Exclusiva entrevista al padre del fiscal Marcelo Pecci: “Le dieron tres balazos y no sufrió al morir”

“Claudia, su esposa, afrontó todo con mucha valentía”

Por Jean Georges Almendras, desde Paraguay-24 de octubre de 2022

Hay un inequívoco parecido fisonómico (especialmente en la mirada) entre Marcelo Pecci, fiscal y abogado paraguayo asesinado por la mafia en Colombia en mayo de este año, y su padre, Francisco, que fue juez y hoy es un profesional jubilado, de 84 años de edad, quien nos recibió en su hogar de un coqueto barrio residencial de Asunción, una fresca mañana de este mes de octubre, a un poco más de cinco meses del atentado. Compruebo esa singularidad física, cuando lo tengo frente a mí, después de un mar de gestiones. Él personalmente ha abierto la puerta de su casa, y fue tajante “¿Por qué tantas personas?”. “Espero que no estarán filmando, porque mi familia no quiere que hable, ni mucho menos ante cámaras”. Esa advertencia me resulta una bofetada a mano abierta en el rostro. Lo tranquilizo y le presento a mis acompañantes. Le explico que me secundan colaboradores de Antimafia Dos Mil, algunos de ellos fotógrafos y camarógrafos, y jóvenes de Our Voice. Francisco Pecci, me oye, asiente con su cabeza, dice que todo está en orden y nos da acceso al living familiar. Todo esto gracias a un contacto previo que tuvo con nuestro redactor, el abogado y exfiscal Jorge Figueredo, que ha sido más bien una suerte de avanzada -bastantes días antes- de nuestra irrupción aquella mañana.

Francisco Pecci, dándonos su tiempo y su espacio, ha hecho un paréntesis curvo en su silencio de dolor, y a la prudente distancia que mantuvo con los medios de comunicación de su país, y encara.

“Realmente para nosotros fue sorpresivo, porque mi hijo Marcelo Daniel Pecci Albertini no creía, o manifestaba no creer o pensar nunca, que lo pudiesen matar. En las veces que le decíamos, y que le decían muchos amigos a él, que era peligroso su trabajo, él hacía caso omiso. Era un joven que se enamoró del trabajo contra la anticorrupción, contra el crimen organizado. Prácticamente fue el buque insignia como decir, el hombre más importante en el grupo de fiscales que estaban en la parte de antidrogas. Incluso tuvo alcance regional su labor, puesto que participó de muchas reuniones con países de la zona, tal es así que una de sus frases, que está acuñada en la sala del ministerio público, que le han hecho mucho homenaje, él manifestó: ‘Seamos los buenos, porque el país nos necesita y la región también’. Él tenía una visión y un deseo que se trabajase en común y así fue, en las veces que estuvo en reuniones con gente de otro país de América del Sur, fue bien conceptuado”.

Crudo relato del asesinato de un hijo 2

Habla pausado. Y gradualmente, él mismo se va entusiasmando con nuestra presencia -quedando muy atrás su malestar por tantos visitantes alterando su rutina, pero sin ceder a ser filmado- y una y otra vez se va por las ramas en la respuesta, pero enseguida, displicentemente, reanuda el tema y nos habla de Marcelo: “Él fue un chico, en verdad le diría... –explayándome más- Él es Pecci Albertini. Yo soy Pecci Manzoni, dos apellidos importantes en Italia. Manzoni por Alejandro Manzoni, autor de “Promesa de novios”, y Pecci por el papa León XIII, autor de la Encíclica Renovar Joaquín Vicente Pecci, que con la encíclica él renovó para los pobres (sic). Me decía gente que estudió en Italia: ‘Pecci, estos apellidos son conocidos allá en Italia, son importantes (...). Yo tuve una abuela argentina, Laura Saavedra. Sería pariente de los Saavedra, apellido relevante en Argentina por cuestiones históricas, políticas, y Manzoni por mi madre; fue un italiano que se casó con una oriunda del municipio de Quyquyhó (en el departamento de Paraguarí, ndr).

