Viernes 26 Abril 2024
Por Alejandro Diaz-5 de abril de 2022

Hay un cierto silbido que acompaña el silencio extremo. Aquel silencio que se produce luego de una tribulación, una suerte de espasmo, entre la identidad y la realidad. Aquel silbido, es distinto al sonido de Los Andes, distinto del rechinar de los vagones del subte, es distinto del vaivén de las hamacas en aquellas desoladoras siestas de verano, o del crispar del oleaje sobre el lago. Aquel silbido no llega a ser ni siquiera un sonido, es más una vibración que se percibe con todo el cuerpo, un signo de que aún hay vida.

“El ‘tiro de gracia’ que le aplicaron a Livraga le atravesó la cara de parte a parte, destrozándole el tabique nasal y la dentadura, pero sin interesar ningún órgano vital. Su juventud y su buen estado atlético le prestaron un servicio incalculable: en ningún momento perdió el sentido, aunque el rostro se le iba hinchando y le dolía mucho. El intenso frío de la helada parecía mantenerlo despierto (…). Livraga espera. Todavía no se mueve. Sólo cuando han transcurrido varios minutos trata de incorporarse. Apoya el brazo derecho en el suelo, tiene otro balazo (…). Logra incorporarse. Camina. Se interna en el basural, por donde viera escapar a Giunta, buscándolo. Hay algo de insensato y de patético en esta búsqueda. Es como si ya no pudiera creer más en nadie de este mundo, como si el único en quien pudiese confiar fuera aquel hombre que ha pasado por la misma experiencia”. (*)

Livraga camina como sonámbulo, solo aquel silbido acompaña su corazón arrebolado. Aquella secuencia de sangre ocupa un espacio onírico, entre la ficción y la realidad. El retumbar de sus pasos abriéndose camino lo despiertan del ensueño. Livraga vive, vive para contarlo.

Corría el año 1957, cuando los pasos de Livraga llegaron a los oídos de Rodolfo Walsh, y aquel “fusilado que vive”, se convertiría en más que una obsesión literaria. Aquel trágico episodio de los fusilamientos de José León Suárez será para Walsh, una cita obligada con la realidad y con el destino. Destino que lo encontraría en similares circunstancias a las de Livraga, al otro extremo de las armas empuñadas por un mecanismo de tortura, violación y asesinato sistematizado, inmerso en la genética de las Fuerzas Armadas, y de las Fuerzas de Seguridad argentinas, desde siempre, al servicio de una casta empresarial y oligárquica que gobierna hasta hoy día.

‘Operación Masacre’, se convertiría en un libro de culto para aquellos que recorren la historia argentina, contada por vez primera sin tapujos, sin medias tintas ni espacio para segundas vistas, escrita “en caliente y de un tirón, para que no me ganen de mano, pero que después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la paseo por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar, y casi ni enterarse”, diría el propio Walsh.

El terrorismo de Estado, insostenible en sí mismo, iría dejando entrever, más que las vetas de la violencia política, los tintes de la violencia privada (civil, empresarial y eclesiástica), dedicada a instaurar un modelo político, económico y cultural, disruptivo de aquel movimiento cultural surgido del diálogo de los oprimidos y capitalizado, en el pleno sentido de la palabra, en el peronismo. Hacia 1967, casi una década después de los bombardeos de Plaza de Mayo, de los secuestros ilegales y las ejecuciones sumarias, de la profanación del cuerpo de Evita, y la proscripción y el exilio franquisimo del generalísimo Juan Domingo Perón; Walsh redacta ‘Un oscuro día de justicia’, que sería editado recién en 1973, coincidiendo con el regreso del patriarca argentino.

En este texto, Walsh intenta empoderar al pueblo. Intenta regenerar la identidad de un pueblo que ha perdido su autonomía ante la situación de orfandad en la que se vio sometido durante el exilio de su progenitor en Puerta de Hierro. Para este tiempo, Walsh, es ya un componente permanente y neurálgico de la militancia política argentina. Su participación en la redacción del semanario de la CGT (Confederación General del Trabajo), y su afiliación entre los cuadros políticos de Montoneros, van acercándolo cada vez más hacia la vorágine de violencia, primero privada, luego política y finalmente estatal, que asolará a la Argentina durante los 70 y principio de los 80.

Desde el semanario de la CGT, Walsh se encauza nuevamente en los hechos para construir la narrativa en torno a una simple pregunta: ‘¿Quién mató a Rosendo?’. En este texto, Rodolfo, se internará en las disputas de poder dentro del movimiento sindical, bastión histórico del peronismo que, por aquellos años, habiendo cumplido una adolescencia de orfandad, se lanzaría, sin vergüenzas, a pensar un peronismo sin Perón, de la mano del ambicioso Augusto Timoteo Vandor, quien, según las conclusiones de Walsh, habría matado a Rosendo García por la espalda.

