Cincuenta y un años después del acto mismo de ilegítima clausura del parlamento uruguayo, materializándose así un atentado a la Constitución de la República, lo que es decir el golpe de Estado en el Uruguay, de la mano del presidente legítimo de ese entonces, Juan Maria Bordaberry y los militares (de ahí que fue un golpe cívico-militar)hay mucho y bastante para decir, porque aún, que decimos todos estar viviendo en democracia, los ecos, los efectos y los rastros de ese día, y las más crudas evidencias de ese legado oprobioso, siguen intactas y a la vista de todos. Y que no lo quiéramos ver, no quiere decir que no estén allí, presentes.
La madrugada del 27 de junio de 1973, que estuvo precedida de años -del pachecato- de preámbulos donde ya se predecían los nubarrones del terrorismo de Estado, con el saldo de vidas jóvenes masacradas a pura bala, marcó a muchos uruguayos, por más que hoy en particular, desde algunos sectores se siga negando el curso de los acontecimientos abrazados a un discurso que procura minimizar esos hechos, que en casos puntuales no han sido aún zanjados, y en contrario, han sido encubiertos -me refiero específicamente al tema de los detenidos desaparecidos- no solo por la casta militar sino además por algunos exponentes del sistema político, algunos de los cuales han vivido los áridos y sangrientos momentos del golpe, en esa madrugada fría y de tinieblas, de finales del mes de junio del 73.
La mejor forma de considerar, en tono de conmemoración histórica exclusivamente, el día 27 de junio de hace 51 años, como el día en que se violentaron las instituciones uruguayas -desde sus entrañas mismas y no desde la guerrilla tupamara, como se pretende imponer- y como el día en que se cometió un flagrante atentado terrorista desde las filas mismas de las instituciones (según los diferentes niveles de compromiso a ese acto detestable, de algunos políticos de la época, y de la casta militar) agazapados todos a un dramático contexto regional, denominado Plan Cóndor- sería, comenzar a reconocer sin tapujos, los hechos, y coronar ese reconocimiento, con el acto de dar prioridad -desde donde corresponda- a la búsqueda de los restos de los detenidos desaparecidos, enterrados en predios militares o anexos a ellos.
En esta jornada, del 27 de junio, serán muchas las expresiones de ciudadanos, de organizaciones, de colectivos, de gremios de activistas y de ciudadanos, y también de partidos políticos, -en plena campaña electoral, y no es menor ese dato- aludiendo a los 51 años del golpe en el Uruguay; todo es válido y bienvenido.
Pero en definitiva solo es el pueblo y los trabajadores -y quienes sufrieron la represión- los que pueden dar testimonio de toda esa barbarie, junto con quienes codo a codo, y militantemente (en sus respectivas trincheras) resistieron a los dictadores y afines, desde el antes , en el durante y en el después de aquella madrugada nefasta. Una de tantas de nuestra América Latina, devorada por el Cóndor , para imponer un modelo económico, y disciplinar, guía estadounidense de por medio. Detalle a no olvidar.
Este 27 de junio de 2024, los escritos y los recordatorios de esta fecha, por medios de comunicación, redes sociales y demás formas, más bien, nos debería obligar a una reflexión profunda, con el plus de comparar esos días, con los días de hoy. Un hoy en democracia. Yo diría, un hoy en una democracia a medias. A medio pelo. ¿Por qué?. Pues porque este recuerdo de los 51 años del golpe no se nos puede agotar con el solo recuerdo, porque hay deudas pendientes , del Estado, para con el pueblo; hay deudas pendientes de los políticos, para con el pueblo; hay deudas pendientes de la casta militar, para con el pueblo. Deudas pendientes que tienen nombre y apellido, y cuyos restos están bajo tierras militares; bajo la repulsiva tutela de quienes hacen parte y son funcionales -desde diferentes sitiales- a la cultura de la impunidad.
Este 27 de junio de 2024, Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, y todos aquellos que hacen -año tras año- parte de la Marcha del Silencio, por ejemplo, siguen resistiendo esa dictadura de hace 51 años, fundamentalmente con su presencia -en cada marcha, y ya van 29- reclamando (pacíficamente) a los militares y a la clase política del Uruguay, una mayor voluntad honesta y transparente, para la realización de investigaciones y excavaciones con informaciones sólidas, para poder desenterrar a sus seres queridos.
Solo abordando ese tema es que podremos aludir coherente y cabalmente a la dictadura que se instaló en el país hace 51 años, para denostarla y repudiarla. ¿ Por qué? Porque esa dictadura que perduró cerca de 12 años dejó un legado de muerte que no podemos ignorar, porque año tras año, desde hace 51, hay una búsqueda de detenidos desaparecidos, que comenzó mucho antes del primer día en que se desfiló por 18 de julio, con esa consigna más clara que el agua: ¿Dónde están nuestros desaparecidos? . Marcha que marcó una fecha terrible. Una de tantas otras fechas no menos terribles. En este caso la del 20 de mayo (de 1976), día en que la represión uruguaya y argentina, en Buenos Aires, se dieron la mano para dar tortura y muerte a dos legisladores y a dos jóvenes militantes del MLN, uruguayos: Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz, Rosario Barredo y Wilian Whitelaw.
