Año 1973

Todo el cuadro se sostiene en la figura de Mugica, que parado con las manos apretadas, en una suerte de ruego, habla ante un auditorio que se entiende esta atiborrado por la estrechez del espacio. La foto fue tomada en marzo de 1973, algunos días después de que Héctor José Cámpora fuera elegido presidente de la República. Una presidencia que serviría de transición entre la feroz dictadura de Alejandro Lanusse y el regreso de Juan Domingo Perón a la presidencia.

El padre Carlos Mugica -ya para ese entonces uno de los más altos referentes de los curas tercermundistas y villeros-, algunas semanas después se sumaría a las filas del gobierno -a pedido del propio Perón-, en el Ministerio de Desarrollo y Acción Social. Pero duraría poco en su rol institucional. Las diferencias con el ministro José López Rega eran abismales e irreconciliables. Poco más de un año después las patotas de la Triple A, al servicio de Rega y de la dictadura, asesinarían a Mugica a la salida de una misa.

El segundo personaje de la imagen es el escritor Julio Cortázar, que en una postura un tanto rígida en su cabeza y en sus hombros, acompañados de un atuendo que emula las chaquetas militares, exhibe una cierta disciplina, una cierta atención y devoción para con la figura de Mugica, pese a que esa noche la figura central del evento era el propio Cortázar. Un Cortázar que ya no es el muchacho ilustrado que almidonaba el paladar de los circuitos académicos. Este es un Cortázar que viene de participar activamente de las acciones de la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU), que, de la mano de la Asociación Gremial de Abogados, realizan, en ese presente, una fuerte y fundamental campaña internacional, con base en Francia, para concientizar sobre los crímenes de Lesa Humanidad cometidos por las dictaduras en Argentina, pero también en Uruguay. Y es este tópico, el que motiva la reunión de aquella noche de verano tardío.

No se llega a apreciar en la imagen, pero por encima de los personajes hay un cartel con la leyenda "Federación Gráfica Bonaerense", que nos da el indicio del lugar y el tono político, de lo que es ya un mitin. Esa noche Cortázar presentó 'El libro de Manuel', un texto que, más allá de lo fantástico -típico en la obra de Cortázar-, se para sobre la realidad histórica como nunca antes.

En ‘El libro de Manuel’ se unen una serie de recortes y retazos de la realidad que poco a poco van entrando en el suspenso de un trasfondo denso y oscuro que acompaña la narrativa entreverada y dinámica de Cortázar. Poco a poco se van sumando pistas que vienen de aquí y de allá, reflejo de una violencia sistematizada que atraviesa fronteras y latitudes sin distinción. Una violencia que azota en las escalinatas universitarias, en los márgenes de las urbes y en los despoblados campos por igual. No hay lugar donde escapar.

Volviendo a la imagen de portada, cuatro personas completan la mesa. Dos hombres (no pude identificarlo), uno a cada lado, a modo de apóstoles en la última cena, escuchan el ruego del Padre. Los otros dos -apenas se perciben sus manos-, uno con un bolígrafo, el otro con una pequeña grabadora, toman registro.

Entre Mugica y Cortázar, parado junto al fondo, en un atuendo más propio de un oficinista que de un cura, está el obispo Jerónimo Podestá, que ya para ese entonces había sido suspendido a divinis por la sencilla razón de que era parte de los curas obreros tercermundistas que pregonaban la Teología de la Liberación. Podestá incluso para aquel 1973, había contraído matrimonio con Clelia Luro, con quién había formado pareja en el 66 siendo obispo. Podestá -que era considerado el principal enemigo de la Revolución Libertadora, según el dictador Onganía-, tuvo que exiliarse a partir de 1974, amenazado por la Triple A.

Completa el cuadro, detrás de Cortázar, un joven Vicente Zito Lema, que por aquel presente dividía sus esfuerzos entre la poesía y las labores como abogado de presos políticos al servicio de la Gremial de Abogados. Luego, cuando, le llegará su turno de migrar al exilio -por ser él también un elemento incómodo para el régimen- se entregaría de lleno a las actividades de CADHU.

Zito Lema devuelve la mirada a quien observa ya fuera de ese tiempo, y rompe con la imagen estática, dándole un nuevo impulso al sentir de aquellos años tumultuosos, donde el devenir de las naciones estaba aún en juego. Hay en los ojos de Lema un temor que ya es realidad, una advertencia sobre una maldición que se esparcirá como un cáncer entre quienes pretendan involucrarse. Hay en la mirada de Lema una ventana para revisar la historia reciente. Una mirada que es tan solo una pieza de un gran rompecabezas que hay que ir armando relato a relato, testimonio a testimonio, imagen a imagen.

Foto: Telam

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