Jueves 16 Mayo 2024

Emotiva ceremonia para recordar a estudiantes y graduados de la Facultad de Medicina de la UBA

Por Alejandro Diaz-20 de diciembre de 2022

Recuperar y revalidar la identidad de las víctimas del terrorismo de Estado, es un ejercicio permanente, que nos ayuda a romper con la masificación y los números que a veces pueden ser frívolos, o peor aún, frivolizados. Fueron 30 mil. Treinta mil jóvenes, obreros, estudiantes, activistas, artistas, militantes, apasionados, en concreto, parte de una generación que buscaba cambiar un paradigma social. Son 30 mil educadores sociales que, durante las últimas décadas y hasta hoy día, faltan en las escuelas, en las universidades, en los centros culturales, en las oficinas públicas, en las fábricas, en las plazas. Treinta mil personas dispuestas a darlo todo por cambiar un presente, por darnos un futuro.

La Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA), realizó una emotiva ceremonia en donde entregó los legajos restaurados de 140 estudiantes que fueron detenidos y desaparecidos durante la etapa militar de la dictadura cívica, empresarial y eclesiástica. La tarea de reconstrucción estuvo a cargo de la cátedra de Salud Mental y Derechos Humanos, que revisó más de 1.500 fichas de estudiantes y graduados. La tarea se desarrolló con la participación del Centro de Estudiantes de Medicina y personal no docente. La ceremonia estuvo presidida por el rector de la UBA Ricardo Gelpi, y el decano de la Facultad de Medicina, Luis Brusco.

“Como parte de esa generación que soñó un mundo mejor, y que hoy conduce la facultad (…) es un acto necesario y que nos debíamos”, dijo Brusco según publicó el diario Página/12. Además, aclaró que, en aquellos tiempos, “la facultad no era autónoma”, porque estaba intervenida por el poder factico, e incluso “no era gratuita porque estaba arancelada”. Por su parte Gelpi consideró que era “un acto de justicia -y agregó- hoy los estudiantes han vuelto a ser parte de la comunidad de la UBA”.

Entre los presentes se encontraba la mítica Taty Almeida, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, quien, en compañía de su hija Fabiana, se presentó a recibir el legajo de su hijo Alejandro Almeida, quien fue desaparecido el 17 de junio de 1975 por una patota de la Triple A. Alejandro, además de ser estudiante de medicina, trabajaba en el Instituto Geográfico Militar y militaba en el ERP.

“Estoy reconfortada por este reconocimiento, porque es la primera vez que la Facultad hace algo así”, dijo Taty, que además recordó que aquella noche que fue secuestrado, “había llamado a casa para avisar que, al otro día, no podría ir a almorzar porque tenía que estudiar para un parcial”.

“También siento mucho amor -dice Taty a Página/12- y surgen recuerdos hermosos, pero junto a eso está el dolor, que no se va nunca. No es odio -aclara-, porque no sé odiar, pero sí tengo bronca porque no nos permitieron seguir con ellos”.

Silvia Quintela

Silvia Quintela tenía 28 años. Trabajaba como médica atendiendo a los indigentes y marginados de la ciudad de Buenos Aires. Militaba en Montoneros. El 17 de enero de 1977, fue secuestrada por las patotas vestidas de civil dependientes del 1er Cuerpo del Ejército. Silvia estaba embarazada de cuatro meses. Padeció torturas y tormentos en Campo de Mayo, donde permaneció retenida hasta el momento en que su embarazo llegó a término. Fue traslada al Hospital Militar dentro del predio, donde por cesárea dio a luz a su hijo Francisco, quien fue secuestrado por Víctor Alejandro Gallo, un oficial de Inteligencia del Batallón 601. Gallo llevó a Francisco a su casa, con el cordón umbilical aun colgando. Durante años junto a su esposa Inés Susana Colombo, lo mantuvieron bajo una mentira, negándole su identidad y su procedencia. Recién en febrero del 2010, luego de que Colombo confesara el crimen, Francisco se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo, donde a través de los análisis genéticos lograron devolverle su identidad. De Silvia se desconoce su paradero, pero según distintos testimonios habría sido arrojada viva al mar en uno de los tantos vuelos de la muerte.

Abel Madariaga, era compañero de Silvia, y es el padre de Francisco. Luego del secuestro de ella, y habiendo sobrevivido varios allanamientos, Abel se exilió primero en Suecia y en México después. Volvió al país en 1983, con la restauración democrática, y se integró a las actividades de Abuelas. Muchos años después podría reunirse con su hijo, y con su pasado. Hoy recibe el reconocimiento de las autoridades de la Universidad, en nombre de su compañera desaparecida. En nombre de una de las tantas médicas que nos faltan.

Médico Eugenio Gallina

La familia Gallina es un caso aberrante del terrorismo de Estado, que definitivamente tenía tintes de genocidio, ya que pretendían arrasar de la ciudadanía linajes completos. Eugenio Gallina tenía 65 años, era un médico de amplia trayectoria. Fue secuestrado el 24 de febrero de 1977, junto a su hijo Mario Alfredo, que tenía 21 años y era estudiante de medicina. Ese mismo día en horas de la tarde, su otro hijo Eugenio Daniel, de 28 años y también estudiante de Medicina, fue secuestrado junto a su compañera la obstetra Marta Rey de Gallina. Eugenio se había vuelto molesto para el régimen, porque buscaba incansablemente el paradero de su hija Silvia Beatriz que había sido secuestrada el 12 de noviembre del 76. Eugenio había presentado una denuncia por privación ilegítima de la libertad, y la investigación del juzgado de Instrucción había confirmado que el operativo contra Silvia había sido efectuado por el Ejército, que se negaba a dar su paradero. Este hecho completamente atípico de la conducta omertosa del sistema judicial argentino, fue la causante de la desaparición completa de la familia Gallina.

Cada uno de los 140 detenidos-desaparecidos que fueron agasajados durante el evento, se hace presente una vez más, y nos recuerda que su vida nos falta, que su lugar debe ser ocupado y vivido con real compromiso revolucionario. Reconstruir sus historias, no solo como detenidos-desaparecidos, sino como ciudadanos, participes de la vida social y política del país, nos ayuda a dimensionar las profundidades del terrorismo de Estado.

Ellos faltan, mientras los represores, muchos libres gracias a la impunidad otorgada por los mediocres, continúan operando. Seguir buscando la verdad sobre los poderes facticos, no solo históricos, es una necesidad imperiosa de una sociedad, de una cultura de resistencia siempre en riesgo.

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*Foto de portada: nueva-ciudad.com.ar