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Por Eleonora Gosman
Río de Janeiro. Enviada Especial - 13/09/10
La noche se cierra sobre Campo do Sargento, una explanada de una hectárea que se hunde en Canitar, localidad de zona norte carioca. Detrás de las vallas que los separan de los locales, los forasteros (periodistas, cantantes y otros) se sienten a salvo. Un cordón de medio centenar de guardias protege vidas e instalaciones. Otros se confunden entre las 20.000 personas que asisten al festival de música rock y funk, bautizado Conexiones Urbanas. A partir de las 21, en el escenario se suceden los conjuntos de moda: Belo, NX, Zero, Gaiola das Popozudas y Os Hawaianos. Pero ninguno es del palo y no parecen entusiasmar más que a un puñado de muchachas que emiten gruñidos y balancean sus caderas.
Por detrás de esa multitud se extienden las laderas de una de las favelas que componen el Complejo del Alemán donde viven entre 80.000 y 100.000 personas. Como allí no llegan censos, nunca se termina de saber cuánta gente abriga. En ese medio donde falta el Estado, la organización social corre por cuenta de las bandas del narcotráfico y de ONGs como Afroreggae, subsidiadas por fuentes diversas, inclusive extranjeras. A diferencia de los bailes organizados por los traficantes, en el festival Conexiones Urbanas no hubo exhibición de armas. Los líderes del tráfico se han esmerado en preservar las buenas relaciones establecidas con la ONG, donde varios de sus dirigentes son “ex traficantes” devenidos “asistentes sociales”.
Si para entrar al complejo donde conviven (o guerrean) 11 morros es preciso disponer de contactos, también es preciso salir bien acompañado. Sólo así es posible aventurarse por las callejuelas intercaladas por infinidad de escaleritas que conducirán a pasillos de no más de 90 centímetros de ancho. Es en esa estructura retorcida donde los gobiernos nacional y provincial han buscado establecer algún tipo de comando público.
Con los recursos del Programa de Aceleración del Crecimiento que instituyó Lula da Silva en 2007 se construyó, por ejemplo, un teleférico con capacidad para transportar diariamente 30.000 personas entre la cima de los morros y la estación ferroviaria Bonsucceso. Será estrenado a fin de año.
Pero a pesar de estas iniciativas, el Complejo, como la mayoría de las “comunidades”, no dispone de una Unidad de Policía Pacificadora. Esta UPP es quizá el aspecto más destacado del plan que apunta a recuperar espacio estatal en los feudos que estableció el narcotráfico.
Solo 12 de las más de 700 favelas que cercan las “partes nobles” de este ex distrito federal, cuentan con esos enclaves de seguridad.
Y tal vez sea mejor, porque los territorios “recuperados” se han convertido en vecindarios militarizados, donde sobran las denuncias de malos tratos y torturas ejercidas por las fuerzas policiales contra los ciudadanos. A esto se debe sumar otra realidad: las cúpulas de las organizaciones delictivas están intactas. Así lo reveló la invasión del Hotel Intercontinental a fines de agosto por un nutrido grupo de mafiosos. Una decena de ellos cayó presa, pero otros 20 pudieron huir y ponerse a salvo.
Un repaso del Indice de Desarrollo Humano, compilados por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) revela que Brasil avanzó pero poco en los últimos 10 años. “Hubo crecimiento económico pero subsisten las desigualdades sociales y regionales”, apuntó el informe de la entidad gubernamental. “A pesar de los progresos hay un largo camino para que Brasil alcance el punto ideal”. Pruebas al canto: basta visitar una de las favelas cariocas para observar la cantidad de construcciones precarias, de madera y chapas, que las pueblan en los márgenes. Son las camadas de pobres que llegan a las urbes en busca de oportunidades y que deben conformarse con ingresos mensuales de no más de 200 reales (110 dólares), gracias a changas que les garantiza la supervivencia.
A ellos todavía no los bendijo la época de las vacas gordas que atraviesa este país.
Forman parte de ese ejército de miserables que deja el gobierno de Lula da Silva como una de las deudas a ser resuelta por el futuro presidente, sea hombre o mujer.
Si Dilma Rousseff es vista aquícomo una sucesión necesaria de Lula da Silva, el presidente brasileño despierta pasiones. “Nos habla de igual a igual”, sintetizó Reginaldo, ex traficante y ex convicto que hoy milita en el movimiento conocido como Central Unica de Favelas (CUF).
El PAC (Programa de Aceleración del Crecimiento) que llegó al Complejo del Alemán redundó en algunas obras de “intervención urbanística y social”. Fue las que inauguró recientemente Lula: una guardería, un centro comercial con 47 tiendas y una unidad de primeros auxilios. A este tipo de iniciativas se suman las privadas: el banco Santander acaba de inaugurar una sucursal en plena favela. En una conversación con esta corresponsal, uno de los directores de Afroreggae, Luis Roberto Pires Ferreira, contó que la llegada de la agencia bancaria tuvo que ver con una negociación directa emprendida por la ONG con los españoles. Hoy, el banco del país vasco es uno de los grandes patrocinadores. “La experiencia fue inmejorable para el Santander, que pudo captar gran cantidad de clientes entre trabajadores y jubilados”, señaló. Como contrapartida, el banco ofrece líneas de crédito para micro emprendimientos. Según dicen, “quienes reciben esos recursos jamás se atrasan en una cuota”. El banco hace pingües negocios y de paso lucra con la imagen.
De paso, esta iniciativa según admitió Luis Roberto ante Clarín, genera un excelente sistema de control a través de la “bancarización” de los moradores. Por un lado, los “legitima como ciudadanos”; por el otro, los pone a tiro del gobierno federal y del provincial.
Así también se prepara el camino para que el Complejo del Alemán reciba en el futuro una de esas famosas Unidad de Policía Pacificadora; algo que indefectiblemente debe ocurrir en 2014, el año en que se realizará el mundial de fútbol.
Para entonces será preciso entrar en esos morros con una operación policial limpia. Hasta ahora no han sido prolijos: la última aventura que protagonizaron los del Batallón de Operaciones Especiales (BOPE) fue en la favela Turano, donde entraron a los tiros. Llegaron con el objetivo de implantar la undécima UPP. Vestido con su uniforme tradicional (pantalón y camiseta negros), encapuchados y sin identificación, cachiporrearon a los habitantes. Allanaron casas sin permiso y hasta robaron algunas alhajas. Un mes antes de este “procedimiento”, los mafiosos del narcotráfico ya habían abandonado esa comunidad.
Varios especialistas sostienen que en Río impera una filosofía, la del genocidio sistemático de los pobres que sobran. Según Vera Malaguti, profesora de criminología , “todo es un problema de poder donde la guerra contra el narcotráfico oculta que la batalla es contra los pobres”.
http://www.clarin.com/mundo/america_latina/gran-deuda-social-Lula_0_334766559.html