evidencias que nos rodean en lo que concierne al narcotráfico a gran escala a nivel internacional, apadrinado, monitoreado, regulado y coordinado, por una de las organizaciones más emblemáticas del sistema mafioso italiano: la organización de la regio Calabria, denominada la ´Ndrangheta. Son innumerables las evidencias, en juzgados y tribunales italianos, de la capacidad de dominio de los capos de esta organización en tierras sudamericanas, donde los capos locales y quienes los secunden -por ejemplo, en Colombia, Bolivia, Paraguay, Brasil, Argentina, Uruguay- se hacen irremediablemente serviles a la operatividad italiana, cuyo sello es inconfundible.

La saña y la alevosía aplicada sobre el fiscal Marcelo Pecci, en Colombia, como se aprecia en las imágenes, nos recuerdan dolorosamente a otros atentados cometidos por mafia Cosa Nostra, en Sicilia, Palermo. Nos recuerda que las páginas más sangrientas de la mafia en su concepción geográfica más amplia, tiene un solo padrón: el valor absoluto del dinero, fusionado con el poder, en toda su extensión más imaginable.

Eso nos obliga y nos compromete a todos a desmantelarla, a destruirla, a denunciarla y a combatirla. Si acaso, mínimamente, por respeto a la vida humana (y a nosotros mismos).

Foto: captura de video

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