Sábado 20 Abril 2024
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Partiendo de esa premisa Joseph Zárate incursionó en el proyecto logrando un muy enriquecedor contenido o más bien (o mejor dicho)  un muy peculiar libro de crónicas donde la profunda identificación suya con los protagonistas es el sello que lo destaca y que lo diferencia, catapultándolo al éxito. Lo que es decir a la cosecha inevitable de lectores. Lectores que en cada una de sus páginas va descubriendo los destinos humanos  de sus protagonistas, en concreto presentados como biografías. Biografías de alto valor testimonial y que no dejan de trasmitir vivencias y en particular luchas de seres humanos. Luchas que son brazadas de sobrevivencia en los diferentes ámbitos en los cuales les tocó nacer, desarrollarse y morir.

Cuando Zárate  habla con mi colega Volpe lo hace en tono confidencial; explicándole en definitiva que cada una de sus crónicas  (de esas vidas que describe) es una parte de su alma. De su ser. Y con la cadencia del limeño en su hablar,  Zarate  le  profundiza y le trasmite, su obra, y las características de su creación. Una creación  magistral.

El periodista José Carlos Irigoyen, en su artículo para El Debate, refiriéndose al trabajo de Zárate, escribe que él ha elaborado “una serie de perfiles sobre la discordia entre quienes optan por preservar sus tierras y la esencia de sus tradiciones, y los que creen que eso es un impedimento para la implantación de la modernidad y del progreso.  Es por ello que sus crónicas no se agotan en la mera enumeración  de abusos y hechos violentos que caracterizan estas confrontaciones. Él ha preferido ahondar en las pulsiones psicológicas y determinaciones de estos seres que de un momento a otro son amenazados por grandes poderes invisibles, aparentemente indoblegables, y describir, con maestría narrativa, sus resistencia, temores y contradicciones”.

E Irigoyen  agrega: “Lo valioso de esa indagación es que Zárate jamás cae en lo panfletario ni en la victimización a la que son tan proclives otros cultores del género; su mirada está colmada de una comprensión vibrante de la humanidad de estos hombres y mujeres que eligen someterse a una batalla desigual y terrible en la que enfrentan el desprecio, la soledad e incluso la muerte”

Andrés Volpe a la hora de dialogar con Zárate, para la audiencia de Frecuencia Joven, escudriña en él como persona, en su visión de lo que ha narrado y en su visión de las realidades de esos protagonistas. Y las respuestas de Zárate han sido tonificantes  y comprometidas. Y como decíamos al inicio: enriquecedoras.

-¿Cómo surgió la idea de hacer este libro?

