A propósito de una masacre en el barrio Colón
No porque la narcoviolencia ya se encuentre aferrada a la sociedad uruguaya, y basta con ver el último episodio del barrio Colón -con el saldo de tres adolescentes muertos y dos heridos graves- es que nos debemos dejar llevar por la indiferencia, bajo el pretexto de que ya todo esta naturalizado. Todo lo contrario, esto nos debe llevar a replantearnos como ciudadanos, cuál es en definitiva el génesis, el introito de todo este caos en el que la muerte barre vidas jóvenes, por cierto estrechamente relacionadas con el universo criminal del narcomenudeo operante entre los uruguayos, no solo de Montevideo, sino además del Interior del país. La triple tragedia del barrio Colón, una más de tantas, que hace parte de las luchas por el poder dentro de las bandas del narco-menudeo, visibiliza el grado de penetración de la ideología narco criminal, entre nosotros, no porque se constituya como un episodio circunstancial, sino porque desafortunadamente resulta ser la otra cara de un poder narco que opera desde las sombras -y quizás desde la política- y que estimula implícitamente estas violencias, que en definitiva son funcionales a sus ilícitas actividades.
En este dramático contexto, el Estado uruguayo, que ahora se rasga las vestiduras, parece estar siempre presente, pero no precisamente por su rol preventivo, sino más bien, por el ejercicio de una indiferencia crónica, visible desde hace ya unos cuántos años, con el agravante -ya indisimulado- de que desde filas del sistema político, que ya ha dado muestras de estar contaminado por la narco mafia, en vez de echarse aguas frías sobre este mal, que está qué arde, se le arroja más fuego, más leña y más combustible, que se traduce en la vigencia de condicionantes para que los narcos obtengan pingues ganancias o rivalicen casi a diario, y se maten entre sí, mientras desde las sombras, otros personajes -de sitiales de poder y sin embarrarse los pies- sean en definitiva los artífices ideológicos de un negocio altamente remunerativo, eso sí, a costa de sangre, plomo y muerte, sin medir consecuencias.
La sociedad uruguaya ya vive intensamente la violencia narco, que no brotó entre nosotros de la noche a la mañana, de la nada, sino que se nos fue infiltrando día a día, mientras oíamos por ahí, voces negacionistas, o lo que es decir, cuasi cómplices, porque callar y no contribuir a decir lo que nos está ocurriendo de verdad, hace que esas voces sean funcionales a ese universo mafioso, del que no estamos exentos.
Así de simple, es todo este asunto. Cada vez que sepamos de muertes vinculadas a las bandas de narcos que operan en Montevideo (o en cualquier ciudad del territorio nacional) es porque esas confrontaciones hacen parte de una pirámide de muerte. Son grupos que pelean por el poder, de un territorio. Grupos que poseen armas y que llegan a extremos, porque han confrontando o se han traicionado. Todo siempre gira alrededor del dinero, porque estamos hablando de un negocio. Donde hay quienes ganan, y otros, si no cumplen acuerdos o buscan su tajada fuera de los parámetros, literalmente pierden. Pierden la vida. Pero así son las reglas del juego. Un juego del que participan los grupos narcos urbanos, cuidando sus negocios, y que son la cara visible de una sociedad criminal que conforman y que conviven con quienes hacen parte de la sociedad honesta, que es ajena por completo a esa vida criminal, saturada de peligros, y de muerte.
Y si hay muerte entre esos grupos que confrontan a la vista de todos sembrando pánicos y el terror entre los vecinos, por territorios de venta de drogas, por predominios, es porque ya en sí mismo ese universo criminal conlleva violencias de insospechadas derivaciones. Pero fundamentalmente, porque la semilla de la desenfrenada violencia la pusieron quienes arriba de ellos, ocupando sillones de poder, dentro del sistema político o dentro de determinadas instituciones naturalmente, mueven los piolines: para que nuestro país sea una codiciada ruta del narcotráfico; para que toneladas de cocaína pasen en contenedores por el puerto de Montevideo sin contratiempos, rumbo a puertos europeos; para que los cargamentos de cocaína también se diseminen por Montevideo y el resto del país surtiendo de droga a las bandas que operan localmente en la distribución, y así de esa forma, se consolide en los barrios, esa cultura narco mafiosa, desatando , más tarde o más temprano, violencias como las del barrio Colón, o las de otros barrios meses atrás, con niños heridos de bala y muertos, lo que ya es habitual, dolorosamente.
Porque ese negocio está respaldado y alimentado por los grandes inversores del poder ,que conocen sus secretos (y a los jefes narcos de organizaciones regionales e internacionales, como por ejemplo de la ‘Drangheta) y que abren muchas puertas -codicia mediante- para prosperar, acumulando clientes y distribuidores, con la zanahoria adelante, que consiste en ganar dinero, mucho dinero, pero a un precio muy alto, y a veces el de la propia vida o lo que es pero , de inocentes. Y no hablemos de la faceta sustantiva de este negocio, los adictos a las divesas drogas que se comercializan en el mundo.
