El gran actor Mastroianni entrevistando al "ministro", un sketch que refleja la actualidad del país
Su Señoría, no cree oportuno, a la espera de que se conozca la verdad, dimitir de su alto cargo.
Joven, renunciar ¡nunca! ¡Eso sería un paso en falso!
Usted quiere decir que su renuncia sería un reconocimiento implícito de las acusaciones.
Pero no, no, yo no renuncio a librar mi batalla desde una posición de privilegio. Desde mi posición puedo controlar fácilmente la investigación, contaminar las pruebas, sobornar a los testigos; en una palabra, puedo desviar el curso de la justicia.
Pero, señoría, ¿eso no es ilegal, contrario a la ley?
Ah no joven, yo respeto las leyes, y sobre todo la ley del más fuerte. Y como en este momento soy el más fuerte pretendo aprovecharlo, ¡ese es mi deber principal!
Pero ¿deber hacia quién, disculpe?
Hacia el electorado, claro, que me dio el voto para obtener de mí cargos, licencias, permisos, contratos, apoyo en la evasión fiscal, en la administración de fondos para sobornos, colapsos en las represas mal construidas, escándalos, chantajes y contrabando de divisas.
Disculpe, pero ¿qué carajo está diciendo?
Estoy diciendo que el electorado me ve como un prevaricador. Porque si quisiera elegir a un hombre bueno, honesto y de bien ¿por qué me daría sus votos a mí? Adiós muchacho.
Esta es la escena en la que Marcello Mastroianni, en el papel de Paolo T. Fiume, presentador de un TG3 imaginario (en aquella época ni siquiera existía el real), entrevista con preguntas urgentes al "ministro de la participación", acusado de malversación de fondos pertenecientes a los comedores de huérfanos.
Ese sketch fue incluido en la película satírica Signore e Signori, Buonanotte (Señoras u señores, buenas noches), realizada en 1976 con la colaboración de varios directores (Luigi Comencini, Nanni Loy, Luigi Magni, Mario Monicelli y Ettore Scola) y con la participación, además de Mastroianni, de actores como Ugo Tognazzi, Vittorio Gassman, Nino Manfredi, Paolo Villaggio y otros.
Aquella comedia, a veces grotesca y paradójica, fue un acto de denuncia contra la política corrupta, la intromisión de la Iglesia en las elecciones de la sociedad, las distorsiones de la televisión cuyos males futuros ya se vislumbraban, el riesgo perverso de la guerra entre dos bloques. en el que Italia participa con aparatos de seguridad nacional que, en lugar de desempeñar el papel de guardianes de la Constitución, se pierden entre abusos, acosos, maquinaciones siniestras, laxitud y descuido, acusaciones contra el capitalismo, etc.
Sin embargo, si nos fijamos únicamente en el pasaje de la entrevista realizada por Mastroianni, se pueden hacer muchas reflexiones.
Parece tiempo pasado, pero las palabras expresadas son actuales.
Hoy, como entonces, la cuestión moral nunca es tomada en consideración por la política. De hecho, todo lo contrario.
Éste es el país en el que plantear el problema de la "cuestión moral" se considera una afrenta a las instituciones.
Después de todo, ¿qué se puede esperar de un país en el que los "impresentables" son nominados candidatos por los partidos y luego son elegidos para el Parlamento?
A lo largo de los años hemos visto ir y venir a muchos hombres sin escrúpulos, condenados, investigados o bajo investigación.
Deshonrosos primeros ministros, ministros, subsecretarios, diputados y senadores. Corruptos y corruptores. Políticos que han tenido relaciones con las mafias; que han vendido a Italia; que la han vilipendiado y reducido a ser esclava de los Estados Unidos de América.
Y nadie se escandaliza.
En este país durante treinta años tuvimos a Silvio Berlusconi como protagonista político. Falleció hace casi un año. Se trataba de un delincuente convicto, condenado definitivamente a cuatro años por fraude fiscal (pena cumplida), además de "putero" y amigo de los mafiosos.
Protagonista de numerosos escándalos ("Bunga bunga", "Papi girl" y similares) durante años ha calumniado, ofendido y deslegitimado, a través de sus "medios de desinformación" periodísticos y televisivos, a magistrados, periodistas e intelectuales que tenían el único defecto de contar los hechos o buscar la verdad.
Y lo mismo hacen hoy sus "sucesores" que, como él, promueven, a menudo por intereses personales, leyes injustas e inconstitucionales.
Un legado político que hoy continúa a través de su creación, Forza Italia, un partido fundado por un mafioso como Marcello Dell'Utri (condenado en forma definitiva a siete años por concurso externo en asociación mafiosa).
Esa misma Forza Italia que hoy todavía tiene un peso significativo en un gobierno de tinte fascista que, a través de reformas judiciales, está debilitando las herramientas para luchar contra las mafias y la corrupción.
Un Estado como el nuestro, que ha sufrido masacres y crímenes en su propia piel, debería poner la lucha contra la mafia en el primer punto de su agenda política.
Esto no sucede a pesar de que cada vez es más claro que el crimen organizado pone en riesgo la propia estabilidad democrática de nuestra nación y se ha convertido en una potencia económica tal que es la empresa líder en Italia, de la que no podemos prescindir.
Después de las intervenciones sobre la abolición del abuso de poder, la introducción de nuevas restricciones a las escuchas telefónicas y las restricciones a la posibilidad de la prensa de publicar información sobre las investigaciones en curso, el nuevo paso es controlar en la medida de lo posible el poder judicial, último bastión institucional en defensa de la Constitución.
No, no es una película. Y visto así, el futuro puede parecer dramático.
Se necesitan tomas de posiciones fuertes.
Con la rara excepción de algunos individuos (véanse, por ejemplo, las intervenciones del senador Roberto Scarpinato, ex fiscal general de Palermo), casi nadie habla de mafia en el Parlamento.
Ni siquiera entre las filas de esa izquierda que en su larga historia ha contado con importantes referentes como Enrico Berlinguer y Pio La Torre, secretario del PCI siciliano, que se había opuesto a la OTAN y a la instalación de misiles en la base de Comiso.
Hoy el sacrificio de La Torre es traicionado con el apoyo a un gobierno que promueve el envío de armas a Ucrania, de acuerdo con las demás fuerzas de la OTAN, alimentando un conflicto que, bomba tras bomba, corre el riesgo de arrastrarnos a una nueva guerra mundial.
Una prueba de que el cantautor Giorgio Gaber, cuando hablaba de una derecha y una izquierda que ya no existen, tenía mucha razón.
Si la película denuncia las corrupciones, los abusos, las perversiones y las locuras de un sistema, la realidad parece aún más dramática. Porque es en los círculos del poder, la política, el espíritu empresarial, las altas finanzas, la masonería y el desviado aparato estatal donde se esconden los autores intelectuales externos que querían y perpetraron las masacres. Tanto los desestabilizadores, de origen fascista, como los de la mafia.
Del país sin memoria, es todo: señoras y señores, buenas noches.
Reelaboración gráfica de Paolo Bassani