Jueves 9 Mayo 2024

El narco uruguayo vivió a la vista de todos y hoy está en la mira de todos

¿Cercado por la policía, porque le soltaron la mano? ¿Por diferencias en su interna criminal?

¿Qué ocurrirá cuando sea detenido o lo maten en un enfrentamiento con las autoridades?

Prófugo todavía, Sebastián Marset, el narco uruguayo de 31 años de edad, que vivió a la vista de todos, hoy está bajo la mira de todos, pero aún sin punto definido para localizarlo, se lo supone en algún punto del territorio boliviano. En la jerga delictual, se encuentra “a la disparadora”, escapando “a salto de mata” de sus cazadores. La opinión pública regional -uruguaya, argentina, brasileña, paraguaya y boliviana- y mundial ya lo están transformando en un mito viviente, aunque, de hecho, no es más que una pieza de un rompecabezas criminal transnacional, pero con sello propio. Un delincuente contumaz que en pocos años sembró relaciones y vínculos dentro del mundo del delito, destacándose, por su personalidad, para generarse un perfil de hombre incursionando en ámbitos ilegales tomado de la mano de las aureolas del ámbito futbolístico y del espectáculo, un mundo empresarial óptimo para la funcionalidad criminal (lavado de activos, principalmente, conexiones empresariales). Y con tales habilidades, algunas innatas y otras adquiridas, Marset se fue abriendo camino, dentro del mundo del narcotráfico, ya desde antes de ser ingresado por dictamen judicial en el Penal de Libertad de Uruguay, por estar vinculado con un narco, pariente de Horacio Cartes, y haciendo parte de un operativo de ingreso de cocaína al país en una avioneta, entre otras cosas. Y a esas alturas ya tenía además la sospecha de una muerte en su haber, la de un amigo suyo de la infancia, quien fue asesinado en un balneario de la Costa de Oro, y cuya causa quedó archivada por desprolijidades en la investigación; desprolijidades que hoy se ven con lupa, y que no nos dejarían dudas de que él personalmente tuvo mucho que ver para que fueran funcionales a su impunidad. La cuestión es que, saliendo de la cárcel, tras cinco años saldando cuentas con la justicia, no se dio en él ni la profilaxis del delito, ni el arrepentimiento. Todo lo contrario, su carrera delictiva se intensificó a pasos agigantados. En consecuencia, siempre secundado por integrantes de su núcleo familiar y su esposa, e hijos pequeños, por el 2018, puso proa al Paraguay, y también a Bolivia, ya con la aureola de ser un avezado narco, o al menos una pieza importante en el sistema criminal transnacional. Y progresivamente, pero a paso firme, se fue acercando al grupo criminal paraguayo de nominado el Clan Insfran tanto así que fue sindicado por el periodismo como el hacedor y fundador del Primer Cartel Uruguayo, calificativo equívoco, por otra parte, porque los Cárteles son característica de países productores de cocaína, no de tránsito.

Entonces, Sebastián Enrique Marset Cabrera, fiel devoto de San Jorge y además, un personaje que siempre se supo granjear empatías a todo nivel, fue marcando su carrera delictiva fuera de su país natal, como pieza de un rompecabezas del tráfico de cocaína en gruesos volúmenes hacia Europa, desde Paraguay y Bolivia, gerenciando el traslado de voluminosos cargamentos de cocaína por rutas útiles, una de ellas la hidro vía a través del Paraná. Era un muy hábil conocedor, no solo de envíos, sino además de cuánta triquiñuela ilegal hubiese de utilidad, para que sus empresas movilizasen dineros e influencias para sus negocios de tráfico de cocaína, allende el Atlántico. Siempre apadrinado por el clan Insfran, muy pronto pasó a ser parte de sus ilícitas narco actividades, hasta que las autoridades paraguayas lo desmantelaron bajo el mando del Fiscal Marcelo Pecci (en el operativo A Ultranza) y desde ese momento su movilidad tomó otros rumbos, porque, además, la SENAD (organismo paraguayo antidrogas) ya lo venía monitoreando. Sorpresivamente se propuso un cometido:  llegar a Turquía, siempre junto a su esposa, sus hijos y un hermano, seguramente para ponerse a distancia de toda esa nada favorable coyuntura. Así, llegó a los Emiratos Árabes por el mes de setiembre de 2021, pero allí, en el aeropuerto de Dubai, se lo detuvo por poseer un pasaporte falso. Un obstáculo que habría de sembrar tempestades.

