Lunes 29 Abril 2024

Viendo las imágenes -que se viralizaron con celeridad increíble- de un joven saliendo aturdido -shockeado, en realidad- con el 90 por ciento de su cuerpo quemado, de una zanja abierta en la calle Pte Perón de la ciudad de Rosario, en Argentina, luego de intentar robar cables subterráneos de alta tensión -de cobre- al anochecer del pasado domingo 11 de este mes, muriendo finalmente 48 horas después en un hospital local, tras una agonía indescriptible, no pude evitar traer a mi memoria , por enésima vez, el drama social que se vive hoy en el hermano país. Drama que es marco de situaciones límites, de todo tipo, y como la de este ciudadano, siendo los escenarios protagonistas, calles y plazas, que son el “hogar” de los desposeídos y de los olvidados de siempre, que hoy por hoy se han mutiplicado.

El fallecido de Rosario, no fue un anónimo. Fue un joven de 21 años de nombre Ezequiel Curaba (cuyo hermano mayor logró salir ileso del episodio) que tenía su historia de vida y que ha sido evocado en un posteo más que oportuno -post morten- por su profesora de lengua y literatura del secundario, Melina Gigli, con sentidas palabras llenas de dolor y de dignidad, para con su alumno: “Él era Eze, mi alumno. Nuestro alumno/Él era muy dulce y andaba con un carro/Tuvimos muchas mañanas de mates y risas. Se medía en todo, pero siempre sonreía/Los últimos tiempos han sido difíciles para nuestros pibes, él tiraba de su carro/ Leyendo comentarios en notas de diarios, veo que festejan su muerte tan dura y cruel. Él tiraba de su carro /Quizás, la posibilidad de unos pesos para el morfi...No lo sé. Era tan dulce y siempre sonreía/ Yo no quiero que lo recuerden así/Estamos en deuda. Qué crueldad. Él tiraba de su carro, andaba cirujeando/El hambre no espera/Era tan dulce, tiraba de su carro/ Y el que este libre de pecado, que tire la primera piedra/ Cuánto dolor”.

Esto aconteció en Rosario. El saldo trágico de un acto de desesperación, para sobrevivir. Pero me consta que en la extensa Argentina, los dramas humanos para subsistir, tienen miles, pero miles de rostros, y se repiten por doquier, y bajo múltiples circunstancias . Y aunque este se visibilizó por redes y medios de comunicación por lo impactante , y por lo trágico, las luchas por el día a día se repiten, y como diríamos en la jerga periodística, son recurrentes, en los cuatro puntos cardinales de un territorio harto extenso (y creo que harto ingobernable).

Sobre la tragedia de Ezequiel, que en definitiva es nuestra tragedia y nuestra verguenza, colegas que tienen conciencia de estos dramas y de estos sacudones, que nos denigran como civilización, también se expresaron desde el gran Buenos Aires, con textos no menos sentidos, no menos provocadores.

“El flaco no salió con un revólver a robar celulares, ni se dedicaba a la caza de 4x4, ni amedrentó a ningún comerciante para llevarse la recaudación del día, solo para enumerar algunas formas de delito de la que es víctima la gente. Está claro que solo la desesperación, el hambre, la infelicidad absoluta puede llevar a que alguien arriesgue su vida hurtando unos kilos de cobre. Sin embargo, algunos se alegraban de que pudiera perder la vida. “Uno menos”, decían repitiendo el leitmotiv aprendido. ¿”Uno menos” qué festejan? ¿Que haya un pibe menos desesperado? ¿Que la pena de muerte se haya instalado para los que hurtan o roban?” escribió Sergio Olguín, de Página/12.

Y Florencia de la V, también desde Página 12 fue directa. Fue hasta el hueso: “En este contexto de crisis aguda, el cirujeo y los cables de cobre les permiten a muchos llevar unos mangos para comprar algo de comida. La violencia en la que estamos inmersos como sociedad nos sacó la humanidad a tal punto que, mientras se daba a conocer la noticia en la red social X, la etiqueta que se volvió tendencia fue #uno menos. ¿Quién se puede alegrar con una tragedia como esta? ¿Tan mal estamos que no podemos ver que era un pibe con hambre? En medio de todas estas violencias, Melina Gigli, profesora de Ezequiel , lo recordó en sus redes sociales cuestionando el tratamiento que le dieron los medios de comunicación a la noticia y se refirió a la crueldad de las redes sociales. Intenté leer los mensajes terribles que circulaban hasta que dejé de hacerlo porque me hacían daño. Si bien puedo comprender que no todos tenemos la misma opinión sobre cómo se resuelven los problemas de la crisis actual, me parece que poner toda la carga sobre los pibes y las pibas no está nada bien”.

