Viernes 10 Mayo 2024
Una arenga en pro de la cultura de la impunidad, que resulta insensible, en el Uruguay de hoy

Carta abierta del director de Antimafia Dos Mil, dirigida a la escritora

Por Jean Georges Almendras-1 de noviembre de 2021

En términos generales, la noticia que fue ganando la calle en los últimos días, en Montevideo -y en consecuencia, en el interior del país y en la región, y en el mundo- es que el próximo día lunes 8 de noviembre el presidente de la República Luis Lacalle Pou recibirá a un grupo de ciudadanos, quienes a través de una carta (que contendría, hasta el momento, unas dos mil firmas) le pedirán que ponga fin, a una “injusticia”, vale decir, a la prisión de los exmilitares recluidos en la cárcel de Domingo Arena por delitos cometidos durante la dictadura cívico-militar. Una de las principales embanderadas de esa iniciativa (de liberar, así como así, a los represores) y de esa misiva, es la escritora uruguaya Mercedes Vigil, quien ha explicado que esa propuesta habría surgido de algunos integrantes del denominado Foro de Montevideo, de hecho, con la adhesión suya, y de sectores bien definidos de la casta militar, estando entre ellos obviamente el ex Comandante en jefe del Ejército Guido Manini Ríos, hoy líder del partido Cabildo Abierto desde cuyo seno -por si fuera poco, en todo este terrible tsunami en favor de la casta militar y de la omertá- se ha presentado un proyecto de ley que -por fines sanitarios en pleno tiempo de Covid 19- pretende disponer la prisión domiciliaria preceptiva para los presos mayores de 65 años de edad, lo que significaría que el grueso de los privados de libertad, del excuartel de la calle Domingo Arena, cumplirían la sentencia en sus hogares, ámbito en el que, como ya se sabe y ha habido evidencias (si miramos la casuística), no otorga las debidas garantías para que la condena sea obedecida debidamente.

En cada oportunidad que la escritora tuvo a su alcance micrófonos y cámaras de televisión, alentó y fundamentó su idea y la carta en cuestión, abrazada a expresiones, que ya por su naturaleza misma, atentan contra la pacificación nacional, la justicia, la sensibilidad de muchos uruguayos que resistieron a los golpistas, despertando además polémicas y disidencias a todo nivel, confrontando con ella, no solo el periodismo, sino además el cien por ciento de las organizaciones de derechos humanos, que obviamente hicieron declaraciones opuestas a la suya. Ahora bien, desde las entrañas mismas de los uruguayos que vivieron y viven el dolor que significa, haber sido en algunos casos sobreviviente de la represión, o en otros, familiar o allegado, de uno de los casi 200 detenidos desaparecidos uruguayos, cuyos restos han sido enterrados en cuarteles militares del territorio nacional, la iniciativa causó rechazos, críticas y toda suerte de exclamaciones, que no por ser sinceras, nos resultan, en el buen romance, coherentes y de una lógica, insalvable e histórica.

Como un mantra, agazapado a las ideas que se respaldan a un ideario golpista (“perdónenme señora Vigil, es que me resisto a pensar que lo haga con ánimo de ciudadana incauta”) la escritora en sus fundamentaciones ha dicho una y mil veces que presentarán esa propuesta “anhelantes de la paz y la reconciliación nacional”, intentando ser “lo más aséptica posible” y “sin ingresar demasiado en aspectos jurídicos, queremos dar vuelta la página”. “Hubo además daños colaterales” dice Vigil y agrega, que hubo una guerra y hubo dos bandos y “los daños colaterales existieron en los dos bandos o en ninguno”; también dijo, que para dar vuelta la página se necesita que en Uruguay “se retome el Estado de derecho”, refiriéndose al “desconocimiento” de lo expresado por la ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, aspirando a que Lacalle Pou sea un Mandela que “otorgue una solución que nos reconcilie a todos”, porque ese “desconocimiento” de la expresión popular sobre la ley de Caducidad fue una decisión política. Pero la escritora, enfatiza también que el problema radica en que a la salida de la dictadura el país no supo tomar las medidas adecuadas para que los efectos de esa “guerra” pudieran superarse en armonía. Aludió además a la supervivencia de un “relato hemipléjico” que hace que “de un lado existan bisnietos de los terroristas que atentaron contra la República y que son resarcidos, nadie sabe por qué” y del otro “unos pobres viejos procesados sin pruebas”, subrayando que “la carta no es ni más ni menos, que la expresión de la mayoría de los uruguayos”. Sobre la carta, finalmente explica Mercedes Vigil, que en los últimos párrafos se señala que “en Domingo Arena hay encerrados algo más que un montón de viejos soldados”, que “allí estamos presos todos, está presa nuestra democracia. Detrás de las rejas del pasado, está preso el futuro” y que el pedido a Luis Lacalle Pou es concreto: “libérelos, libérenos, señor presidente, y cierre de una vez la fractura”.

