Por Jean Georges Almendras-20 de febrero de 2022

Primero fue ministro de Trabajo, de 2005 a 2009, después, por diez años (de 2010 a 2020), fue ministro del Interior. Literalmente, un periodo extenso como secretario de Estado. Un período en el cual su personalidad y su accionar fueron visibilizándose bajo diferentes circunstancias y bajo diferentes modalidades, con las debidas consecuencias, siendo la más controvertida la titularidad del Interior, por su sola naturaleza. En ese contexto, aun siendo controvertida su gestión, se mantuvo aferrado a las responsabilidades que se le impusieron desde el Ejecutivo, y él -seguramente fiel a su fuerza política- las asumió con devoción partidaria. Se mantuvo firme y lo mantuvieron firme por dos períodos consecutivos en el Interior, y esa sola circunstancia fue suficiente para que él en sí mismo fuera -casi a diario- centro de atención de la oposición, de la ciudadanía y de sus propios correligionarios.

Sus frutos fueron los que hablaron en esos términos al final de sus dos gestiones, en una secretaría hiper sensible, de una fuerza política, no menos compleja que a lo largo de su gestión, de 15 años, fue dejando promesas por el camino y fue palideciendo sus aristas, y sembrando desilusiones, y, por cierto -o casi inevitablemente- fortaleciendo oposiciones. Y obviamente, la gestión de Bonomi hizo parte de esa multiplicidad de aciertos y desaciertos. Una gestión controvertida y sobresaturada de rispideces y vericuetos que, de hecho, lo fueron “marcando” a Bonomi. Y que, de hecho, lo transformaron en un ministro polémico. Un ministro que era foco de múltiples miradas. El objetivo principal de una ciudadanía mordaz y demandante: la una que requería más seguridad en las calles y la otra que señalaba que la fuerza pública no contemplaba aspectos relacionados con los DDHH en procedimientos y operativos, estando entre ellos, la gestión a nivel carcelario, la presencia de funcionarios corruptos y la muy intensa penetración en el Uruguay del narcotráfico internacional. Y, por si fuera poco, lo más sonado, en los últimos tiempos, dentro de su administración, fue el episodio en el cual el protagonista fue el jefe mafioso italiano de la N´Drangheta Rocco Morabito, cuya fuga de Cárcel Central fue disparador de un torbellino de críticas a su gestión. Una fuga que visibilizó un alto grado de corrupción dentro de filas del Ministerio del Interior. Una fuga que nosotros, desde Antimafia Dos Mil, calificamos como parte de una de las caras más visibles del sistema criminal integrado, instalado dentro del aparato estatal uruguayo, y seguramente, con la complicidad de algunos elementos del sistema político de nuestro país.

Culminados los períodos del gobierno de la izquierda uruguaya, Eduardo Bonomi regresó a su casa y a su militancia como frenteamplista. Exitoso, para su fuerza política (aunque tengo mis dudas, si esos aplausos fueron unánimes, porque a esa altura de las circunstancias el Frente Amplio contaba ya con muchos desilusionados y apartados de sus filas) pero cuestionado duramente desde la vereda de la oposición y desde la ciudadanía, que descargó todas sus baterías contra su gestión, abriéndose entonces -y era inevitable- los corrales de una ansiada mano dura en cuanto a la seguridad ciudadana. Una mano dura que sobrevino y se instaló.

No puedo negarlo, porque lo viví como periodista. Lo conocí personalmente y en su trato Bonomi dejaba siempre una huella de empatía inequívoca. Su trazo en el trato y en su hablar pausado destilaban confianza, ya en los días en que fue ministro de Trabajo, como en los días que fue ministro del Interior.

Y no dudo que sus intenciones hayan sido santas -eso no está en juego ahora- pero la vorágine del juego político, intrigas mediante, lo llevaron a los confines de un mundo que si bien no era ajeno a su vida militante, me atrevería a decir que lo pusieron contra las cuerdas, y en resumidas cuentas lo hicieron transitar por un sendero extremadamente punzante, lleno de recovecos (que seguramente ni él entendió muy bien) por los cuales tuvo que ir abriéndose camino, a ciegas en algunos casos y a conciencia en otros, con la sola meta de llegar al final. Y lo logró.

Lo cierto es que Eduardo Bonomi, con sus altas y sus bajas, hizo parte de la vida política de este país, y solo la historia será quien lo juzgará, en definitiva.

Ahora, que la naturaleza ha dado su última palabra, a la edad de 73 años, las repercusiones de su deceso han salido a la luz pública y las despedidas de quienes trabajaron codo a codo con él no se hicieron esperar, desde tiendas de su fuerza política y desde las opuestas.

Bonomi, “El Bicho” como lo conocían sus compañeros, fue un militante de la vieja guardia. Un militante que fue parte de guerrilla (del MLN) y vivió en carne propia todo lo que esa lucha implicaba. Estuvo preso en aquellos tiempos y conoció perfectamente la represión del terrorismo de Estado. Gradualmente, dentro de tiendas del MPP, se fue asimilando a la vida política y llegó a los puestos clave. Fue Senador y finalmente se abrazó (o lo abrazaron) con la secretaría de Estado más compleja dentro del aparato estatal. Y allí batalló. Bien o mal. Pero batalló.

En la madrugada de este domingo por un paro cardiorrespiratorio se produjo su repentino deceso, apenas horas después de haber estado en un Comité de Base del frente amplio. Sobrevinieron las despedidas y las condolencias. En su gran mayoría apuntaban en señalarlo como un luchador incansable y comprometido, y no pocos lo despidieron con un ¡Habrá patria para todos!

Eduardo Bonomi, en algún momento de su gestión y pocos días antes de su salida del ministerio, en ocasión de un encuentro con jefes de Policía de todo el país, había expresado: “Fueron 10 años de una maravillosa peripecia… Y la verdad que a mí me dejan marcado de aquí en adelante, hoy veo las cosas de una manera distinta, las vi distintas cuando salí del Ministerio de Trabajo, y las veo distintas ahora, ha sido un intercambio riquísimo en el trabajo y fuera del trabajo”.

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*Foto de portada: Uruguay Presidencia