Domingo 19 Mayo 2024
Por Jorge Figueredo, desde Asunción, Paraguay-5 de enero de 2021

Fue periodista, estudiante de derecho y portador de una rica cultura guaraní, pero sobre todo fue un activista social genuino. Salvador Medina, apenas veinteañero, empezó una lucha titánica y revolucionaria contra el crimen organizado en su patria chica, que en los años 90 era la Ciudad de Capiibary, ubicada dentro del Departamento de San Pedro, distante a unos 250 Kilómetros al noreste de la capital. Por aquellos años empezaba a crecer económicamente a través del intenso tráfico de rollos y el cultivo de marihuana, cuyos mayores beneficiarios eran los grandes “comerciantes de la zona”, caudillos políticos regionales que trabajaban en connivencia con los delincuentes ambientales y de la droga.

Salvador era un excelente intérprete  y un analista de la realidad social, económica y política de su comunidad. Es así que desde muy joven incursionó en el periodismo alternativo a través de una radio comunitaria, “Ñemity” que en español significa sembrar, de cuya emisora fue director. Allí tenía un programa que se caracterizó por difundir informaciones y noticias relacionadas con las injusticias e infortunios que padecían los campesinos, por no poder acceder a un pedazo de tierra para cultivar, ya que la mayor parte de las mejores tierras estaban en poder de grandes latifundistas, ganaderos, comerciantes, políticos. También denunció el tráfico permanente de madera, la terrible deforestación que sufría Capiibary con la complicidad de funcionarios del Estado, así como el tráfico de drogas, que estaba convirtiendo a su pueblo y al departamento en una región al servicio de los grandes narcotraficantes y el crimen organizado.

Pionero en la lucha antimafiosa en el Paraguay, recolectaba datos referentes a las actividades criminales del Departamento de San Pedro y lo compartía con su hermano periodista Pablo Medina -asesinado por la mafia en el 2014- quien era corresponsal del diario ABC color y cuyos artículos de denuncia en aquellos años, tenían como base –en la mayoría de las veces- los elementos e informaciones proporcionados por Salvador.

Amaba el idioma y la cultura guaraní, la música paraguaya crítica que denunciaba la explotación del hombre y las grandes desigualdades sociales en el país. Era consciente de la necesidad de un cambio radical en el Paraguay¸ de una revolución cultural. Es por ello que también produjo programas radiales dando énfasis a la difusión del arte musical y poético, como instrumentos de concientización y liberación de los jóvenes, y la sociedad en general, de la dictadura del consumismo, de la ignorancia, del clientelismo político, y sobre todo de la mafia, en que estaba inmersa la región y gran parte del país.

Su trabajo comunitario, lo hizo siempre a pie, a puro pulmón, con fines altruistas, desinteresado, militante de las causas justas, como un Paulo Freire guaraní a través de la educación popular, utilizando como medio de comunicación la radio. Tenía la misma convicción y fuerza que Chico Méndez en defensa del medio ambiente y la vida. Era solidario y humanista como el periodista italiano Vittorio Arrigoni.

Tenía una mirada melancólica, profunda, como la de un anciano, a pesar de su juventud. Le gustaban las bromas, jugar con sus amigos, reír de sus anécdotas. En tan poco tiempo de vida parecía haber ya vivido cien años o más. Había alcanzado una condición parecida a la sabiduría como pocos siendo veinteañero.

Fue un joven revolucionario que aspiraba a vivir en un país libre de corrupción, de injusticia y de mafia. Luchó siempre contra los males del mundo: la mafia, la destrucción del medio ambiente, el egoísmo y la indiferencia de la sociedad de consumo, y apostó por la cultura, la cultura guaraní solidaria, humanista y sabia: que históricamente creyó y buscó la tierra sin mal; como uno de los instrumentos de liberación del pueblo.

Siempre fue coherente con sus ideales. Él representaba al joven del futuro, muy humano, amante de la justicia, bondadoso, transparente y que enfrentó cara a cara al monstruo del sistema criminal. Porque su guerra no fue solo contra la mafia, también fue contra el capitalismo deshumanizante, la esclavitud mental y espiritual del hombre moderno.  

A pesar  de que hoy 5 de enero de 2021 se cumplen 20 años del asesinato de Salvador Medina a manos del sicario Milciades Maylin -quien hace varios años había logrado su libertad condicional por este crimen-, los verdaderos responsables de su muerte utilizaron a Maylin para eliminar a un joven incómodo, que atentaba contra sus proyectos criminales. Detrás del asesino material, estaba todo un sistema mafioso que no podía permitir que alguien se atreviese a despertar la conciencia de la gente y mucho menos tolerar la promoción de una nueva cultura, la cultura de la justicia, y la libertad, similar a lo realizado por el periodista italiano Giuseppe Fava, también asesinado un 5 de enero pero de 1984 y que fuera un profeta laico en difundir las verdades ocultas por décadas, en Sicilia y en la República italiana. Siendo una de esas verdades el connubio entre la mafia y el poder político.

Los sueños e ideales de Salvador no han muerto. Su energía vital, su amor por la humanidad continua ardiendo en los corazones de los jóvenes del presente, como es el caso de los chicos integrantes del movimiento cultural internacional “Our Voice”, que en este último mes han iniciado una campaña mundial en defensa de la libertad de expresión y de pensamiento, y por la libertad del periodista australiano Julian Assange, injustamente preso por revelar los crímenes del imperio norteamericano, de los poderosos.

Salvador Medina era un joven que encendió la antorcha de la libertad, de la verdad, de la pasión por la justicia, en un país y sistema donde prevalecía (y prevalece) la mafia, el crimen organizado, la cultura de la ilegalidad, y el miedo.

La mejor manera de recordar a este joven revolucionario es asumiendo nuestra responsabilidad de seguir sus huellas y su legado -que iluminaron las tinieblas en que vivíamos en esta “isla rodeada de tierra”- y  no permitiendo que esa luz se extinga, sino al contrario, debemos continuar encendiendo esa antorcha, hacerla aún más brillante, hasta llegar al sol de la liberación de la dictadura mafiosa que nos oprime y que nos mantiene prisioneros -a través de nuestros miedos y una historia de guerras, dictaduras, infortunios, sufrimientos, genocidios que este pueblo siempre sufrió- para así vivir finalmente en una nueva civilización, soñada por los hombres justos y mártires de todas las épocas.

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*Foto de portada: www.abccolor.com