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“Señora Mercedes Vigil:

No puedo juzgarla por sus ideas, pero sí puedo disentir radicalmente con sus iniciativas, que conforman, más bien, una suerte de manotón de ahogado etiquetado de arenga -o mensaje- a la ciudadanía, de que los represores deben ser protegidos, cueste lo que cueste, por un manto de impunidad, en el nombre de ciertas ideas, que echan por tierra el trabajo de jueces y fiscales; ideas, que burdamente (o cínicamente) hieren la sensibilidad de quienes han padecido torturas, violaciones y secuestro de niños, o han sido víctimas de desapariciones forzadas, en el Uruguay, antes de la dictadura, durante la dictadura y en democracia. Usted, se abroga el derecho de juzgar públicamente, tildando de terroristas, a quienes se resistieron contra la dictadura desde los sitios de la sociedad en el que se encontraban, como trabajadores, como estudiantes, como funcionarios públicos, como periodistas, como escritores, como artistas, como religiosos, como amas de casa, como militantes y legisladores de partidos políticos de izquierda y de derecha (me vienen a la memoria, dos figuras: Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez, que fueron asesinados por militares argentinos y uruguayos; y hasta de mencionarlo también a Wilson Ferreira Aldunate, cuya vida salvó de milagro) y como algunos policías (los menos) y militares, que pagaron muy caro levantarse contra los golpistas.

Décadas después de todos los terrorismos de Estado, que se instalaron en países como el nuestro, solo por respeto a la Constitución de la República, señora Mercedes Vigil, no podemos aferrarnos a la teoría de los dos demonios. No podemos, específicamente porque hacerlo, sería como arrancar de cuajo algunas páginas de nuestra historia nacional; sería, sencillamente, ignorar las páginas en las que la población joven y no tan joven -no olvidemos al periodista Julio Castro asesinado después de ser torturado, siendo que era un hombre de 70 años y enfermo del corazón- conoció y sufrió la represión, algunos años antes del 27 de junio de 1973, y no necesariamente porque el surgimiento de la guerrilla haya sido el detonante, como aducen desde los bandos que quieren tergiversar los hechos, sino porque en aquellos años de violencias sociales, políticas y gubernamentales, tras el deceso de Óscar Gestido y el surgimiento del pachecato, la guerrilla no fue ni más ni menos que una forma de resistir y dar una respuesta en lucha.

Pero, mi estimada escritora, estas invocaciones históricas, poco le deben importar, porque usted está mirando el árbol (de la casta militar encerrada en Domingo Arena) y no el bosque. Y a esta altura de los acontecimientos, cuando, en la región y en el mundo, las impunidades para los que cometieron delitos de lesa humanidad, en los días de las dictaduras promovidas y protegidas por el Plan Cóndor, con indiscutible sello de los Estados Unidos, están a la orden del día; o cuando las represiones en calles y plazas, siembran de heridos y muertos las tierras de América Latina, porque padecemos un claro avance del fascismo y del nazismo, o cuando las luchas sociales son criminalizadas descaradamente; o cuando las muertes de activistas como Marielle Franco y Berta Cáceres, en Brasil y Honduras, respectivamente (entre otros), o de periodistas o de jóvenes, son la ostentación de un poder criminal fomentado desde filas gubernamentales o sistemas financieros cuya presencia responde a intereses de una telaraña de la cual nada bueno podemos esperar para esta humanidad. Usted, precisamente -que posee la sensibilidad del escritor, pero visiblemente contraria a la del escritor comprometido con el hombre, como lo fueron Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Cristina Peri Rossi, y muchos más- no puede saltar a la palestra pública con un planteo que ofende a la inteligencia humana, y excúseme mi sinceridad, ya desde la sola mención de las argumentaciones que ha dicho una y cien veces en los medios de comunicación.

