Una de esas víctimas –de las 3.000 que fueron asesinadas o desaparecidas- fue el intelectual y cantautor más popular y más querido de la comunidad chilena de aquellos momentos y de estos, me estoy refiriendo a Víctor Jara, músico, cantautor y director de teatro, destacado militante del Partido Comunista de Chile y miembro del Comité Central de las Juventudes Comunistas chilenas, nacido en San Ignacio, el 28 de setiembre de 1932, todo un referente de la canción de protesta.
Al despojo cometido a la democracia chilena, terribles tormentos le fueron destinados a los que se opusieron al golpe militar: es decir, luchadores en favor de las ideas socialistas, ajenas totalmente al fascismo, a los abusos de poder, a la explotación del prójimo, al capitalismo, a las injusticias sociales.
En Chile se había registrado un cambio, pero su Presidente -el médico socialista Salvador Allende- elegido democráticamente por el pueblo, fue literalmente traicionado por parte de sus propios allegados y por militares que nada tenían de leales (y por la maquiavélica y siniestra conspiración del gobierno estadounidense de Nixon, a través de su principal esbirro Kissinger, gestor de una CIA determinante y ejecutora de los tenebrosas planes) y en consecuencia fue finalmente derrocado por un golpe de Estado, cobarde -y hasta nuestros días- detestable y repulsivo, en la jornada del 11 de setiembre del año 1973.
Han transcurrido ya unos 36 años desde aquellos días. El pueblo chileno –inevitable y lamentablemente- vive todavía la división respecto a aquel avasallamiento, porque hubo quienes estuvieron (y están) de acuerdo con el golpe de Pinochet y obviamente otros no. Los sentimientos están encontrados, tanto ayer como hoy. No obstante, y al retornar la democracia en ese país, los eslabones de la justicia no se adormilaron respecto a estos episodios. Al menos hay evidencias que lo demuestran: a fines de mayo de este año 2009 la prensa chilena –y del mundo- se hizo eco de una noticia sorprendente: un juez chileno ordenaba la detención del presunto autor material del asesinato del cantautor Víctor Jara, muerto a balazos por sus captores en un estadio de Santiago, pocos días después del golpe de 1973. No obstante, un año atrás, el mismo magistrado cerraba la investigación procesando por el delito de “homicidio calificado” a un teniente coronel del ejército retirado: Mario Manriquez Bravo. Y hoy, año 2009, surge el procesamiento del conscripto José Paredes Márquez, que tiene 54 años de edad. ¿Cuál es la situación entonces? Hagamos un repaso de toda esta historia: porque sin desmerecer o ignorar a miles de chilenos asesinados por la dictadura de Augusto Pinochet, el padecimiento de Víctor Jara merece un capítulo aparte en la historia de los sufrimientos generados por la dictadura pinochetista.
No hay chileno que no sepa quien es –y lo que significó- Víctor Jara; no hay sudamericano que no lo recuerde, que no entone su cancionero y que no llore su pérdida: la estela de su voz, de sus canciones y de su calidad de hombre trascendieron fronteras y épocas. Desde su infancia, Jara tuvo alma de músico. Una infancia sin padres, sumado a su sensibilidad y a sus capacidades de artista y de maestro del arte teatral, lo catapultaron a la eternidad, pero también al escarnio de sus enemigos: un escarnio que se intensificó tras el golpe militar en su tierra natal; un escarnio despiadado y de muerte, precedido de la tortura y de la humillación, en un estadio de Santiago –que hoy lleva su nombre- donde los enemigos de la patria segaron su vida a golpes y a balazos: un crimen que está en vías de no quedar impune. Pero todo eso esta en camino, no ha sido laudado todavía, por eso nuestra interrogante ¿Y sus asesinos?
Víctor Jara está entre nosotros; está más vivo que nunca, porque su muerte fue más que una desaparición física, fue la demostración de que la insania de sus cobardes asesinos, se redujo únicamente a la eliminación de la materia, para hacer crecer su alma, el alma de un hombre justo, de un hombre íntegro, de un hombre eterno: por su bondad, por sus ideas, por su compromiso y por su valentía.
VICTOR JARA EL DIA DEL TERROR Y DE LA MUERTE
Aquel 11 de setiembre, de hace 36 años, en su Santiago querido, Víctor Jara optó por la lucha, junto a sus compañeros de tareas –profesores y alumnos- siendo detenido por las fuerzas golpistas en la Universidad Técnica del Estado.
El día anterior -10 de setiembre de l973- Víctor Jara recibió una invitación para la exposición “Por la vida contra el fascismo” que debía inaugurarse al día siguiente en la Universidad Técnica. Estaba previsto que allí iba a intervenir el presidente Allende y que iba a cantar Jara.
Pero la exposición no se inauguró jamás: Augusto Pinochet se hacía cargo del golpe en toda su dimensión, asediando a La Moneda donde Salvador Allende prefirió abrazarse a la inmortalidad, ante que ser prisionero o quedar a merced de una turba desalmada y siniestra que desenfrenada e ilegalmente violentaba una democracia pujante y propia de un gobierno renovador y revolucionario.