El salón en el que hablamos es amplio; ornamentado cuidadosamente, con toques clásicos en el mobiliario. No hay mucha luz. Pero los recuerdos sobre Marcelo, y el pasado familiar de sus apellidos tienen luz propia. De pronto, inesperadamente, Francisco interrumpe el pasado lejano del árbol genealógico y regresa al pasado reciente, a los días previos al crimen, y se confidencia: “Lo que puedo decir de esto, es que nos sorprendió, nos impactó, nos rompió el alma, porque me decían mis amigos, es peligroso lo de tu hijo, peligroso… y le decían sus amigos, y él decía ‘no, no pasa nada’. Y yo le hablaba mucho cuando él venía. Cuando él venía a visitarme hablábamos bastante. Conste que era inmensamente prudente, en su labor. Por teléfono nunca me hablaría de algún tema. Acá, algunas cosas me contaban y hasta ahí nomás. La prudencia es la madre de las virtudes. Para lograr el equilibrio que es lo más difícil, tener equilibrio en la vida. Genéticamente, a mí me han dicho, fue como vos. Y la esposa, la viuda, me dice ‘él, Marcelo, me decía, quiero ser como papá’. Yo creo que lo que yo hice fue normalmente bueno, pero él llegó a mucho más. Llegó a estar en un trabajo difícil, y fue un mártir de la justicia paraguaya; el primer mártir de la justicia paraguaya en el marco de la paz. Imagínese, el gobierno ya aceptó ser el 10 de mayo, el día de la muerte, como el día del agente fiscal paraguayo. Un concejal le habló a mi gente para que una calle lleve su nombre. En el Colegio San José -su colegio- le rindieron mil homenajes. La Fiscalía, incluso Sandra Quiñonez, le rindieron muchos homenajes. En el Club Guaraní, que fue nuestro club futbolístico de nuestros amores, sufridos, él fue directivo mucho tiempo, y no tenía tiempo. No tenía tiempo de hacer cursos de especialización en el extranjero. Me decía, ‘papá, yo quisiera, pero no puedo por el trabajo que tengo’. Sandra Quiñonez le dio los casos más difíciles porque sabía que él lo haría. Eso no quiere decir que no haya habido otros fiscales, bastante buenos también. No hay tantos, pero hay, creo yo”.

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Francisco Pecci se tomó su tiempo para hablar de la línea genética de su hijo fallecido y tras una pausa, retoma lo hechos del pasado reciente, allá en la playa caribeña, de Colombia, donde manos criminales apagaron -a pleno sol, a plena luz del día- la vida de Marcelo, y dice con un dejo de amargura, con voz quebrada y mirada perdida en el horizonte, casi ignorando a sus interlocutores: “Ahora, con los tres balazos que le dieron, que pobrecito él ni se dio cuenta, cuenta Claudia Andrea Aguilera, su esposa. Ni se dio cuenta. Cuando se le acercaron los sicarios en forma vedada, le dieron tres balazos y ahí cayó muerto ensangrentado. Él no sufrió al morir, felizmente. Lo que cree Claudia es que él no sufrió y en el instante él murió. Felizmente, porque hubiese sufrido si lo hubieran hecho de otra forma”.

Por aquellos días de mayo, cuando las balas mafiosas acabaron con la vida del hijo de Francisco Pecci, en la playa colombiana (Barú) tanto él como padre, y su madre, como su familia, pero mucho más su viuda, Claudia -que estaba embarazada de tres meses- atravesaron su dolor con una sola y muy específica pregunta, que seguramente deben habérsela formulado casi al unísono, y dentro de la más reservada intimidad: ¿Quién o quiénes estaban detrás del atentado? asumiendo de plano -solo por sentido común- que quien apretó el gatillo de la pistola automática asesina, no era más que la punta de un iceberg. Un muy pesado iceberg flotando en las aguas profundas de una criminalidad instalada en este lado del Atlántico.

