Con motivo de la visita a Italia del dictador libio Kadafi, hemos tenido la confirmación de nuestro pecado original, de la vocación del género humano hacia el mal, del perenne triunfo del diablo o maligno. Personajes de las más diferentes clases sociales, de las más diferentes educaciones, han repetido con fuerza ineluctable el teorema de la perdición, la carrera por parte de todos hacia lo peor.
Kadafi es un dictador arcaico, feroz y astuto, parodia de la política, pero tiene el petróleo y el gas metano, es el dueño de la energía barata sin la cual nuestro consumismo delirante no puede seguir adelante. Los más escalofriantes fueron los sobrevivientes del '68, de las utopías comunistas más valientes, aquellos que superaron a Jesús Cristo en el mensaje evangélico de la honesta pobreza y del  amor al prójimo. Y ahí están, entre los más decididos a seguir la nueva ley, el nuevo testamento: nuestro dios es Mamona, no hay otro Dios que el de los buenos negocios, si quieres convertir a los pecadores actúa como ellos, frecuéntalos, tratalos bien y naturalmente aprovecha la ocasión de hacer dinero.
El coronel Kadafi y sus obscenas amazonas con gafas negras, el tirano libio llegado a Italia con su circo ecuestre de caballos bereberes (pero pensad, el campeón del anticolonialismo, de la revancha islámica, que se presenta ante los feroces italianos del imperio con una “fantasía” ecuestre,  es decir con el más colonialista de los festejos) y hace mejor todavía que los misioneros europeos que compraban las almas con collares de espejitos: él encarga a una sociedad a que convierta al Islam a centenares de chicas con 200 euros por cabeza, lo hace mejor que todos los chantajistas, le pide dinero a la Europa blanca amenazándola con abrir las puertas a la inmigración de color.
Él conoce el arte de la diplomacia, de golpe seguro, convertirse en socio de negocios con los corruptos, usar las sociedades anónimas para encubrir los robos comunes. ¿Los intelectuales democráticos que se dan un cierto aire de superioridad? Nada de miedo, basta con prometerles becas, financiamientos para sus universidades, para sus publicaciones. ¿El efecto boomerang? ¿La indignación y el rechazo por este islamismo grotesco y corrupto? No contéis con ello, el astuto Kadafi, conoce nuestros puntos débiles.
A fin de cuentas: ¿Qué decir? ¿Qué proponer? Que el camino a recorrer hacia un mundo civilizado es largo aún y lleno de obstáculos, pero que no queda más que hacer que reforzar y respetar ese poco de derecho internacional que nos hemos dado, que la conquista es ésta y no otra, el progreso que tenemos que lograr. No el partido del hacer que tanto le gusta al Cavaliere de Arcore (Berlusconi) y a sus admiradores laboristas, sino el partido de los derechos humanos, de la ley internacional igual para todos. La lección de Kadafi ha sido clara: no se civiliza la especie humana alentándole sus vicios, no se regula la avidez incitándola, recibiendo con todos los honores a déspotas feroces a cambio de petróleo y cultivando las falsas justificaciones de que no hay otra forma para convencerlos, que hay que persuadirlos en lugar de darles la cara de las armas.

L'ESPRESSO - Octubre de 2010