-Lo que yo cuento en el libro es que más o menos sobre el año 2012 aproximadamente empecé a colaborar con la revista Etiqueta Negra como columnista, editor, y en esa época yo tenía aproximadamente 25 años. Empecé a recibir encargos (en ese momento era Elda Cantú quien es editora ahora del New York Times en español) de  historias relacionadas a personajes o comunidades que viven en la selva o los Andes del Perú, que de algún modo se enfrentan a grandes poderes, para proteger lo que ellos consideran su hogar, su casa, sea ésta un pedazo de bosque un valle, un río o una montaña. Entonces yo comencé a recibir esos encargos como desafío. Yo no tenía hasta ese momento una clara determinación de escribir esas historias relacionadas a conflictos sociales y ambientales, entonces con el pasar de los años ya empecé a escribir con regularidad. Una historia cada año. Estamos hablando entre el 2012 y 2016. Comencé a invertir gran cantidad de semanas, meses, para reportear y poder escribir esas historias extensas sobre estas personas. Durante ese proceso de cuatro a cinco años, comencé a darme cuenta de que estas historias tenían un hilo conductor, que iban más allá del tema medio ambiental, social. Comencé a notar a principios del 2016, año que renuncio a Etiqueta Negra para poder hacer un libro. Un libro donde iba a compilar entre seis o siete crónicas extensas. Al revisitar estas crónicas me doy cuenta de este hallazgo. Que en realidad había algo mucho más allá que el tema ambiental, que tenía que ver principalmente, no solamente con este enfrentamiento, con este choque entre la visión del mundo indígena y la visión del mundo occidental. No solamente eso, sino que además había un vínculo relacionado a mi familia. Comencé a revalorar y a darme cuenta de que esta urgencia que había en mí, esta pulsión de querer contar esas historias, esos asuntos humanos, tenían que ver con mi familia y mi abuela. Mi abuela nace en una comunidad amazónica en los años 30, luego se muda a una ciudad de la selva y cuando ya tiene 13 años ella se muda a Lima, porque ella quería ser enfermera. Para ella Lima representaba el ideal de progreso. Una oportunidad para ser alguien, para estudiar, para tener una casa, una propiedad. A mí me pareció muy interesante ese viaje entre la comunidad de mi abuela y la ciudad que representaba todas esas cosas para ella. Por otro lado están las personas que yo retrato en mi libro. Para esas personas el progreso es algo diferente. El progreso no necesariamente está en la ciudad sino en el lugar donde ellos viven y han crecido, al que consideran su hogar. Un poco fue esos eslabones que yo comencé a encontrar entre mi trabajo y mi propia historia. Así surgió este libro.

-¿Puedes marcarnos una historia que te haya impacto de sobremanera, en cuanto a lo que es la ferocidad del extractivismo en contra de estas comunidades?

-La historia que más me impacto en cuanto a lo perverso que puede ser el sistema, fue la del niño manchado de petróleo, no solo por lo terrible de esa tragedia ambiental sino porque esta historia, de algún modo revelaba las contradicciones tan fuertes que existen en el mundo que vivimos hoy en día. La historia que yo cuento en el libro es un derrame de petróleo en la selva peruana sobre una comunidad pequeña de la cuidad de Lazárev, debido a un deterioro, a una corrosión de un oleoducto, de un oleoducto peruano. Te imaginas que es como una gran serpiente de acero de más de 800 kilómetros desde la selva a la ciudad donde el petróleo se distribuye a otras partes. Debido a esta corrosión se derraman 500 mil litros de petróleo en el único río de la comunidad. Un día los ingenieros de la petrolera estatal Petro Perú al ver este derrame y su contaminación, convocan a la comunidad y otras comunidades y a cambio de un pago propusieron que ellos acudieran al río a recoger todo el petróleo posible, sin ningún tipo de protección y sin instrucciones. Simplemente les dijeron ayúdennos les vamos a pagar siete veces más de lo que ustedes ganan cosechando plátano en la chacra. Por un balde de petróleo vayan. A ese llamado lo escucharon más de 50 niños, de lo que está registrado. Esos 50 niños acudieron al rio a recoger petróleo con baldes, con la ropa que tenían. Uno de estos niños, que se llama Omar Cuñachíél fue a recoger petróleo con sus hermanos más pequeños. Cuando se sumerge al río se contamina de petróleo se mancha todo el cuerpo con este hidrocarburo que es tóxico. Entonces en ese momento una vecina le toma una foto con el celular y esa foto se viralizó por todas las redes sociales y noticias, y es así como yo me entero de esta historia. A mí lo que me intrigaba era saber porque este niño había tomado la decisión tan temeraria de ir al río y sumergirse sin ningún tipo de protección ¿Qué había detrás de esa decisión? Ese derrame ocurre en enero del 2006, y yo viajo unos meses después en junio. Obviamente yo necesitaba dinero para ir, para prepararme en cuestiones de la fuente, de todo eso. Cuando yo voy a visitarlo a él y a su familia, a entrevistar a sus vecinos y a los ingenieros de Petro Perú; cuando yo le pregunto al niño porque se había metido al río a recoger petróleo, el me dice que le habían ofrecido un pago, y yo le pregunto ¿Qué querías comprarte con ese dinero? El me responde un smartphone. Entonces eso me parecía muy simbólico. Como nosotros normalmente  en las ciudades solemos pensar que las personas que viven  en América Latina en general, en la selva, en las montañas o en las zonas rurales, son personas que están desconectadas de lo que nosotros consideramos modernidad, que privilegian su vida en la tierra, que solamente quieren vivir en esa época, que muchos llaman el atraso, cuando en realidad esas personas, estos ciudadanos, no es que estén desconectados, están íntimamente conectados con el sistema que vivimos. Quieren las mismas cosas que el capitalismo nos vende todo el tiempo. Una de las diferencias es que además de querer lo que la gente de la urbe quiere, es que ellos tienen un vínculo muy profundo con la tierra que habitan, un vínculo que muchas veces los que vivimos en las capitales hemos perdido. Entonces a la conclusión que yo llegaba a través de esa historia es que muchas veces los gobiernos de nuestros países nos han vendido, nos han querido imponer una idea vertical de lo que significa el progreso, el progreso entendido en términos occidentales, que tiene ver con la construcción de infraestructura, con que la macroeconomía funcione que haya inversión extranjera, que haya servicios etc. Cuando en realidad el progreso es un espectro que tiene varios matices, que se entiende en las zonas rurales de manera mucho más compleja que la que nosotros entendemos. Lo que ofrece el libro en realidad, en  esta historia, es que sea un instrumento para poder debatir precisamente de esas diferentes visiones del progreso que existen y que pasa cuando estas se encuentran y chocan.Otra idea que yo intento desarrollar en el libro es que cuando estas visiones se enfrentan, es allí donde surgen los conflictos sociales.