“Yo no pienso en nadie. Porque ciertamente que… se habló por ejemplo del Brasil, del PCC y del Comando Vermelho. Se habló de que era un asunto de que podría tener algún enlace con gente de acá. Se habló. Se creyó que, en Colombia, por ser un país peligroso”, me dice Pecci a boca de jarro. Hace un silencio, y parece reflexionar en voz alta, y agrega: “Se pensó en Colombia. En Colombia rige ahora un poderoso clan, o cartel, el Golfo. Estas organizaciones criminales están enlazadas entre ellas y entre ellas se matan también, pero entre ellas se entienden para la porquería. Y penetran y permean en los gobiernos, en varios países. Es lo que se dice, yo no puedo probar lo que digo, pero es lo que se comenta. Ahora, de ahí a que sea todo verdad…Y dice la gente que mi hijo se fue a Colombia a un lugar peligroso, ¡no! Estos te matan en cualquier lado, pero por favor. ¿Y cómo luchas contra eso? Si ellos toman lugares claves entre los políticos, gobernantes, policía, cualquier estamento. Con plata compran mucho, no todo, pero mucho. Entonces tienen un poder logístico invencible”.

Al momento mismo de los disparos fatales, la soledad de Marcelo Pecci y de su esposa Claudia, en aquellas arenas colombianas fue desconcertante. No había un solo custodia cerca. Él mismo desarticuló toda protección imaginable. Una decisión que fue determinante; que fue funcional a la lógica mafiosa que venía sobrevolando sobre ambos, vaya uno a saber desde cuándo, bajo que circunstancias, y dentro de qué parámetros.

Francisco Pecci nos intenta acercar una respuesta. Nos dibuja un camino. Nos hace un bosquejo, de una circunstancia, que fue, en definitiva, hacedora de la tragedia. ¿Una tragedia, que fue anunciada, pero que no fue detectada a tiempo?

“De mi hijo dicen que se regaló, que se fue sin custodia. Él tenía una custodia, acá le ponían a uno que iba, que manejaba, iba cuando iba en su coche. ¿Él iba a ir con tres, cuatro custodias a su luna de miel? Pero qué ridículo. Los iban a matar a todos. Pero por favor. Esto es matar a todos”.

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Claudia, es madre de un pequeño, que ya llevaba en sus entrañas el mismo día que se cometió el atentado; Claudia fue la mujer que Marcelo Pecci eligió para acompañarlo de por vida. Pero los destinos crueles signados por la criminalidad se interpusieron en su camino, fracturando proyectos y sueños. Hoy, el suegro de Claudia, no tiene palabras para trasmitirnos, que aquel día, toda ella -como esposa y como madre- fue pura fortaleza en medio de las balas y de la muerte. Primero nos historió aspectos de la vida personal del fiscal, y después del atentado mismo, que no fueron revelados al periodismo local. Cada una de las palabras de Francisco no fueron más que halagos para Claudia; fueron relatos sobre su estoicismo y su entereza, en los segundos mismos en que el crimen le arrebataba la vida de su esposo.

“Esa mujer la conoció hace casi un año mi hijo y se enamoró y se casó. ‘Zonzo el cristiano macho cuando lo domina’, escribió José Hernández en el Martín Fierro, y el hombre cuando se enamora se vuelve un bobo. Claudia Andrea Aguilera Cantero es una de las cuatro hermanas de una madre viuda excelente gente, gente de verdad, gente. Y Claudia Andrea… mi hijo se enamoró de ella y se decidió casar con ella porque la vio con calidad humana, porque es fuerte. Pero ella sufrió enormemente allá, increíble”.

