Por Daniel Amaral-15 de octubre de 2022

Hace ocho años en un mediodía de calor, en las tierras arcillosas del departamento de Canindeyú, en la República del Paraguay, eran asesinados el periodista Pablo Medina y su asistente Antonia Almada.

Hace ocho años un grupo de personas planificaron este asesinato, con el convencimiento de que, si lograban el objetivo, se quitaban el problema de encima.

El problema era un hombre, un ser humano, un periodista que, con su sensibilidad, con su empuje, con su investigación y con su pluma, estaba llegando a conclusiones muy precisas.

Estaba llegando con su denuncia al corazón y a la raíz, de un Paraguay, prácticamente un narcoestado.

Los artífices de aquel asesinato no sabían, y seguro que no tenían la dimensión, la trascendencia que este crimen representaría en un futuro casi inmediato. Y aún más, que el periodista asesinado, se iba a convertir en un mártir, que año tras año, sería recordado. No sólo por su familia y algunos allegados, sino que también por periodistas, dentro y fuera de las fronteras del país.

Tampoco podían ver, que, con los años, serían los jóvenes los que tomarían como bandera la denuncia y el legado que Pablo Medina había sembrado, y que ahora sus frutos, resultarían ser mucho más grandes y más visibles que lo que fue el sembrador.

Pero, volvamos un poco a los días posteriores a aquel 16 de octubre del 2014. Tres semanas después de aquel suceso, una delegación de casi un centenar de personas, venidas de distintas partes del mundo, dieron una primer y gran respuesta en el Paraguay.

Por aquellos días se organizó una gran convocatoria para el martes 18 de noviembre en la plaza de la Democracia. Aquella tarde, de la mano del director de la revista Antimafia Duemila, Giorgio Bongiovanni y los redactores responsables de Latinoamérica, junto a numerosos colaboradores, gritaron con fuerza y coraje en la plaza pública, junto a la familia de Pablo Medina y muchos referentes del periodismo, de los sindicatos y algunos políticos honestos.

En esa tarde noche, Bongiovanni, dejó constancia de la responsabilidad que tenía el mismo presidente del Paraguay de aquel entonces, Horacio Cartes. Y en determinado momento, ante las cámaras de televisión, que en esos minutos estaban trasmitiendo en directo, pidió la renuncia del ministro de la Corte Suprema de Justicia, Víctor Núñez.

Así se expresó Giorgio: “Señor ministro, usted dijo que Pablo Medina escribía ligeramente y sin verdad, pero yo señor ministro, le creo más a mi amigo que dijo que usted es corrupto, que, a usted, que dice que mi amigo miente. Renuncie señor ministro. Renuncie. Ofende a la constitución”.

Dos semanas después, Víctor Núñez presentaba la renunciaba a su cargo.

Desde aquel entonces, año tras año, Pablo Medina y Antonia Almada son recordados y homenajeados. Pero tristemente, podemos constatar que aquello que denunciaba Pablo, no sólo era verdadero si no que, en los años sucesivos, la narcopolítica, el narco-Estado se ha profundizado, se ha enquistado en las instituciones estatales, transformándose en un verdadero cáncer, que amenaza con matar la esperanza, de un país libre, de un país democrático, de un país que pueda vivir en paz, con una verdadera justicia social.

La única esperanza que le queda al Paraguay, es la fuerza y el coraje, y el deseo de libertad de los jóvenes, y de todas y todos los que tienen un verdadero sentimiento de justicia. Y de aquellos periodistas que siguen denunciando, tratando de informar, para darle herramientas que sacudan y puedan despertar al pueblo paraguayo del sueño hipnótico que provoca vivir en un narco-Estado.

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*Foto de portada: Antimafia Dos Mil