El fascismo establecido en La Moneda dio paso a una violencia de ribetes dantescos; una violencia desatada por una soldadesca regida por el autoritarismo de una oposición reaccionaria y maldita, embanderada en una máscara constitucionalista de ideologías nefastas y antipopulares. Una violencia que se adueño de las calles de Santiago, extendiéndose a todo el territorio. Una violencia que alcanzo a los sectores populares y a los intelectuales y artistas de la época.
“…Ante los hechos solo me cabe decir a los trabajadores: yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo….”-fueron las palabras de Salvador Allende antes de morir, en la planta alta de La Moneda, mientras el edificio era bombardeado por aviones y atacado por tanques y tropas apostadas a su alrededor. Fueron las últimas palabras que Allende pronunció a través de los micrófonos de la emisora comunista Magallanes. Su voz se difundió en la ciudad. Los escuchas también alcanzaban a percibir las explosiones y la metralla: el caos en La Moneda y los alrededores y el locutor alertando sobre la posibilidad de que pronto, muy pronto la trasmisión podía ser interrumpida con la invasión de los soldados en la planta emisora. Fue el momento oportuno para emitir la canción de Sergio Ortega “El pueblo unido”, interpretado por el conjunto comunista Quilapayun.
Un episodio y múltiples escenas extraídas del fondo mismo del infierno se registraron en las calles de Santiago. Y allí, en la Universidad Técnica, Víctor Jara iba y venía con su guitarra, entre los estudiantes; tratando de animarlos, brindarles calma, en medio de una tormenta teñida de incertidumbre y de sangre. De pronto el edificio se estremeció cuando ráfagas de ametralladora se cruzaron en la calle.
Según el relato de la dirigente de la sección artística del Departamento de Cultura e Información de la Universidad Técnica, Cecilia Coll, en esas circunstancias Victor Jara se hizo cargo de colaborar en la evacuación del edificio. Su idea era trasladar a estudiantes y trabajadores a las instalaciones de la Escuela de Artes y Oficios porque entendía que sus paredes eran más resistentes para soportar la metralla que afuera campeaba, sembrando el terror y la muerte.
El relato de Cecilia Coll está cargado de remordimientos porque entiende que no debía haber permitido que Víctor se hiciese cargo del traslado de los estudiantes y que en realidad debía de haberle incitado a que fuera a su casa para estar más protegido. Pero entendió que en la calle lo podía reconocer por lo que consideró que allí en la Universidad estaría más preservado. Pero no fue así.
Por la noche –nos estamos refiriendo a la madrugada del 12 de setiembre del 73- el edificio universitario donde se encontraba Víctor Jara fue literalmente rodeado por soldados fuertemente pertrechados, acción estrictamente militar que fue apoyada por carros blindados. Testigos de aquellos días recordaron que los soldados, amparados en las sombras de la noche, como agazapados al asfalto, prepararon el ataque al lugar, quizás siguiendo el modelo o la estrategia adoptada en el ataque a La Moneda y de hecho siguiendo estrictas órdenes del Comandante del Ejército que asumió la responsabilidad y la dirigencia de todas las operaciones golpistas, es decir del mismísimo Augusto Pinochet.
Primero hubo un cañoneo previo, contra el edificio, y después, con disciplina y modalidad militar, las fuerzas pinochetistas irrumpieron en el local emprendiendo a culatazos a los estudiantes. Un camarógrafo –Hugo Araya- que tenía como cometido filmar la exposición pagó con su vida la osadía de ubicarse enfrentado a los militares ingresando en el local: un certero tiro lo mató frente a los estudiantes que a gritos de rabia y de terror procuraban ponerse a resguardo de un verdadero malón de uniformados tomando posiciones dentro del recinto. Y allí estaba Víctor Jara, quizás también presa del pánico y de una rabia indescriptible, pese al caos reinante.
Soldados anónimos dejaron de lanzar culatazos y apuntando con sus armas sobre los estudiantes los obligaron a echarse en el suelo boca abajo. Todas esas personas –en su mayoría jóvenes estudiantes – permanecieron horas tendidos en el piso soportando los pisotones de las botas de los militares, a esa altura de los acontecimientos, literalmente dominados por el descontrol y la bestialidad.
Finalmente los oficiales dieron vuelta la página de ese dolor para dar paso a otro mayúsculo: derivar a los jóvenes detenidos a un estadio de Santiago, que al igual que el Estadio Nacional ya se había convertido en un lugar de reclusión improvisado.