Los unos y los otros se dejan aprisionar por el olor del dinero, para luego saborear el olor del poder, de los placeres, siempre sin medir consecuencias. A veces todo va de la misma mano: poder y dinero; otra veces solo es dinero. Pero más tarde o más temprano, porque es un negocio donde las traiciones son inevitables, sobreviene la muerte. O se es victimario, o se es víctima. O se es distribuidor, o se es sicario. Muerte, prisión, soledad, dinero, vida fácil. Y miles y miles de adictos.
Un circuito, por ejemplo el de los narcos montevideanos, que se retroalimenta entre calles, y pasajes, y esquinas, de barrios donde pululan jóvenes sin trabajo, sin esperanzas, vulnerables; y por si fuera poco, también en los ámbitos carcelarios donde una añeja corrupción policial, les abre las puertas de par en par, para seguir con el negocio, desatando furias, odios, venganzas; lo que es decir, luchas de poder, también intramuros, dirigiendo a sus pares, o confrontando con ellos, como si no estuvieran privados de su libertad.
Y así como ese circuito narco se retroalimenta en los barrios, con gentes humildes que un “buen” día tuvieron el desatino o se vieron obligados -para poder subsistir- de entrar en esa “changa” de vender droga, en otros ámbitos de la urbe montevideana también ese circuito se retroalimenta, pero bajo muy diferentes circunstancias y características , rostros y con menos riesgos, aunque ellos estén presentes.
Son ámbitos pura y exclusivamente de poder político, empresarial o institucional, donde las influencias dan impunidad, y dan más ganancias. No son ámbitos de barrios en zonas rojas. Son ámbitos de círculos de elíte, círculos en los cuales los narcotraficantes o afines, son de traje y corbata, y residen en coquetas residencias de barrios selectos y en muy tristes ocasiones, son asiduos visitantes de edificios estatales, cuando no funcionarios públicos, evitando codearse a mano llena, y menos a la la luz del día, con los elementos del narcotrafico de los barrios suburbanos. Son círculos de poder, donde se gestionan pasaportes (como el de Marset, por ejemplo) para que otros socios los reciban a miles de kilómetros de distancia; son círculos de poder para que empresarios cedan -no gratuitamente, se entiende- galpones para almacenar cocaína; son círculos de poder para que se sorteen scaners, y controles, y que contenedores con la preciosa carga de kilos y kilos de cocaína sigan su curso en buques rumbo a Europa; todo un negocio muy bien aceitado, porque los dineros que corren en paralelo son cuantiosos. Son círculos de poder, para lograrse fugas -como la de Rocco Morabito, por citar un ejemplo- sin que hayan grandes consecuencias, porque las influencias que se abordaron tenían el respaldo de hombres y mujeres del aparato estatal ( y político), como si fuese lo más normal. Son círculos de poder para que grandes capitales sirvan de mucho en las campañas electorales, para que en un futuro los servicios y los apoyos sean cobrados bajo diferentes formas y circunstancias, poniendo a la larga, inevitablemente de rodillas, al sistema político en su conjunto, o por partido político, en un inmoral juego de corrupción política, que es en sí, un juego antidemocrático, por excelencia. Son círculos de poder en el que aparecen personajes como Astesiano, Sebastián Marset, y un empresario Gonzalo Aguiar amenazando de muerte al diputado Cal, solo porque éste lo hubo denunciado a aquel como figura relacionada con el narcotráfico, a juzgar por lo que le tocó ver en su residencia de Punta del Este, más cercana a un búnquer con gente armada que al hogar de un hombre de vida empresarial
Esas tres muertes del barrio Colón, en donde el ajuste de cuentas entre bandas del narcotráfico fueron la esencia y el leiv motiv del atentado a balazos -letal para tres vidas jóvenes, a los que además prendieron fuego, dejando en grave estado a dos personas más- es el resultado de toda esa euforia criminal que proviene desde lo más granado de nuestra sociedad, a no olvidarlo. No fue un hecho aislado. Hizo parte de una pavorosa realidad que ya lleva sacudiendo a nuestra población, más de cinco años. Hizo parte de una pavorosa realidad que nos debería avergonzar a todos, porque en definitiva es un todo, no un aparte.
Es todo un bosque, y no un árbol, por el que debemos preocuparnos, comprometernos y decidir, de que lado nos ubicamos, para qué, cuándo y cómo. Porque el narcotráfico local y transnacional -cegando vidas, como por ejemplo la del fiscal paraguayo Marcello Pecci en Colombia- ya no se trata de un visitante furtivo del Uruguay, se trata de un componente mas de nuestra hastiada sociedad civil, que es testigo y víctima de un deterioro de proporciones, de una democracia que se precia y se cree impoluta y saludable, cuando en realidad ya no lo es.
Pero ni por asomo, porque la corrupción, en filas gubernamentales avanza día a día dando pasos agigantados. Esa corrupción de vieja data, que resultó ser la antesala de un mal mucho mayor, y en este caso, la infiltración de la narco mafia en la institucionalidad uruguaya.
Gústenos o no, así es el panorama.