Por Adriana Navarro-30 de julio de 2021

La primera vez que escuché hablar de Enrique Viana fue alrededor del año 2000, cuando junto con Daniel Amaral nos acercábamos a los vecinos de La Teja, para saber qué estaba pasando con los niños de ese barrio. Se estaba denunciando contaminación con plomo. No podíamos creer que eso estaba pasando, en Uruguay, y desde la prensa se manejaban distintas hipótesis como que los niños no se lavaban las manos, que había una zona de fundiciones, etc., etc. Entonces una persona del lugar nos habló de un fiscal que había demandado a ANCAP, porque el problema real estaba en la producción de nafta con plomo. 

Sólo un hombre, desde el Estado, parecía hablar y actuar sobre la verdadera causa de la plombemia en La Teja.

Pasarían algunos años y entonces conoceríamos personalmente a este hombre, llevando distintas luchas, siempre comprometido, y buscando desde su lugar, como funcionario del Estado, de cumplir su función, que era defender a la población, actuando de oficio. Lo encontraríamos demandando al Estado contra la firma de contratos de inversión que permitían la instalación de grandes plantas de celulosa, contra la “ley de megaminería”, contra los contratos que incluían cláusulas de confidencialidad, que producirían gran contaminación al medio ambiente y a la salud de la población. Esto le valió que se lo denominara “el fiscal verde”. Deberían haberlo llamado “el fiscal honesto”, “el fiscal valiente” o simplemente “un auténtico fiscal”.

En el año 2015, debido a todas las demandas iniciadas por Viana contra las grandes empresas multinacionales o “anacionales” como él decía, fue trasladado de la fiscalía civil a la fiscalía de menores, por causar gastos innecesarios al Estado. ¿Innecesarios?

Coherente con sus valores y convicciones, en el 2017, frente a la aprobación del nuevo Código de Proceso Penal, y en vista de que tenía franco desacuerdo con él, renunció a su cargo público, cargando con todas las consecuencias personales habidas y por haber. 

Pero sobre todo hay algo que hace a este hombre trascendente en el mejor de los sentidos, y es su faceta más humana, la verdadera cercanía hacia la gente. 

Si se hubiera quedado sólo en su cargo, haciendo una lucha por el bien de las personas en general, como lo hacía, ya hubiese sido una gran persona y un valiente hombre. Pero no lo hizo así, no se quedó detrás del escritorio, del título o del cargo, no, sino que ante los grandes temas que consideraba negativos para toda la población en general, él salió hacia la calle, hacia los barrios de Montevideo. Hacia los pueblos del Uruguay. Fue de pueblo en pueblo, de barrio en barrio, hablando con los vecinos, contestando una y otra vez las mismas preguntas, asesorando una y otra vez sobre las distintas temáticas, contaminación, sobre los contratos de inversión y el estado de indefensión en que queda el ciudadano frente a ellos, la megaminería, los derechos de la ciudadanía y tantos temas.

Siempre con su voz grave y profunda, con su mirada un tanto tímida, pero a su vez llena de pasión por trasmitir, por conversar, sin tecnicismos, traduciendo el lenguaje legal complejo al lenguaje del vecino, del poblador, de las personas que no estudiamos leyes, porque hacemos o estudiamos otras cosas. Siempre respetuoso del otro.

Esto es lo que llamaríamos desde la antimafia, al menos una parte de la Educación a la Legalidad.

Jamás vi en este hombre un acto de arrogancia, de hastío, por tener que contestar una pregunta reiterativa, o de esquivar la convocatoria para una charla explicativa de algún tema, nunca.

Enrique Viana nos dejó, y su ausencia nos produce un profundo pesar, pero es de esos hombres que dejan una huella que es indeleble, que no se borrará. Es una de esas personas que sólo por conocerlas siembran esperanza de que una sociedad más justa y feliz es posible, si tan sólo buscamos trabajar para el bien de todos. 

Estoy segura de que existen muchísimas más historias de personas que le han conocido en su accionar, y que guardarán su huella en el corazón y en la conciencia.

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*Foto de portada: cronicasdeleste.com