Martes 14 Mayo 2024

Un sacerdote misionero, educador y compañero de miles de jóvenes, un revolucionario en un barrio, el de Brancaccio en Palermo, donde Cosa Nostra, y en particular la familia Graviano, reinan.

Por ese asesinato fueron condenados como autores intelectuales los jefes mafiosos Filippo y Giuseppe Graviano, así como el asesino material, Salvatore Grigoli. Este último, poco después de su detención en junio de 1997, comenzó a colaborar con la justicia, confesando 46 asesinatos, incluido el de Don Pino. Junto a él estaba otro asesino, Gaspare Spatuzza, que también se convirtió en colaborador de justicia a partir del 2008, condenado a cadena perpetua por el Tribunal Penal de Palermo junto con Nino Mangano, Cosimo Lo Nigro y Luigi Giacalone, los otros miembros del comando que esperaba cerca de la casa del sacerdote.

Spatuzza, en un memorial en el que habla en tercera persona, describe esos momentos con gran detalle: ''Gaspare Spatuzza lo flanquea a su izquierda, Salvatore Grigoli a su derecha. El padre Puglisi, sonriendo, mira primero a Spatuzza y luego a Grigoli. Entonces Spatuzza, buscando la mano del padre Puglisi para robarle el bolso que llevaba en la mano izquierda, le ordena: Padre, esto es un robo. Puglisi, sonriendo dulce y serenamente, dice: 'lo entendí'. En ese momento Spatuzza toma el bolso del padre Puglisi e inclina la cabeza para hacerle entender a Grigoli que puede disparar. Salvatore Grigoli, que mientras tanto había apuntado con el arma a la nuca del padre Puglisi, dispara un solo tiro, como estaba previsto, para que parezca un accidente durante un robo. El padre Puglisi cae al suelo. Los asesinos, con paso regular, se alejan del lugar del crimen, a bordo de los coches que los esperaban''.

Recordemos que su muerte se produjo después de que la mafia atacara "el corazón de la cristiandad con las masacres simultáneas del 28 de julio de 1993 en la capital y en sus lugares simbólicos (la iglesia más antigua, la de San Giorgio al Velabro, y la basílica de San Juan en Letrán, corazón de la Roma cristiana)". "Aunque la comunidad eclesial no constituyó parte civil en los procesos celebrados -dice el fiscal adjunto de Florencia Luca Tescaroli- su ejemplo de vida valiente (como lo fue el de Giuseppe Diana, asesinado en otro contexto territorial, en Casal di Prince por miembros de la Camorra el 19 de marzo de 1994) actuó como motor de la acción de otros sacerdotes que, a partir de ese crimen, emprendieron una acción preventiva concreta para combatir el crimen mafioso, difundiendo un auténtico mensaje evangélico no hecho de meras palabras".

¿Pero quiénes fueron los instigadores de su asesinato?

A treinta anos del asesinato del sacerdote revolucionario don Pino Puglisi 2

"Los infames hermanos Giuseppe y Filippo Graviano, condenados como instigadores por la sentencia firme del Tribunal de Casación del 7 de diciembre de 2001". Ellos "ordenaron que el doctor Salvatore Mangano, cómplice insospechado de los mafiosos, fuera puesto 'siguiendo' a Don Pino para conocer sus movimientos y preparar el asesinato, porque tenían la sospecha (que resultó infundada) de que la parroquia y el centro de acogida 'Padre Nostro' (situado a algunas decenas de metros del domicilio social de los hermanos y en una arteria de ese barrio de interés estratégico: via Conte Federico) albergaban a agentes de policía en misión".

Giuseppe y Filippo Graviano son los jefes del distrito de Brancaccio, "situado en las afueras de Palermo, conocen el contenido de los acuerdos que marcaron la masacre del bienio 93-94 y tienen como objetivo salir de prisión, confiando en la eliminación o modificación de la legislación sobre la prisión perpetua obstativa, considerada por La Corte Constitucional no compatible con las disposiciones de la Carta Constitucional".

Detrás de la muerte de don Pino, un homicidio excelente, hay también un agujero negro que quizás sólo Giuseppe Graviano, si decide colaborar con la justicia, podría revelar plenamente.

Es absolutamente probable que la muerte del sacerdote de Brancaccio, ahora beato, haya sido un mensaje contra la propia Iglesia católica que, en aquel momento, entre sus dirigentes, había iniciado una labor de desvinculación de las relaciones que mantenía con la mafia. Un vínculo fuerte que iba más allá de la simple connivencia y que vio su lado más oscuro en las relaciones entre la mafia y el IOR. Pensemos en los veinte años de la poco discutida gestión del cardenal estadounidense Paul Casimir Marcinkus (de 1971 a 1989), que tuvo su punto culminante con el escándalo de la logia P2 y con el colapso del Banco Ambrosiano en 1982. Y también están las relaciones con el banquero Michele Sindona, que con Giulio Andreotti y el Papa Pablo VI blanquearon dinero de la mafia en el banco del Vaticano y en el Banco Ambrosiano.

Pero desde la Iglesia, el 9 de mayo de 1993, surgió un grito. Ese día, en el Valle de los Templos, Juan Pablo II lanzó un duro ataque a Cosa Nostra: "Dios dijo una vez: no matar. El hombre, cualquier hombre, cualquier aglomeración humana, cualquier mafia, no puede cambiar y pisotear este santísimo derecho de Dios. Este pueblo siciliano es un pueblo tan apegado a la vida, que da vida. No siempre puede vivir bajo la presión de una civilización contraria, de una civilización de la muerte. Aquí necesitamos una civilización de la vida. En nombre de Cristo crucificado y resucitado, de ese Cristo que es Camino, Verdad y Vida, hago un llamamiento a los responsables: ¡convertíos! ¡Porque un día llegará el juicio de Dios!", gritó el Papa. Palabras fuertes de las que la Iglesia debería partir de nuevo para romper definitivamente ese vínculo con la mafia que se ha manifestado en varias ocasiones a lo largo de la historia.

Un testimonio que también fue tomado por el Papa Francisco, que excomulgó oficialmente a los mafiosos el 21 de junio de 2015 ("Los mafiosos no están en comunión con Dios, están excomulgados"). Estas palabras cobran aún más fuerza si van acompañadas de la sonrisa y el ejemplo de don Pino. Un ejemplo que encarna el verdadero mensaje evangélico: atacar al poder corrupto y estar al servicio de los más pobres, de los menores en riesgo, de los ancianos, de las madres desalojadas, de los inadaptados y de los familiares de presos.

Estar sin ambigüedades, del lado de los débiles, denunciando los abusos mafiosos e impidiendo a los poderosos del barrio patrocinar iniciativas destinadas a conseguir apoyo electoral.

Todo esto lo hizo don Pino Puglisi.

El viernes 15 de septiembre, a las 18 horas, está prevista la celebración eucarística en la catedral de Palermo, presidida por el cardenal Matteo Zuppi, presidente de la CEI, y concelebrada por el arzobispo Corrado Lorefice.

Foto de portada: reelaboración gráfica de Paolo Bassani

Foto 2: los hermanos Filippo y Giuseppe Graviano

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