Sábado 18 Mayo 2024
Por Victoria Camboni-17 de noviembre de 2021

“El grito de los pobres” se hace eco en el espacio vacío que debería ocupar la conciencia. En el tumultuoso devenir de las sociedades, de las situaciones irresueltas en los grupos sociales, familias, comunidades, países y regiones enteras. Y en medio de la mayor pandemia de la historia, ese grito, es algo tan cotidiano, tan común, que parece no existir. La pobreza, que transforma en marginalidad, en hambre y miseria, la vida de cientos de millones de personas, representa el salvajismo de nuestra indiferencia, la máxima culpa como seres humanos, por mirar hacia un costado, por no reclamar responsabilidades a los líderes mundiales, y por no tomar acciones como ciudadanos, para transformar esta realidad, esencialmente, injusta. En esa línea fue el discurso que emitió el Papa Francisco el pasado domingo 14 de noviembre en la “Jornada Mundial de los Pobres”.

Ante unas dos mil personas que viven sin recursos, el pontífice brindó una misa en la basílica de San Pedro, en Roma, y al final del Ángelus, se dirigió a los líderes mundiales: “El grito de los pobres, unido al grito de la Tierra, ha resonado los pasados días en la cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático”, dijo en referencia a la recién finalizada cumbre climática en Glasgow, Gran Bretaña, la Cop26. “Animo a cuantos tienen responsabilidades políticas y económicas a actuar inmediatamente”, apuntó el Papa.

Además, extendió el llamado a la gente, a los ciudadanos, que, aunque no tienen un cargo de autoridad, sí, tienen la potestad de hacer algo para colaborar en la lucha contra la pobreza: “Invito a todas las personas de buena voluntad a ejercer la ciudadanía activa en el cuidado de la casa común”.

“Si nuestra esperanza no se traduce en opciones y gestos concretos de atención, justicia, solidaridad y cuidado de la casa común, los sufrimientos de los pobres no se podrán aliviar”, alertó.

El sumo pontífice hizo un llamado particular a los seguidores de la Iglesia: “A nosotros, especialmente a nosotros cristianos, nos toca organizar la esperanza, traducirla en la vida concreta de cada día, en las relaciones humanas, en el compromiso social y político”.

El día anterior, Francisco se había trasladado a Asís, donde brindó una misa que compartió junto a 500 personas en situación de pobreza. Luego de conversar y rezar, les dirigió un mensaje: “Es tiempo de que a los pobres le sea restituida la palabra porque por demasiado tiempo sus pedidos no han sido escuchados”.

“Es hora de que se abran los ojos para ver las desigualdades en las que tantas familias viven. Es tiempo de trabajar para restituirles dignidad creando puestos de trabajo”, prosiguió.

“Es hora de que se vuelva a ver como un escándalo la realidad de los niños muertos de hambre, reducidos a la esclavitud del momento, golpeados por las aguas del naufragio, víctimas inocentes de todo tipo de violencia. Es hora de que terminen las violencias contra las mujeres y que éstas sean respetadas y no tratadas como mercancía de intercambio”.

“Ha llegado la hora del encuentro. Si la humanidad, si nosotros hombres y mujeres, no aprendemos a encontrarnos, vamos hacia un final muy triste”, fueron las palabras del Papa.

Quizás, la intención de sus palabras cale hondo en alguno de los seguidores de la Iglesia Católica, abstraída muchas veces de las realidades que el Papa argentino nombra, o cómplice en muchas otras ocasiones, de estas mismas catástrofes sociales. Quizás, a pesar de que el reclamo que hizo Francisco estuvo cargado de denuncia, podría haber sido más frontal. Tal vez, una persona con su influencia de nivel mundial, se hubiera jugado mucho y a la vez, hubiera generado grandes movilizaciones, si hubiera acusado con nombre y apellido a algunos responsables del hambre en el mundo, si hubiera apuntado contra empresas que con sus emisiones contaminan el ambiente, si hubiera mencionado a grandes millonarios que, para mantener su riqueza extrema, dejan expuesta a la pobreza a millones de personas. O hubiera increpado a políticos de jerarquía, que dejan morir a niñas, niños, hombres y mujeres cuando intentando salvar sus vidas al abandonar sus tierras para poder sobrevivir, naufragan, se ahogan, mueren, porque no los quieren, porque sus vidas ‘no importan’.

Aplaudo al Papa franciscano, con estos señalamientos. Pero me surge una pregunta, que no puedo evitar: ¿cuándo, señor Bergoglio, será el día que hable frontalmente contra los dueños del mundo, con nombre y apellido? Usted los conoce, Bergoglio, y tiene la autoridad suficiente como para nombrarlos. A veces conciliar, no es suficiente; a veces hay que tener el coraje de decir las cosas por su nombre.

He ahí la posibilidad que Dios le dio. No la desaproveche.

-----------------

*Foto de portada: vaticannews.com