Caminando por las calles de Buenos Aires, el epicentro de un país, epicentro de una crisis de variadas aristas y colores (con sabor a ajustes económicos criminales, represiones, autoritarismos, incertidumbres y altas calorías de fascismo recalcitrante) me veo rodeado de contrastes, y en no pocas oportunidades me vienen a mi mente las imágenes de Eze, tambaleándose junto a una ambulancia a la que sube asistido por personal médico, despellejado y sumido él mismo en el asombro y en la desazón de verse así, quemado y con el dolor atravesándole el cuerpo.

Caminando por las calles de Buenos Aires, arrimándome a Corrientes, Callao, el Obelisco, y desde ahí hacia Retiro, veo el derroche de unos y el desamparo de otros; veo los egoísmos tutelando las indiferencias más burdas que se puedan imaginar; veo las soledades más inimaginables. Veo el contrapunto de una sociedad que se desmorona, que se descompone. Veo que estoy sumergido dentro de una sociedad mileisada al mango, y en consecuencia, que está fagocitada por el dios Dinero, que ha sido elegido lícita y estúpidamente, para que todo se vaya al carajo, para que todo se derrumbe sin filtros.

Una pareja joven está sentada con unos pocos enseres, con un cartel en su mano que dice “tengo hambre, ayúdeme”; una familia, con sus dos niños apoyados sobre unos cartones me murmuran algo a mi paso que apenas entiendo “una ayudita señor”; dentro de los subtes, al calor del encierro de sus pasadizos, entre cientos y cientos de personas que entran y salen, hay cuerpos arrojados al suelo -aclaro, que no son pocos- algunos sobre diarios, otros cuerpo a tierra con lo puesto, señal de que ese es su hogar del momento; están como moribundos, por el calor y por el hambre; veo “cirujas” (como se les dice) por calles oscuras o a la luz del día, algunos sobreviviendo con una botella de agua ajena, o un jugo vencido; camino por Corrientes, por Lavalle, por Florida donde hay gentes anónimas, pululando en medio de quienes pueden comer pizzas, tomar cervezas, saborear buenas carnes y pastas, en restaurantes, parrilladas, y plazas de comidas atiborradas; la diversidad social en toda su extensión; una pareja que vive en la calle, discute, como si en la confrontación pudiese surgir una solución a su desamparo más absoluto; hay niños que noche a noche, y día a día, en medio del calor sofocante, viven así, viendo a su madre o a su padre, arrancando algunos billetes o una bolsa de comida que alguien les regala; una anciana, que no es linyera, y se le nota, dormita bajo la puerta de un casa de altos, porque seguramente carece de familia y de hogar, que recibe un paquete de comida y lo agradece con un sonrisa que parte el alma; una familia se acomoda para pasar la noche sobre un colchón de dos plazas, a pocos metros de donde hay enormes colas para entrar al teatro, al cine o a una pizzería que ofrece sus exquisiteces a salón lleno; un cartonero que trabaja en la calle subido sobre un gran paquetón que seguramente venderá en algún galpón lejano, y que le permitirá un jornal, para saciar el hambre o una básica necesidad familiar. Y como él hay muchos. Muchos allí en CABA y en las provincias.

Una y otra vez ante mis ojos los contrastes. El otro yo de un país que ahora vive el embate de los poderes ocultos y visibles. Un país que está como a la deriva, y en el que un jubilado ha sido llevado esposado ante la justicia porque no pudo pagar 200 gramos de manteca, en un supermercado de San Juan; o una familia que fue descendida a pura prepotencia de un bus, porque su tarjeta no marcaba el dinero necesario para el viaje, en el gran Buenos Aires ; o medidas económicas que hacen que los sectores pobres sufran restricciones y los comedores populares no puedan cumplir sus objetivos, etc, etc, etc.

Argentina se desmorona, en cuerpo y alma, de la mano del poder, de represiones, del saqueo y de las libertades conculcadas, como la de movilizarse, protestar y de vivir en paz.

Porque cuando hay hambre en las calles, y en las casas, no hay paz, hay violencia estatal, e institucional. Porque cuando los unos se enriquecen y bastante, es porque la cuerda se está rompiendo y mal, muy mal.

Argentina se desmorona, aunque no parezca, a ojos vista de los que tienen y de los que pueden. Se derrumba en cuerpo y alma. Y no es metafórico. En absoluto.

Entonces, escribir, y editorializar sobre los dramas de una Argentina cruel, no alcanza. Al texto, sumemos la lucha; al pensamiento, sumemos la acción; y a las palabras, sumemos las acciones. Todas son trincheras habilitadas, para dar vuelta todo.

Y urge. Ya no hay tiempo. Cada segundo cuenta.

Foto: Antimafia Dos Mil