Precisamente otra víctima de aquellos duros y violentos días, el médico personal de Salvador Allende, Danilo Bartulín , relató las circunstancias en que se encontró con Víctor Jara en el Estadio de Chile: “ fue por la tarde del 12 de setiembre. Allí estaban muchos prisioneros. Junto con otros presos nos ordenaron ponernos en fila con las manos en la nuca. De repente un oficial me reconoció. Era el comandante Manrique, un fascista empedernido que se me acercó y sacando su pistola me apuntó a la cabeza diciendo que había llegado mi hora ordenando que me apartaran del grupo..llegué a ver a los militares arreando a un grupo de jóvenes apuntándoles con ametralladoras y escuché que decían que eran los de la Universidad Técnica. Los pusieron en fila y Manrique la recorrió señalando con su dedo a uno de los presos, ordenando que a ese también se lo dejaran a él. No quería dar crédito a mis ojos. Se trataba de Víctor Jara. Escuché decir a los soldados ¡Aquí está el cantante Jara!!, pero el oficial les cortó ¡Ese señor quiere pasar por otro. Es un líder extremista!! Un calificativo que significaba la muerte. Poco después a Víctor y a mí nos separaron de otros prisioneros y nos metieron en un pasillo frío. Estuvieron pegándonos desde las siete de la tarde hasta las tres de la madrugada. Nos encontrábamos tumbados en el suelo sin poder movernos. Estábamos aislados del resto de los presos políticos. A eso de las tres vino un teniente que me invitó a sentarme. Empezó a preguntarme sobre Allende y me invitó un cigarrillo. Fumé y mientras tanto Víctor seguía tendido en el suelo, por lo que le entregué la mitad del cigarrillo porque el teniente no le quiso dar otro. Casi tres días estuvimos juntos Víctor y yo en el Estadio de Chile. A nosotros casi no nos daban de comer. Engañábamos el hambre con agua. Víctor tenía la cara llena de moretones y un ojo cerrado por la hinchazón. Conversamos mucho en ese tiempo. Víctor me habló de su familia, de su mujer y sus hijas a quienes quería mucho, de sus espectáculos en el teatro y de las nuevas canciones que soñaba hacer. En el mismo Estadio donde nos tenían presos a Víctor le habían aplaudido cuando ganó el concurso de la Nueva Canción Chilena, en el festival. Víctor se mostraba pesimista respecto a su destino. Pensaba que no salía de allí. Traté de animarlo y aunque él presentía su próxima muerte seguía siendo el mismo. Se portaba con valor, con dignidad y no pedía gracia a sus torturadores”
Pero otros testimonios –no menos dramáticos- se suman al del médico Danilo Bartulin; es el relato de Rolando Carrasco –ex director de la radio sindical Luis Emilio Recabarren- quien recuerda haber visto dos veces a Víctor Jara: “..fueron unos encuentros breves, el 13 o 14 de setiembre por la mañana. Pasé cerca del pasillo donde tenían a los prisioneros aislados. Allí estaba Víctor Jara sentado en una silla de madera, extenuado, con rastros de azotes en la frente y las mejillas. Se sonrió al verme. Nos saludamos. Al día siguiente pasé de nuevo por allí y otra vez nuestras miradas se cruzaron. Nos saludamos. Al igual que el día anterior su rostro se iluminó con una sonrisa que me reconfortó el alma. Llevaba ya tanto tiempo en ese maldito pasillo. De vez en cuando los guardias venían por él y se lo llevaban a no se donde.”
“Ahora es difícil imaginar que todavía el 10 de setiembre estuviéramos bromeando alegremente en la emisora. En los estudios, Víctor y yo, escuchábamos la grabación de su nueva canción “Marcha de los constructores”. El disco tenía que salir pronto. Jara quería que la emisora de la Central Unica de Trabajadores fuera la primera en transmitir esta marcha, compuesta a petición de los obreros de la construcción. El 11 de setiembre nuestra emisora fue saqueada por los golpistas al negarse a obedecer a la junta fascista. Al ver a Jara en el estadio pensé con amargura que seguramente aquella última grabación de Víctor habría sido destruida y el disco no saldría. Víctor estaba reservado y callado, mientras que en mi memoria sonaba la voz del cantante. A veces los verdugos dejaban en paz a Víctor Jara y Danilo Bartulín, porque tenían demasiado “trabajo” en el estadio. Después de torturarlo parece que se habían olvidado del artista. Fue el propio Víctor que pasó o casualmente lo enviaron con otros prisioneros. Carlos Orellano –ex colaborador del Departamento de Cultura e Información de la Universidad Técnica- que fue detenido junto a Jara, me contó: por dentro del estadio cubierto de Chile estaba iluminado constantemente por los reflectores y no tardamos en perder la noción del día y la noche. Víctor estuvo un tiempo con nosotros, pero no recuerdo cuando lo sacaron de nuestro grupo. No se si fue al día siguiente o al tercero de nuestra estancia allí. Normalmente en el estadio anunciaban por los altavoces el apellido del prisionero ordenándole a presentarse en tal o cual lugar. Pero a Jara lo vino a buscar un soldado. En este momento Víctor estaba sentado entre Boris Navia –jurista de la Universidad- y yo. El soldado se acercó silenciosamente y sin pronunciar una palabra toco el hombro de Víctor haciéndole señas para que los siguiera. Tanto yo, como