El gran interés geopolítico de la región debido a su estratégica situación entre Europa y Asia y, sobre todo, al hecho de ser la puerta de acceso a los hidrocarburos del mar Caspio enmaraña más las razones de los enfrentamientos y concede una importancia enorme a esta pequeña franja de tierra del planeta. Los treinta millones de personas que viven en la región caucásica son predominantemente blancos en un matraz de más de sesenta etnias, fundamentalmente ortodoxos y musulmanes desde el punto de vista religioso y comparten numerosas lenguas y nacionalidades dominadas por tres familias lingüísticas distintas (altaica, caucásica e indoeuropea).
El complejo mapa étnico de una zona situada en el sudeste del continente europeo, entre el mar Negro y el mar Caspio y a caballo entre Europa y Asia, no favorece la convivencia de sus habitantes y los numerosos conflictos étnicos y nacionalistas así lo manifiestan. De las dos zonas en que se puede dividir el Cáucaso, norte y sur, es en la primera donde la violencia lleva instalada más de diez años, concretamente desde la primera guerra chechena (1991-1996), en la que esta república consiguió la independencia convirtiéndose en el centro mundial del crimen y del secuestro mientras sus dirigentes se enfrentaban en una lucha absurda y fratricida. Posteriormente, en 1999, se inició la segunda guerra chechena y los rusos ocuparon otra vez la pequeña república caucásica. La furia, el ensañamiento y la represión de este conflicto se han extendido a las repúblicas vecinas con atentados terroristas y toma de rehenes, y también por la llegada de cientos de miles de refugiados. Las siete repúblicas autónomas de Circasia (Adiguea, Chechenia, Daguestán, Ingushetia, Kabardino-Balkaria, Karachevo-Cherkesia y Osetia del Norte) pertenecen a Rusia y en todas, en mayor o menor medida, la violencia está presente. El Cáucaso sur o Transcaucasia lo integran Armenia, Azerbaiyán y Georgia, países que obtuvieron la independencia en 1991 al desintegrarse la URSS, y aunque no tiene nada que ver con la zona circasia, ha conocido dos importantes guerras en los últimos treinta años, la última de Armenia y Azerbaiyán (1988-1994) que dio lugar a una república de Nagorno Karabaj de facto independiente, y la ruso-georgiana de 2008, denominada de los Cinco Días, en la que las tropas rusas entraron en Osetia del Sur y expulsaron a los georgianos a sangre y fuego.
El terrorismo caucásico ha elegido siempre el mes de septiembre para llevar a cabo sus acciones más espectaculares y cruentas. Recordemos las explosiones en un edificio de militares rusos en la ciudad de Buinaksk (Daguestán), el 4 de septiembre de 1999, y en el de la calle Guriánov de Moscú cuatro días después; el secuestro de más de 1.200 personas en un colegio de Beslán (Osetia del Norte) el 3 de septiembre de 2004 que acabó con una masacre en la que murieron 338 personas y fueron heridas unas 500; y los recientes atentados, 5 y 9 de septiembre de 2010, con coche bomba en una base rusa de Daguestán y en el mercado de la ciudad de Vladikavkaz, capital de Osetia del Norte. Claro que los actos terroristas se producen también el resto del año y así lo ratifican la toma de un teatro en Moscú el 23 de octubre de 2002, y sus más de cien muertos, o los más recientes del metro de Moscú (29 de marzo de 2010) y de la central hidroeléctrica de Baksán en Kabardino-Balkaria (21 de julio de 2010), acompañados por acciones de menor calado pero continuas un día sí y otro también. Difícil solución tiene este conflicto cuando la violencia en toda la región sigue incrementándose por las incesantes escaramuzas terroristas y por la visión militar del problema que tienen los rusos y que desemboca en una desmesurada y, en no pocas ocasiones, indiscriminada represión de las autoridades prorrusas, tal y como denunciaron las periodistas Ana Politkóvskaya y Natalia Estemírova antes de ser asesinadas.
La solución a este problema no parece que pase por las armas, o al menos no sólo por ellas, puesto que la situación sigue agravándose a pesar de que periódica y sistemáticamente se elimina a los líderes rebeldes de la región. Quizás los rusos debieran girar la mirada hacia la pobreza de las repúblicas circasias, a la injusticia social, a la corrupción generalizada, a la desesperación de sus habitantes y al desempleo juvenil (80%) que nutre las columnas yihadistas, y de paso aceptar que el terrorismo y el islamismo a los que se enfrentan son instrumentos del nacionalismo. El conflicto se perpetuará si no se acompaña con medidas económicas y sociales que eviten que los adolescentes entren en los grupos terroristas sostenidos por dinero proveniente del integrismo más extremo.
El Cáucaso seguirá siendo una región convulsa, crispada y peligrosa. La violencia, la descomposición social y económica están presentes en los conflictos étnicos, religiosos y sociales que allí convergen y a ellos se suma el pulso que mantienen para conseguir dominar la zona las potencias mundiales, los clanes mafiosos, los terroristas islámicos y los nacionalistas que pululan por doquier. En esta barahúnda caótica de agravios, creencias, ideologías, lenguajes, ritos y rituales, todos se sienten poseedores de la verdad, todos mantienen viejas y nuevas discordias, todos viven en un paraíso de odio y venganza.
Elcorreo.com
DANIEL REBOREDO | HISTORIADOR - 01.10.10 - 03:12 -
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