Martes 7 Mayo 2024

En 1973, las fuerzas armadas de Pinochet derrocaron al presidente socialista.

El país cayó en un olvido del que todavía lucha por salir

Medio siglo. Mucho ha pasado desde aquel inolvidable 11 de septiembre de 1973 en el que, con un golpe de Estado, se depuso al presidente socialista Salvador Allende y se instauró una dictadura en Chile.

Un régimen que duró diecisiete largos años y vio la muerte y desaparición de al menos 40.000 chilenos, la brutal tortura de miles más e incluso el secuestro de hijos de presos políticos. Criaturas luego entregadas a familias de jerarcas militares y criadas y formadas por ellos sin conocer sus orígenes.

El golpe liderado por el general Augusto Pinochet fue feroz. Y probablemente representó el punto más alto de esa estrategia de terror que en los años sesenta y setenta llevó al poder a dictaduras militares en América del Sur con el apoyo de la CIA; fue el llamado "Plan Cóndor", objeto de un juicio contra sus protagonistas en Italia después de algunas décadas y que aún hoy continúa su batalla por la verdad y la justicia.

Con aquel golpe Estados Unidos, con el protagonismo del presidente Richard Nixon y del secretario de Estado Henry Kissinger, verdadero artífice del "Plan Cóndor", en el mundo aún dividido por los bloqueos, reafirmó cruelmente que América Latina seguía siendo el patio trasero de Washington.

Esta porción del mundo, de hecho, a principios de los años setenta representaba un riesgo debido al viento socialista que soplaba en ella. Más aún en Chile, donde un gobierno democrático encabezado por un socialista, el de Allende, inició reformas sociales radicales que involucraban a las clases bajas.

Con no pocas dificultades por injerencias externas, Allende fue elegido presidente en 1970, apenas tres años antes del golpe de Estado, y había propuesto lo que llamó el "camino chileno al socialismo". Una expresión que inmediatamente polarizó fuerzas tanto internas como externas: su partido, Unidad Popular, coalición que aglutinaba a los frentes de izquierda, se había fijado inmediatamente como objetivo alcanzar rápidamente el socialismo, liberándose de la injerencia capitalista de Estados Unidos.

Además, el socialismo y el comunismo estaban surgiendo cada vez más y ponía en duda el neoliberalismo, el imperialismo estadounidense y el poder excesivo de las multinacionales.

El asesinato de Allende y el plan Condor de la CIA 2

Allende fue la figura política del momento que mejor representó este impulso popular. Un líder marxista elegido democráticamente en América del Sur. Un modelo admirado por diversas fuerzas de izquierda en Europa. Para Estados Unidos, que intentó por todos los medios impedir que fuera elegido mediante un sabotaje sibilino en el país, era urgente deponerlo por todos los medios posibles. Demasiado peligroso dejarlo a cargo de Chile.

"No veo ninguna razón por la que se deba permitir que un país se vuelva marxista sólo porque su gente es irresponsable", dijo Kissinger, quien más tarde ganaría el Premio Nobel de la Paz, el día de la elección de Allende. “El tema es demasiado importante como para dejar que los votantes chilenos decidan por sí mismos”. Washington, por tanto, con Allende como jefe de Estado, bloqueó las ayudas económicas, mientras los servicios secretos intentaban en toda oportunidad fomentar una oposición populista y feroz.

Y pese a una inflación imparable (350% en vísperas del golpe) y un PBI en caída libre (-5%), el presidente de la Unidad Popular no renunció, ni siquiera rodeado, ni siquiera asediado y con el destino ya escrito, a volcarse a su pueblo, a los trabajadores y a las trabajadoras a quienes estaba destinado su obrar.