otros prisioneros teníamos la impresión de que los militares no querían decir en voz alta que a Jara se lo llevaban a alguna parte. Cuando el cantante se levantó –seguramente no pensaba volver sano y salvo- tuvo tiempo de sacar del bolsillo una hoja arrugada de papel y se la dio furtivamente a Boris Nava. Era el poema “Estadio de Chile” compuesto por Víctor. Más tarde ya en el Estadio Nacional, durante los primeros interrogatorios, entre las cosas de Boris Navia, encontraron el papel con el poema; lo escondía en un calcetín. El poema denunciaba el fascismo y la dictadura. Los militares pensaron que el autor era Boris y lo apalearon sin piedad. Le quitaron el poema, pero con la ayuda de los compañeros Boris pudo hacer varias copias a mano del poema. Una de las copias fue a parar a manos de Ernesto Araneda, destacado comunista y ex senador, que también estaba preso. No se como pudo salvar el poema y enviarlo afuera. Después de la muerte del cantante el partido edito en la clandestinidad este poema, que fue rápidamente divulgado y se hizo famoso”
“En esta pequeña ciudad/Somos cinco mil/¿ Cuántos seremos en total en las ciudades y en todo el país?/Solo aquí/ diez mil manos siembran/ y hacen andar las fábricas/¡Cuánta humanidad/ con hambre, frío, pánico, dolor/presión moral, terror y locura¡”
“Por última vez vi a Víctor Jara en el Estadio de Chile, unas horas después de que se lo llevara el soldado. Hubo un momento cuando se podía moverse más o menos libre por las graderías. Se me acercó un estudiante de la Universidad. Había visto a Víctor en un pasillo y en algún momento Víctor le insinuó que quería hablar conmigo. Cuando me acerqué al pasillo Jara pidió al guardia que lo acompañara al baño. Me dirigí allí también. Allí pudimos intercambiar varias frases. Por el rostro ensangrentado de Víctor comprendí que lo torturaban cruelmente. Pero no me llamó para quejarse o pedir algo para él personalmente. A Víctor le parecía sospechoso un “prisionero”, también de la Universidad Técnica, que deambulaba por el estadio sin temor, charlaba y hasta bromeaba con los militares. Todo eso parecía muy extraño. Víctor pensó –y tenía razón- que se trataba de un soplón, infiltrado expresamente. Jara creía su deber advertirnos a nosotros, profesores, colaboradores y estudiantes de la Universidad Técnica. En aquellas terribles condiciones Víctor pensaba en sus compañeros. Después de este encuentro no lo volví a ver..”
El relato sobre los últimos momentos de vida de Víctor Jara lo continúa el médico Danilo Bartulín :”… el estadio, que daba cabida a cinco mil personas estaba repleto. Para dominar a los prisioneros, por la noche cegaban con potentes reflectores. Ametralladoras pesadas sobre trípodes apuntaban a las graderías llenas de gente para amedrentar a los prisioneros. Pronto empezaron a trasladar urgentemente a los prisioneros al Estadio Nacional donde a los militares les era más fácil controlar la situación. En el último grupo formado para ir al Nacional estábamos Víctor y yo. En total éramos unas cincuenta personas. De pronto apareció el comandante Manrique, recorrió la fila y ordenó salir a Víctor Jara, Litre Quiroga –conocido jurista y comunista- y a mí. Ordenó llevarnos abajo. Yo sabía que abajo nos esperaba la muerte. Allí tenían habilitada una cámara, en lo que había sido un guardarropa y varios baños. Muchos de nuestros compañeros fueron llevados allí, pero nadie volvió. Una vez que condujeron al interrogatorio y al pasar, vi un montón de cadáveres, de cuerpos masacrados y desmembrados. Luego sacaban los cadáveres en camiones y los dejaban tirados en la calle. Abajo nos metieron a Víctor y a mí en un mismo baño. En el baño vecino estaba Litre Quiroga. Víctor y yo comprendimos que no teníamos salvación: éramos los últimos prisioneros del Estadio de Chile. Pero inesperadamente se dio la orden de que yo saliera. Víctor y yo nos despedimos en silencio con una sola mirada. Me llevaron a un camión blindado con el motor en marcha, me metieron dentro y cerraron la puerta. El camión estaba lleno de prisioneros. Así fui a parar al Estadio Nacional. Solo estando allí comprendí porque no me habían dejado con Víctor en la cámara de condenados a muerte. Al verme entre los recién llegados un coronel de carabineros me dijo “tiene que decirnos todo lo que sepa de Allende”. Empezaron constantes interrogatorios y torturas. Querían que hiciera ciertas confesiones para desacreditar la vida y la personalidad del presidente popular. Tres veces me hicieron pasar por simulacros de fusilamiento. Luego supe que el cuerpo de Víctor había sido descubierto cerca del cementerio Metropolitano y el cadáver de Litre Quiroga, en una calle de Santiago. Naturalmente, los militares mataron aquella misma noche a los dos prisioneros que quedaban en el Estadio de Chile y luego arrojaron sus cuerpos en la ciudad para que pareciera que habían muerto en un tiroteo callejero…”
Por último, Danilo Bartulim concluyó su dramático relato recordando que la Junta golpista había divulgado la noticia de que el cantante Víctor Jara había atacado con metralleta a una patrulla militar y que la misma en su defensa lo había matado.
