tentaciones. Apenas un poco más allá, en la terraza del hotel Penang, los invitados al cóctel en el corazón de George Town leen una especie de “Treccani”*, frente a los rascacielos en forma de vela o cilíndricos como la Torre de Pisa. El libro relata cómo ha sido posible que los 44.000 habitantes de las tres pequeñas Islas Caimán sean más ricos que quienes trabajan en París: ganancia promedio de 53.000 dólares al año. Y cada año llegan 120 mil millones que abultan los 800 mil millones custodiados en cofres sin nombre. Cuentas que sólo pueden ser reconocidas por unos números. Sociedades anónimas que no pagan impuestos. Petroleros, grandes empresarios y los ahorros de la clase media.
Bonos y acciones no interesan al fisco local, el cual considera a los depositarios “ausentes”. Entre los ausentes señalados por una investigación de los Estados Unidos, latifundistas, empresarios y gerentes de Pdvsa, petroleros venezolanos que desde hace 10 años no se fían de Chávez, pero tampoco de los Estados Unidos, bandera de la libertad invocada. No siempre son grandes depósitos. Porque los paraísos fiscales se han democratizado y los ahorros de la clase media descansan junto a las fortunas. De los inviernos de la América bajo cero llegan los jubilados que no reparten. Y el mercado inmobiliario no sufre la crisis que frena las promesas de Obama. Se construye sobre lo vendido y las obras se agrandan, 30.000 dólares para los box de los submarinos, pueblos alrededor del mar de la pequeña Caimán, o bien 8 millones de dólares en los condominios de lujo alrededor del Penang, Seven Miles, rincón de relax de los gnomos del quinto centro financiero del mundo: 584 bancos y 2200 fondos especulativos, o fondos de jubilación, manejan capitales que triplican el presupuesto de Francia.
Los periodistas llegan a las Caimán para hurgar sin esperanza en los secretos impenetrables. Pero la lista de las sociedades registradas no es secreta. Desde la Parmalat Finanziaria spa, antes del crack, al banco de Roma, bancos suizos a gó gó, por no hablar de las presencias estadounidenses: Miami está a una hora de avión, varias fortunas desembarcan desde Florida. Cuando la Enron, de los amigos de Bush, quebró tenía 692 compañías registradas en un lugar que los lectores ajenos a los juegos de la economía aprendieron a conocer hace 60 años: la triangulación de las Caimán le ha permitido a Cuba sobrevivir al embargo. Pasa todo por aquí, desde la Coca Cola a los autos japoneses.
Islas del tesoro son también las Antillas holandesas, donde el silencio no cambia. Seguir las operaciones financieras del Ikea, por ejemplo, quiere decir vagar en un laberinto con los pies en Curaçao porque el genio suizo de Ingvar Kamprad no vende sólo pedazos de muebles para armar en casa: ha diseñado una estructura social que marea. Sede legal en Holanda donde el fisco es menos cruel. Pero Holanda es una puerta abierta a los paraísos fiscales: rebotan de una sociedad a otra una parte de los activos de las filiales italianas. Al final duermen en los alrededores de Curaçao, hermosa como todos los rincones del Caribe, pero insólita por la arquitectura que trasplanta Amsterdam en los trópicos de seda. Casas de techos agudos, fuera de lugar, sobre todo en Bonaire. Se la puede recorrer en bicicleta. Era la isla de la sal y de los esclavos. Se ha convertido en el reino de los submarinistas, pocos bancos pero siempre de un cierto tipo y registros abiertos a quien lleva dinero en las vacaciones. Hay que decir que las líneas aéreas planifican las rutas de vuelo siguiendo los capitales en el hilo de las black list (listas negras). Klm une Amsterdam con Curaçao, Panamá y Costa Rica, donde cada tanto algún ministro de economía va a la cárcel “por el dólar negro”.