Superada la longeva dictadura de la década del 60, los movimientos peronistas, guerrilleros incluidos, logran concretar el añorado objetivo, el retorno de Perón. Este ocurre en dos etapas, la primera resulta en la presidencia de Héctor Cámpora, que tutelara la “democracia”, durante 49 días, tiempo suficiente para que se reconfiguraran los mecanismos institucionales para que Perón, ya sin ningún tipo de proscripción, pudiera asumir su tercer mandato como presidente de la República Argentina. La segunda etapa es la presidencia misma que Perón asumirá en estrecha compañía de los miembros de la logia masónica Propaganda Due o P2, como se la suele resumir, coordinada por Licio Gelli, una de las mentes criminales que diagramó el Plan Cóndor, que se impondría en el Cono Sur durante la década del 70. Cámpora presenta su renuncia, junto a su vicepresidente Solano Lima, obligando la asunción de Raúl Lastiri, miembro de la P2 y yerno de José López Rega, quien sería el propulsor de la Triple A. Lastiri, convoca a elecciones y por amplia mayoría, Perón asume el poder, en representación no del pueblo, sino de una casta político empresarial, que utilizó la violencia privada y estatal en modalidad terrorista para destruir las resistencias armadas primero, y las construcciones políticas, sociales y culturales después.

Montoneros choca con el movimiento sindical, con las cúpulas en realidad, a las cuales cataloga como una burguesía e incluso las acusa de ser “gorila”. La juventud peronista solo conoce al Perón del exilio. Pasaron 19 años desde que terminó la década peronista, y durante este tiempo el peronismo de Perón ha sido un ejercicio de lealtad y de imaginación, para los jóvenes que una vez fueron, y para los jóvenes que ahora reclaman por un espacio, no solo simbólico.

Las tensiones llegarán a un punto de no retorno durante el regreso de Perón, el 20 de junio de 1973, que pasará a la historia no sin dejar una masacre a cuestas. Más de una docena de muertos y más de 300 heridos, dejan en claro que Perón debía tomar una posición que esta vez no podía ser la tercera. Por un lado, la derecha peronista, dueña de un discurso nacionalista fundado en la doctrina fascista, y por el otro, la izquierda revolucionaria, convencida de una revolución armada que nunca llegaría. El 1° de mayo de 1974, convencido de ser el único, durante el discurso tradicional de sus gobiernos en el balcón de la Casa Rosada, frente a una Plaza de Mayo desbordada como nunca antes, Perón le da una cachetada a la conducción de las guerrillas, y abiertamente, frente a un público que rondó los dos millones de personas, los trató de “estúpidos” y de “imberbes”. Sin mayores dudas, “bancó” a las dirigencias sindicales en las cuales históricamente apoyó su poder y su verdadera ideología. Este gesto, más que simbólico, valió el desencadenamiento de una furia implacable contra la guerrilla, furia que sería gestora de los peores crímenes de lesa humanidad cometidos en años. La proliferación de los escuadrones de la muerte bajo dirección de López Rega, forzaron a que los elementos de la guerrilla (Montoneros, ERP, Descamisados, FAP y FAR entre otros), tuvieran que exiliarse o pasarse a la clandestinidad.

“Perón, según vimos, les había sacado la escalera (a Montoneros, ndr) y jamás se las volvería a dar. Por el contrario, con un empeño acaso obsesivo y hasta siniestro, se encargaría de organizar el aparato clandestino que los destruyera. (Nota: Uno sabe cuándo escribe cosas que no van a gustarle a nadie. Pero no escribimos para 'gustar'. No contamos un relato que tenga buenos y malos. Que haya terminado bien. Sabemos que hay gente en este país que aún cree en Firmenich, que lo quiere, que se enoja cuando se lo cuestiona. Ni hablar de Perón. Sé que Osvaldo Bayer –con esa contundencia que lo hace imprescindible– ha pedido al justicialismo, durante estos días, que haga la autocrítica por los crímenes de la Triple A y la participación de Perón en ellos. Mientras Perón vivía fue que la organización terrorista se armó ante sus ojos y cometió muchos de sus crímenes. Esto no hay cómo negarlo”, escribía José Pablo Feinmann en un suplemento de Página/12, publicado en mayo de 2009.

Perón dura poco, el 1 de julio de 1974, muere de una complicación cardiaca. Muerto el histórico líder, habiendo dejado el país a manos de la masonería desviada y de los aparatos represivos, la izquierda extremista intenta una nueva oleada de violencia, convencidos de que el “reflujo popular” (o de masas, como lo llamaba Santucho), se encolumnaría detrás de la revolución. Pero en la práctica esto no sucede, y la represión alcanza espacios de horror inimaginables.