RECONOCEN EL CRIMEN
Matices mas o matices menos, la historia de un país no deja de ser implacable, porque las verdades salen a la luz pública, aún 36 años después. O mejor dicho desde mucho antes, porque ya en el año 1990 la Comisión de Verdad y Reconciliación determinó que Víctor Jara fue acribillado con 44 disparos de metralleta, específicamente el 16 de setiembre de 1973 en el Estadio de Chile y que su cuerpo fue arrojado a unos matorrales, en los alrededores del Cementerio Metropolitano, ubicado a orillas de la Carretera 5 Sur. Luego fue llevado a la morgue, donde le asignaron las siglas NN y donde más tarde sería identificado por su esposa, la coreógrafa inglesa Joan Turner. Sus restos descansan hoy en el Cementerio General de Santiago de Chile. Como homenaje a su memoria –a 30 años del golpe militar- en setiembre del año 2003, se puso su nombre al hasta ese momento Estadio de Chile.
Precisamente la esposa de Víctor Jara, a sus 70 años de vida –si hoy viviera Víctor, tendría 77 años- recordaba en el libro “Un Canto Inconcluso” dramáticas instancias del momento en que reconoció su cuerpo maltrecho:“…en mitad de la larga fila de cadáveres descubrí a Víctor ¿ Que te ha hecho para consumirte? Me pregunté. Tenía los ojos abiertos y parecía mirar al frente con intensidad y desafiante, a pesar de una herida en la cabeza y terribles moretones en la mejilla. Tenía el pecho acribillado y una herida abierta en el abdomen; las manos parecían colgarle de los brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas las muñecas; pero era Víctor, mi marido, mi amor. En ese momento también murió una parte de mí”
Joan Turner, también en el libro enfatizó:“Las personas que mataron a Víctor nunca han sido castigadas. Al menos sigue siendo un símbolo en Chile y en el mundo, a través de nuestra fundación. Necesitábamos llenar el vacío de la memoria. Recuperar una herencia cultural destruida en 1973, el legado cultural de Víctor. El decía que un artista es más peligroso que un guerrillero. Hoy hay una especie de complicidad. Se habla de reconciliación. Pero son crímenes sin castigo. ¿Cómo se puede pretender perdonar a personas que no se arrepienten y siguen insultando a sus víctimas? Todos teníamos grandes esperanzas en los gobiernos democráticos. El enemigo era común y todos luchamos contra él. La aparente victoria en el plebiscito de 1988 ha dado paso a una quietud parecida al golpe. Entonces había miedo. Con la llegada de esta democracia, a partir de 1990, se han producido una gran frustración. ¿Cómo los políticos pueden vivir felices con este ambiente? No sé cómo se las arreglan con sus conciencias. La publicación del informe de la Comisión Nacional de la Verdad y la Reconciliación, en febrero de 1991, fue muy importante, pero no desencadenó un proceso al régimen militar. Hoy hay una tendencia global hacia el conservadurismo, hacia la amnesia colectiva. El actual gobierno chileno ha recomendado a todas las embajadas que se eviten los actos de conmemoración de los 25 años del golpe.”
ENCARCELAMIENTO DE EX SOLDADO
De todas formas, en estos tiempos, un contexto preciso deriva en una investigación judicial que recién el 29 de mayo de 2009 permite expedirse a la Corte de Apelaciones de Santiago de Chile ratificándose el encarcelamiento del ex soldado del ejército José Paredes Márquez, acusado del asesinato del cantautor Víctor Jara. En aquellos años Paredes Márquez era un recluta del ejército chileno que tenía 18 años. Del expediente surge que declaró, que al momento de acribillar el cuerpo Víctor Jara ya había fallecido, debido a un disparo en la cabeza que le efectuó un oficial del ejército chileno –obviamente golpista y pinochetista- por lo que el juez de la causa ordenó la exhumación de sus restos, para la práctica de una segunda autopsia.
De acuerdo a las informaciones periodísticas el juez actuante es Eduardo Fuentes, quien dispuso la captura del ex soldado –que era un conscripto en aquel trágico l973- José Adolfo Paredes Márquez , quien hoy tiene 54 años y que –según sus declaraciones- tuvo que proceder de tal forma siguiendo órdenes de los mandos superiores del Ejército chileno.