El asesinato de Allende y el plan Condor de la CIA 3

Los proyectos de Allende también incluyeron, y sobre todo, la nacionalización de industrias, la lucha contra los terratenientes y la recuperación de la soberanía sobre los recursos naturales de Chile -como el cobre, por ejemplo, de los que el país es rico. Separado del dominio del bloque occidental, Chile habría tenido un lugar entre las democracias contemporáneas, sólido y capaz de valerse por sí mismo, pero el camino no habría sido fácil. Había demasiadas oposiciones, demasiadas implicancias, demasiadas metas invisibles para los miopes, entre los que también estaban los trabajadores que, con el aumento de los precios, la paralización de la producción y la situación guerrillera, morían de hambre. Estados Unidos primero creó penurias y hambre popular al cortar cualquier posibilidad de desarrollo para el país, y luego culpó a Allende por estos fracasos. Una trampa perfectamente construida que logró su propósito, allanando el camino para el puñetazo del golpe. Para Estados Unidos, había que llevar a Chile de nuevo al camino del neoliberalismo y la dependencia del imperio yanqui. Así, cuando se instauró la dictadura, después de los asesores de la CIA y los instructores militares del Pentágono, llegaron a Santiago, convocados por Pinochet, los Chicago Boys, los campeones de la escuela económica hiper liberal de Milton Friedman. Esto hizo del golpe chileno un modelo verdaderamente violento para imponer el neoliberalismo, a través de las privatizaciones de todos los sectores de la economía y los servicios y la flexibilización del trabajo establecida gracias a la fuerza militar.

Esa mañana de setiembre

Pero volvamos al golpe de Estado que se produjo hace cincuenta años. Con las primeras luces del 11 de setiembre, el presidente Allende fue informado de que tropas militares habían comenzado a marchar hacia la capital, Santiago de Chile.

El asesinato de Allende y el plan Condor de la CIA 4

En poco tiempo, mientras tanto, las principales estaciones de radio y antenas fueron cerradas y luego destruidas para cortar las telecomunicaciones. Se crearon nuevas que permitían únicamente a las Fuerzas Armadas comunicarse entre sí y posteriormente con la población. En las mismas horas, algunos buques de la Armada de Chile ocuparon el puerto clave de Valparaíso y en la capital, algunos coroneles golpistas se instalaron en el quinto piso del Ministerio de Defensa, fundamental para coordinar el golpe. Lo mismo se hizo en la Academia de la Fuerza Aérea de Chile (FACH) y en la Escuela de Telecomunicaciones, donde asumió el propio Pinochet. En esas primeras horas, el presidente Allende y el ministro de Defensa, Orlando Letelier, no tenían idea de lo que realmente estaba pasando.

Recibieron información parcial sobre el golpe y pensaron que sólo una parte de la Armada había conspirado contra el gobierno. Pero se equivocaron terriblemente, el golpe involucró a todas las Fuerzas Armadas y estuvo encabezado por el general Pinochet, a quien el propio Allende había nombrado jefe del ejército un mes antes. Allende llamó al Ministerio de Defensa pidiendo explicaciones, pero fue en vano. Pasaron unos minutos y el presidente salió de su casa en la calle Tomás Moro para dirigirse al Palacio de La Moneda, sede de gobierno, de donde nunca regresó. La operación se desarrolló en un instante. Con minuciosa precisión, los hombres de Pinochet habían cortado cualquier posibilidad de que Allende y su gobierno revirtieran la situación. A las 7 de la mañana el Palacio de Gobierno ya estaba rodeado por tropas rebeldes y algunos de los colaboradores del presidente fueron detenidos. El ministro de Defensa, Letelier, también acabará inmediatamente esposado y será el primer prisionero de una larguísima lista de la naciente dictadura.

Allende estaba prácticamente solo y pensó en dirigirse al país para informar del golpe a través de Radio Corporación, una de las emisoras del Partido Socialista que aún sigue en pie. La esperanza del presidente era que la revuelta se limitara sólo a la Marina y Valparaíso. En respuesta, los golpistas se dirigieron a su vez a los chilenos por radio: "Las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile estamos unidos para iniciar la histórica y responsable misión de luchar por la liberación del país del yugo marxista y la restauración del orden y las instituciones”, afirmó el teniente coronel Roberto Guillard. Siguieron los primeros disparos en la ciudad. Los golpistas instaron a Allende a rendirse y abandonar el país. Lo intentaron varias veces, pero el líder marxista se mantuvo firme en su voluntad. "No lo haré", respondió rápidamente. "Hago presente mi decisión irrevocable de seguir defendiendo a Chile en su prestigio, en su tradición, en su norma jurídica, en su Constitución". “Pagaré con mi vida la fidelidad del pueblo”, añadió. Y así lo hizo. El coronel Guillard lanzó un ultimátum final anunciando que a las 11 de la mañana aviones bombardearían La Moneda con Allende dentro. Con la espalda al muro, poco antes de que los Hawker Hunters de la Fuerza Aérea hicieran los primeros disparos de artillería sobre el edificio, Allende envió un último mensaje conmovedor e inolvidable al pueblo:

“Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Otros hombres superarán el momento oscuro y amargo, ese momento en el que la traición quiere imponerse. Deben saber que pronto se abrirán las grandes alamedas por donde pasará el hombre, libre para construir una sociedad mejor."