Donatella Pasquali, viuda de Zingone hoy la señora Dini (político italiano), acompañó en el exilio en San José a su primer marido escapando de la bancarrota fraudulenta. Una joven enérgica en los negocios, muy inteligente para las relaciones públicas. El gobierno italiano le financió el Supermercado 2000, inaugurado por su prometido Dini, ex director del Banco de Italia, y por el Ministro del Exterior Andreotti. La señora pensaba organizar una isla off-shore, pero empresarios y financieros italianos respondieron tibiamente. Se perdió el rastro. Hay un paraíso que París y Amsterdam comparten amistosamente: la Isla San Martín, de jurisdicción francesa; Isla de Saint Marten, departamento holandés. Cambia sólo el nombre, ninguna frontera, sólo una raya blanca y bancos que obedecen a la UE, no importa la diferencia de idiomas.
Con algunas tiendas dobles, como: Fiorucci, de un lado y del otro, Deutsche Bank en francés y en holandés. Un pequeño paraíso que resplandece débilmente en el firmamento evocado por las historias de Fini y de Berlusconi. Además de en Antigua, el jefe del gobierno italiano tiene una casa también en las Bermudas, un robusto paraíso. En Antigua ha comprado el terreno de las cinco villas de la Flash Point, cliente del Arner, banco suizo motivo de murmullos y absolutamente controlado por una sociedad con residencia en Curaçao, qué casualidad. Por la dignidad del país que gobierna provisoriamente, el Cavaliere tendría que frecuentar menos paraísos y pasear en los infiernos de quienes desesperan en las plazas.
Panamá, donde el lavado de dinero transforma los dólares en armas y droga.
Las islas a la deriva frente a Panamá recuerdan los barcos tesoreros de la colonia española.
Oro y plata de Perú atravesaban a lomo de mula la franja selvática que dividía las dos Américas. El botín destinado a encender nuestro Renacimiento, terminaba en los depósitos de la flota real anclada en el Atlántico. Pero en los pequeños puertos de las Islas Antillas y del Caribe esperaban al acecho los barcos corsarios. Luego de los abordajes el tesoro terminaba allí. Pasaron los siglos y los tesoros volvieron a los mismos lugares con travesías menos laboriosas. Capitales que se escabullen de un banco a otro pero las playas a las que llegan son más o menos las mismas. El atajo del Canal separa dos continentes unidos por un puente – Miraflores – mientras que en Panamá queda la catedral en la que se esconde la riqueza del mundo llamado “civil”.
Los paraísos fiscales empezaron aquí y la ciudad que construía los puertos para resistir a los piratas se convirtió en una capital abierta al bienestar en fuga del otro lado del mar. Es una ciudad de rascacielos de luces que se apagan cuando llega la noche. Nadie habita en ellos y sin embargo crecen como hongos. El lavado de dinero transforma en ladrillos a los dólares negros de la droga, armas y quién sabe cuántas intrigas más, pero no son suficientes como para agrandar las calles de los barrios residenciales, piscinas y boulevards de la competencia parisina. Los bancos son el motor de una prosperidad para pocos, porque la mitad de los tres millones de habitantes sobrevive en las calles destruidas, como en el Casco Viejo, mientras que la multitud de extranjeros de paso vive en hoteles de precios que hacen empalidecer New York. Y sin embargo no es fácil encontrar una cama para pasar la noche. El edificio de congresos es casi un estadio cubierto, nunca está vacío aunque sea difícil entender porqué grandes industrias y holdings lejanos elijan para encontrarse, un lugar sofocado por el sol, húmedo por las lluvias cotidianas que alimentan el Canal. Jamás es primavera o invierno: el calor no cambia. La respuesta llega de las insignias que acompañan los boulevards: bancos a cada paso. Un total de 150 de los grandes bancos extranjeros más la ronda de los de negocios, polvillo de números en movimiento. No escaparates cualquiera: edificios. Hace treinta años el UBS suizo inauguró su sucursal, 5 millones de dólares. Pero lo fascinante no es lo imponente. Sino que son las sombras de las oficinas lo que hacen de Panamá el prototipo del refugio ideal para esconder los capitales embarazosos.
