A tres años nos preguntamos ¿Al final es inoperancia del Estado o es complicidad?
No solo el magnicidio Pecci se atravesó a la vista pública mundial hace tres años en Colombia, en Paraguay, sino también la impunidad. Esa más que maquiavélica impunidad respecto a los mandantes, que año a año parece horadarnos el alma, tomando en cuenta que el fallecido fue un hombre justo. Un hombre que investido en Paraguay , su tierra natal, como Fiscal antimafia, por el solo hecho de confrontar con las herramientas que el Estado paraguayo le proveyó , honestidad de por medio, accionó contra los poderosos de turno, aquellos que están abrazados a los narcos desde hace años, y la respuesta fue solo una: darle muerte.¿Pero quienes ordenaron, secretamente, ceremoniosamente, diligentemente al sicariato sudamericano acabar con la vida de Pecci? ¿Quiénes ? Dado el actual panorama ya el por qué no es tan relevante, porque en definitiva ese porque se sitúa en el contexto de una guerra declarada entre los funcionarios honestos de estas latitudes (porque también están aquellos de más allá del Atlántico, como Italia por ejemplo, por nombrar algunos nada más) y los elementos del poder criminal, que pululan a mano abierta y a plomo libre atravesando universos libres y democráticos para contaminarlos, discrecionalmente, como si tal cosa.
Y como si tal cosa mandan matar, porque los cometidos de los hombres justos incomodan o si se quiere obstaculizan un negocio, más que redondo, más que sanguinario: el negocio narco-mafioso. Las reglas del juego son esas. Fiscales, magistrados, funcionarios de seguridad honestos, legisladores y políticos igualmente honestos, y periodistas libres, pero libres de verdad, están entorpeciendo sus vínculos criminales, pero fundamentalmente el avance de una cultura del mal, que busca imponerse bajo modalidades diversas sobre la cultura del bien; sobre la cultura de la legalidad, de la honestidad, y especialmente en la función pública. Y primordialmente en las entrañas mismas del capital financiero internacional, devorador de vidas, esperanzas y valores.
Y Marcelo Pecci fue un obstáculo.Un gran obstáculo, que generó odios. Que desató tsunamis entre los poderosos del crimen organizado paraguayo, y tanto así que no hubo manera de ignorarlo. Había que desaparecerlo para siempre y al mismo tiempo dar un mensaje -de sangre y plomo- a quienes osaran andar por su misma senda.
Fue por esa razón que el día 10 de mayo de hace tres años dos sicarios -la punta de un iceberg de una logística muy bien planificada y muy bien paga- acorralaron a Pecci en una playa colombiana y uno de los desalmados se le aproximó y pistola automática en mano le descerrajó varios disparos en el cráneo que le arrebataron su vida, en segundos y ante su aterrorizada esposa -que estaba embarazada- y que no pudo hacer más que abrazarlo, déndole una más que dramática despedida sobre las arenas de una playa cuya concurrencia quedó estupefacta y conmocionada en grado sumo.
Más tarde el mundo entero despidió a Marcelo Pecci, lo aplaudió, lo homenajeó, lo lloró ; más tarde la policía colombiana -con bombos y platillos- detuvo a los autores materiales de un crimen que conmocionó a muchos pero que -detestablemente- regocijó a no pocos dentro del universo criminal. Ese universo , hoy más que presente, aquí y por allá.
Y tanto presente, que a tres años de esa indescriptible tragedia, aún habiendo siendo capturados los sicarios y toda su corte logística, de los mandantes ni rastros.O más bien, o mejor dicho, los rastros de sus encubridores parecen haberse esfumado, pulverizado ante los ojos del mundo, con impunidad pasmosa.
¿Por qué investigación en secreto?
En todos estos tres años el Ministerio Público paraguayo mantiene en secreto la investigación del asesinato del Fiscal y no se ha registrado -al menos en tierras paraguayas- ni un solo avance en la búsqueda de quién o quiénes ordenaron cegar la vida de Pecci, dentro de un contexto de indiscutible implicancia de elementos del poder criminal oculto o peor aún, seguramente infiltrado en tiendas institucionales paraguayas.
Está más que claro que la orden de muerte se impartió del universo criminal paraguayo, y no son pocos los sospechosos, porque no son pocos los actores involucrados; ya solo asumir, tres años después de aquel terrorífico día en la playa Barú del caribe colombiano, que el silencio judicial y fiscal , e investigativo paraguayo es apabullante y descarado, nos dá escalosfríos y nos ratifica dramáticamente que todas las respuestas seguramente están cobijadas y protegidas intramuros de los edificios más emblemáticos del Paraguay, abanicados todos sus involucrados -que no deben ser pocos- por los vientos de la criminalidad y de la hipocresía institucional, contamida desde tiempo atrás dentro de los límites territoriales de un país fagocitado por el narcotráfico, obviamente hoy con estrechos vínculos con la criminalidad brasileña e italiana. No olvidemos que la ‘Ndrangheta, organización mafiosa de la Calabria, sería una de las más firmes involucradas en ese desmadre descomunal. Al menos, dado su poder en Sudamérica en materia del narcotráfico, tendría suficientes razones para haber metido en la cuchara en el mayor magnicidio cometido en los últimos tres años.