Su permanencia en Dubai, fue la antesala de un episodio que no solo lo involucró directamente a él, sino además a las autoridades uruguayas. En efecto, esto dio paso a un escándalo mayúsculo, hasta hoy, por el hecho de que habiendo solicitado él mismo al Uruguay un pasaporte especial para salir de los Emiratos Árabes Unidos, se iniciaron gestiones e intervenciones de su abogado, con la Cancillería uruguaya, y el Ministerio del Interior -que demandaron casi cinco meses-  para que finalmente en enero de 2022 ese documento le fuera concedido, generándose con posterioridad,  la muy sonada duda si esa entrega de pasaporte fue lícita o ilegal, por donde se la mire. La cuestión es que desde el instante que recibió su flamante pasaporte uruguayo, con su nombre real, Sebastián Enrique Marset Cabrera, ya eximido de la Justicia de los EAUnidos por el pasaporte falsificado que se le detectó en setiembre del año anterior y porque además no estaba requerido internacionalmente, él junto a su familia pudo abandonar esas tierras con rumbo desconocido, dejando a sus espaldas una intervención fiscal de magnitud en el Uruguay, por la concesión del documento. Un año y siete meses después de permanecer prófugo, desde abandonar Dubai, la policía boliviana lo detectó en Santa Cruz de la Sierra. Esto ocurrió hace ya una semana, cuando logró sortear un espectacular operativo para su captura.  Marset sigue prófugo hasta este momento, que redacto este informe.

Ahora bien, ya a cartas vistas, su realidad lo ha catapultado a la fama. Una popularidad en la clandestinidad, que va acorde con su manera de ser desde hace ya algunos añitos. Rodeado de lujos, desde siempre (esos lujos del ambiente narco, que un día brillan y al siguiente se opacan) vive el presente a medias, porque su identidad está camuflada, sus documentos alterados y su gente de confianza, bajo su lupa, o mejor dicho bajo la lupa de la desconfianza. ¿Y sus vínculos con delincuentes de su talla y con policías corruptos? Bueno, a esta altura, en su entorno, es muy probable -casi una certeza- que debe haber un muy respetable mar de fondo. Un mar de fondo que seguramente tuvo su punto de origen en tiempos pasados no muy distantes, dentro de su ámbito de vínculos. Los videos que mando con anterioridad, por ejemplo, aquel que hizo llegar a un canal de televisión uruguayo y en el que se deslindaba absolutamente de la muerte del fiscal, Marcelo Pecci (como respuesta a las imputaciones que le hizo el presidente colombiano oportunamente) y otros, como los recientes, amenazando (intimidando) a periodistas uruguayos y bolivianos, o literalmente alardeando que pudo huir a tiempo de uno de sus escondites, porque fue alertado de que lo iban a buscar, por un jerarca policial, a quien se le hubo entregado “una platita”, dan la pauta del trasfondo en el que se encuentra sumergido. 

Sebastián Marset no es un jefe, es solo un mando medio, quizás mediático por su historial y por algunas osadías propias de su personalidad, pero no es de hecho un jefe que tiene todas a su favor. Hay mucho en sus andanzas huyendo, que visibiliza algo que está sucediendo en el circulo en el cual se maneja. No hay que olvidar que cayeron ya en poder de las autoridades dos de sus más cercanos laderos:  Erlan Ivan García López, y un ciudadano peruano. No hay que olvidar también, que, con anterioridad, hubo una seguidilla de procedimientos policiales que dejaron un saldo de detenidos, registrándose, además, el desmantelamiento de algunas de las estructuras de vínculos, y empresariales, y financieras del entorno de Marset. No hay que olvidar que desde que se hubo fugado en el primer operativo, se incautaron varios elementos de la amplia logística de Marset, como ser vehículos, dinero, armas, municiones y dinero. Es decir, el golpe que recibió el uruguayo no fue menor. Señal de que entre bambalinas se están cocinando habas. Y no es calmo el panorama. Sebastián Marset huye de sus cazadores -cerca de dos mil quinientos efectivos, operando en Santa Cruz de la Sierra y en Cochabamba, y en todo el territorio boliviano, y sin descuidar fronteras- que tienen un solo cometido: capturarlo, y no se descarta que también sea silenciarlo. ¿Por qué? Pues porque Marset sabe mucho más de lo que él mismo cree saber y porque sus palabras, en ciertas circunstancias y lugares pueden ser peligrosas para ciertos intereses. Esta su situación, de fuga con su familia, hijos menores incluidos, no es la más óptima ni la más agraciada. Hay riesgos por todos lados. ¿Será que está haciendo agua la barca en la que se encuentra? ¿Será que sus contactos, inclusive del poder, estén debilitados o enojados con él? No hay olvidar que no hace menos de 72 horas, en oportunidad de las celebraciones del 6 de agosto -aniversario de la Independencia de Bolivia- al presidente boliviano Arce, desde la ciudadanía, le preguntaron si sabía dónde estaba Marset aludiendo que se trataba de un narco gobierno, el suyo. ¿Será que es un hecho, que se trata de un “narco gobierno”? ¿De ser cierto, será que efectivamente desde la Policía se le advirtió para que huyera de uno de sus escondites?

