Nuevas imágenes visibilizan con dramática elocuencia cómo en fracción de segundos la vida de una persona se termina bajo las balas asesinas de un sistema corrupto. Tal lo que le tocó en suerte a nuestro colega paraguayo Humberto Andrés Coronel, el mediodía del pasado 6 de setiembre, a las puertas mismas del lugar donde trabajaba. A instantes de ubicarse en su vehículo para regresar a su casa para estar junto a su esposa y a su hija de tan solo tres meses, un sicario profesional, pagado con contante y sonante por la mafia paraguaya, lo baleó a quemarropa con una pistola 9 mm, comprometiéndole letalmente la región craneana y la cardíaca. Una acción de fracción de segundos que dejó un tendal de consecuencias: una familia atravesada por el dolor y la impotencia, un ámbito periodístico igualmente lacerado por lo acontecido y finalmente una sociedad vilmente atacada, por un sistema mafioso, imperante en pueblo Pedro Juan Caballero, en la zona fronteriza con el Brasil, una región paraguaya bastión del narcotráfico.

La saña criminal no tiene ya calificativo, porque en la medida que transcurren las horas y los medios de comunicación paraguayos siguen difundiendo imágenes del crimen del colega, la indignación es un sentimiento que se agudiza dramáticamente en la sociedad paraguaya y en la región, en el sentido de que toda esta violencia descargada sobre el periodismo antimafioso que se ejerce en la radio La Voz de Amambay, muestra a las claras, cómo, cuándo y de qué manera la lógica mafiosa materializa sus atentados. Atentados que también fueron dirigidos, a sangre y plomo, contra la familia Acevedo, propietaria de la radio, y conocida en la zona, como una familia de fuerte posición antimafiosa, dentro mismo de una sociedad cooptada por la criminalidad.

Cuando a mediados del mes de octubre de 2014 asesinaron a nuestro compañero de tareas Pablo Medina, el crimen se cometió en un solitario paraje de la zona de Villa Igatimi, en la región de Curuguaty, en el departamento de Canindeyú. No había cámaras en esa zona de tierra colorada y vegetación selvática, por lo tanto, el momento exacto del ataque no pudo ser registrado gráficamente. Solo horas después el cuerpo sin vida de Pablo, cubierto de sangre en el asiento del conductor de su camioneta evidenció la alevosía con la que actuaron los sicarios que lo emboscaron, siguiendo estrictas órdenes del hasta ese momento alcalde de Ipehjú, Vilmar “Neneco” Acosta, quien en los minutos que siguieron al atentado debió entrar en la clandestinidad al igual que los sicarios, en realidad dos parientes de su círculo familiar. Y al punto conviene recordar, que si bien “Neneco” se adjudicó la autoría intelectual del crimen, tanto de Pablo como de su ayudante Antonia Almada (salvando su vida de milagro, la hermana de Antonia, que también se encontraba en el vehículo) , y los sicarios (ambos ahora a disposición de la justicia en el  Brasil) se hicieron cargo del trabajo de darle muerte a nuestro compañero, los verdaderos autores del accionar -arma en mano-  de los sicarios, fueron en realidad integrantes del sistema político paraguayo, hoy libres y anónimos, porque gozan de absoluta impunidad

Por que en realidad, y es lo que queremos significar al lector, sin pelos en la lengua, en estos casos ocurre que siempre detrás del homicida material, que no hace más que cumplir el trabajo sucio, quienes gatillan el arma o las armas que se utilizan, no son ni más  ni menos que los políticos que  no solo dan luz verde para el atentado, sino que además aportan todo lo inherente a la logística para el hecho criminal, incluida la impunidad o el encubrimiento de los asesinos, durante el lapso que viven prófugos de la justicia, como clandestinos, dentro del país donde cometieron el crimen o en el extranjero.

Esa es la realidad, lisa y llana. No hay dudas, que no se trata de crímenes comunes, o de la vida pasional, sino que se trata de crímenes de mafia; crímenes que nacen, que se planifican y que se instrumentan dentro de una lógica estrictamente mafiosa, donde la presencia del sistema político corrupto es una constante. ¿Por qué? Porque todo este sinuoso y maligno circuito de corrupción, ligado estrechamente con el sistema criminal integrado, tiene un sello único, y común a América Latina y a Europa, y por decirlo mejor aún, a Italia.

La mafia, aquí o allá se viste con un mismo ropaje. Ese ropaje que lo mimetiza con una democracia, en su 90 por ciento, falsa; cuya máscara es una, pero sus entrañas es otra. Es algo que en todos sus eslabones de la cotidianidad institucional hace parte rigurosamente de una lógica. La lógica mafiosa, hacedora de toda suerte de movimientos, no solo dentro de las instituciones, a las que corrompe sin piedad, sino en la vía pública, sembrando de cadáveres, caminos vecinales o calles de ciudades.

Un periodista como Humberto Coronel, cayó bajo las balas asesinas -como lo mostramos en portada, una vez más, gracias al registro desde otro ángulo, de una cámara instalada seguramente en algún comercio cercano a la escena del hecho- de un poder criminal donde el sicario, repetimos hoy y lo repetiremos una y mil veces, hace el trabajo sucio, pero quien en verdad gatilla la pistola o el rifle asesino, es la faceta corrupta -pútrida- de una sistema político, del país en donde acontece la tragedia.

Es por esta y mil razones más, que nosotros como periodistas, no bajamos, ni bajaremos los brazos, denunciando a los cuatro puntos cardinales la verdad sobre la esencia y los entretelones de todas estas violencias.

Ya es hora de tomar el toro por las guampas; ya es hora de decir basta, sin miedos ni medias tintas. Ya es hora de decir sin miedos, que la brutalidad mafiosa, es el reflejo de una sociedad cobarde -y de un Estado- cobarde y cómplice, mal que nos pese.

Foto de portada: captura