Y a ese entorno apuntó Pecci, y fue por esa razón que ordenaron su muerte; su castigo; y con él expandieron un mensaje aleccionador para todos aquellos que tuvieran la osadía de seguirle en esa cruzada. Ese mensaje mafioso de que el próximo o los próximos, de atreverse a constituirse en obstáculo para sus fines, correrían igual suerte, no importa dónde ni cuándo.
Todos y cada uno de los redactores y su director Giorgio Bongiovanni, de Antimafia Dos Mil, italiana y sudamericana en mi persona, voceamos la denuncia de ese crimen y nos manifestamos en tono de incondicional solidaridad con la esposa de Marcelo Pecci y su núcleo familiar, porque su crimen no solo fue un atentado a una vida paraguaya, sino que fue un terrible atentado a la justicia, a la legalidad y a la Antimafia, en ambas márgenes del Atlántico.
Otras voces
Pero se conocieron otras voces en el mismo sentido; por ejemplo la de los abogados de la familia Pecci; Cecilia Pérez un claro ejemplo, que ha sido siempre más que contundente en su posicionamiento, públicamente y en entrevistas que oportúnamente concedió al periodismo local y a nosotros en torno al caso, al igual que su colega Enrique Kronawetter, quien en representación de los hermanos Francisco y Gabriela Pecci, recientemente declaró que los fiscales Cristian Ortiz, Francisco Cabrera y Alejandro Cardozo “no demostraron realmente voluntad de investigación”.
Del mismo modo o dentro de esa misma línea, la abogada Pérez subrayó a los medios periodísticos paraguayos y extranjeros que hasta el momento el Ministerio Público paraguayo no dió participación (acceso) en la investigación a la viuda de Pecci, Claudia Aguilera no obstante haberla reconocido como víctima junto a su hijo, hoy de casi tres años de edad. En ese marco la profesional llevó adelante los primeros trámites legales para ejercer los derechos de información e intervención, tal como lo establecen los artículos 67 y 68 del Código Procesal Penal.
Fiscal General Emiliano Rolón: su patético mensaje anti-antimafioso
Y lo más burdo y descarado, inmoral y antidemocrático, por no decir anti antimafioso, fue el comentario que se hizo mediático, del fiscal general paraguayo Emiliano Rolón: “Ni (el mago) Mandrake puede solucionar el tema”; una expresión que lesionó hóndamente la fibra más íntima de la familia Pecci, y también la nuestra, que sentimos el dolor de este atentado como periodismo comprometido en la lucha antimafiosa y en la denuncia de este tipo de atentados, dado que nosotros mismos tenemos nuestro mártir: el colega que colaboraba en nuestra redaccion, Pablo Medina, asesinado por la narco política junto a su asistente Antonia Almada, en Curuguaty el 16 de octubre de 2014, hace ya un poco más de diez años.
La ecuación entonces con este panorama se inscribe, desafortunadamente, en la idea -aborrecible por cierto- de que tanta falta de voluntad para ir hasta el hueso, desde la Fiscalía paraguaya y de todos quienes están involucrados en las investigaciones, nos hace pensar -tal como piensa el criminólogo paraguayo Juan Martens- que esta abulia judicial y fiscal hace que debamos suponer que ella no solo significa inoperancia e incapacidad para el honesto cumplimiento del deber, sino además puede significar -pavorosamente- una eventual complicidad con el crimen organizado paraguayo, atravesado de plano e impúnemente en ese país, y en Sudamérica.
Y cabe agregar, a propósito de Martens, que estas expresiones las hacemos nuestra, desde la a la zeta: “Lo trágico de esta situación es que, a tres años, el Estado no está teniendo una postura, no estamos sabiendo lo que pasó y, por tanto, todas las hipótesis son válidas, eso es muy preocupante. Hasta podría pensarse que hay una intencionalidad de que no se sepa lo que pasó”.
¿Y qué paso? Para nosotros , como parte de una redacción antimafiosa en esencia y en acción, pasó lo que es de esperar cuando la ideología mafiosa se instala en medio de una democracia de cualquier país del planeta, vale decir que la erosiona, y de tal forma que los límites para revertir la situación literalmente se van diluyendo, y se van constituyendo en puerta abierta para que todos esos suculentos parámetros y perfiles narco mafiosos se vayan infiltrándo dentro de las instituciones gubenamentales al punto tal, que cuando hay crímenes, como el de Pecci, esas “honorables” instituciones se transforman en realidad en agentes encubridores de esos actos sanguinarios. Actos cometidos por un crimen organizado en indiscutible connubio con los más refinados personajes -cómplices en realidad- operando impúnemente dentro de los círculos de poder de la política, y de la economía de un país que se precia y se regodea de vivir y desarrollarse o progresar dentro de un régimen de democracia honesta y próspera. Nada más distante de la realidad, desafortunadamente.
En definitiva, y es más que repulsivo decirlo, esas instituciones terminan subsistiendo, entre nosotros, teñidas con la sangre de los justos caídos en el cumplimiento del deber.
Horror de horrores. Y lo que es más grave aún: horrores naturalizados.
*Foto de Portada: Diario Última Hora