Todo podía esperarse excepto que Roberto Scarpinato se convirtiera en senador. Todo podía esperarse excepto que un tema áspero, delicado y comprometedor, impronunciable y obsceno al oído, a los oídos honrados, se convirtiera en tema obligado, objeto de disputa parlamentaria y piedra de enfrentamiento entre charlatanes y especialistas competentes. Feo asunto. No necesitábamos esto. Y en un momento como este, menos. Y todo a la luz del sol, dentro del Palacio Madama, con la posibilidad de que los italianos, finalmente, se hagan una idea en vivo de lo que sucede. Mafia, de eso estamos hablando. Antimafia, de esto no podemos dejar de hablar, en el país de la retórica y de la hipocresía. Y de la justicia, el gran manto que todos quisieran agarrar de los bordes y tirar para su lado, para su propio uso y consumo. Verán. Una cosa son los pequeños círculos junto al mar, los pequeños salones con aforo limitado, los directores con bolígrafos que escriben a la orden, las pequeñas salas académicas insonorizadas para pobres jóvenes obligados a sufrir para graduarse, y donde las verdades sobre las que estamos hablando, pueden cambiarse en ausencia del contradictorio; porque otra cosa es competir de igual a igual con quien te impide cercenar esas verdades. Vamos a ver. El "caso Nordio", desde cualquier punto de vista, es desconcertante. El "caso Donzelli-Delmastro" le debió dar urticaria hasta a Giorgia Meloni, quien por ahora prefiere viajar por el mundo, para no tener que gestionar asuntos candentes (como la justicia) que no suman puntos en las encuestas, ni repercusiones favorables, ni serviles aplausos de cancillerías extranjeras. Pero hay, en cambio, algo tremendamente significativo en el hecho de que la política, desde hace semanas, se haya visto obligada a ocuparse únicamente de este tema. ¿Y saben cuál es ese tema? El regreso de los fantasmas de las masacres que desgarraron a Italia. Es imposible escapar, hay que cerrar cuentas con esta historia. Y los italianos están mirando. Y para complicar las cosas, sucede el arresto de Matteo Messina Denaro, etapa mediática de una Meloni que encalló en Palermo, pero que duró apenas el espacio de una mañana. No es necesario aventurarse en este terreno si no se conoce bien el tema. Lo dijimos aquí, hace unos meses. Messina Denaro es engorroso, vaya si es engorroso. Y se podría decir que ahora le toca el turno a Matteo Messina Denaro. ¿En qué caja será colocado? ¿Hablará, no hablará? ¿Vivirá mucho tiempo, morirá pronto? ¿Sabe todo sobre las masacres o no sabe nada? Ahora se habla mucho del 41 bis y de la cárcel dura para mafiosos, la salud de las personas y Estado de derecho, chantaje al Estado y puño de hierro del Estado, peligrosa sintonía entre terrorismo político y simple terrorismo criminal. Un gran dique se está rompiendo. Toneladas de fango, que se querían mantener puertas afuera, se están derramando en todos los pasillos del poder. Solo hay que ver el tenso choque en el Senado, entre Matteo Renzi y Roberto Scarpinato, para tener una idea de cómo, en estos temas, se está llegando a las armas blancas. Algún motivo habrá. Es muy incómodo, como decíamos al principio, tener que lidiar con alguien como Roberto Scarpinato en el Senado. Los círculos de la buena gente, como decíamos al principio, ya lo entendieron. Y piden, armados con plumas que escriben a la orden, la intervención del jefe de Estado, Sergio Mattarella. Incluso los bordes de su chaqueta, como los bordes del gran manto de la justicia, pueden usarse como punto de apoyo, para el propio uso y consumo. Prueba de ello es que, en Italia, hecha una reforma de la justicia, ya se está haciendo otra. ¿Pero acaso no teníamos la reforma de Marta Cartabia? ¿Y por qué ahora muchos quieren la reforma de Carlo Nordio? Después de todo, solo han pasado cien días entre la que se aprobó y la nueva que se querría aprobar. Los italianos no lo entienden. E incluso Mattarella debería estar perplejo. Foto: Deb Photo © . Artículos relacionados |