-¿Cuál es tu visión referente a estos luchadores sociales, que muchas veces se enfrentan a un monstruo gigante que parece que no pueden vencer? ¿ Hay historias muy lindas para contar?

-Escribo de la historia de un hombre que se llamaba Edwin Chota y que durante 12 años de su vida enfrento a los traficantes de madera, hasta que un momento lo asesina. Lo increíble de esta historia es que él era un líder indígena pero en realidad no había nacido en esa comunidad indígena que él defendía que era la nación Asháninka, la más numerosa que existe en mi país. Él era un electricista que había nacido en la ciudad y que por diferentes circunstancias decide mudarse de la ciudad a lo profundo de la selva. Estando en la selva él se enamora de una joven Ashaninka, y comienza a querer tanto esta cultura, esta comunidad que decide vivir ahí. Como era el único que sabía leer y escribir llega a convertirse en el líder de esa comunidad que reclamaba durante mucho tiempo la legalidad de su territorio que estaba siendo invadido por los traficantes de madera. Entonces está más de diez años denunciando, va al Congreso, va a la Presidencia del Consejo de Ministros, va a las autoridades forestales y nadie le hace caso, hasta que al fin meses antes de que fuera asesinado, un grupo de expertos del Estado acepta ir con él a su comunidad, a investigar que estaba sucediendo y efectivamente comprueban que había trafico de madera que era ilegal. Al ver esto los traficantes deciden exterminarlo. Esta historia para mi es una muestra de que hasta qué punto los líderes sociales, ambientales  pueden llegar a sacrificar en nombre de lo que ellos consideran justo. Una idea que yo quiero desarrollar en el libro es que los conflictos sociales y ambientales, no ocurren primero en el mundo de las marchas, de las carreteras bloqueadas. Primero ocurre en nuestro fuero interno, eso que algunos llaman alma y otros llaman conciencia. Algo ocurre ahí, porque cuando viene un maderero, una petrolera y te contaminan el lugar donde tu vives, lo primero que surge en ti es  tristeza, rabia, indignación porque eso que consideras hogar está siendo violentado, contaminado. Eso que a ti te define está siendo fracturado de algún modo. Es como una especie de conflicto interior. Es lo que primero surge y luego impulsa a este líder social ambiental a levantar su voz de protesta. Esa urgencia interior es universal. Si alguien va a tu casa a contaminar tú te cabreas ¿no? Cuánto más en un ecosistema mucho más complicado, o intrincado como un bosque o un río donde  inmediatamente la contaminación se propaga. Entonces si tú a eso le sumas que los indígenas históricamente han ocupado siempre el escalón mucho más bajo, que han sido invisibilizados, marginados, racializados. Cuanto más una persona que se identifica con esa cultura ¿no se va a indignar? Esas personas que de algún modo representan o lideran esas luchas están siendo hoy examinadas. Un informe de la Global Witness, que es una organización que de algún modo monitorea ese tipo de eventos o de conflictos, dice que cuatro ambientalistas mueren por semana en el mundo, son asesinados, y esos son solamente los números que se han registrado. Entonces defender un bosque, un rio es una ocupación ingrata, pero al mismo tiempo es peligrosa, y hacerlo de verdad pone en riesgo tu vida.

