Giovanni Falcone, en una conferencia memorable en los umbrales de los años noventa, dijo: "Los asesinatos de Insalaco y Parisi (empresario asesinado el 23 de febrero del '85, ndr) constituyen la elocuente confirmación de que los híbridos y antiguos connubios entre la mafia y los invisibles centros de poder, son todavía nudos no resueltos que, hasta tanto no se eche plena luz sobre los motivos y los que ordenaron las acciones de los homicidios excelentes (nombre que se le da en Italia a los asesinatos de personalidades y a aquellos cometidos por la mafia, ndt), impiden el avance”. Palabras que se convirtieron en piedras para la élite de las autoridades presentes, y que tuvieron su razón de ser al día siguiente de la eliminación de Peppuccio Insalaco, el alcalde de los cien días, nacido y criado en las filas de la Democracia Cristiana, abandonado por su partido cuando quiso encarnar un movimiento de renovación en su interior. El mismo que fue cinco veces a hablar con Falcone para darle otros tantos informes. Volviendo con el pensamiento a los escritos de Insalaco encontrados después de su muerte, que sacudió Palermo -una documentación detallada sobre la mafia y la política y, poco después, su diario- se supone que el alcalde asesinado el 12 de enero de 1988, poseía una notable cantidad de material de interés para el juez Falcone.
Giuseppe Insalaco, hijo de un carabinero, pero protegido por el entonces ministro del Interior Francesco Restivo, una vez que se convierte en alcalde decide seguir su propio camino. La primera oportunidad para ello fue el aniversario de la muerte de Pio La Torre y Rosario Di Salvo- cuando se presentó en el lugar de la matanza con una banda tricolor. Y fue sólo el principio. Hizo empapelar la ciudad con carteles de la administración municipal denunciando la sangrienta escalada mafiosa, en los que por primera vez aparece la palabra mafia. Poco después, el 5 de mayo de 1984, lo reitera en Roma durante una manifestación contra la mafia y la camorra. Su proyecto, ni bien se sentó en la silla del alcalde, era cambiar las cosas en las filas de lo Democracia Cristiana. A pesar de que sin esta última se resentiría fuertemente el apoyo del corleonés Vito Ciancimino y el de sus partidarios, estaba decidido a hacerlo. Así, el ascenso de Peppuccio, según cuenta Saverio Lodato en sus "Cuarenta años de la mafia", se convirtió en una inexorable caída libre. Así se expresó en una entrevista con Saverio Lodato: "Hay grupos económicos y empresarios (...) cuyos intereses suelen coincidir con los del gobierno. Debido a su peso a menudo son capaces de influir en decisiones que, en circunstancias normales, deberían ser responsabilidad de la "clase política".
Antes de ser asesinado, el alcalde de los cien días legó a su ciudad una gran cantidad de papeles, documentos y material inflamable que fueron publicados por Saverio Lodato en L'Unità y Attilio Bolzoni en La Repubblica, los que causaron un gran revuelo también en Palermo. Insalaco acusaba duramente en su correspondencia a figuras notables como el eurodiputado Salvo Lima, los financistas Nino e Ignazio Salvo, a los "cobradores de deudas" de Cosa Nostra, Bruno Contrada, funcionario del SISDe (Il Servizio per le informazioni e la sicurezza democratica, S.I.S.De., es uno de los servicios secretos italianos, ndt), y al mismo Vito Ciancimino. Y si seguimos subiendo se llega a Giulio Andreotti. En el texto de una entrevista que no fue publicada, realizada a Insalaco poco antes de su muerte, a la pregunta "¿Cuáles son los hombres del poder oculto, que es el que manda en Palermo?", él respondió: "No hay un poder oculto. Hablar de ello es un malentendido habitual; es un poder a la luz del sol, ejercitado en forma visible. Un poder que es necesario ver cómo se ejerce, al igual que sus connivencias y sus alianzas". El diario que después se encontró, escrito por Aristide Gunnella, republicano y ministro de Asuntos Regionales, sobre los jueces Salvatore Palazzolo y Carmelo Carrara, en su opinión involucrados en las desventuras judiciales de Insalaco (quien fue acusado de haber embolsado un soborno y violado la ley sobre armas de fuego), señalaba a Arturo Cassina, señor de la contratación municipal y caballero del Santo Sepulcro, como la cara oculta detrás de "la conspiración en su contra". Y lo escribió en tiempos en que todavía no se sospechaba de los vínculos de ida y vuelta entre la mafia y la política de los años 80, capaces de inferir en el control de los asuntos públicos. Entraban en juego personajes que, años más tarde, serían encontrados en las investigaciones sobre los convenios y acuerdos de los ‘90 que tomaron el nombre de "tratativa Estado-mafia", consumados pocos años después del asesinato político de Insalaco, y cuyos directores ya sabemos quiénes son.
Pero ese memorial del vástago de la Democracia Cristiana que luego se volvió contra su lógica de poder, constituía una pieza perfecta que Falcone eligió para empezar a hablar en público sobre las "uniones híbridas", el "gran juego" y las "mentes refinadas" que el juez describe al día siguiente del ataque fallido de Addaura.
Insalaco, cuya memoria sigue siendo una dura denuncia en contra del mundo en que nació, si no fuera porque terminó siendo la víctima, podría ser considerado el primer verdadero arrepentido del Estado, en el momento en que se presenta ante Falcone y comienza a perforar el velo que ocultaba el juego desarrollado entre la mafia, partes del Estado, las empresas y las altas finanzas. Tal vez el único que, hasta el momento, puede definirse como tal. Sin duda, alguien muy necesario hoy en día. Una persona capaz de relatar, con un ojo dentro de las instituciones, la verdad acerca de los esqueletos guardados en el armario y de la podredumbre heredada de décadas de convivencia con la mafia.