“Claudia afrontó todo con mucha valentía, porque quedó destrozada ahí varias horas en la playa. Ellos querían matar a Pecci nomás, qué les importaba la mujer. Es más, se dan los tres disparos, cae muerto mi hijo y corren, y entonces la gente que estaba en esa playa, en ese lugar privado, en ese hotel, dice ‘ataque de bandido, agárrenlo’. Cuando el tipo escuchó eso disparaba al aire al alejarse, para atemorizar a la otra gente, contado por Claudia, quien nos dijo: ‘Marcelo ni se dio cuenta, ni sufrió, felizmente’. Él ni se dio cuenta. Creemos que cayó en el acto muerto. Entonces ella fue, le puso una toalla, estuvo con él según contó ella y le cerró los ojos, que los tenía medio abiertos, estuvo varias horas. Ahí inmediatamente le llamó –tendría el celular ahí, no sé en dónde, en el hotel- y llamó Mario Abdo Benítez, presidente de la República, le llamó y le dijo ‘todo lo que necesitás… inmediatamente se va al Paraguay’. Y la embajadora, Sophía López Garelli, hija de un gran señor profesor mío de derecho, doctor Mario López ya fallecido, la atendió muy bien. Enseguida de Cartagena de Indias, a 40 kilómetros de Barú, le llamaron, supieron dónde estaba, se enteraron, y a la una, a las dos horas, ya estaban en el hotel. Y le dijeron, cómo estás, con quién estás. Los Galeano Monti, excelente gente; hijo de José Antonio Galeano, hermano de Maneco Galeano, gloria musical paraguaya. Y le llamaron, y le dijeron ‘acá estamos’. Galeano Monti era una familia, que (le dijeron), ‘estás sola, podemos ir junto a vos’. ‘Si pueden vengan porque estoy sola’. Estaba desolada esa chica. Fue muy valiente esa piba, muy muy valiente; una chica con temple. Incluso uno de los Galeano Monti ginecólogo le hizo una inspección médica porque estaba creo que con tres meses de embarazo. Inmediatamente ya fueron de acá… en ese aspecto el gobierno se portó muy bien”.

El fantasma del monstruo que estuvo detrás de la acción criminal contra la vida del fiscal Marcelo Pecci navega, todavía, dentro de un mar de hipótesis y de especulaciones, donde la mafia transnacional se viste de diferentes maneras -y está bien aplicado el término- porque ya es un hecho, comprobado, que el o los mandantes gozan, además de impunidad, de la cobertura de protección necesaria para permanecer en las penumbras, sin nombres y sin apellidos visibles, tal como es norma, cuando se trata de muertes de hombres justos.

Se dijo por ahí, en las calles paraguayas, que un delincuente local apodado el Chicharón amenazó de muerte al fiscal Marcelo Pecci: “Ya nos vamos a encontrar, vamos a encargarnos nosotros…”, habría voceado, cobardemente. ¿Fue nada más que una bravuconada? ¿Fue la antesala de la tragedia?

“El Chicharón es uno de los que lo amenazó… un delincuente de acá. Hay una cosa… resulta ser que todo el mundo dice, queremos que se haga justicia. Yo le voy a decir, es importante que se encuentre al culpable de un hecho delictual. Los hechos de la criminalidad, como los hechos de la vida íntima sexual de las personas, suceden mucho en la oscuridad, no se saben. No siempre, pero…Yo le voy a decir una cosa: alguna vez se sabrá que fueron tal, o tales, o quienes, los autores morales, intelectuales. Está bien, aplauso… pero nosotros ya… la vida de nuestro hijo ya… ya no está en el mundo. Entonces, que digan, fulano de tal… sí… qué le vamos a decir, que Dios le perdone. Acá ha habido muchos crímenes políticos. Mi hijo no era político”.

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Francisco Pecci cierra los ojos por un par segundos. Su silencio es elocuente. Pero enseguida, como un acto reflejo, hablando y levantando el puño derecho, nos sorprende con un anuncio, con expresiones que por sí mismas son un canto a la vida, quizás un homenaje -el más sincero, el más noble, el más desinteresado- para lo que él le significó, como hijo, como amigo, como ciudadano, como agente fiscal y como persona.

“Mi hijo derramó sangre defendiendo al Paraguay justo, por eso yo digo en todos lados, y voy a escribir un libro, mi hijo es un mártir de la patria. Con orgullo, y con tristeza. Y la esposa es una mujer muy centrada, gente muy decente. La madre es oriunda de Caraguatay, gente muy decente, muy buena gente. Y ella ojalá que lo cuide bien a mi hijito (ndr: su nieto) ojalá que yo viva un poquito más para verlo crecer. Nosotros estamos destrozados por la tristeza. A mí me dicen que tenés fortaleza por tu edad, pero la procesión va por dentro”.

