Por Alejandro Díaz-30 de julio de 2021

Enrique Viana se las bancó todas. Abogado, fiscal, activista y por sobre todas las cosas un buen tipo. Cariñoso, amable, firme. Le dedicó horas de su vida a los jóvenes dando charlas en escuelas, liceos, hasta incluso parado al lado del auto daba cátedra. Su fuerte voz retumba dentro mío, reviviendo ese sentimiento de querer escucharlo por horas.

Era un ciudadano comprometido con su comunidad.

Siendo fiscal cumplió con sus responsabilidades y se enfrentó contra aquellos poderes que constantemente evaden, manipulan y tergiversan la ley. Esta forma incorruptible de ser le costó a Enrique varios disgustos, ataques, difamaciones e incluso que le dispararan en la puerta de su casa, en un episodio policial que se caratuló como “un intento de robo", incluso por él mismo, públicamente, aunque la duda le quedó planteada, en el silencio de aquella noche oscura, de violencia detestable y extraña, que dió mucho para pensar.

Cuando los usurpadores de las instituciones del Estado traicionaron al pueblo incorporando un nuevo Código de Proceso Penal, que incrementaba las diferencias de clases, promoviendo la impunidad y el lobby político y empresarial dentro del sistema judicial, Enrique adoptó la postura extrema de renunciar a su cargo, quizás como el único gesto de desobediencia civil que haya tenido; y lo hizo contra todos sus deseos, pero sosteniéndose en su ética y en su coherencia.

Lo crucé en la calle, en Ciudad Vieja, hará una veintena de días atrás: "Perdoname, no te había reconocido", me dió un fuerte abrazo y siguió camino. Iba con el rostro de esa gente que siempre está intentando frenar hemorragias.

Fue y será siempre, Enrique Viana, una inspiración para aquellos que quieran cerrar las heridas de una América Latina que se desangra por sus venas.

Hoy Montevideo llora a uno de sus mejores hijos. Hoy nosotros sentimos más que nunca la presencia de quien para todos fue un gran amigo.

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*Foto de portada: radiorcb.com