Hay escenas suspendidas en el tiempo, que son solo momentos impregnados en la retina de quien los vive. Momentos que impactan, lejos de las fotos, las cámaras y los micrófonos. Momentos que dejan su huella y nos llaman al presente. Momentos que marcan un antes y un después. Momentos que cruzan las barreras del silencio o que quedan siempre en el anonimato. Momentos que encierran dolor, pero también encienden esperanza. Una esperanza que vuelve desde las antiguas retinas hacia los brazos en alto de aquellos que solo recibieron una pizca del relato, pero que aun así les sirve y les alcanza para entender que algunos momentos merecen ser recordados por siempre.
Uno de esos momentos, una mañana del 28 de junio de 1976, Elena Quinteros, que, si hubiera llegado hasta este septiembre, cumpliría 79 años, era conducida en un auto hacia las cercanías de la embajada de Venezuela luego de días de tortura. La maestra venia escoltada por dos represores desde el centro de torturas “Carlos 300”, una dependencia de la División de Ejercito I. Ella había sido detenida cuatro días antes en su casa. Su viaje tenia el cometido de “entregar” a un contacto, según un ardid de su inteligencia nata.
En un instante, baja del auto, aprieta el paso y comienza a correr hacia la embajada. Su carrera hacia la fuga, hacia la libertad estaba a pocos metros, escapando de un furioso operativo de seguridad. Con el pecho agitado salta el muro de una casa lindera que daba hacia los jardines de la Embajada. Su voz desesperada grita su nombre pidiendo asilo. La señora Pisani, secretaria de la embajada, oye los gritos y corre al balcón mientras llama al resto del personal.
Cuando Elena logra levantarse y se dispone a correr hacia la propia residencia de la delegación venezolana, es derribada de un golpe por uno de los custodios que la perseguían. Éste la arrastra hacia la entrada del edificio, en dirección a la calle. Elena intenta resistirse mientras el personal de la embajada baja al jardín para socorrerla. Desde la calle se escuchan los gritos: ¡Embajador, ayúdeme, asíleme, asíleme!
Enrique Baroni, que estaba resguardado en la embajada, escucha el alboroto y logra ver cómo sacan a Elena e identifica a un funcionario del Departamento 5 de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia de la Jefatura de Policía de Montevideo. De pronto la escena involucró a personal diplomático que no podía dar crédito a lo que ocurría ante sus ojos: que una secuestrada luchaba por su vida con militares uruguayos.
En el forcejeo con los represores, se rinden el consejero Frank Becerra y el secretario Carlos Olivares frente a la complicidad de los policías custodios de la Embajada. Con una brutalidad extrema, tomándola del pelo y arrastrándola por el piso, introducen a la militante anarco-socialista a un automóvil, a la vez que le fracturan una pierna. Junto a Baroni se encontraban algunos refugiados uruguayos que miraban atónitos la cruel escena.
Detrás del automóvil que arrancó a toda marcha en contramano, todos quienes se encontraban en la embajada quedaron estupefactos. En los jardines de la sede diplomática también quedó un zapato de Elena. Un zapato cuyo, como el último vestigio de su dramática presencia.
Testimonios post secuestro
La lucha por la libertad de Elena terminó en ese instante. Presumiblemente fue llevada al Batallón de Infantería N.º 13. Lo que siguió a continuación fue un destino calcado para todos los detenidos-desaparecidos en dictadura. Fue identificada con el N.º 2537 y sometida a torturas indecibles, según diversos testimonios.
El preso político Nilka Regio de Gutiérrez dijo que pudo verla y que la escuchó mientras era torturada, mientras la mantenían aislada del resto de las detenidas. Cristina Marquet, que también estaba detenida, afirmó que Elena en agosto de 1976 aún se encontraba en el “Carlos 300”. Hoy se presume que la maestra haya sido asesinada entre octubre y noviembre de ese mismo año y que sus restos se encontrarían enterrados en el Batallón de Infantería número 13, pero hasta el momento no hay novedades de su paradero. En ese entonces, Elena tenía 30 años.
María del Carmen Almeida, o “Tota”, como la conocen, tuvo que exiliarse en Venezuela luego de la desaparición de su hija. En medio de ese martirio, dedicó parte de su vida a encontrar la ubicación de su cuerpo y denunciar a los represores.
El conflicto diplomático
Ante el hecho de semejante magnitud el embajador de Venezuela en Uruguay Julio Ramos se comunicó por ese entonces vía telefónica con el Ministerio de Relaciones Exteriores uruguayo, y denunció el hecho al subsecretario Guido Michelin Salomón. La respuesta fue contundente. El 3 de julio el Consejo de Seguridad Nacional (COSENA) decidió que no entregarían a la maestra, lo que significó su sentencia de muerte. Esta situación desembocó en la ruptura de las relaciones diplomáticas con Uruguay hasta el final de la dictadura en 1985.
Legado
La figura de Elena Quinteros dejó una fuerte impronta de esperanza. Hoy su figura alimenta la militancia de los derechos humanos, las expresiones artísticas y los ámbitos educativos por su fuerte convicción de docente y por su vocación de militar en post de la libertad. Seguramente fue ese mismo norte el que la llevó a formar parte de la Federación Anarquista Uruguaya.
Quinteros fue detenida varias veces: en 1967, 1969, y en 1976. Al mirar su historia nos encontramos con mucha perseverancia y sentimiento de justicia. Ella sabía seguramente a lo que se enfrentaba y tomó la decisión de seguir luchando por una educación lejos de la opresión y el disciplinamiento. Su madre aún recuerda cuando ella le decía que si la metían presa, se iba a escapar. Y así lo hizo hasta sus últimos momentos de aire fresco, en los jardines de la embajada.
Parte de los responsables
En octubre de 2002, el juez Eduardo Cavalli encuentra al excanciller Juan Carlos Blanco responsable en primera instancia por la desaparición de Elena Quinteros y lo procesa con prisión bajo el cargo de privación de la libertad.
En Italia se juzgó en 2023 al exmilitar uruguayo Néstor Tróccoli, que se encuentra actualmente con prisión perpetua en ese país por el asesinato de italianos en la Operación Cóndor, y por otros tres casos de desaparición forzada y tortura en la década de 1970. Uno de ellos es el de Elena Quinteros.
La crónica de “Opera Mundi”, un medio brasileño, reflejó que en la audiencia contra Tróccoli, el exdiputado del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP) Luis Puig precisó que los organismos encargados de la represión fueron el Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas y el Cuerpo de Fusileros Navales del Comando General de la Armada. En este sentido, confirmó que Tróccoli formaba parte del servicio secreto de la Armada.
Otra de las testigos que prestó declaración en esa audiencia fue Mena Narducci, quien contó su relación con Elena Quinteros. Además, rememoró cuando conoció a Elena en un sindicato de barrio. Luego describió una particular situación. El preciso momento donde Quinteros ingresó en la embajada de Venezuela.
Fue allí donde afirma que gritó “Soy Elena Quinteros, una maestra”. Sus últimas palabras. Emblemáticas, que hasta hoy resuenan en nuestros oídos. Que hasta hoy nos conmueven, profundamente.
*Foto de Portada: Pit Cnt