El Juez Fuentes dijo a la prensa local que Paredes quedó recluido en la Cárcel de Alta Seguridad en calidad de autor material del crimen de Víctor Jara. Por su parte, el ex conscripto se declaró “inocente” a la salida del Tribunal, desde donde fue trasladado a la cárcel. El jurista, en cambio, no aportó información o datos sobre los autores intelectuales del crimen del artista, personaje emblemático de la música de protesta en Sudamérica.
En la investigación judicial se corroboró que Víctor Jara murió en la madrugada del 16 de setiembre de 1973 de 44 impactos de bala en el interior del Estadio de Chile –que hoy lleva su nombre, como merecido homenaje- estableciéndose además que allí fue “brutalmente golpeado y torturado” y que “sus manos sufrieron golpes de culatas de fusiles, quedando ambas reducidas a una sola llaga”
En una retrospectiva de las actuaciones judiciales sobre la muerte de Víctor Jara, debemos señalar que a mediados de mayo del año 2008, según la agencia AFP (como lo consigna el diario La República de Montevideo, del 16 de mayo) el juez Fuentes declaró “ ha sido una investigación bastante complicada, se han dictado numerosas diligencias y finalmente he decidido que está agotada la investigación”
Efectivamente, en aquel año, la investigación fue cerrada con un único procesado por el delito de homicidio calificado: el retirado Teniente Coronel del Ejército chileno, Mario Manríque Bravo. Pero la resolución sería apelada por el abogado defensor Nelson Caucoto , profesional que representa a la viuda de Víctor Jara.
El jurista dijo, por aquellos días:”vamos a deducir las acciones que correspondan respecto a ésta resolución, para que sea reabierta. Queda mucho todavía por investigar y muchas responsabilidades por ser acreditadas”
Un año después la prensa internacional tomaba conocimiento de más detalles de las investigaciones judiciales respecto a la muerte de Víctor Jara. Por ejemplo, consigna el diario “La República” de Uruguay, con fecha 31 de mayo de 2009, que “a casi cuatro meses de conmemorarse los 36 años de la muerte de Víctor Jara, el tesón de su viuda Joan Turner, y de sus hijas, logró que la investigación judicial llegada al punto que se creía imposible: individualizar al grupo de oficiales y conscriptos que perpetraron el asesinato”.
En el diario “La República “se puntualiza que “las confesiones de los involucrados, entre ellos un conscripto que participó en forma directa en el crimen, permiten conocer las estremecedoras últimas horas de vida de Víctor Jara: un sub teniente jugó a la ruleta rusa con él hasta que le descerrajó un tiro en la cabeza y después ordenaron acribillarlo en un camarín de un subterráneo del Estadio de Chile”.
Consta en la investigación judicial –lo señala “La República”- que junto al artista, fueron acribilladas otras 15 personas. Se indica además que tras el golpe militar y bombardeo de La Moneda, donde pierde la vida el presidente Salvador Allende, cerca de 600 estudiantes y profesores se amotinaron en la Universidad Técnica Metropolitana para resistir la ocupación militar .La resistencia no se concretó porque los estudiantes no tenían suficientes armas.
Se ha informado también que durante la tarde del 11 de setiembre –ya derrocado el gobierno de izquierda- el oficial Manrique, después de encargarse del funeral de Allende, fue encomendado por el General Arturo Viveros –Jefe del CAAE- para crear el primer recinto de detención que se debía instalar en el Estadio de Chile. A la mañana siguiente, Manrique se presentó en el recinto. Poco después comenzaron a llegar los miles de detenidos que arribaban en buses de la locomoción colectiva y camiones del Ejército.
Según las propias declaraciones de Manrique –se precisa en el diario “La República”- que hasta ahora era el único procesado en el caso, lo ocurrido en el interior del recinto deportivo –construido solo cuatro años antes- era un escenario “dantesco” debido a la gran cantidad de prisioneros, unas 5.600 personas. El ex militar asegura que solo contó con personal de apoyo del CAAE para custodiar el recinto, pero que en los subterráneos del edificio se constituyeron oficiales de Inteligencia de las distintas Fuerzas Armadas, cuyas identidades desconocía, ya que no habrían estado bajo su mando.
Dice la información de prensa que esa fue la razón con la que justificó haber montado una escena de terror para amedrentar a los detenidos. Colocó dos ametralladoras punto 50 en los balcones del edificio, las que eran publicitadas por los parlantes como las “sierras de Hítler” capaces de partir a una persona en dos. En el segundo piso también se instalaron potentes focos de luz, que permanecían encendidos día y noche, provocando en todos los que permanecieron en el interior del Estadio, la pérdida de la noción del tiempo.