¿Cuál es el verdadero entorno, hoy por hoy, de Sebastián Marset? ¿Existe complicidad con las fuerzas de seguridad, políticos, empresarios y una red de personajes del mundo del narcotráfico regional -Bolivia, Paraguay- dentro del territorio boliviano? ¿Buscará Marset la forma de poner proa -para salvar su vida y la de su familia- hacia el exterior de Bolivia? ¿Marset sabe que está siendo acorralado en los hechos y buscará la forma de apaciguar las movidas aguas dentro de su actividad criminal, hoy bastante turbulentas? 

El perseguidor más mediático de Marset, a vista pública local regional y mundial, es el ministro de gobierno Eduardo Del Castillo. Si es un hombre honesto llegará a concretar su cometido, es decir, capturar a Marset y ponerlo a disposición de la Justicia, para que se le terminen las bravuconadas que hizo, apareciéndose en canchas de fútbol, regenteando envíos de cocaína, enviar videos a troche y moche, y todo lo que puede significar siendo un narco. 

Pero si detrás de esa figura de justiciero, el ministro Del Castillo desafortunadamente tiene reservado un rostro del delito, y de corrupción más inimaginable, Marset nunca será capturado y entonces el ministro en cuestión será sin duda el personaje más mediático, y más sospechoso de haber actuado para ser funcional a los intereses de Marset y del mundo narco en Bolivia. Un ministro, al que suponían portador de una pantalla de honorabilidad y de respeto a las leyes. Esos dos rostros que siempre están presentes, en jerarcas de gobierno, que están en connivencia con el poder criminal. Todo lo cual habrá que probarlo, claro está, pero las dudas quedarán, flotando en el aire.

Para el gobierno de Bolivia (si no es un “narco gobierno” como ya se dice en las calles por aquellos lares) echarle el guante a Marset significará mucho para su interna, pero especialmente será una buena nueva, dentro de un contexto de lucha contra el crimen organizado. Obvio, que, para el narcotráfico regional, no será una noticia alentadora, y en muchos ámbitos, no pocos deberán poner las barbas en remojo o perderse entre las multitudes, por las muchas verdades que puedan salir a la luz pública, no sin antes revelarse por los estrados judiciales. Y una de estas verdades, la más pesada quizás, sea la que eventualmente pueda relacionar a Marset con el crimen transnacional del Fiscal Marcelo Pecci. 

Para el gobierno uruguayo, la buena nueva será otro tanto, pero salvando la distancia geográfica con Bolivia, el fenómeno criminal Marset, seguirá siendo una sombra  nada alentadora en nuestro país, al menos si desde las entrañas del Ejecutivo, presidido por Luis Lacalle Pou, no se toma conciencia de que estamos dentro de nuestras fronteras, con una vulnerabilidad galopante de cara al narcotráfico internacional, que sabe perfectamente cuáles son todos y cada uno de los puntos débiles de un país que se torna favorable al sistema criminal integrado.

Ayer fue un Rocco Morabito, primero, radicándose en el Uruguay por más de 15 años -huyendo de la justicia italiana- para seguir de cerca sus negocios del narcotráfico en la región, en su calidad de jefe de la ‘Ndrangheta, y segundo, embolsillándose a policías y otros cómplices, para tras su captura -en septiembre de 2017- pueda tener una vida en reclusión saturada de beneficios, uno de ellos, su fuga días antes de ser extraditado. Hoy, es un Sebastián Marset, un uruguayo y narco, que está prófugo en tierras bolivianas, pero que supo dejar una herencia de escándalo a sus compatriotas, a las autoridades preferentemente, al solicitarles en Dubai un pasaporte, como si se tratase de un ciudadano ejemplar y respetuoso de la ley, obteniéndolo finalmente. Pasaporte que desencadenó un nada menudo problema para la administración Lacalle Pou.

Pero sepámoslo, que, si cae Marset en Bolivia con vida, o huye de ese país, y se lo captura, capaz acá en Uruguay mismo o el cualquiera parte, la cabeza de la serpiente no habrá sido cortada. El narcotráfico internacional, perderá temporalmente, uno de sus tentáculos, pero no su fuerza, ni su poder, porque el pulpo criminal es muy variado, muy polifacético, está muy extendido en nuestro continente, y tiene un padrino o muchos, dentro del sistema político, que es al que se prende casi instintivamente el poder criminal, en todas partes donde opera, con frioleras cifras de dinero, para corromper y demoler todo aquello que le represente un obstáculo. Demoler a plomo y bala muchas veces, a quien osa ser un peligro real para sus cometidos, tal como le pasó al fiscal Marcelo Pecci, por ejemplo, por decirlo de una manera muy gráfica, elocuente y dramática.

El caso Sebastián Marset en países, como Uruguay, Paraguay y Bolivia, tengámoslo muy presente, no es un hecho aislado. Es solo un árbol, dentro del frondoso bosque del narcotráfico transnacional. Y ya es hora que no nos hagamos los desentendidos -y asumámoslo con urgencia- que hay que mirar siempre al árbol, sin apartarlo del bosque.

¿Metafórico hablando de narcos? No, en contrario, es vital. Muy vital. Porque todo está unido.

Foto: La Nación