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Pero hay más, porque con Francisco Pecci hablamos de los jóvenes y pues entonces a ellos se dirigió, frontalmente, y sin rodeos; nos fue delineando ciertos parámetros, ciertas pautas, que aluden al bien, al mal, al dinero, al realismo, al pesimismo, al optimismo y al materialismo. Un abanico de visiones inevitable, después de una charla allanando intimidades y particularidades sobre un hecho que impactó al mundo, y que enlutó a una familia. Una familia que viene sobrellevando el dolor, estoicamente. Francisco, en la casa en la que nos encontramos; la madre de Marcelo, en su ámbito; y Claudia con su pequeño hijo, en su hogar. El hogar al que Marcelo no pudo regresar, aquel mes de mayo desgarrador, cruel y devastador.

“¿Qué mensaje les puedo dar yo como padre de un asesinado? Diríase que hay optimismo, pesimismo y realismo. Yo siempre quiero ser realista, pero no hay que decir ‘sí, tenemos que tener fe’. Yo siempre he dicho en las universidades en las que enseñé durante 20 años, ya jubilado, derecho, todo el derecho civil. Yo siempre dije y alguna vez una evangelista me retrucó: yo sostengo que el mal se impone al bien, desde siempre. Desgraciadamente. Gente de clase alta son la gente decente, no las que tienen plata. Se vale por lo que se es, no por lo que se tiene, y hay mucho materialismo en la mayoría de la gente. Dinero, dinero, dinero. Entonces, ¿qué quiere que le diga un viejo como yo? No creo. Yo no creo, yo he dicho eso, y una pastora de Abreu –discúlpeme, la religión aparte-, me dijo: ‘Profesor, usted yo creo que no está en lo cierto cuando dice que el mal se impone al bien’. Yo soy realista, yo no creo -no sé en otras épocas- que cambie esto. No creo”.

Podríamos seguir en esa línea, de creer que no se cambiará en nada este panorama de maldades criminales, pero nosotros, preferimos algo más sustancioso, como ser la lucha cotidiana, desde nuestra trinchera del periodismo, tal como lo hizo Marcelo Pecci, pero desde su trinchera de la fiscalía. Y hacerlo le costó su vida. Tal como les costó la vida a veinte periodistas, siendo el último Humberto Coronel (en Pedro Juan Caballero) y el primero, Santiago Leguizamón, a finales de la dictadura de Stroessner.

“Yo a Santiago Leguizamón lo conocí un poco de vista, él era casado con una pariente mía, Ana María Morra, excelente persona. Él estaba allá con la radio en Pedro Juan y lo acribillaron con 30, 40 balazos. Algunos dijeron que él hablaba por demás y le avisaban, no sé la verdad. Él es otro mártir del periodismo, tal que así el 26 de abril, día en que falleció, quedó consagrado como día del periodismo en Paraguay. Así como el 10 de mayo, por el agente fiscal Marcelo Pecci. Yo puedo decir que ese chico, mi hijo, tiene mucho en la genética lo de mi padre, sin descartar a mi otro suegro, ya fallecido, que fue un gran señor, u otros parientes. No. ‘Vos formaste a ese chico’, me dijo Carlos Acha Stewart, padre de Sebastián Acha Brillante, compañero y amigo de mi hijo, ‘vos formaste, Francisco, a ese chico’. Sí, él anduvo conmigo, hasta que pobrecito no podía ni disponer de tiempo”.

“Porque en la parte deportiva él fue un dirigente honrado del club Guaraní. En la gradería de ese, nuestro estadio, Rogelio Livieres, en asamblea próxima a fin de año, ahora, se va a declarar como gradería Marcelo Pecci. En el colegio San José, los compañeros erigieron un monolito ahí en el lugar de los deportes. Se le cantó Patria querida, ahí en el lugar del colegio San José en donde están los nombres de todos los caídos en la guerra del Chaco. En ese aspecto el pueblo paraguayo lo lloró. No digo todos, pero el pueblo paraguayo lo lloró”.

En realidad, lo lloramos todos. En realidad, su desaparición física nos conmocionó a todos. En realidad, con su trabajo como agente fiscal, Marcelo nos representaba a todos. Y el golpe asestado por la criminalidad, lo recibimos todos.

Entonces, la resistencia la haremos -la estamos haciendo- todos.

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*Fotos de portada y restantes: Leandro Gómez / Antimafia Dos Mil - Our Voice