Hay que contemplar no solo la deconstrucción de los organismos de militancia, sino también la deconstrucción de los espacios de dicha militancia. Ante el avance de la ola importadora primero, y privatizadora después, las fábricas cierran sus espacios, aminoran sus producciones, imponiendo no solo la baja en el salario real, sino también el despido en masa, y la descategorización del obrero, ahora transformado en desocupado, que tardará más de 30 años en reconstruir esta nueva identidad, reflejada en conceptos tales como ‘trabajadores de la economía informal’ o ‘trabajadores desocupados’. Afirmarían años más tarde las pintadas, “nadie deja de ser obrero cuando se termina la changa”. La reducción de los espacios también se traslada a los centros de estudiantes y a las escuelas. El temor se esparce como reguero de pólvora. Miles pasan a la clandestinidad o al exilio como consecuencia directa de las listas de exterminio. El propio Walsh, se refugia en una casa de campo en San Vicente, en provincia de Buenos Aires, sin dejar de lado su compromiso con los servicios de inteligencia de Montoneros.

En este periodo, ya instaurada plenamente la censura, Walsh, coordina un sistema de información que titula ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina), la cual circula de mano en mano, revelando constantemente y en tiempo real lo crímenes cometidos por el Proceso de Reorganización Nacional. “Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”, proponían los comunicados.

Walsh, quien sí había conocido el peronismo desde su nacimiento, contemplaba que la violencia, en ese tiempo, sería la promotora del aislamiento y por tal motivo la derrota directa del proceso revolucionario armado. Walsh discute con la cúpula de Montoneros, mientras estos, desde el exilio, pretenden dar inicio a una etapa diplomática con la fundación del Movimiento Peronista Montonero en Italia, donde paradójicamente el “movimiento” había empezado, y realizan su presentación formal en Roma en abril de 1977. Pero los objetivos militares continúan su lógica. Walsh, pese a las diferencias, mantiene su compromiso con la organización, que, en julio de 1976, concreta el atentado en el comedor de la Jefatura de Policía Federal, en la ciudad de Buenos Aires. El lugar utilizado constantemente e históricamente como centro de torturas, había sido infiltrado por un joven de 23 años, quien formaba parte de las redes de inteligencia de Walsh. Fue el propio joven el que sembró una bomba de tipo vietnamita. Murieron 23 personas y se registraron más de 60 heridos. Ninguno de los jerarcas de la policía se hallaba en el lugar. Las represalias fueron avasalladoras, solo entre el 3 y el 7 de julio se registró el ingreso de 46 personas NN en la morgue judicial, todos con signos de violencia represiva y heridas de bala. Días más tarde, en agosto del 76, fueron hallados más de 30 cuerpos dinamitados en la localidad de Fátima, en provincia de Buenos Aires.

Rodolfo Walsh una historia de no ficcion 2

En diciembre de 1976, Walsh redacta la “Carta a mis amigos”, donde deja correr el dolor ante la muerte de su hija Victoria, durante un enfrentamiento con las fuerzas represivas, en la calle Corro, tres meses antes. “Mi hija estaba dispuesta a no entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada. Conocía, por infinidad de testimonios, el trato que dispensan los militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros: el despellejamiento en vida, la mutilación de miembros, la tortura sin límite en el tiempo ni en el método, que procura al mismo tiempo la degradación moral, la delación. Sabía perfectamente que, en una guerra de esas características, el pecado no era hablar, sino caer. Llevaba siempre encima la pastilla de cianuro -la misma con la que se mató nuestro amigo Paco Urondo-, con la que tantos otros han obtenido una última victoria sobre la barbarie (…). En el tiempo transcurrido he reflexionada sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella”.

Walsh anda los últimos meses sumido en la síntesis de un presente que tardaría años en revelarse, y que para cuando lo hiciera, la ficción habría superado a la realidad, y aquella verdad escrita en la “Carta abierta a la Junta Militar”, cobraría un valor testimonial que nos permite hoy día, entender que las deudas de nuestro presente fueron adquiridas en el pasado, y que siempre los intereses fueron cobrados con sangre. “El mayor sufrimiento es la miseria planificada”, escribía Walsh.

La pluma de Walsh, dispuesta siempre “a dar testimonio en momentos difíciles”, según él mismo dijo, nos dejó un camino trazado de una posibilidad no solo a la realidad de los hechos históricos, sino también a la responsabilidad con el presente y el compromiso con el futuro.

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Artículo relacionado:

*Rodolfo Walsh en 2.960 palabras históricas

(*)Extraído de “Operación Masacre”, de Rodolfo Walsh, publicado en 1957.

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*Foto de portada: argentina.gob.ar

*Foto 2: Alina Leal / Antimafia Dos Mil - Our Voice