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-¿En todo esto cómo ves a América Latina?

-Yo creo que lo que estamos viviendo ahora es una situación muy preocupante, muy peligrosa, sobre todo porque me hace pensar en una pregunta que yo me fui a haciendo mientas escribí el libro y tiene que ver con ¿para los gobiernos, que son los indígenas? ¿Son ciudadanos? O ¿qué tipo de ciudadanos son? Recuerdo que hace algunos años tuvimos un presidente en Perú que se llama Alan García, hoy cuestionado, investigado por recibir coimas de Odebrecht, un presidente corrupto. Hubo un conflicto social llamado el Baguazo, que tenía que ver con que el gobierno había dado un puñado de leyes que vulneraban la tierra de una nación amazónica que se llamaba los Awujún, en el norte del país. Cuando ocurrió esta protesta social, este paro nacional, los indígenas protestaron por la anulación de estas leyes injustas. Cuando entrevistaban a Alan García él decía algo así como:”bueno pero y ¿ellos que se creen, ciudadanos de primera clase?” Esa declaración supone para la autoridad máxima del Estado, que existen clases de ciudadanos. Y otra pregunta que uno se hace inmediatamente es ¿si no son de primera clase los indígenas, que son? Esta es una pregunta que vale la pena debatir y no se hace.  En la letra, según las Constituciones de nuestros países todos somos iguales ante la ley, todos tenemos derechos y deberes. Pero en la práctica no es así y no hay que ser muy inteligente para darse cuenta ¿no? con estas cosas que están pasando como lo de Bolsonaro, como lo de  este grupo de derecha que surge en España, Trump y todo lo demás. Cuando hablamos de la cuestión indígena, a la nación indígena no se la considera como ciudadanos. Cuando los españoles llegan a Sudamérica, había todo este debate de la religión, de que si los indígenas tenían alma. Si eran creación de Dios. Ya en el siglo XIX empieza a existir la antropología como ciencia. Charles Darwin publica el origen de las especies. Se comienza a debatir en otros términos lo que significa ser un ser humano, en términos más científicos por decir algo. Ya el debate de los indígenas ya no es si son creación de Dios o no, si son seres Humanos, si son especies Humanas o no. Por ejemplo, en la época Victoriana se discutía y se defendía que los indígenas y los negros de África eran subespecies o que tenían una inteligencia como de niños. Hoy en día en el siglo XXI  no se discute sin son creación de Dios o no. Ahora se discute, aunque no de una manera abierta, si esas personas con códigos culturales particulares, con un idioma particular, que habitan una zona particular desde hace ya varias generaciones, si son ciudadanos o no. Si perteneces a nuestra República, si tienen derecho en la práctica o no. Cuando se habla del indígena como parte del folklore, música y las artes y que nuestros países tienen culturas milenarias, ahí si está bien hablar de lo indígena, para promocionar nuestro país. Pero cuando el indígena protesta es un sujeto político, cuando se postula al Congreso, quiere ser Presidente, ahí se le cuestiona. Está movilizado por intereses oscuros, está manipulado por el odio histórico, es un resentido social y hay que reprimirlo. Ahí surgen esta clase de discursos.