“Los primeros días de encierro fueron caóticos –continúa informándose en el diario “La República”- ya que incluso se reventaron algunos alcantarillados, generando problemas de insalubridad. Tampoco tenían alimentos ni para los soldados ni menos para los prisioneros. La escasez de comida incluso provocó que los mismos militares saquearan negocios aledaños al recinto. “
“Se desconoce la hora en la que ese miércoles 12 de setiembre arribaron los miembros de los servicios de Inteligencia de las Fuerzas Armadas. Lo que sí se sabe es que tras su llegada, comenzaron a interrogar a los detenidos. Todo se anotaba en una ficha previamente confeccionada, donde se consignaba el nombre, la cédula de identidad, domicilio, filiación política, antecedentes de la detención y observaciones. En la parte inferior del documento, se añadía un pronunciamiento del interrogador en el que debía calificarlo como prisionero bajo las siguientes premisas: ley de control de armas, marxista o comunista y sobre la necesidad o no de someterlo a Consejo de Guerra. Según diversos testigos que han declarado en el caso, previo al traslado al Estadio Nacional, hubo muchos hechos de violencia en contra de los prisioneros. Se ha determinado que al menos tres personas habrían perdido la vida en las graderías del recinto. Una persona de contextura pequeña y delgada, que muchos confundieron con un niño, en un acto de desesperación se abalanzó sobre un conscripto, quien reaccionó descargando una ráfaga en su abdomen. Según testimonios, el comandante Manrique felicitó al soldado por su “heroica labor”. Otro prisionero se lanzó del segundo piso gritando ¡Viva Allende! , mientras que un hombre joven fue muerto a golpes de culata en su cabeza por haberse negado a cumplir órdenes de los militares”
Consigna además “La República” que “a esta cifra se suman otras 15 personas que habrían sido acribilladas junto a Víctor Jara en los subterráneos del Estadio, según la confesión del primer hombre en ser individualizado por la justicia como uno de los autores del asesinato del cantautor chileno”
“En el interior del Estadio, conscriptos comentaban que ahí estaban detenidos el director de Prisiones Litre Quiroga; y el cantautor Víctor Jara. Siempre, según la confesión del conscripto Paredes, al día siguiente, fue enviado al sector subterráneo. Y permaneció como centinela en la puerta de uno de los camarines destinados a los detenidos. En ese camarín había cinco o seis oficiales de otros regimientos, con tenida de combate, cuya identidad desconoce. Los vio escribir en unos papeles los datos que les respondía un detenido al que observó sentado frente a un escritorio. En otro ángulo del camarín, Paredes vio a otros prisioneros mirando hacia la pared. Una hora después llegaron a la habitación el teniente Barrientos y el sub teniente que bajo las órdenes de Haase y Rodriguez estaba a cargo de los conscriptos. Traían a un detenido. Fue entonces que dice haber sido llamado, junto al conscripto Francisco Quiroz Quiroz y que se les comunicó que el detenido era Víctor Jara. El grupo lo comenzó a insultar por su condición de comunista. Paredes lo miró y lo reconoció. Víctor Jara quedó allí en ese camarín, custodiado por Quiroz.”
Se continúa informado que “más tarde, recordará el principal testigo, el teniente Barrientos lo mandó nuevamente al subterráneo, al mismo camarín. Pero esta vez Paredes no encontró a nadie: ni interrogadores ni detenidos y tampoco a Víctor Jara. Pasaron las horas hasta que Paredes vio nuevamente llegar a los oficiales interrogadores. La orden fue precisa: traer a los detenidos que figuraban en una lista que uno de los oficiales le entregó a un cabo. Y nuevamente el mismo procedimiento: interrogatorio y las anotaciones en cada una de las fichas. Y llegó la noche. Paredes se encontraba de centinela en el mismo camarín del subterráneo cuando observó el ingreso de unos quince detenidos. Y entre ellos reconoció a Víctor Jara y también a Litre Quiroga. Ambos fueron lanzados contra la pared. Detrás de los prisioneros Paredes vio llegar al teniente Nelson Haase y al subteniente que también estaba a cargo de los conscriptos. Y fue testigo del minuto preciso en que el mismo subteniente comenzó a jugar a la ruleta rusa apoyado a la sien del cantautor. De allí salió el primer tiro mortal que impactó en su cráneo. El cuerpo de Jara cayó al suelo de costado. Paredes observó cómo se convulsionaba. Y escuchó al subteniente ordenarle a él y a los otros conscriptos que descargaran ráfagas de fusiles en el cuerpo del artista. La orden se cumplió. Todo lo que ocurrió fue presenciado por Nelson Hasse, quien se encontraba sentado detrás del escritorio de interrogación. Según el protocolo de autopsia, el cuerpo del cantautor presentaba 44 impactos de bala. Pocos minutos después, el mismo subteniente que le disparó en la cabeza solicitó el retiro del cuerpo. Llegaron unos enfermeros con camilla, lo levantaron y metieron en el interior de una bolsa y luego lo cargaron hasta la parte trasera de un vehículo militar estacionado en el patio trasero del recinto”
“Paredes y otros conscriptos –continúa señalándose en el diario “La República”- recordaron que el cuerpo de Víctor Jara desapareció del camarín. Los otros 14 detenidos que venían con el cantautor y director teatral fueron acribillados con fusiles percutados por los propios conscriptos y oficiales presentes. Entre las víctimas cayó asesinado Litre Quiroga. Sus cuerpos también fueron cargados en el mismo vehículo. Poco después y al amparo de la noche, todos ellos fueron abandonados en la vía pública”
Finalmente se consigna que “durante la reconstitución de los hechos, los testigos pudieron recrear el miedo y el caos reinante en el Estadio de Chile, clima al que tampoco escapaban. Escenas que enlazadas permiten reconstruir en forma difusa las últimas horas de vida de Víctor Jara y en las que aparecen nuevamente personajes ya conocidos. En lo que sí coinciden los testimonios de los prisioneros es en que Víctor Jara fue interrogado al menos dos veces en los camarines del recinto. Allí fue sometido a diversas torturas, entre ellas la fractura de sus manos a golpes de culata”.