Entonces ¿cómo recordar este 27 de junio? Habrá muchas maneras. Habrá muchas formas. Habrán muchos discursos. Habrán muchas resistencias. Eso está muy claro. Pero, insisto, hay una que merecería nuestra mayor atención, y es la que se refiere a las secuelas de esa dictadura de hace 51 años.
Secuelas, con las que debemos convivir en ésta democracia a medias tintas. Secuelas, que tienen el rostro de los detenidos desaparecidos, cuyos restos siguen cubiertos por el manto de una impunidad que se pasea cruelmente por terrenos militares, lo que debería avergonzarnos. Secuelas, con el rostro de los represores condenados y presos en la cárcel de Domingo Arena o en sus domicilios, reclamando sean considerados presos políticos. Secuelas, con el rostro de personajes de partidos tradicionales que hoy hacen parte del elenco político de gobierno o son funcionales a él, y que fueron partícipes o influyentes, por aquellos días del terror y lo que es más, que hoy se esmeran cínicamente a desvirtuar los hechos de hace 51 años, aferrándose a la teoría de los dos demonios y a corrientes negacionistas, de neto corte fascista. Secuelas, con los rostros de los integrantes de la casta militar que hacen parte de un partido político cuyo titular fue un ex comandante del Ejército. Secuelas, con el rostro de personajes del partido de la coalición de izquierdas, que salvo muy contadas excepciones, a la hora de bregar sin límites para dar respuestas al tema de los detenidos desaparecidos, accionaron tibios pasos, justificándose con dialécticas oportunistas, que en definitiva (quizás aún sin proponérselo) fueron serviles a la cultura de la impunidad. Secuelas, con el rostro de comportamientos bochornosos de parte del gobierno de Luis Lacalle Pou, y de él personalmente, por ejemplo , a la hora de comprometerse con las causas de derechos humanos, adoptando una actitud opuesta, especialmente cuando a mediados de junio del año pasado el presidente de los uruguayos optó por ausentarse en una ceremonia en el parlamento , en la que por resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos el Estado uruguayo debió realizar un acto público de reconocimiento de su responsabilidad en las violaciones a los derechos humanos ocurridas en los años de la dictadura. Secuelas, con el rostro del mutismo (diríamos, de la rigurosa omerta militar) alrededor de los antropólogos forenses del GIAF , quienes heroicamente, y desde hace algunos años, vienen tenazmente trabajando en excavaciones con recursos menguados, con escasa información, y prácticamente (a ciegas) sorteando obstáculos que se traducen en datos equívocos que reciben o manipulaciones siniestras que los despistan, siempre arrojadas sobre ellos, con el afán de que las excavaciones no prosperen.
Y podría nombrar más episodios (más evidencias, más secuelas de la dictadura 51 años después) pero creo que ya los mencionados son más que suficientes para darnos cuenta de que cuando decimos estar de democracia, claramente pareceríamos estar ciegos, para no darnos cuenta que estamos viviendo en una democracia que no está parada sobre todos los cimientos de la ética y la honradez, pero preferentemente, de la lealtad.
La lealtad, que tras el retorno de la vida democrática, hoy merecerían quienes perdieron sus vidas resistiendo la dictadura.
De haberse actuado con lealtad desde filas del aparato político -en la negociación y en los años futuros, hasta el hoy- este panorama habría sido otro.
Todavía -y hace poco ya van 29 años- Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos siguen marchando en silencio por la avenida 18 de julio portando las fotografías de sus seres queridos y esa consigna emblemática del ¿Dónde están?
Este 27 de junio de 2024, solo hablando y expresándonos en ese lenguaje, en torno a esa asignatura pendiente (de nuestra “democracia impoluta”) podremos decir, que a 51 años de la dictadura estamos en condiciones de empezar a enaltecernos como país democrático.
Mientras no se logren respuestas, y avances en este tema, y justicia (por ejemplo que los represores sean considerados como lo que son, represores en prisión, y sin privilegios) seguiremos siendo un país con una democracia a medias (y doblegada por la hipocresía) y sin autoridad moral , para poder caminar en paz, hacia el futuro.
Lamentablemente es así. Seamos honestos, y aceptémoslo, de una buena vez.
Si acaso por respeto a todos aquellos que fueron prisioneros en cuarteles de todo el país, que fueron torturados -incluso jóvenes, como los liceales del departamento de Treinta y Tres- , que fueron muertos -como las Muchachas de Abril, o como el médico Vladimis Rollik- y que fueron detenidos desaparecidos, como los 197 que aún resta encontrar.
Solo por respeto a todos ellos, y a los legisladores históricos y emblemáticos de la resistencia parlamentaria en el exterior, Michelini y Gutiérres Ruiz (Frente Amplio y Partido Nacional, respectivamente) , asesinados por la represión de ambas márgenes del Plata, deberíamos cambiar de rumbo.
Y ya. Sin más palabras. Sin más discursos. Sin tanta retórica política y sin más rodeos.
Es una tema de prioridad ética ciudadana e institucional.
*Foto de Portada: Gub Uy