Si quieres abrir una cuenta el anonimato está garantizado.
El ADN de los tráficos secretos se remonta al nacimiento de la nación. Los Estados Unidos estaban interesados en dragar el Canal entre dos océanos, Colombia que alzaba el precio de Panamá, su provincia extrema y Washington que perdía la paciencia. Organizando el primer golpe de Estado de 1900 y proclamando la independencia. Cuando los barcos pasan de un mar a otro, los americanos controlan el tráfico con una franja militar, de la cual se fueron en la última noche del siglo, hace 10 años. Imponen la moneda, naturalmente el dólar y es sobre el dólar trasplantado que surge la vocación a los juegos financieros en un lugar que parecía ser fuera del mundo. Se ha convertido en el corazón artificial, muy limitado. Además está el gemelazgo entre su puerto y el de Hong Kong, espacios ambiguos para las tramas que cruzan los apetitos del comunismo capitalista con las melancolías del capitalismo globalizado. La invasión de los bancos precisa el destino.
Sobre la mesa de la habitación del Mariott hay coloridos folletos que insisten en garantizar el anonimato “de cualquier cuenta, por cualquier cantidad y por todo tipo de razón social”. “Llame o venga a visitarnos”. Y las ruinas de los muros anticorsarios se convierten en  barreras electrónicas en custodia de los secretos. Leyes que ayudan al presupuesto de un país que no exporta casi nada pero que importa cosas extranjeras, a veces invisibles por definición: banderas sombra, por ejemplo, item que pesa de lo que se “compra” de Italia. Figura en los registros náuticos con definición no cifrada: “Barcos y buques similares en metal”. Bien en el 2007. Muy mal en el 2008. El 2010 vuelve a volar. Navegan en las vacaciones de Cerdeña, pero los navegantes-dueños se quedan anclados en estas habitaciones impenetrables, probablemente jamás visitadas, aunque no siempre permanecen impenetrables. Cuando la propina es discreta el buen corazón del archivador concede informaciones veniales en un lugar donde todo es off-shore, free shop, duty free. En el puerto franco de Colón hay catálogos de armas, bazooka y tanques ligeros en los escaparates, como regalos Navideños. Una vez fui a repasar los registros de la flota nacional, primera en el mundo por el número de cascos  matriculados. Fantasmas que nadie ha visto jamás. ¿Donde viven? El empleado abre el libro que contiene los listados actualizados en forma computarizada. “¿Malta le parece bien?” Algo en la mirada traiciona una cierta confusión: “¿Sabe dónde es?”, intento perguntar. “No con precisión. A mi sector no corresponden los barcos del Mediterráneo”. En el volumen de Italia encuentro nombres que no dicen nada “Señora Fortuna”, “Lady Valentina”, “Y 6”, pero las noticias sobre los propietarios quedan escondidas quién sabe donde.
En los últimos 30 años los bancos de los silencios se han equipado como para adecuar sus nieblas a la indiscreción a través de Internet y para contener la impaciencia de las autoridades que siguen la fuga de capitales. El funcionario milanés de un banco suizo sonríe con paciencia: "Quien busca es discreto y los escondites permanecen seguros”. Porque la fidelidad de los empleados está garantizada por reglas que blindan las indiscreciones con la practicidad que da estar habituados a manipular dinero.
Pocas preguntas: Lo importante es que lleguen los millones.
Sanciones penales ligeras para los empleados que violen el secreto; multas devastadoras para desanimar cualquier tipo de aventura. La garantía como base de la confianza que hace crecer los rascacielos es el sello de un sistema organizado como mecanismos de reloj en el recibimiento de los prófugos de la alta o la baja finanza. La ley impone no hacer preguntas cuando llegan los millones. De quién, porqué y como, nadie quiere saberlo. El paraíso empieza así.

Por Maurizio Chierici
IL FATTO QUOTIDIANO 28 DE OCTUBRE DE 2010