Los relatos de los testigos sobre estos episodios, en las etapas de investigación, son por cierto en extremo estremecedores, y poco pueden servirnos para darnos una idea de los sufrimientos de todas esas personas que como Allende se vieron involucrados en primera línea en todo ese verdadero infierno que significó el golpe fascista cometido en Chile, allá en el 73.
Toda una infamia planificada por la CIA; infamia que se ha ido repitiendo en la historia de otros pueblos, en Sudamérica, pretendiéndose que el manto de la impunidad no les de ni cobertura ni calor, sino todo lo contrario, que les de su marco de castigo y de sanción más severa, a sus ideólogos y a sus ejecutores.
En el caso de Víctor Jara, entonces, recientemente se cumplieron nuevas instancias porque el Juez Fuentes consideró que la primera autopsia del cadáver de Jara, realizada mismo en el año 1973, había sido “superficial”, calificativo al que también llegó el profesional que la hiciera. Por esa razón, recientemente Agentes de Policía de Investigaciones de Chile y del Servicio Médico Legal exhumaron los restos del cantautor Víctor jara, acatando lo dispuesto por el Juez Fuentes, para determinar cómo se produjo su muerte. El operativo de exhumación de sus restos demandó tres horas y se contó con la presencia de sus familiares más directos, estando entre ellos su esposa británica Joan Turner –a quien la presidenta chilena Michelle Bachelet le otorgó la nacionalidad chilena- como así también sus dos hijas. En consecuencia y por este caso solo se encuentra detenido y procesado el ex soldado José Adolfo Paredes Márquez
Posteriormente, en vísperas del día 18 de julio pasado, la prensa chilena dio a conocer que los resultados de la autopsia a que fue sometido el cadáver de Víctor Jara fueron entregados al juez que investiga las responsabilidades de un ex soldado en el crimen.
El Director Nacional del Servicio Médico Legal, Patricio Bustos dijo “ el informe entregado al Juez Fuentes detalla el tipo de lesiones que tenía la persona fallecida. Faltan las pericias tanatológicas y lo relacionado con el ambiente en el que fue exhumado el cadáver de Víctor Jara. El peritaje sería fundamental para determinar la responsabilidad del hasta ahora único procesado por la muerte de Jara, el ex conscripto José Adolfo Paredes Márquez, quien tenía 18 años al momento del homicidio de Jara.
Considerado como presunto autor material del asesinato Paredes Márquez fue puesto en libertad bajo fianza. En un primer momento había admitido su participación en la muerte pero luego se retractó. Fuentes judiciales señalaron que el informe forense corrobora que el cráneo presenta distintas lesiones de bala, lo que comprobaría que no necesariamente murió por el disparo del fusil de Paredes, sino que implicaría la participación de otros oficiales. Trascendió además en Chile, que a inicios del mes de julio, se habría identificado el fusil que portaba el ex conscripto Paredes cuando cumplía el servicio militar.
Hernán Montealegre, su abogado defensor, precisamente, dijo que “es necesario saber qué tipo de balazos recibió Víctor Jara. Eso es fundamental porque el tipo de fusil que usaba José Paredes era muy fuerte y si le hubiera disparado de cerca lo habría desintegrado” .
Las idas y las venidas del asunto judicial, sobre la muerte de Víctor Jara, nos están dando una idea clara de cómo son las cosas en estos temas, transcurridos ciertos tiempos. Habrá que ser pacientes, como si la paciencia fuera el bálsamo destinado a los que reclaman justicia, incluidos nosotros. Una justicia ajustada a los tiempos que corren: tiempos de inevitable incertidumbre, a juzgar por las etapas que se van sucediendo. Etapas de búsqueda de la verdad, que recorren su camino a paso de tortuga y no con la misma celeridad con la que los acontecimientos del fascismo y de la dictadura recorrieron el suyo. Desencantos de la historia de los pueblos que debieron soportar -por años- las injusticias sociales y las desigualdades. Pero al mal tiempo buena cara, porque gradualmente parece que se está tomando conciencia de todas esas realidades, y de que hay que ponerle freno al imperio, acá, allá y más allá.