Fue la última vez que Allende habló con su pueblo. Pasó otra hora y La Moneda, con el presidente dentro y algunos escoltas del "Grupo de Amigos Personales" (GAP), fue atrincherada por las tropas de Pinochet y luego atacada por aviones bomba.

El presidente asesinado y las garras del “Cóndor”

Después de media hora de ataque, con el Palacio de Gobierno en llamas, los pelotones irrumpieron por la puerta del número 80 de vía Morandé. Allende, quien en su último discurso había anunciado que pagaría con su vida su lealtad al pueblo. Sin embargo, Allende y el GAP no se rindieron y decidieron, fusil en mano, como lo documentan fotografías de aquellos momentos que luego pasaron a la historia, responder al fuego de los golpistas encabezados por el general Javier Palacios a cargo del asalto a La Moneda y quien subió al segundo piso donde se encontraba el presidente y su escolta.

Hubo un intenso tiroteo, en el que participó el propio jefe de Estado. En esa balacera Palacios fue herido en la mano derecha y rescatado por el teniente Armando Fernández Larios, mientras sus hombres avanzaban disparando. Momentos después, un hombre vestido de civil cayó bajo el fuego cruzado y cuando los soldados se acercaron descubrieron que se trataba de Allende. En ese momento, habría sido el general Palacios quien sacó su pistola reglamentaria y remató al presidente disparándole en la cabeza. Una ejecución en toda regla y no un suicidio desesperado como afirmó el régimen y como muchos, lamentablemente, todavía mantienen. Además, hemos demostrado reiteradamente que Salvador Allende no se había acribillado a balazos con su Ak-47 mediante testimonios y peritajes. Sin embargo, muerto el presidente, las Fuerzas Armadas anunciaron su éxito: "Misión cumplida. Moneda tomada. Presidente muerto". Eran las 14:00 horas del 11 de setiembre de 1973 cuando las tropas al mando del general Augusto Pinochet dieron la noticia.

Nixon y Kissinger acogieron el resultado del golpe con serena satisfacción y no tardaron en reconocer al nuevo gobierno, a cuyas órdenes se proclamó el traidor Pinochet. El "cóndor" acababa de hundir sus garras en Chile. Diecisiete años de olvido esperaban al país: crímenes atroces, desapariciones forzadas, policía secreta (la tristemente conocida DIMA), centros clandestinos de detención, persecuciones y más persecuciones.

El golpe de Estado puso fin a todos los proyectos políticos de Allende e inició una de las dictaduras más brutales de la época contemporánea. En los cien días que siguieron al golpe, 1.823 personas fueron fusiladas en cuarteles y puestos militares cerca de Santiago. Los militares acorralaron a los opositores, muchos de los cuales fueron encerrados en el estadio, donde se produjeron cientos de casos de tortura. Entre ellos recordamos al cantautor Víctor Jara, emblema de la "Nueva Canción Chilena", torturado durante días y luego ejecutado por unos militares recientemente condenados. El 14 de septiembre se disolvió el Parlamento y se suspendieron los partidos políticos. La junta militar se asignó el poder constituyente.

En junio del año siguiente, Pinochet fue nombrado "líder supremo de la nación". Y el 11 de septiembre de 1980 el régimen aprobó una nueva constitución. Esa carta continúa siéndolo aún cincuenta años después, a pesar de un nuevo -no poco controvertido- gobierno de izquierda, el de Gabriel Boric, y un intento de referéndum para cambiarla. Un referéndum que debería haber elaborado una nueva carta, socialista, igualitaria, ambientalista y feminista, que debería haber conducido a Chile hacia ese modelo de país que Allende intentó alcanzar.

Foto de portada:  Biblioteca del Congreso Nacional

Foto 2: Richard Nixon y Henry Kissinger / Antimafia Duemila

Foto 3: Salvador Allende con un grupo de personas que lo apoyan

Foto 4: Augusto Pinochet / Biblioteca del Congreso Nacional / Antimafia Duemila