Sábado 27 Abril 2024
georges almendrasEduardo Galeano “La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero"
Por Jean Georges Almendras-26 de noviembre de 2020

Su figura humana fue irrepetible, como fue irrepetible su virtuosa capacidad para dominar la pelota en la cancha; como irrepetible y única fue su vida misma, y su personalidad, y su desfachatez. Esa desfachatez mezcla de la solemnidad de los hitos populares, de los personajes que por su vehemencia y la dedicación a su arte (el arte del fútbol) se han ganado el derecho a ser, como se les cante, sin ostentar hipocresías, y mucho menos delicadezas, porque son además de excepcionales, únicos e irrepetibles.

Estoy hablando de Diego Armando Maradona, cuya desaparición física ha eclipsado en la Argentina (y en el mundo, si acaso por unos días) los miedos al Covid 19, transformándolos en homenajes. Homenajes a su persona humana y a su talento de futbolista. En el gran Buenos Aires, los homenajes de sus compatriotas que por cuadras y cuadras –mientras escribimos estas líneas- esperan su turno para darle su último adios en las entrañas mismas de la Casa Rosada, donde hombres, mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, en su gran mayoría trabajadores (el gran pueblo argentino) lo despiden con lágrimas en los ojos, arrojándole banderas, y cánticos, vítores, ante un féretro rodeado de la solemnidad de un recinto histórico, que hace de marco de una despedida gloriosa, que poco resulta ante tanta majestuosidad de la figura misma que ha sido él, con sus pro y su contra. Porque detrás del mito estaba el hombre. El hombre que no obstante estar sobrecargado de sus demonios, igualmente se destacaba por desarrollarse en este planeta, a su manera, dotado en ocasiones del humanismo propio de un activista social o de un defensor de quienes sobreviven día a día en esta civilización en la que los demonios de los poderosos hacen estragos por doquier. Los poderosos que él denunciaba, que él señalaba y que él acusaba, porque detrás de su desfachatez reinaba el ser humano sensible. Sensible a los sufrimientos y a las injusticias sociales, porque así entendía que debía ser, porque ese compromiso con el prójimo formaba parte de su naturaleza. Entendía, a veces en demasía, que debía ser solidario con el sufrimiento ajeno, olvidándose que también debía ser solidario consigo mismo, porque conocía perfectamente sus males y sus demonios. Demonios implacables suyos (y del entorno en el cual se movía) que no pudo confrontarlos, ni mucho menos vencerlos. Pero no dudo que en el silencio, debe haber hecho no pocos intentos por vencerlos.

Diego Armando Maradona (que fue universal, y que ahora es mucho más) ha sido un ícono de dos siglos. Un inconfundible mito viviente, que lo fue hasta el 25 de noviembre de este 2020. Una inconfundible leyenda del deporte que erige pasiones y que mueve multitudes. Una inconfundible deidad, de los tiempos modernos. Los tiempos que le tocaron en suerte. Los días que le tocaron en suerte, por 60 años. Los días de un tercer milenio crujiente y enlodado por autoritarismos dictatoriales, por guerras, por crisis económicas y sociales, por la criminalidad organizada fagocitando a sangre, fuego, y dinero, voluntades y hombres del sistema político, y por las desesperanzas que se instalan en medio de los jóvenes y de los sectores vulnerables cohabitando con sociedades capitalistas y acomodadas, en medio de los miedos pandémicos que nos aquejan más allá de todas las fronteras.

De aquí en más mis palabras sobran, a propósito de Diego Armando Maradona. Doy lugar preferencial, para profundizar sobre él, a otra leyenda que fue, dentro y fuera de los límites del continente americano. Me refiero al escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano. Sus palabras sobre Maradona aparecen en su libro “Cerrado por Fútbol” publicado en el año 2017, tres años antes del desenlace que hoy nos ocupa y por el cual lloran multitudes. Palabras que también se repiten en el programa “Los días de Galeano”.

"Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable. Pero los dioses no se jubilan, por muy humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero".

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*Foto de Portada: AP News

*Video extraído de YouTube