-Con respecto a esto que estás diciendo de percibir la realidad como algo diferente a lo que comúnmente nos presentan, este trabajo que vos hiciste el año pasado lleva varios premios ya a nivel internacional ¿crees que este reconocimiento sirve un poco para que la gente empatice con éstas historias, para que las hagan suyas, para que tomen conciencia de lo que pasa en nuestra sociedad?

-Yo creo que sí, que es una gran oportunidad. Todo reconocimiento ayuda de algún modo a que el trabajo que ha sido reconocido pueda ser leído, difundido. Pero sobre todo siento que para mí es una responsabilidad. Siendo periodista, para mí el periodismo es un vehículo que hace que la gente se cuestione ciertas cosas o debería hacerlo. Que piense en algunos asuntos humanos relacionados a la realidad en la que viven. En este caso, la historia que gano el premio Gabo, precisamente la que te contaba al principio, del niño manchado de petróleo. Ese niño somos nosotros. El petróleo que hoy en día se extrae de la tierra sirve para movilizar nuestros vehículos, para producir millones de cosas que hoy en día compramos en el supermercado. O sea de algún modo el petróleo es casi omnipresente pero no nos cuestionamos el origen de esa industria. Creemos que los derrames ocurren lejos de nosotros, en las selvas y las montañas y que no tienen que ver con nuestro día a día, pero si tienen que ver. Existe una industria de petróleo porque existen consumidores, y ese vínculo es importante que el periodismo lo manifieste y lo revele, ese vínculo que nosotros no queremos ver. ¿Es incómodo vernos en el espejo no? Estas historias son como un espejo donde podemos reflejarnos las contradicciones, nuestra indiferencia, cinismo. El periodismo sirve para informar. Tener el poder de la información, pero para hacernos pensar. Para que dentro de nosotros comience a quemarnos, comience a florecer luego de leer estas historias. Esto es lo que pretendo lograr con lo que hago. Más allá de los resultados que pueda obtener.

-¿Qué puedes decir a los jóvenes?

-Que tengan conciencia de que no están aislados en el mundo. Que su vida y las decisiones que él toma están conectadas a otras vidas. Esa conciencia va a permitir que ese tejido de solidaridad, que existe y resiste hoy en día a gobiernos autoritarios e injustos, sea cada vez más fuerte. Que sean conscientes de esto y se cuestionen sus privilegios, así vivan en ciudad o pueblo, el hecho de tener acceso a internet impone ya un privilegio, cuestionarse esto y a partir de ahí establecer una conexión con las demás personas, para poder resistir, porque se vienen tiempo difíciles, en los que la ciudadanía tiene que estar de pie, tiene que hacer algo al respecto. No desde la superioridad moral sino más bien desde el tejido de solidaridad, que se expanda. Los jóvenes periodistas vivan donde vivan tiene un papel que cumplir, muchas veces las historias de las zonas rurales, de la periferia, siempre son contadas por los reporteros que están en las capitales, muy pocas veces son contadas por los de las mismas zonas, de las provincias o de las regiones. Cuando tú hablabas de la multiplicidad de voces yo pensaba también en eso. Es tiempo de que los ciudadanos armen fuerte ese tejido de solidaridad, de resistencia, para que sea más fuerte. Es importante que las voces que están contando los conflictos sociales, ambientales, del poder de la política, de la economía, sean cada vez más diversas, que no sean siempre las del centro. También animaría a los reporteros de las zonas rurales que se den cuenta y que no olviden que hay gente que está esperando sus historias. Que no dejen de contarlas, que encuentren la manera de hacer llegar esa voz al público.

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*Foto de Portada: www.servindi.com

*Foto 2: www.perunews.com