Estimada señora escritora Mercedes Vigil, no quiero llegar al término de esta misiva, sin antes recordarle con especial interés, que usted no me representa ni una pizca, cuando afirma lacónicamente, que la carta a presentar al presidente Lacalle, es la expresión de la mayoría de los uruguayos. No lo pienso tan así. Como tampoco pienso que dando la libertad a los represores de la cárcel de Domingo Arena, nos liberaría a todos, y ni mucho menos pienso, que se cerraría de una buena vez la fractura, y ni por asomo, que dando vuelta la página, estaríamos en el camino de la conciliación de la paz. Tampoco pienso que recuperaríamos el Estado de Derecho, pero no entraré en un debate jurídico, porque para usted lo jurídico no cuenta.

Respetuosamente, y finalizo: señora escritora, con su iniciativa, que yo calificaría como alienante, desubicada jurídicamente y cercana a un surrealismo, de tinte fascista, a juzgar como están las cosas en materia de DDHH en este país, en el que la casta militar viene aplicando la omertá mafiosa respecto a los enterramientos de los detenidos desaparecidos, constituyendo un hecho que ha enlodado a los gobiernos postdictadura, tanto de derecha, como de izquierda, lo menos que puedo hacer es frontalmente decirle todas estas cosas, que en el juego de una democracia, resultan legítimas, aunque seguramente no serán de su agrado, lo que lamentaré, porque su desagrado (su malestar o su ironía, que sé, la destilará en algún momento) me ratificará desafortunadamente que su talento para el arte de la literatura, usted, prefiere ponerlo más al servicio de los sentimientos que son cimientos de unas instituciones democráticas, que en los años dictatoriales, no supieron interpretar las luchas sociales y revolucionarias en América Latina -que, le quiero recordar, sigue desangrándose, tal como sabiamente lo escribiera de puño y letra Eduardo Galeano- apelando al uso del sicariato de turno: los militares -y también muchos integrantes de las fuerzas policiales, que igualmente no se comportaron con honor, ni con discernimiento- que no tuvieron el coraje suficiente (salvo no pocas excepciones, de militares que pagaron con prisión y tortura, el haberlo tenido) como para hacer respetar la Constitución de la República.

Ahora usted, desde el mundo ciudadano, a la distancia -y sin perjuicio, o con el agravante, no lo sé verdaderamente- de que dos primos suyos fueron tupamaros, desoyendo y ultrajando a los operadores de Justicia, lejos de sugerir que en ese ámbito se hagan los descargos del caso si es que hay lugar para ellos, aporta su grano de arena para abrir cárceles y cerrar sentencias, como si nada hubiese pasado en el Uruguay; sin darse cuenta, que, además de dejar a las nuevas generaciones el inconfundible mensaje, del pésimo concepto de la justicia que usted tiene (subrayando, que aplicarla en los represores se torna como un mero capricho legal o lo que es peor, como una suerte una venganza, como se dice por ahí, con una ligereza que agrede) siembra, burdamente (y quizás muy sinceramente) que la teoría de los dos demonios hay que reivindicarla. Esa reivindicación tendenciosa al cubo, señora mía, para mi sensibilidad de ciudadano latinoamericano, que vivió en carne propia algunas facetas de las represiones, antes y durante la dictadura cívico-militar en el Uruguay, solamente la hacen, o quienes han sido represores o quienes como civiles, hoy -en democracia- los apañan y los aclaman, sin importarles cuántos ríos de sangre cobró el terrorismo de Estado (le repito, de Estado, cuya imputabilidad no caducará nunca) bajo riesgo de que con palabras y reclamos, en apariencia democráticos y conciliadores, no hacen otra cosa que entintarse sus manos de la sangre de connacionales, que lo único que hicieron fue resistirse a los dictadores, transformándose en cómplices ideológicos de todos esos delitos por los cuales, hombres de uniforme y civiles, fueron procesados por la Justicia, ajustado a Derecho, como corresponde en tiempos democráticos.

Tiempos democráticos no tan excelsos ni tan transparentes, porque todavía la casta militar es beneficiada de oprobiosos privilegios. Uno de ellos, contar con personajes de la literatura nacional que no tienen las ideas claras y que se enlodan con propuestas que lejos de catapultarlos a la búsqueda de la verdad, los hacen descender a los infiernos de la insensibilidad y del despotismo.

Gracias por su atención.

Jean Georges Almendras”.

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*Foto de portada: teledoce.com